– En resumen: que Wozniak era un policía corrupto.
– Exacto.
– Me está diciendo que el compañero de Joe Pike estaba metido en una banda de rateros.
Lo solté como si lo hubiera oído mal y quisiera que me lo repitiera para estar seguro.
– Bueno, no habíamos llegado a un punto de la investigación en el que pudiéramos montar un caso y arrestarle, pero estaba implicado, eso seguro. Después de su muerte habríamos podido seguir, pero decidí dejarlo. Tenía familia, mujer e hijos, y no había por qué hacerles pasar por eso. Krantz se puso furioso. Quería continuar y cargarse a Pike.
– ¿Porque le había humillado?
McConnell iba a beber otro sorbo de cerveza, pero se detuvo y me observó.
– No, en absoluto. Harvey creía que Pike estaba metido hasta el cuello.
A veces oyes cosas que nunca habrías querido oír, cosas tan ajenas a tu experiencia, tan descabelladas, que te parece que te has despertado por la mañana dentro de una novela de Stephen King.
– No me lo creo.
Se encogió de hombros.
– Bueno, casi todo el mundo opinaba como usted, que Krantz tenía muchas ganas de pillar a Pike porque le había hecho cagarse encima, pero él me dijo que tenía el convencimiento de que Pike estaba involucrado. No tenía ninguna prueba, pero le parecía imposible que no lo estuviera, pues los dos iban juntos de patrulla todos los días. Le contesté que si hubiera pasado más tiempo en un coche patrullando, haciendo realmente trabajo de policía en lugar de estar todo el día haciendo todo lo posible para ascender, lo sabría. Es como estar casado. Puedes pasarte toda la vida con alguien y no llegar a conocerle.
Miró en dirección al campo. La furgoneta se había detenido junto al centro de control de los aspersores. Los dos mexicanos mayores ya se habían puesto a trabajar, pero el joven se encontraba en medio de la hierba, saltando, moviendo los brazos arriba y abajo.
McConnell se levantó de la mesa.
– ¿Pero qué cojones está haciendo ese idiota?
McConnell gritó algo en español, pero los hombres no le oían. La chica volvió a asomarse a la puerta para saber por qué gritaba. Parecía tan desconcertada como McConnell. Este rebuscó en los bolsillos para sacar las llaves del Cadillac.
– Hijo de puta. Voy a tener que acercarme.
– Señor McConnell, sólo necesito un par de minutos más. Si no había ninguna prueba, ¿por qué creía Krantz que Pike estaba involucrado? ¿Sólo porque salían de patrulla en el mismo coche?
– Harvey no se creía la historia de Pike sobre lo que había pasado en aquella habitación de motel. Creía que se habían peleado por lo de la investigación y que quizá Pike se había acojonado pensando que Wozniak iba a entregarle para hacer un trato. Eso era lo que intentaba Krantz, ¿comprende? Enfrentarlos. Estaba convencido de que Pike había asesinado a Wozniak para cerrarle la boca de una vez por todas.
– ¿Y usted cree que es verdad?
– Bueno, en mi opinión no llegamos a descubrir lo que realmente había sucedido en aquella habitación. Wozniak se cabreó con DeVille y le noqueó. Sabemos que fue así porque DeVille y Pike contaron la misma historia, pero después de que DeVille perdiera el conocimiento sólo sabemos lo que nos contó Pike, y algunas cosas no tenían sentido. No tiene sentido que un tío como él, joven, fuerte y recién salido de los marines, que sabía kárate y todas esas cosas, tuviera tantos problemas para calmar a Wozniak. Krantz creía que Pike nos contestaba con evasivas, y quizá fuera cierto, pero ¿qué íbamos a hacer? No teníamos caso.
No me gustó en absoluto escuchar todo aquello. Estaba empezando a irritarme y me molestaba que McConnell se distrajera con sus trabajadores. Los otros dos hombres se habían unido a su compañero bajo la lluvia artificial y estaban dando brincos con él.
– Esto se está saliendo de madre -dijo McConnell.
– ¿Cree que Krantz tenía razón?
Volvió a gritar algo en español, pero seguían sin oírle.
Rodeé la mesa y me puse delante de él para que tuviera que mirarme y no se distrajera.
– ¿Tenía razón Krantz?
– Krantz no descubrió ninguna prueba. Me pareció que con una tragedia ya era suficiente, así que le ordené que dejara el caso en paz. Eso fue lo que pasó. Mire, siento no ser de ayuda, pero tengo que ir a ver qué pasa. Esos gilipollas me salen muy caros.
Hizo ademán de esquivarme, pero le agarré la muñeca, se la retorcí y le arrebaté la pistola. Lo pillé por sorpresa. Todo pasó en una décima de segundo.
McConnell abrió mucho los ojos y se quedó quieto como una estatua.
– ¿Y qué hay de esos dos rateros? ¿Cree que alguno de los dos le tendió una trampa?
– Wozniak les importaba un comino. Reina volvió rápidamente a Tijuana porque se había metido en un lío con un camello. Uribe murió de un disparo en una gasolinera durante una pelea.
– Según el expediente de Wozniak, recibió amonestaciones en cinco ocasiones distintas y dos veces lo suspendieron por uso excesivo de la fuerza. Siete quejas, y en cinco de ellas los que se quejaban eran pedófilos o proxenetas de niños. ¿Sabemos quién fue el soplón que le dijo lo de DeVille?
Los ojos de McConnell se dirigieron a la pistola y luego volvieron a mirarme.
– No. Wozniak debía de tener varios colaboradores. Por eso era tan buen agente de patrulla.
– ¿Cómo podría averiguarlo?
– En las comisarías de distrito tienen listas de confidentes registrados. La necesitan para proteger a los agentes, pero no sé si en Rampart tendrán todavía la de Wozniak, porque todo eso ocurrió hace mucho.
McConnell volvió a mirar hacia los campos.
– Joder, pegúeme un tiro o deje que me ocupe del negocio. Mire cuánta agua están desperdiciando.
Observé la pistola y se la devolví. Me di cuenta de que me estaba ruborizando.
– Lo siento. No sé por qué lo he hecho.
– A la mierda.
Se encaminó al coche sin añadir palabra. Al llegar a la puerta se volvió, pero ya no parecía enfadado sino triste.
– Sé qué es eso de que el compañero de uno se meta en un lío. Pero yo nunca me creí que Pike estuviera metido en robos, ni que se hubiera cargado a Wozniak. Si lo hubiera creído, habría seguido con la investigación.
– Gracias, señor McConnell. Lo siento.
Se dirigió a toda pastilla a los campos en el Cadillac.
Yo volví a mi coche, enfundé la pistola y me quedé allí sentado, meditando. El olor del abono era más intenso. En torno a los hombres, que seguían bailando, flotaba un arco iris producido por los aspersores. El Cadillac frenó de golpe tras la furgoneta y de él bajó McConnell, cabreado y gritando. Los tres hombres dejaron de saltar y volvieron al trabajo. McConnell cerró la llave del agua.
Allí sentado, releí el informe de la policía sobre el incidente y encontré la referencia: «Actuando según información recibida de una fuente anónima, los agentes Wozniak y Pike entraron en la habitación 205 del motel Islander Palms».
No hacía más que darle vueltas al asunto, pensando en la fuente anónima y en lo que sabría. Seguramente no podría decirme nada pero, para alguien que tenía las manos vacías como yo, una posibilidad remota empezaba a resultar algo muy atractivo.
Repasé otra vez todas mis notas y vi el nombre de la viuda de Wozniak: Paulette Renfro.
Quizás hablaba del trabajo con su mujer, o quizás ella sabía algo del confidente. A lo mejor tenía información sobre Harvey Krantz y sobre cómo había desaparecido el expediente de Leonard DeVille.
Hay que relacionar las cosas.
Arranqué, giré describiendo una gran circunferencia y me dirigí a la autopista.
Atrás quedaba la marihuana, que ya había empezado a cocerse al sol de la tarde. Del suelo salía un vapor que era como la niebla del infierno.
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