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Henri Lœvenbruck: El síndrome de Copérnico

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Henri Lœvenbruck El síndrome de Copérnico

El síndrome de Copérnico: краткое содержание, описание и аннотация

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“Según los especialistas que lo visitan, Vigo Ravel padece una esquizofrenia paranoide aguda que le hace tener lo que se conoce como "síndrome de Copérnico", y que consiste en creerse en posesión de una verdad que el mundo entero rechaza, una verdad que podría modificar radicalmente el futuro de la humaniad. Pero, ¿y si Vigo estuviera en lo cierto y, por tanto, las voces que escucha en su cabeza fueran como él cree, pensamientos de gente real? Después de que una de esas voces lo librara de morir, junto con miles de personas, en un cruel atentado que casi destruye el barrio de La Défense, en París, Vigo empieza a tener dudas sobre la enfermedad que le han dicho que padece. Al contrario de lo que el resto del mundo se empeña en hacerle creer, tal vez no sólo no esté loco, sino que además puede ser la clave de un secreto celosamente guardado que amenaza con cambiar el mundo tal y como lo conocemos.”

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Repitieron en numerosas ocasiones una intervención del ministro de Interior, Jean-Jacques Farkas, un hombre mayor de mirada dura y rostro enjuto, que hacía las promesas habituales: darían con los terroristas y los juzgarían, el asunto se dilucidaría con luz y taquígrafos…

A continuación, se hablaba de las víctimas. Se mostraban fotos, el rostro de los desaparecidos en viejas instantáneas donde se los veía sonreír. Había que humanizar el drama. Se mostraba a las familias inquietas, que esperaban respuestas. El periodista daba paso a un psicólogo especializado en estrés postraumático. Hablaba de ansiedad, depresión, abandono…

Después, llegaba el turno del análisis de las consecuencias políticas y económicas. Vaticinaban cambios radicales en las relaciones internacionales, en la Bolsa, que es una institución que nunca he entendido. Pero todo esto es muy normal; al fin y al cabo, soy yo el que está loco, ¿no?

A aquello le seguía un breve reportaje sobre la SEAM, la sociedad europea de armamento con fondos mixtos cuyo accionariado mayoritario era el Estado francés. Con un volumen de negocios que sobrepasaba los 400 millones de euros, era el segundo mayor exportador de armas de Europa, y obtenía la parte esencial de sus resultados mediante la venta de armas a los países en vías de desarrollo. Fácilmente se llegaba a la conclusión de que la torre habría podido representar un símbolo político y económico para los terroristas, pero todavía no era seguro… Tal vez el ataque a la torre SEAM había sido simplemente un ataque al imperialismo occidental.

Fuera como fuese, los periodistas anunciaron rápidamente que la caza de los terroristas había empezado, según las declaraciones del ministro del Interior. Seguro que había gente a la que eso la tranquilizaba.

Hipnotizado por las imágenes, no reparé en el paso del tiempo.

En aquel instante, me ahogaba en los pozos más oscuros de mi esquizofrenia. Me repetía las mismas frases, flotaba en los mismos pensamientos. Siempre la misma idea, como una voz exterior, intratable, una obsesión. El final de todas las cosas. Mi angustia escatológica.

Llegué a darle este nombre después de buscar en diferentes diccionarios, donde por fin encontré la palabra que se ajustaba a mi mayor miedo. Del griego eschatos , «último», y logos , «discurso»; la escatología es el conjunto de doctrinas y creencias que se ocupan de la suerte última del hombre. Sobre su final, en definitiva.

06.

Cuaderno Moleskine, nota n.° 97: angustia escatológica.

A menudo, tengo la sensación de que el Homo sapiens se está extinguiendo. Puedo ver la lógica del asunto, su evidencia. Y me digo que lentamente nuestra especie camina hacia su propio fin. No querría ceder al catastrofismo, desde luego, pero tengo derecho a estar angustiado.

La tierra tiene 4,5 millones de años. Admito que, pasada una cierta cifra, con el vértigo, es difícil hacerse una idea; pero os prometo que son las cifras del diccionario, es así. La tierra está ahí desde hace 4,5 mil millones de años, queramos o no.

La humanidad, por su parte, sólo lleva presente 2 millones de años; aunque podría parecer un tiempo significativo, es ridículo frente a los 140 millones de años que permanecieron los dinosaurios… Personalmente, eso merece todo mi respeto.

De todas las diferentes especies del ser humano, una sola ha sobrevivido, la nuestra: el Homo sapiens . Su curiosa historia podría haber empezado en África, hace ciento veinte mil años. Algunos creen que podría haber nacido en otro sitio, en Asia tal vez, y mucho antes. Sea como sea, tiene ya una buena edad, la suficiente como para extinguirse… No se me ocurre ninguna alternativa. Un día u otro, nos llegará el turno, y me temo que esta extinción puede ser inminente y que nuestra especie ya huele como un cadáver.

No debo de ser el único que piensa esto.

Desde luego, es posible que esté más preocupado que los demás; poseo una información que nadie más conoce y que no me tranquiliza. Pero estoy seguro de que ya otros sienten e intuyen la extraña impresión de que estamos llegando a nuestro destino, al final de la Historia; de que no podemos ir más lejos y de que es posible incluso que hayamos sobrepasado el límite.

La propia humanidad encierra una gran paradoja, pues es la especie que mejor se adapta a los cambios externos y la que demuestra mayor inclinación a autodestruirse. El hombre es a la vez capaz de inventar la vacuna y de organizar Auschwitz. La DHEA y la bomba de neutrones. Seguro que un día u otro inventarán una pildora de más.

Me gustaría equivocarme, me gustaría poder tener fe todavía; pero no me es posible, hay señales.

En primer lugar, está la impresión de que ya lo hemos probado todo: comunismo, capitalismo, liberalismo, socialismo, cristianismo, judaismo, islam, ateísmo… todo. Ya lo hemos probado todo. Y sabemos cómo ha acabado siempre, en un gran baño de sangre. Nos hemos masacrado a nosotros mismos eternamente, porque somos así. Así es el Homo sapiens : un destructor, un superdepredador del mundo y de sí mismo. Por tanto, ¿cómo no va a extinguirse?

No puedo ser el único que piensa esto.

También está lo demás: el virus que gana terreno en su combate contra el hombre, que se hace cada vez más fuerte, más difícil de derrotar; el clima, la capa de ozono, el calentamiento global, la sobrepoblación, la erosión del suelo, las catástrofes naturales, que cada vez son más numerosas y más devastadoras; la política, que es incapaz de detener nuestra caída y nuestros fracasos; el enfrentamiento que se avecina entre el norte y el sur… Por más que seamos los campeones de la adaptación, hemos de ser realistas, a fuerza de rebuscar en la mierda, acabaremos en el contenedor de reciclaje.

Y si verdaderamente, tal y como pretendían que creyéramos hace dos años los individuos involucrados en el asunto de la Piedra de Jordán, estamos solos en el universo, entonces, mi angustia escatológica es todavía más terrible, pero eso no la hace menos probable. Tras dos millones de años de evolución, el Homo sapiens estaría solo y sería el único ser pensante en la inmensidad del universo. ¿Un milagro absoluto de la vida, o un accidente sin sentido? Vaya uno a saber. Y un día se extinguirá. Solo. Insignificante en la riqueza del infinito. Un inmenso estropicio.

Pues en esto consiste mi angustia escatológica. A menudo tengo la sensación de que el Homo sapiens se está extinguiendo.

Tal vez en el fondo sea hora de que la naturaleza pase a otra cosa.

07.

Debían de ser las tres o las cuatro de la mañana, cuando el hambre se hizo más fuerte que el poder de atracción de la televisión. Me levanté empapado en sudor, me dirigí a la cocina y abrí el frigorífico. Dudé durante un instante, sentí el aire fresco que salía del interior, después cogí las sobras de la víspera y fui a sentarme en el sillón sin tomarme la molestia de calentar el plato.

Mientras comía, empezaron a desfilar por la pequeña pantalla las fotos de nuevas víctimas, con sus nombres escritos debajo. Pronto el telediario sería una gigantesca página de necrológicas, y, por mi parte, no conseguía despegarme de aquel morboso espectáculo.

De repente, tuve una revelación.

A la vez que apartaba a un lado el plato vacío, la verdad que se me había escapado me heló la sangre. Fue como si la siniestra acumulación de aquellas imágenes hubiera acabado por retomar el contacto con la realidad. Con una cierta realidad. Tuve la sensación de despertarme al fin, de abrir los ojos: de golpe, recordé que había sobrevivido al atentado y el porqué. Entonces me di cuenta de que mi presencia allí, en ese sofá, con las manos todavía llenas de sangre, era absurda, irreal.

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