– A mí nada me parece raro. La gente tiene sus motivos.
– He leído todo lo del lío que está pasando en Los Ángeles. Primero lo de Karen, y ahora Joe está acusado de asesinar a ese hombre. Me parece una vergüenza.
– ¿Conocía a Karen García?
– Es que Joe salía con ella por aquel entonces. Era una chica muy guapa, encantadora.
Volvió a mirar la hora y me pareció que tomaba una decisión.
– ¿Dice que Joe y usted son amigos?
– Sí. Tenemos la agencia de detectives a medias.
– ¿Usted también ha sido policía? -preguntó, como si quisiera hablar de Joe pero no supiera cómo abordar el tema.
– No, sólo soy detective privado.
Volvió a mirar de reojo la fotografía, como si se sintiera obligada a darme una explicación.
– Bueno, lo de Abel pasó hace ya mucho tiempo, señor Cole. Fue un accidente horrible, y estoy convencida de que nadie lo lamenta más que Joe.
– Tu hija lo lamenta más, mamá -intervino Evelyn Wozniak-. Resulta que ese tipo mató a mi padre.
Había entrado por la cocina con una gran caja de cartón.
– ¿Quieres que te eche una mano? -preguntó Paulette, súbitamente nerviosa.
La chica recorrió el salón y desapareció por el pasillo sin contestar.
– Para Evelyn fue muy difícil -explicó Paulette-. Ahora se viene a vivir aquí otra vez. El novio que acaba de dejarla se embolsó el dinero del alquiler y ahora ella se ha quedado sin piso. Los hombres que elige son todos de la misma calaña.
– ¿Estaba muy unida a su padre?
– Sí. Abel era un buen padre.
Me pregunté si estaría al corriente de la investigación de Krantz, si sabría lo de Reina y Uribe y los robos.
– Tengo que irme enseguida, de verdad. ¿Qué deseaba preguntarme?
– Me interesa saber qué pasó aquel día.
Paulette se puso tensa. No mucho, pero lo noté.
– ¿Por qué quiere saber eso?
– Porque creo que alguien está intentando culpar a Joe del asesinato de Eugene Dersh.
Movió la cabeza, pero seguía intranquila.
– No tengo ni idea, señor Cole. Mi marido no me contaba nada de su trabajo.
– El día que murió su marido, uno de sus confidentes le dijo adonde tenían que ir Joe y él a buscar a aquel hombre, DeVille. ¿Sabe quién les dio el soplo?
Paulette Renfro se levantó. Ya no parecía dispuesta a ayudar, más bien se la veía incómoda y recelosa.
– No, lo siento.
– ¿No le contaba esos detalles, o es que no se acuerda?
– No me gusta hablar de aquel día, señor Cole. No sé nada de todo eso ni del trabajo de mi marido. Nunca me contaba nada.
– Piénselo durante un momento, señora Renfro, por favor. Me sería muy útil que recordara un nombre.
– Estoy segura de que nunca llegué a saberlo.
En aquel momento su hija volvió a entrar en el salón, con cajas vacías y perchas.
– ¿Ya está todo? -preguntó Paulette Renfro.
– Voy a buscar las últimas cosas.
– ¿Necesitas dinero?
– No, ya tengo.
Evelyn Wozniak cruzó el salón y al salir cerró de nuevo de un portazo.
Su madre apretó las mandíbulas.
– ¿Tiene usted hijos, señor Cole?
– No.
– Qué suerte. Ahora sí que tengo que irme. Siento no haberle sido de más ayuda.
– ¿Puedo llamarla por teléfono si se me ocurre alguna otra pregunta?
– No creo que pueda ofrecerle ningún otro dato.
Me acompañó hasta la puerta y regresé al calor de la calle. No salió conmigo.
Evelyn estaba esperando junto a su Escarabajo. Se había puesto unas gafitas de sol, pero de todos modos la cegaba la luz. Me esperaba, pese al calor asfixiante. Las cajas y las perchas estaban en el coche.
– Mi madre no quiere hablar de mi padre, ¿verdad?
– No mucho.
– No le gusta hablar de aquel día. Lo poco que dice siempre es para defender a ese tío.
– ¿A Joe?
Evie miró los molinos, pero se encogió de hombros sin verlos.
– ¿Se lo imagina? Ese cabrón mata a su marido y ella sigue conservando esa foto de mierda. Yo de pequeña dibujaba encima. No sé cuántas veces habré roto ese portarretratos.
Permanecí en silencio y se volvió hacia mí.
– Usted es amigo suyo, ¿verdad? Ha venido hasta aquí para ayudarle.
– Sí.
– ¿Sabe que los de Asuntos Internos estaban investigando a mi padre?
– Sí. Lo sé.
– Ella intentó que no me enterase. Lo mismo que papi. -«Papi», como si aún tuviera diez años-. Vino gente a casa y le hicieron preguntas, y yo lo oí. Y también oí cómo ella le chillaba a mi padre luego. ¿Se imagina lo que es eso para una niña?
Pensé que sí, pero preferí callarme.
– Se niega a hablar de ello. No le importa hablar de cualquier tema, pero de eso no, justo lo más importante que me ha pasado. Por culpa de eso mi vida se convirtió en una puta mierda.
Estar allí plantado en aquel camino de cemento era como estar en una playa de arena blanca. Notaba un calor abrasador en las suelas de los pies, a pesar de los zapatos. Quería moverme, pero ella parecía a punto de decir algo que no le resultaba nada fácil, y pensé que podría echarse atrás si me movía.
– Quiero decirle algo, a usted que es amigo suyo. Ese hombre mató a mi padre. Fue como si mi mundo se acabara, yo quería a mi padre con todas mis fuerzas, y nada me gustaría más que hacerle daño al monstruo asqueroso que me lo arrebató.
Pike.
– Aunque ahora que lo pienso, sí hay algo que me gustaría más.
Esperé.
– Ella tiene todas las cosas de papi en cajas, en un guardamuebles.
– ¿Sabe dónde?
– Tendría que enterarme. No sé si habrá algo que pueda ayudarle, pero usted quiere descubrir qué pasó entonces, ¿no?
Le contesté que sí, pero que también buscaba otras cosas.
– Intento ayudar a Joe Pike. No quiero engañarla, Evelyn.
– Me da igual. Yo sólo quiero averiguar la verdad sobre mi padre.
– ¿Y si descubro algo malo?
– También quiero saberlo. Supongo que en el fondo me imagino que hay algo malo, pero sólo quiero saber por qué murió. Me he pasado toda la vida deseando saberlo. A lo mejor por eso estoy tan jodida.
No supe qué decir.
– No creo que fuera un accidente. Me parece que su amigo le asesinó.
Exactamente lo que había imaginado Krantz.
– Si le ayudo y lo descubre, ¿me lo dirá?
– Si quiere saberlo, se lo diré.
– ¿Me contará la verdad, sea lo que sea?
– Si así lo desea…
Se sonó la nariz.
– Compréndalo: sólo podré seguir adelante cuando lo sepa todo.
Nos quedamos allí unos instantes y la abracé. Habíamos estado tanto rato al sol que cuando le toqué la espalda tuve la impresión de estar agarrando un ascua.
Miré los molinos que cubrían la llanura desértica y que giraban gracias a aquel viento eterno.
Evie Wozniak se apartó y volvió a sonarse.
– Qué absurdo. Ni siquiera le conozco y me pongo a contarle todos mis secretos.
– A veces es lo que funciona.
– Sí. Será mejor que me dé su teléfono.
Saqué una tarjeta.
– Le llamaré.
– Muy bien.
– No se lo diga a ella, ¿vale? Si se entera, no le permitirá ir.
– No se lo diré.
– Será nuestro secretito.
– Exacto, Evie. Nuestro secretito.
Subí al coche y bajé de la montaña. Palm Springs quedaba lejos en la distancia, centelleante al sol como si fuera un lugar inexistente.
* * *
Un hombre de acción
La celda medía poco más de un metro de ancho, dos y medio de largo y otros dos y medio de alto. Del muro de cemento sobresalían un váter sin tapa y un lavamanos, como bocios de cerámica, casi ocultos tras el único catre. En el techo había un fluorescente protegido por rejillas de acero para que los suicidas no pudieran electrocutarse. El colchón era de un material de rayón especial que no podía cortarse ni rasgarse, y el somier de tela metálica estaba soldado a la estructura de la litera. No había tornillos ni pernos ni forma alguna de desmontar nada. El hecho de que sólo hubiera una litera convertía aquella celda en la suite presidencial de la cárcel de Parker Center, reservada para famosos de Hollywood, periodistas y ex agentes de policía que habían acabado al otro lado de los barrotes.
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