Robert Crais - Los Ángeles requiem

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A Joe Pike le parece imposible empezar de cero en la ciudad de Los Ángeles, donde los fantasmas del pasado se ocultan tras las luces de neón. Sus días como policía siguen ensombreciendo su presente e influyendo en su actividad como investigador privado. Su única relación estable es la que mantiene con su socio, Elvis Cole, un perspicaz detective con su propio pasado oscuro. Cuando una antigua amante de Pike aparece asesinada en las colinas de Hollywood, Joe y Elvis inician, a instancias del padre de la victima, una investigación paralela a la policía, lo que levantará las suspicacias de los antiguos compañeros de Pike y acabará por enturbiar el asunto hasta límites insospechados.

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Volver al día siguiente había tenido su recompensa.

Capítulo 8

Parker Center era un edificio blanco de ocho plantas situado en el centro de Los Ángeles, a pocas manzanas del Los Ángeles Times y de una docena de bares. Se trataba de garitos pequeños a los que iban muchos policías tras el cambio de turno, mientras que los periodistas eran clientela habitual durante todo el día. En el lateral del edificio había unas letras que decían «Departamento de Policía, ciudad de Los Ángeles», pero eran pequeñas, y el letrero quedaba tapado por tres palmeras raquíticas, como si les diera vergüenza.

El guardia del vestíbulo me dio un pase de visitante para que me lo colgara de la solapa y llamó a Robos y Homicidios. Cuatro minutos después se abrieron las puertas del ascensor. Stan Watts me miró desde dentro como si tuviera legañas.

– Eh, Stan, ¿qué tal?

Ni caso.

– Mira, no tenemos por qué empezar con mal pie.

Apretó el botón del quinto piso.

Cuando llegamos, me acompañó hasta una gran sala bien iluminada en cuyo centro había un largo rectángulo de cubículos ocupados por hombres que llevaban al menos quince años detrás de una placa dorada. Casi todos estaban al teléfono y algunos escribían en el ordenador, y prácticamente todos parecían a gusto con su trabajo. Krantz estaba hablando con un tío muy gordo al lado de la máquina de café. Williams, apoyado en una mesa, se reía de algo. Nadie habría dicho que doce horas antes estaban apartando moscardas del cadáver de una chica.

Krantz frunció el ceño al verme.

– ¡Dolan! -gritó-. Ya tienes aquí a tu chico.

La única mujer sentada a una mesa estaba sola en un rincón, garabateando algo en una libreta de papel amarillo. La metió en un cajón al oír a Krantz, lo cerró con llave y se levantó. Era alta y parecía fuerte, como si se dedicara a remar o trabajara con caballos. En la sala había más mujeres, pero por su actitud se adivinaba que no eran inspectoras. Ella sí. Me dije que en su lugar yo también cerraría mis cajones con llave.

Dolan miró a Krantz como si el inspector fuera a hacerle una citología vaginal, y a mí con más dureza aún.

– Dolan, éste es Cole -me presentó Krantz cuando ella se acercó-. Cole, ésta es Samantha Dolan. Te toca con ella.

Samantha Dolan llevaba un elegante traje pantalón de color gris con un camafeo, y el pelo, de un rubio oscuro, bastante corto, aunque femenino. Le eché cuarenta y pocos años y enseguida la reconocí por los reportajes, las entrevistas y las muchas veces que la había visto por televisión.

– Encantado de conocerla, Dolan. Me gustó su serie.

Hacía seis años, la CBS había hecho una serie de televisión sobre ella basada en un caso en el que casi había muerto al apresar a un violador múltiple. La serie había durado media temporada y no había sido ninguna maravilla, pero durante algún tiempo había servido para convertirla en la policía más famosa de Los Ángeles desde Joe Wambaugh. Los Ángeles Times había publicado un artículo sobre ella en el que se centraba en su porcentaje de casos resueltos, que era el más alto que había conseguido jamás una mujer y el tercero de la historia del cuerpo. Recordaba que sentí admiración, pero entonces me di cuenta de que no había oído nada de ella desde que leí aquel artículo.

Samantha Dolan frunció aún más el entrecejo.

– ¿Le gustó aquella serie de televisión que hicieron sobre mí?

– Sí. -Sonreí con aire simpático.

– Pues era una mierda.

Siempre me doy cuenta si les caigo bien a las mujeres.

Krantz miró el reloj.

– Vamos a ponerte al día en la sala de reuniones para que nadie pierda el tiempo. Piensa en eso, Cole. Puede que ahora mismo el asesino esté escapándose porque uno de nuestros inspectores está preocupándose por ti en lugar de seguir una pista.

– Eres un encanto, Krantz.

– Ya. Baja con él, Dolan. Yo voy enseguida.

Dolan me acompañó hasta una sala de reuniones no muy grande en la que ya estaban esperando Watts y Williams, con un inspector alto y delgado llamado Bruly y otro hispano llamado Salerno. El primero le susurró algo al oído al segundo cuando entramos, y Salerno sonrió. Dolan se sentó sin presentarme ni decir nada a nadie. Supuse que tampoco ellos le caían bien.

– Este es Elvis Cole -empezó Williams-. Representa a la familia. No va a quitarnos el ojo de encima por si jodemos la investigación.

– Yo ya les he hablado de ti, Williams -repliqué, para ver si conseguía conquistarles con humor.

– ¿Se meten mucho contigo? Con ese nombre… -dijo Salerno.

– ¿Qué nombre? ¿Cole?

Se rió. A eso me refería con lo del humor.

Krantz entró como una exhalación con una taza de café y una tablilla con sujetapapeles.

– A ver, ¿queréis seguir perdiendo el tiempo o preferís acabar con toda esta mierda?

A Salerno se le cortó la sonrisa.

Krantz bebió un poco de café mientras leía un papel de la tablilla y dijo:

– Esto es lo que hay: Karen García fue asesinada aproximadamente a las diez de la mañana del sábado por un desconocido o desconocidos en el embalse de Lake Hollywood. Hemos recuperado su coche, que estaba en un aparcamiento en Barham Boulevard, y lo hemos llevado al depósito. Creemos que el agresor disparó un tiro con una pistola de pequeño calibre a escasa distancia. Dos tíos que iban de excursión descubrieron el cadáver al día siguiente. Tenemos sus interrogatorios iniciales. También estamos interrogando a otra gente que estuvo en el lago el sábado, o que vive cerca, y a personas relacionadas con la víctima. Nos están ayudando inspectores de los distritos de Rampart, Hollywood, West LA y Wilshire. De momento no tenemos sospechosos.

Krantz parecía Jack Webb.

– ¿Ya está?

Bajó la mandíbula, molesto conmigo.

– Sólo hace veinte horas que ha empezado la investigación. ¿Qué más quieres?

– No era una crítica.

Saqué dos hojas que había escrito y las pasé por encima de la mesa. Krantz ni las tocó.

– Esto es todo lo que me contó Frank García sobre las actividades de su hija el sábado, además de todo lo que descubrí mientras intentaba encontrarla. Me ha parecido que podría ser de ayuda. Pike y yo hablamos con unos chicos en un Jungle Juice que sabían lo que solía hacer Karen. Ahí están sus nombres.

– Ya hemos hablado con ellos, Cole. Nos hemos movido. Díselo al padre de la víctima. -Estaba increíblemente enfadado.

– Encontramos a un vagabundo más abajo del lago que se llama Edward Deege y que dice que vio cómo un cuatro por cuatro rojo o marrón se acercó a una chica que iba corriendo. Es un tipo raro, pero a lo mejor queréis interrogarle.

Krantz miró el reloj de mal talante, como si estuviéramos perdiendo más tiempo del permitido. Tres minutos.

– Pike ya nos contó todo esto anoche, Cole. Estamos en ello. A ver, ¿hay algo más?

– Sí, tengo que asistir a la autopsia.

Krantz y Watts levantaron las cejas a la vez y se miraron. El primero me sonrió.

– Supongo que estás de coña, ¿no? ¿Es que su padre quiere fotos?

– Es como cuando me pidió que fuera al lago. Quiere que haya alguien presente.

– Dios mío.

Watts carraspeó.

– Los del condado andan con un atraso enorme. Tienen los cadáveres amontonados, esperando dos o tres semanas. Estamos intentando colarnos, pero no sé.

Krantz y Watts intercambiaron otra mirada, y el primero se encogió de hombros.

– No sé cuándo va a ser la autopsia, ni si puedes estar presente. Tengo que averiguarlo.

– Vale. Quiero ver copias de cualquier declaración de testigos y del informe del criminólogo.

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