Robert Crais - Los Ángeles requiem

Здесь есть возможность читать онлайн «Robert Crais - Los Ángeles requiem» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Триллер, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Los Ángeles requiem: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Los Ángeles requiem»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

A Joe Pike le parece imposible empezar de cero en la ciudad de Los Ángeles, donde los fantasmas del pasado se ocultan tras las luces de neón. Sus días como policía siguen ensombreciendo su presente e influyendo en su actividad como investigador privado. Su única relación estable es la que mantiene con su socio, Elvis Cole, un perspicaz detective con su propio pasado oscuro. Cuando una antigua amante de Pike aparece asesinada en las colinas de Hollywood, Joe y Elvis inician, a instancias del padre de la victima, una investigación paralela a la policía, lo que levantará las suspicacias de los antiguos compañeros de Pike y acabará por enturbiar el asunto hasta límites insospechados.

Los Ángeles requiem — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Los Ángeles requiem», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

– Ah, y otra cosa. ¿Te has enterado de que hemos encontrado muerto al vagabundo?

– ¿Deege?

– Sí, Deege. Qué tontería que os dijera que un cuatro por cuatro como el tuyo paró a Karen y que lo conducía un tío que se parecía a ti, ¿verdad?

Pike esperó.

– Alguien le retorció el pescuezo y lo tiró en un contenedor, en uno de esos callejones sin salida que hay debajo del lago.

Pike esperó.

– Unos adolescentes vieron un Jeep Cherokee rojo por allí, Joe. Estaba aparcado en la calle, esperando, la misma noche que mataron a Deege. Y también vieron al conductor. ¿A que no sabes a quién vieron al volante?

– A mí.

– La situación se pone cada vez más interesante.

Krantz contempló a Pike un momento más y después dio media vuelta y se alejó.

* * *

Un rato antes, un preso se había puesto a hacer ruidos de mono («uh, uh, uh») y Pike le había puesto de mote «la Mona Chita». Otro, que soltaba flatulencias sonoras, había tirado heces por entre los barrotes mientras gritaba: «¡Soy el Hombre Gas!».

Se los habían llevado, y Pike había apodado al celador de los brazos musculosos «el Maestro de Ceremonias».

Pike estaba de pie cuando el Maestro de Ceremonias hizo una seña mirando hacia el final del corredor. Los carceleros ya no utilizaban llaves. Las cerraduras se controlaban electrónicamente desde el puesto de seguridad al final de la galería, donde había dos agentes femeninas tras una mampara de vidrio blindado. Cuando el Maestro de Ceremonias les hizo un gesto, pulsaron un botón y se abrió la puerta de Pike con un chasquido seco. A él le pareció que sonaba como el seguro de un rifle.

El Maestro de Ceremonias entró en la celda con las esposas en la mano.

– Para el viaje no vamos a ponerte los grilletes, pero esto sí.

Pike le ofreció las muñecas.

– He visto cómo te entrenas aquí dentro -dijo el Maestro de Ceremonias mientras le colocaba las esposas-. ¿Cuántas flexiones haces?

– Mil.

– ¿Y cuántas colgado?

– Doscientas.

El carcelero soltó un gruñido. Era un hombre corpulento, de brazos y hombros muy desarrollados, y unos pectorales que tensaban tanto la camisa del uniforme que la tela parecía una segunda piel. Pocos prisioneros se habrían enfrentado a él, y muchos menos con esperanza de ganarle en caso de haberse atrevido.

Le ajustó las esposas, comprobó que estaban bien cerradas y dio un paso atrás.

– No sé si están siendo justos con esta historia de Dersh. Yo diría que fuiste tú, pero si algún capullo se cargara a mi novia yo también me olvidaría de esta placa. Eso es ser un hombre.

Pike no contestó.

– Sé que fuiste policía y me he enterado de todo lo que pasó cuando estabas en el cuerpo. A mí eso no me importa. Sólo quería decirte que has estado un par de días aquí en casa y que me alegro de haberte conocido. Me pareces un tío legal. Buena suerte.

– Gracias.

Las dos agentes les abrieron la puerta de la galería y salieron a un pasillo donde el Maestro de Ceremonias llevó a Pike por unas escaleras hasta la sala de espera de presos del sheriff, en el piso inferior. Allí había ya cinco reclusos más, encadenados a unas sillas de plástico especiales que estaban atornilladas al suelo: tres hispanos bajitos con tatuajes de bandas callejeras y dos negros, uno viejo y castigado por la vida y el otro más joven, al que le faltaban los incisivos. Tres ayudantes del sheriff armados con aturdidores y porras estaban hablando junto a la puerta. Control antimotines.

Cuando el Maestro de Ceremonias hizo pasar a Pike, el preso negro más joven lo miró de arriba abajo y dio un codazo al anciano, que no reaccionó. El joven tenía una complexión similar a Pike, con tatuajes de presidiario que casi no se veían en aquella piel tan oscura. En un lado del cuello tenía una cicatriz irregular de arma blanca.

El Maestro de Ceremonias encadenó a Pike a una silla y después pidió una tablilla con sujetapapeles a los ayudantes del sheriff .

Pike permaneció inmóvil, con la vista perdida al frente, pensando en Krantz y en lo que le había dicho. Delante de él estaba el preso de la cicatriz, que no le quitaba el ojo de encima. Pike oyó que el anciano le llamaba Rollins.

Un cuarto de hora más tarde desencadenaron a los seis reos y les hicieron formar en fila. Los llevaron al aparcamiento y los hicieron subir a una furgoneta gris del condado de Los Ángeles por la puerta trasera, mientras eran vigilados por dos ayudantes del sheriff armados con escopetas Mossberg. Un tercero, el conductor, estaba sentado al volante con el motor en marcha para que funcionara el aire acondicionado.

Dentro de la furgoneta, el compartimiento del conductor estaba separado de la parte posterior por la misma tela metálica gruesa que cubría las ventanas. El compartimiento trasero, donde viajaban los presos, tenía dos bancos, uno a cada lado, para que se sentaran frente a frente. Tenía capacidad para nueve personas, y al ser sólo seis los pasajeros disponían de espacio más que suficiente.

A medida que subían, un ayudante del sheriff llamado Montana iba tocándoles en el hombro e indicándoles que se sentaran a la derecha o a la izquierda. Uno de los mexicanos se equivocó, y el ayudante tuvo que subir para señalarle dónde tenía que sentarse, lo cual retrasó el proceso.

Rollins se colocó justo delante de Pike y lo miró sin disimulo.

Pike le devolvió la mirada.

El otro hizo una mueca con los labios para mostrar el enorme agujero donde debían de haber estado los incisivos.

– Qué bonito -comentó Pike.

El trayecto a la Prisión Central iba a durar unos doce minutos, con los habituales retrasos debidos al tráfico del centro de la ciudad. Cuando el último de los seis presos estuvo dentro y sentado, el ayudante Montana les advirtió a través de la malla:

– A ver. Nada de hablar, ni de moverse, ni estupideces por el estilo. El viaje es cortito, así que no me vengáis con que tenéis que mear.

Lo repitió en español y a continuación el conductor sacó la furgoneta del aparcamiento y se adentró en el tráfico.

Habían avanzado exactamente dos manzanas cuando Rollins se inclinó hacia Pike.

– Tú eres el ex policía, ¿verdad, capullo?

Pike lo miró simplemente, lo veía pero no le veía. Seguía pensando en Krantz y en el caso que poco a poco iba montándose en su contra. Estaba flotando, vagando, muy lejos, en otros lugares que no eran aquella furgoneta.

Rollins le dio un codazo al anciano negro, que ponía cara de querer estar en cualquier otro punto del planeta menos allí.

– Sí, es este capullo. Estas cosas las detecto enseguida. He oído lo que dicen de él.

Pike había arrestado a cien hombres como Clarence Rollins y se las había visto con quinientos más. A simple vista ya sabía que había pasado la mayor parte de su vida entre rejas. La cárcel era su casa. El mundo era un lugar que de vez en cuando visitaba en el viaje de regreso a casa.

– Eres todo un capullo ario, ¿eh, cabrón? Con esos ojitos tan claros… Voy a decirte una cosa, capullo, me importa una puta mierda que mataras a un cabronazo. Yo me he cargado a tantos que ni siquiera podrías contarlos, y no hay nada que me joda más que un poli de mierda como tú. Mira esto.

Se arremangó para mostrar a Pike un tatuaje de un corazón con «LAPD 187» escrito dentro. El 187 era el código de homicidios del Departamento de Policía de Los Ángeles.

– ¿Sabes qué quiere decir LAPD 187, capullo? Quiere decir que me gusta matar polis, capullo, ni más ni menos. Así que ándate con cuidado.

Rollins estaba preparando algo. Era tan previsible como ver un tren de mercancías tomar una curva, pero Pike no se molestó en prestarle atención. Se imaginaba que estaba en el bosque detrás de la casa en la que vivía de niño, oliendo las frescas hojas del verano y el barro del arroyo. Sentía el calor húmedo de Song Be, en Vietnam, cuando tenía dieciocho años, y oía la voz de su sargento que le gritaba en las colinas de matorrales secos de Camp Pendleton, una voz que había deseado con todas sus fuerzas que fuera la de su padre. Saboreaba el sudor sano y limpio de la primera mujer a la que había amado, una chica imponente que se llamaba Diane. Era de una familia bien que despreciaba a Joe y que la había obligado a dejar de verlo.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Los Ángeles requiem»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Los Ángeles requiem» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Robert Crais - L.A. Requiem
Robert Crais
Robert Crais - Free Fall
Robert Crais
Robert Crais - The sentry
Robert Crais
Robert Crais - The Watchman
Robert Crais
Robert Crais - El último detective
Robert Crais
Robert Crais - Sunset Express
Robert Crais
Robert Crais - Voodoo River
Robert Crais
Отзывы о книге «Los Ángeles requiem»

Обсуждение, отзывы о книге «Los Ángeles requiem» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x