Harlan Coben - Por siempre jamás

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Will Klein tiene su héroe: su hermano mayor Ken. Una noche de calor agobiante aparece en el sótano de la casa de los Klein una joven, antiguo amor de Will, asesinada y violada.
El principal sospechoso es Ken.
Ante la abrumadora evidencia en contra suya, Ken desaparece.
Una década después de la desaparición, Will se ve mezclado en un inquietante misterio. Está convencido de que Ken está tratando de ponerse en contacto con él y de la existencia de un terrible secreto por el que alguien está decidido a matar porque no se desvele.

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Sonó el timbre de la entrada y nos sobresaltamos; nos miramos los dos y mi padre se encogió de hombros. Yo me ofrecí para abrir, di un sorbo a la Coca-Cola y dejé el vaso en la encimera; fui rápido a la puerta. Cuando la abrí y vi quién era, estuve a punto de dar un paso atrás.

Era la señora Miller. La madre de Julie.

Llevaba una bandeja envuelta en papel de aluminio; mantenía la vista baja como si estuviera haciendo una ofrenda ante un altar. Me quedé de una pieza sin saber qué decir, ella alzó la vista y nuestras miradas se cruzaron como dos días antes en el umbral de su casa. Noté en sus ojos una pena evidente, eléctrica, y se me ocurrió pensar si ella vería lo mismo en los míos.

– He pensado que… -comenzó a decir-. Bien, es que…

– Pase, por favor -dije.

– Gracias -respondió forzando una sonrisa.

Mi padre salió de la cocina.

– ¿Quién es? -preguntó.

Yo retrocedí y la señora Miller entró con la bandeja en las manos a guisa de protección. Mi padre abrió desmesuradamente los ojos y yo advertí en ellos una explosión.

Su voz era un susurro de cólera contenida.

– ¿Qué demonios hace usted aquí?

– Papá -dije.

– Le he hecho una pregunta, Lucille -insistió él sin hacerme caso-. ¿Qué demonios quiere?

La señora Miller agachó la cabeza.

– Papá -repetí impaciente.

Pero fue inútil; sus ojos contraídos se habían ofuscado.

– Váyase de aquí -dijo.

– Papá, ha venido a ofrecernos…

– Fuera.

– ¡Papá!

La señora Miller retrocedió y me tendió la bandeja.

– Será mejor que me vaya, Will.

– No, no, espere -dije.

– No habría debido venir.

– Claro que no habría debido venir -gritó mi padre.

Yo lo fulminé con la mirada pero él tenía la suya clavada en ella.

– Les acompaño en el sentimiento -añadió la mujer con la vista baja.

Pero mi padre no quiso ceder.

– Está muerta, Lucille. Ahora eso no nos sirve de nada.

La señora Miller se marchó a toda prisa y yo seguí con la bandeja en la mano mirando a mi padre sin acabar de creérmelo. Él me miró y dijo:

– Tira esa porquería.

Yo no sabía qué hacer. Quería seguir a la señora Miller y pedirle disculpas, pero caminaba deprisa y ya estaba lejos. Mi padre había vuelto a la cocina; lo seguí y dejé de mala manera la bandeja en la encimera.

– ¿Por qué te has puesto así? -dije.

– No la quiero ver en esta casa -respondió cogiendo su vaso.

– Ha venido a dar el pésame.

– Ha venido a descargar su conciencia.

– Pero ¿qué dices?

– Tu madre ha muerto y ella aquí no pinta nada.

– Eso es una tontería.

– Tu madre llamó a Lucille poco después del asesinato. ¿Lo sabías? Quería darle el pésame y ella le dijo que se fuera al diablo, reprochándonos haber criado a un asesino; según ella, era culpa nuestra. Habíamos criado a un asesino.

– De eso hace once años, papá.

– ¿No te das cuenta de lo que le hizo a tu madre?

– Acababan de matar a su hija y estaba muy apenada.

– ¿Y ha estado esperando hasta hoy para arreglar las cosas? ¿Ahora que ya no sirve de nada? -replicó moviendo severo la cabeza de un lado a otro-. Yo no admito disculpas y tu madre ya no puede oírlas.

Se abrió la puerta y entraron tía Selma y tío Murray con sonrisa de circunstancias. Selma pasó a la cocina y Murray se puso a manosear un panel de la pared suelto que había visto el día anterior.

Mi padre y yo dejamos de discutir.

17

La agente especial Claudia Fisher enderezó la espalda y llamó a la puerta.

– Adelante.

Fisher hizo girar el picaporte y entró en el despacho del director Joseph Pistillo adjunto responsable. Después del director en Washington, un director adjunto es el agente del FBI con mayor relevancia y poder.

Pistillo alzó la vista y no le gustó lo que vio.

– ¿Qué sucede?

– Han encontrado muerta a Sheila Rogers -dijo la agente.

Pistillo farfulló una maldición.

– ¿Cómo?

– Apareció en una cuneta de Nebraska, sin documentos de identificación. Comprobaron las huellas en la base de datos y era ella.

– Maldita sea.

Pistillo se mordió una cutícula mientras Fisher aguardaba.

– Quiero la confirmación visual -dijo él.

– Está hecha.

– ¿Qué?

– Me tomé la libertad de enviar por correo electrónico a la sheriff Farrow unas fotos de Sheila Rogers, y tanto ella como el forense confirman que se trata de la misma persona. También coinciden la altura y el peso.

Pistillo se reclinó en el asiento, cogió un bolígrafo, se lo llevó a la altura de los ojos y se quedó mirándolo hasta dirigir un gesto a la agente que la invitaba a sentarse. Fisher así lo hizo.

– Los padres de Sheila Rogers viven en Utah, ¿verdad? -preguntó él.

– En Idaho.

– Bueno, eso. Hay que comunicárselo.

– Tengo a la espera a la policía local de su lugar de residencia. El jefe los conoce personalmente.

– Muy bien, de acuerdo -dijo Pistillo asintiendo con la cabeza y quitándose el bolígrafo de la boca-. ¿Cómo la mataron?

– Probablemente murió de una hemorragia interna a consecuencia de golpes, pero no han terminado la autopsia.

– Dios bendito.

– La torturaron: tenía los dedos dislocados y retorcidos. Debieron de utilizar unos alicates. Y en los pechos había quemaduras de cigarrillo.

– ¿Cuánto tiempo llevaba muerta?

– Falleció probablemente ayer a última hora o a primera hora de hoy.

Pistillo miró a Fisher y recordó que Will Klein había estado sentado en aquella misma silla la víspera.

– Qué rápido -dijo.

– ¿Cómo dice?

– Si huyó, como es de suponer, la encontraron rápido.

– A menos que ella fuera a su encuentro.

– O que no huyera -añadió Pistillo.

– No lo entiendo.

Pistillo miró un instante el bolígrafo.

– Siempre hemos dado por supuesto que Sheila Rogers huyó a causa de su relación con los asesinatos de Alburquerque, ¿no es eso?

Fisher ladeó la cabeza despacio.

– Pues, sí y no. Quiero decir que ¿por qué iba a volver a Nueva York para huir de nuevo?

– Quizá pretendía asistir al funeral de la madre de Klein. No sé -replicó Pistillo-. De todos modos, no creo que eso importe ahora. A lo mejor no sabía que la buscábamos. O tal vez, escuche lo que le digo, Claudia, la secuestraron.

– ¿Cómo lo harían?

– Según Will Klein -respondió Pistillo dejando el bolígrafo-, se fue del apartamento ¿a qué hora?, ¿a las seis de la mañana?

– A las cinco.

– Bueno, a las cinco. Reconstruyámoslo con arreglo a esos datos. Sheila Rogers sale del apartamento a las cinco. Se esconde. Alguien la encuentra, la tortura y la deja tirada en el quinto infierno en Nebraska. ¿Le parece factible?

– Demasiado rápido, como usted dice -comentó Fisher asintiendo.

– ¿Muy rápido?

– Eso creo.

– Es cuestión de coordinarlo -replicó Pistillo- porque lo más probable es que la secuestraran a primera hora nada más salir del apartamento.

– ¿Para llevarla en avión a Nebraska?

– O en coche, conduciendo como un loco.

– O… -balbució Fisher.

– ¿O qué?

La agente miró a su jefe.

– Me parece que los dos llegamos a la misma conclusión: es un plazo de tiempo muy corto. Probablemente desapareció la noche anterior -añadió.

– O sea, ¿que…?

– O sea, que Will Klein nos mintió.

– Exacto -apostilló Pistillo sonriente.

– Muy bien, otra posibilidad más verosímil es -comenzó a decir Fisher sin interrupciones-: Will Klein y Sheila Rogers asisten al entierro de la madre de él, regresan a casa de los padres y, según Klein, aquella tarde vuelven en coche al apartamento de Nueva York. Pero no tenemos confirmación independiente de ello. Así que tal vez -prosiguió tratando inútilmente de hablar más despacio-, tal vez la entregó a un cómplice que la torturó y abandonó después el cadáver. Mientras tanto, Will regresa a su apartamento y acude al trabajo por la mañana y, cuando Wilcox y yo lo sorprendemos en su despacho, se inventa la historia de que ella se fue por la mañana.

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