Robert Crais - Los Ángeles requiem

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A Joe Pike le parece imposible empezar de cero en la ciudad de Los Ángeles, donde los fantasmas del pasado se ocultan tras las luces de neón. Sus días como policía siguen ensombreciendo su presente e influyendo en su actividad como investigador privado. Su única relación estable es la que mantiene con su socio, Elvis Cole, un perspicaz detective con su propio pasado oscuro. Cuando una antigua amante de Pike aparece asesinada en las colinas de Hollywood, Joe y Elvis inician, a instancias del padre de la victima, una investigación paralela a la policía, lo que levantará las suspicacias de los antiguos compañeros de Pike y acabará por enturbiar el asunto hasta límites insospechados.

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Hizo un esfuerzo por dejar de pensar en la buena suerte de los demás y siguió andando por el sendero hasta llegar al pequeño claro en el que había sido asesinada la víctima. El viento había cesado durante la noche, las ramas de los árboles no se movían y el lago era una gran piscina de cristal. Todo estaba tranquilo como un cementerio.

John dejó en el suelo la caja de recogida de pruebas (que parecía como de pesca, pero pesaba más) y se inclinó en el borde del acantilado para ver el lugar en el que había estado el cadáver. Había tomado fotografías de la zona el día anterior antes de que se llevaran el cuerpo y había recogido una muestra de la sangre de la víctima que había goteado sobre un lecho de hojas de olivo. En aquel lugar había desde entonces un trocito de alambre con una bandera blanca. También había tratado de aislar e identificar las diversas huellas que había en torno al cadáver, y consideraba que había hecho un buen trabajo al separar las de los dos hombres que la habían encontrado (los dos llevaban botas de montaña con suela de tacos; una era seguramente Náutica, la otra tal vez Red Wing) y las de los policías y el forense que se habían paseado por la zona como si tal cosa. Se suponía que el forense tenía que prestar atención al entorno, pero en realidad no se había fijado en nada más que en el fiambre. En cambio, Chen había marcado y medido diligentemente todas las huellas de calzado y las había señalado en un diagrama de la zona, lo mismo que el cadáver, los restos de sangre, una bolsa de patatas fritas y tres colillas (que estaba seguro de que eran irrelevantes) y todos los detalles topográficos necesarios. Las medidas y la confección del diagrama le habían llevado mucho tiempo, y cuando por fin había llegado hasta allí arriba, donde se había producido el disparo, sólo había tenido tiempo de anotar las marcas dejadas en el terreno y la vegetación rota por la caída de la víctima. En aquel momento había decidido que era mejor dejar la tarea y se había ofrecido a los inspectores para volver al día siguiente. Como mínimo, ese regreso podría sumar puntos a su favor a la hora de los ascensos y acercarle mucho más al coche que le iba a servir para ligar tanto.

Desde lo alto del barranco, John Chen se imaginó a la víctima junto al agua, donde la había visto por primera vez, y después se concentró en el sendero. El borde del precipicio se había derrumbado en la parte por la que había caído la chica y, dando un paso atrás, se veía una rozadura resplandeciente en el margen del sendero. Seguramente la víctima había recibido la bala allí arriba, había arrastrado el pie izquierdo al desmoronarse y el borde del barranco había cedido cuando había caído hacia el lago. Vio algo blanco en el margen del sendero, junto a la rozadura. Era un pedazo triangular de plástico blanco, quizá de medio centímetro de lado, manchado de una sustancia pegajosa de color gris. No debía de ser nada de importancia (no lo era la mayoría de lo que se encontraba en la escena de un crimen), pero sacó un alambre de la caja, marcó el plástico y lo señaló en el diagrama.

Una vez hecho eso, volvió a concentrarse en el sendero. Sabía dónde había estado la víctima, pero ¿y el asesino? A juzgar por la herida, Chen creía que había estado justo delante de ella, en el sendero. Se puso en cuclillas para intentar calcular desde qué lugar exacto había disparado, pero no lo consiguió. Cuando la descubrieron, la policía acordonó la zona y cuando llegó Chen había pasado por allí una enorme cantidad de paseantes y de deportistas que prácticamente habían arrasado con todo. Sin dejar de mirar el sendero, Chen suspiró y sacudió la cabeza decepcionado. Había confiado en encontrar una huella, pero no había nada. De poco le había servido regresar al día siguiente. Pocos puntos había conseguido de cara al ascenso y al Porsche que tantos polvos iba a conseguirle.

John Chen oía el viento mientras se planteaba cuál sería el siguiente paso cuando oyó una voz a sus espaldas.

– Hazte a un lado.

Pegó un respingo, dio un traspié y se le cayó el diagrama entre la maleza.

– Mejor no dejar más huellas en el sendero -añadió el hombre, que estaba fuera del sendero, en la maleza, y Chen se sorprendió al pensar que había llegado hasta allí sin que él le oyera. Era casi tan alto como él, pero con el cuerpo cubierto de músculos. Llevaba gafas de sol y el pelo corto, al estilo militar. A Chen le entraba un miedo mortal sólo de verle. Pensaba que podía ser perfectamente el asesino, que había vuelto para cargarse a otra persona. Parecía el asesino. Parecía un psicópata de los que les gusta apretar el gatillo, y aquellos dos agentes idiotas aún debían de estar dándose el lote. Ella le estaría chupando el cuello a su compañero y dejándole moratones como campos de fútbol.

– Esta zona ha sido precintada por la policía. No debería estar aquí.

– Vamos a ver. -El hombre estiró la mano y Chen se dio cuenta de que se refería al diagrama. Se lo entregó. Ni se le ocurrió que podía negarse.

– ¿Dónde está el asesino? -Fue lo primero que preguntó. Chen sintió que le subían los colores.

– No consigo localizarle. No está nada claro -contestó con una voz plañidera, lo que hizo que se sintiera aún más avergonzado-. Los policías están un poco más arriba. Van a bajar en cualquier momento.

El hombre analizó el diagrama como si no le oyera. Chen consideró la idea de salir corriendo.

Le devolvió el papel y repitió:

– Sal del sendero, John.

– ¿Cómo sabe cómo me llamo?

– Está en el impreso.

– Ah. -Chen se sentía tan avergonzado como un niño de cinco años. Estaba seguro de que no iba a conseguir jamás aquel Porsche-. ¿Tiene algún motivo para estar aquí? ¿Quién es usted?

El desconocido se agachó y acercó la cara al sendero. Se quedó mirando la rozadura durante un rato y después subió un poco y se tumbó algo más arriba boca abajo, como si fuera a hacer flexiones de brazos. Se quedó en aquella postura sin esfuerzo y Chen pensó que debía de ser muy fuerte. Peor aún, debía de tener a su disposición a todas las tías que quisiera. Estaba pensando que quizá debería apuntarse a un gimnasio (estaba claro que aquel intruso no salía del suyo muy a menudo) cuando el hombre se colocó a un lado del sendero y se puso a mirar la maleza.

– ¿Qué está buscando? -preguntó John.

No le contestó, pero fue dando la vuelta pacientemente a hojas y ramitas y levantó la hiedra. John dio un paso hacia él, pero el hombre alzó un dedo que decía: «No te acerques».

John se quedó petrificado.

El hombre siguió analizando el terreno, cada vez en una zona mayor. John no se movió. Se quedó allí helado, pensando si debía pedir auxilio, pero descartó la idea al pensar que aquellos dos agentes del coche patrulla debían de estar tan ocupados dándose besos y lametazos que no le oirían gritar.

– La caja de recogida de pruebas -ordenó el hombre.

John la recogió y avanzó hacia él. El hombre volvió a levantar el dedo y le señaló una larga ruta en forma de media luna que le permitía evitar el sendero.

– Por ahí.

John se metió por entre la maleza por donde le había dicho el hombre, y se hizo dos sietes en los pantalones y mil rasguños que no le hicieron ninguna gracia.

– Aquí -le indicó el hombre cuando hubo llegado.

Había un casquillo de bala del 22 debajo de una hoja de olivo.

– ¡Hostia puta! -exclamó John. Se quedó mirando al hombre, que parecía observarle también, aunque era difícil saberlo con certeza debido a las gafas de sol-. ¿Cómo ha encontrado esto?

– Márcalo.

El hombre volvió al sendero y se puso en cuclillas. John clavó un alambre en el suelo junto al casquillo y fue a toda prisa hacia el hombre, que le señaló otra cosa.

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