Lo hace sustancia, dice María Zambrano.
Me parece una buena expresión. No es mi palabra, pero cuando yo digo que la poesía crea realidad, quiero decir eso. ¿Qué es crear realidad? Justamente: es encontrar algo que complete la realidad. Yo no sé si la corporiza, como dice ella, pero sí la completa. La realidad para el hombre es algo que está sin terminar, que constantemente exige nuestra parte en ella, y nuestra parte en ella es a lo que acabamos de aproximarnos con respecto al ser.
Un crítico dijo que usted halló su Sócrates en Antonio Porchia, y también dice que usted articula conceptos en su poesía, mientras que Porchia los palpa en los objetos, las plantas y los animales “con los ojos rayados en lágrimas”. ¿Qué nexos o vínculos hacen que su obra se interrelacione o se distancie con la de Antonio Porchia?
Nunca he compartido el vocabulario de los críticos. Recordemos una frase de Novalis, allá en el corazón del romanticismo alemán, cuando dice que la crítica de la poesía es un absurdo. ¿Por qué? Porque utilizan otro lenguaje para aproximarse. Y no es que utilicen un metalenguaje, como se dice ahora, que es un lenguaje de análisis de otro, sino que utilicen un lenguaje disertativo, asertivo, explicativo, en suma, un lenguaje discursivo, y ese no es el camino para acercarse a la poesía. Hay que utilizar un camino, por ejemplo, del tipo de Heidegger. Yo he admirado y admiro profundamente a Porchia. Vuelvo cada tanto tiempo a nutrirme de él. Es uno de mis maestros, y no tengo ningún empacho en decirlo, porque reconocer a los maestros es algo admirable, ante tanta gente que cree que nunca ha tenido ni tendrá porque no los necesita. El mismo Porchia no habría hecho jamás esta distinción entre lo que es el concepto o es el pensamiento en las cosas mismas. Tal vez García Valdez tenga razón, no sé. Él habla desde afuera de mis cosas y de Porchia. Yo hablo desde adentro, y desde adentro de Porchia también. Porque hemos dialogado a través de tantos años. Yo sé cómo era Porchia y no así ese crítico.
¿Cómo era Antonio Porchia?
Porchia era un sabio, un maestro en el pleno sentido de la palabra. Además, con un uso de lenguaje tan ceñido, tan sintético, tan admirable como yo no he encontrado en casi nadie. Una vez, en París, Roger Caillois me invitó a que lo visitara, y me contó que estando en Buenos Aires conoció la obra de Porchia, y me dijo que lo asombró tanto la poesía de Porchia, ese solo librito que se llama Voces, que hubiera cambiado todo lo que escribió por haber escrito lo de Porchia. Eso ya le dice mucho. La historia del único libro de Porchia, Voces, es muy interesante. Él publicó el libro en una edición sencilla, de autor, y lo donó a las Bibliotecas Populares de Argentina, que Sarmiento instauró en 1871 para que hasta en el último pueblito de Argentina hubiera una biblioteca. Es así como el libro de Porchia se podía encontrar en cualquier parte de Argentina. Un buen amigo me lo transcribió y así conocí su poesía. Luego, con el tiempo, rastreamos con mi amigo hasta conocer dónde vivía Porchia y decidimos ir a visitarlo. Y allí empezó mi profunda amistad con él.
El poeta se desplaza hacia distintos ámbitos, sean interiores —como el de Lezama Lima— o vagabundos y exteriores, como los de Rimbaud. Por su experiencia, ¿ha constatado una condición nómada inevitable para el poeta?
Sí. El poeta no puede fijarse definitivamente en nada, y si no puede fijarse, andará siempre...andará. Sí hay distintas modalidades. Ese peregrinaje no sabe hacia dónde, ese nomadismo no sabe en dónde. Creo que el poeta no tiene coordenadas exactas para ser situado, y que no puede detenerse nunca detrás de las cosas que busca. Y esto no es para confundir el viaje interior con el viaje exterior. Si viajamos externamente es por el encuentro que se da con nuevas personas y otros poetas. Pero no hay que confundir estas salidas con el viaje permanente, porque el viaje permanente se transforma en un movimiento exterior. Entonces yo recuerdo lo que dice Confucio: el alma no es viajera.
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