Juan Bolea - Un asesino irresistible

Здесь есть возможность читать онлайн «Juan Bolea - Un asesino irresistible» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Триллер, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Un asesino irresistible: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Un asesino irresistible»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Martina de Santo, nuestra detective más internacional, ha sido ascendida al cargo de inspectora. Como tal, tendrá que resolver el extraño asesinato de la baronesa de Láncaster, cuyo cadáver, abandonado en un prado, muestra señas de haber sido atacado por un criminal y por un animal salvaje simultáneamente. Al hilo de la investigación, Martina se introducirá en el cerrado y excéntrico mundo de la aristocracia española, contemplará sus grandezas y sus miserias y las luchas cainitas por mantener sus privilegios. Una trama perfecta de Martina, quien tendrá que aplicarse a fondo para solucionar este nuevo y fascinante enigma.

Un asesino irresistible — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Un asesino irresistible», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

– No existen hombres irresistibles, sino mujeres aburridas.

– En ese caso, puedes estar doblemente confiada. Martina de Santo no se aburre jamás.

Colgué el teléfono y me quedé mirando la pared. Yo sabía, y mi mujer también, que estaba jugando con fuego y que mi relación con Martina de Santo podía complicarse más de la cuenta con algún sentimiento política y policialmente incorrecto.

Respecto a que no existían hombres, y asesinos, irresistibles, yo no podía estar de acuerdo.

De lo contrario, no creería que Hugo de Láncaster era uno de ellos.

23. El profesor de heráldica

Como tarea siguiente, me propuse consultar a aquel experto en heráldica que me había recomendado Martina.

La fortuna seguía jugando a mi favor porque pude hablar con él al primer intento, en cuanto uno de mis compañeros me hubo conseguido su número telefónico en el municipio de Sant Cugat.

Julio Castilla Alcubierre tenía una voz espaciosa y profunda, de locutor de radio de programas nocturnos. No me costó imaginármelo en batín, inclinado sobre un tablero, revisando con ayuda de una lupa desleídos pergaminos y cartularios miniados.

Sin pérdida de tiempo, le expuse la petición de la subinspectora. En cuanto cité el noble apellido de Hugo, Julio Castilla exclamó:

– ¡Los Láncaster! ¡Protervo destino el suyo!

– ¿Por qué? ¿Qué les diferencia?

– Todo. Suponen una rareza en la aristocracia española, comenzando por esa tilde en la primera sílaba del apellido. Cito de memoria, pero puede que sea el único caso en que un ducado ha revertido a la Corona por falta de descendencia.

– En ese caso -objeté-, la estirpe se habría extinguido. No existiría.

– ¡Y nada se habría perdido! -fue su implacable anatema. En un tono más irónico, Castilla prosiguió-: A menudo, sin embargo, la historia se muestra piadosa y concede una segunda oportunidad a sus hijos espurios. Se lo aclaro porque esos advenedizos Láncaster no permanecerían mucho tiempo en plebeyo anonimato; supieron recuperar el título tan sólo unos pocos años después de haberlo perdido.

El historiador calló durante unos segundos, como si algo le preocupara o le hubiese distraído.

– Perdone, suelo hablar demasiado, venga a cuento o no… ¿Me ha dicho usted que era el señor…?

– Horacio Muñoz.

– ¿Policía?

– ¿No me cree?

– No, no es eso. Claro que sí… Tiene usted voz de policía y de aragonés.

– Nunca me habían dicho lo primero.

– Es más obvio aún que lo segundo ¿A qué departamento pertenece, a Robos? Es con el que más trabajo.

– Me ocupo del archivo.

– ¡Entonces es usted colega mío, amigo Humberto!

– Horacio.

– Discúlpeme, soy terriblemente despistado.

– ¿No es usted historiador?

– ¿Y qué tiene que ver? Le contaría cosas del gran Mommsen que… Pero estábamos con los Láncaster. Hablándole nuevamente de memoria, podría asegurarle que el primer duque de esa casa, un tal Antonio Manuel, murió, sin hijos, durante los últimos años del segundo reinado de Fernando VII. Posteriormente, ya en la Regencia, aparecería un inopinado heredero, un hijo secreto o bastardo, un tal Felipe Javier, quien, después de mucho litigar, y seguramente de aflojar la bolsa, recobraría la dignidad nobiliar para su propio disfrute y para el de sus descendientes. Desde entonces, ese árbol con más de un ahorcado ha venido creciendo como la mala hierba.

Yo había empezado a tomar notas, pero me detuve en seco.

– ¿Ahorcados, ha dicho?

Al otro lado del hilo, como si le hubieran dado cuerda, Castilla Alcubierre seguía hablando, didáctico y caudal. Tuve que repetir:

– ¿Es que en el pasado de la familia Láncaster hubo algún crimen?

El profesor expuso con aire metafórico:

– El palacio que ese ducado ha construido en los aledaños de la historia tiene demasiadas habitaciones oscuras… Es una saga tenebrosa, créame, propensa a la rivalidad y a la tragedia…

– Espere un momento, profesor.

– ¡Lo sé! ¡Voy demasiado deprisa! Mi taquígrafa me lo recrimina siempre…

El heraldista se echó a reír; tenía una risa de cabra, con álgidos y contagiosos hipidos.

– ¡Si ella no me sigue -añadió, sin ánimo de burla, pero sin poder dejar de carcajearse-, figúrese usted!

– Creo, señor Castilla, que deberíamos reordenar todo este material y…

– ¡Perfectamente, Heriberto, y a su plena disposición! Si me concede un par de días y un número de fax o apartado de correos tendré el gusto de remitirle un informe lo más completo posible, juntamente con mis honorarios.

Ni se me había pasado por la imaginación que aquel colaborador de Martina nos fuera a girar una minuta. Balbuceé:

– Ese tema tendrá que hablarlo con la subinspectora De Santo. Yo no estoy autorizado.

El profesor dudó; le oí respirar por la boca. Debía de ser bastante mayor, pensé; y, quizás, asmático. En sus respuestas previas, ya me había parecido que tenía el hábito de encabezar cada réplica con una interjección; ahora me dio la razón.

– ¡Mi querida y divina Martina! En atención a ella, rebajaré mi tarifa habitual. Le debo un gran favor a esa gran mujer policía, amigo Heraclio.

– Preferiría seguir siendo Horacio, un simple conocido.

– ¡Horacio, nada menos! ¡Como el vate! Discúlpeme. A las cosas corrientes, como los nombres de las personas vivas, no les presto mayor atención.

Me tragué el sapo y pregunté:

– ¿En qué le ayudó Martina de Santo?

– ¡Fue emocionante, le contaré! El año pasado, mi librería, establecida en el barrio gótico barcelonés, sufrió un robo. No tuvo nada de extraño, pues me había dejado las llaves puestas. Y fue precisamente ella, la subinspectora, quien logró localizar algunos valiosos incunables en el mercado negro. De no ser por su competencia profesional, se habrían perdido de manera irremisible. Después hicimos muy buenas migas. ¿Sabe usted, Hipólito, que la subinspectora es una experta en heráldica?

– ¿Quién? -me asombré-. ¿Martina?

– ¡La baronesa de Oyambre, sí!

Pensé que aquel hombre no estaba en sus cabales.

– Se equivoca de persona, señor Castilla.

Volví a oírle respirar por la boca, tumultuosamente. Su voz sonó airada:

– Le diré una cosita, mi muy querido señor Higinio: es muy raro que, en cuestiones históricas, yo cometa algún error. Los De Santo disfrutan de una baronía. Sólo que no la han ejercido. El padre, Máximo de Santo, el embajador, quien, como usted sabrá, murió hace unos pocos años, nunca rehabilitó el cargo, y su hija lleva el mismo camino.

La subinspectora jamás me había hablado de eso. ¿Sería cierto? ¿Realmente era baronesa? Me di cuenta de que el experto no podía tener ningún motivo para mentirme y acusé una especie de pudor, como si indirectamente me estuviera inmiscuyendo en la vida privada de Martina.

Reconduje la conversación hacia otros asuntos relacionados con los Láncaster. El profesor me tuvo un rato más al teléfono, refiriéndome episodios del clan a medida que acudían a su caprichosa memoria y salpicándolos con sus anécdotas como librero.

Un botoncito rojo se puso a parpadear delante de mí, en la mesa circular de la brigada de Información. Tenía otra llamada y me despedí de aquel despistado sabio con un renovado principio de jaqueca y taquicardia, por haber tomado demasiado café. Antes de colgar, Julio Castilla Alcubierre me destinó una última, exclamativa y admonitoria consigna:

– ¡Nunca se fíe de un Láncaster, amigo Virgilio, no tienen pedigrí!

24. Conclusiones de la autopsia

Acababan de dar las once y media de la noche cuando colgué el teléfono y me precipité a atender la otra línea. Al extremo del hilo estaba Angorenagoitiazu, uno de los forenses auxiliares de Marugán en el Instituto Anatómico. Yo tenía buena relación con él.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Un asesino irresistible»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Un asesino irresistible» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Un asesino irresistible»

Обсуждение, отзывы о книге «Un asesino irresistible» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x