Prólogo a la segunda edición
Prólogo a la primera edición
Estudio introductorio
La utilidad de El síndrome de Falcón y Leonardo Valencia
1. Sobre autores
Esa tribu errante
El tiempo de los inasibles
Borges o el arte imposible
Juarroz en el extremo del lenguaje
Cortázar, ida y vuelta
Aira y la comedia de los procedimientos
Westphalen escribe mientras ruge el volcán
Vargas Llosa, el guardián ante el abismo
¿Qué decía el mensaje de Ribeyro?
Enrique Vila-Matas y una silenciosa turba
Lampedusa, el cazador de herencias
Breviario del Gatopardo
Adonis y la voz que tiene más luces que el sol
Ishiguro, el otro rostro de la novela
Greenaway o de la segunda sangre del mundo
Dino Buzzati y la prosa de la espera
2. Sobre literatura ecuatoriana
El síndrome de Falcón
¿Cuánta patria necesita un novelista?
Hay un escritor escondido en la acuarela
Elogio y paradoja de la frontera
Nunca me fui con tu nombre por la tierra
Carta breve con final para Lupe Rumazo
3. Sobre la escritura
Un libro progresivo
Silencio en Suiza, cerca de Waldau
El más extraño rincón
La escritura flotante
Fragmentos para un adiós a la novela
Fuentes
Dossier de recepción crítica
El diálogo y la ficción. Sobre El síndrome de Falcón
Eduardo Varas (2008)
El síndrome de Falcón: el libro que un peruano debió haber escrito
Carlos Calderón Fajardo (2008)
El síndrome de Falcón: un libro de ensayos imprescindible
Augusto Rodríguez (2008)
Joaquín Gallegos Lara y «El síndrome de Falcón»: literatura, mestizaje e interculturalidad en el Ecuador
Michael Handelsman (2009)
Eliminando nacionalismos literarios: renuncia a los sistemas
Claudia Apablaza (2009)
Las aventuras literarias de Leonardo Valencia
Pablo Brescia (2010)
El parricidio de Valencia
Gabriel Ruiz Ortega (2012)
“Me interesa el punto de disonancia que la literatura tiene frente a la realidad”
Gabriel Ruiz Ortega (2012)
La tribu errante y flotante de Leonardo Valencia
Miguel Molina Díaz (2015)
El crítico practicante
Fausto Rivera (2017)
El síndrome de Falcón: el problema de la relación entre la novela y el escritor ecuatoriano
Anne-Claudine Morel (2019)
Materiales para una discusión futura
Antonio Villarruel (2019)
Falcón, Chiriboga y los terceros lugares
Carlos Burgos (2019)
Un profeta en todas las tierras extrañas
Sandra Araya (2019)
Conversación con Leonardo Valencia
Colaboradores
port
Prólogo a la segunda edición
Esta edición de El síndrome de Falcón aparece con cambios menores, un subtítulo –Literatura inasible y nacionalismos– y un texto nuevo, “Carta breve con final para Lupe Rumazo”. Lo amplía y profundiza el estudio introductorio de Wilfrido H. Corral y un dossier de recepción crítica. Viene, por lo tanto, enriquecido por la recepción, por los debates y diálogos de varios años.
Lo que el artículo nuclear y homónimo provocó –“El síndrome de Falcón”, publicado en el año 2000, a veces el único leído de todo el libro, o al menos el más citado, a partir de una conferencia que di en enero de 1998– fue algo que nunca esperé. Fui el primer sorprendido por la reacción que causó y que sigue causando en el medio literario ecuatoriano, aunque debería decir entre ecuatorianistas. Igual de sorpresiva ha sido la evolución de sus lectores en el sentido de que esa apertura imaginativa y temática, esa disposición de extrema libertad creativa –que mis ensayos pedían, a fin de cuentas, para mi propia escritura– ha dado resultados. Los narradores ecuatorianos se lanzan a territorios inexplorados, fuera y dentro de las fronteras, sin la menor preocupación por la construcción o identidad nacional, asumida ésta en una especie de antropofagia tácita que late por dentro.
Lo que en un principio fue una imagen ecuatoriana fijada en mi retina –la de Falcón cargando a Gallegos Lara– no se debilitó con el tiempo. Todo lo contrario. De hecho, es una imagen viajera que pasó de la realidad histórica a la novela de Jorge Enrique Adoum, Entre Marx y una mujer desnuda, luego a la película homónima de Camilo Luzuriaga y de allí saltó a mi ensayo. El pensamiento que planteaba no era una discusión de historiografía literaria, ni tampoco una categoría académica o teórica obsesivamente reincidente en la construcción o afianzamiento nacional, sino un ensayo libre a partir de una imagen plástica –o una imago, como decía José Lezama Lima– que respondía a mi inquietud de escritor en defensa de la imaginación por encima de cualquier uso instrumental, sea explícito o velado. Sobre todo la autocensura, especie de vigilia autoimpuesta que se calla pero grita en el resultado de la obra. Me refiero a ese temor secreto de que, como escritor, no se está cumpliendo con una “responsabilidad” social y nacional, o con la prole a escala de los cien mil activismos políticamente correctos, sobre todo cuando son alérgicos a la libertad estética, en vez de preocuparse por escribir de una forma rebelde frente a la mano feroz del control racional y de la pretensión de dominio del yo sobre la materia del arte. Este síndrome me permite entender que lo encuentre replicado en otras geografías y culturas a su manera, con otros pesos y autocensuras representacionales.
Hay formas del nacionalismo que siempre se abocan a la simplificación de una identidad colectiva, y que me tocó vivir de primera mano, como el proceso independentista catalán de la segunda década del siglo XXI, una experiencia vergonzosa de figuraciones nacionalistas, victimismo y xenofobia. Pensé bastante en el síndrome de Falcón los años que viví en Barcelona, donde escribí varios de sus ensayos y articulé el libro. Me di cuenta que su imago irradia como un fragmento radioactivo para desesperación de quienes instrumentalizan el arte y la literatura. También constaté que la novela y la prosa sufren y seguirán sufriendo agobios y pesos distintos, insistentes o velados, de la religión a otras formas de fe laicas, tan radicales y dogmáticas como las culturas del Libro Único: el judaísmo, el cristianismo y el Islam. La novela es permeable e inclusiva –nace dispuesta a morir para sabotear al Libro Único, y luego renace de mil formas distintas como Libro Múltiple– y por eso mismo tendrá siempre que sobrellevar y convivir con cuerpos extraños y parasitarios. Así avanza su salvaje evolución adaptativa, inasible y heliotrópica, girando hacia la luz.
No menor es el peso del mercado editorial, con su maquinaria incesante y ruidosa en la que muy pocos pájaros cantan, sin percibir que aquel ansiado ruido mediático y de ventas es una jaula circular que se desploma sobre sí misma. Más que peso es una resta que lleva a la levedad de escrituras inconsistentes y al nulo sentido compositivo. Que el escritor quiera quitarse de encima este síndrome, sin autocensurarse por cuestiones nacionales, religiosas o mercantiles, todavía de larga duración –si es que no inherente a su propio origen–, es una ética que la imago de Falcón pone a vibrar para que reaccione el cuerpo y no se someta la escritura a un mandato instrumental sino que responda a necesidades y experiencias más amplias, quizá más oscuras, indomesticables e impredecibles.
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