El gato estaba esperando junto al recipiente del agua, que estaba vacío. Dejé la comida en la encimera, llené el cuenco de agua y me senté en el suelo a verle beber. Era grande, de color negro, con manchas grises en todas las cicatrices que tenía en la cabeza y el lomo. Al principio de tenerlo me miraba cuando bebía, pero había dejado de hacerlo, y ronroneaba cuando yo lo tocaba. Eramos como de la familia.
Cuando hube guardado la comida en su sitio me preparé una bebida, que casi apuré de un trago, subí a la buhardilla y me di una ducha. Y después otra. Dejé correr el agua hasta que se acabó la caliente, pero no conseguí deshacerme del olor a cadáver, y ni siquiera el torrente de agua podía acallar el zumbido de las moscardas. Me puse unos pantalones de algodón anchos y bajé las escaleras, descalzo y sin camisa.
Lucy estaba en la cocina, mirando la verdura que había dejado en el fregadero.
– Hola.
– Hola. -Miró el vaso vacío sin expresión alguna-. ¿Qué bebes?
– Sapphire con tónica.
– Ponme una. ¿Qué vamos a hacer?
– Tenía la esperanza de que me enseñaras a preparar gambas al estilo sureño.
Entonces su cara se iluminó con una media sonrisa.
– Muy buena idea.
– ¿Y Ben?
– Afuera, en el porche. Hemos alquilado un vídeo para que lo vea mientras preparamos la cena.
– Vuelvo dentro de cinco minutos.
– No hay prisa.
Su sonrisa alejó un poco más a las moscardas.
Ben estaba en el porche trasero, subido a la baranda y buscando los ciervos de cola negra que se pasean por las praderas que hay entre los olivos, ladera abajo. Allí, en medio de una ciudad de catorce millones de habitantes, teníamos ciervos, coyotes, codornices y halcones de cola roja. Una vez incluso vi a un lince rojo en el porche.
Salí y me apoyé en la baranda con él, mirando la cuesta. No vi más que sombras.
– Dice mamá que han asesinado a la señora que has ido a buscar.
– Es verdad.
– Lo siento.
Le noté apenado. A los nueve años.
– Y yo, chaval. -Y le sonreí, porque los niños de nueve años no tienen que estar apenados-. ¿Qué, cuándo te vas al campamento?
A Lucy y a Ben les gustaba mucho jugar al tenis, y el niño iba a ir a un campamento especializado en ese deporte.
– Dentro de un par de días -contestó, colgándose más de la baranda.
– No parece que te haga mucha gracia.
– Te hacen montar a caballo. Seguro que huele a caca.
Qué dura es la vida cuando el mundo huele a caca.
Una vez dentro, le dejé delante del vídeo y volví a la cocina con Lucy.
– Dice que el campamento debe de oler a caca de caballo.
– Sí. Es verdad, pero es una oportunidad de conocer a tres chicos que van a ir al nuevo colegio.
– ¿Se te ha escapado algún detalle?
– No. Soy su madre.
Asentí.
– Además, así podremos estar solos dos semanas.
– Las madres estáis en todo.
Tardamos aproximadamente una hora en preparar las gambas. Las pelamos, doramos la verdura en aceite de colza y añadimos tomate y ajo. Me serenó meterme en una actividad manual, y también hablarle a Lucy de Frank, de Joe y de Karen García. La cocina es una buena terapia.
– Ahora viene lo importante -me advirtió Lucy-. Presta mucha atención.
– Vale.
Me agarró la cabeza con ambas manos, me la acercó a la suya, rozó sus labios con los míos y los dejó allí.
– ¿Qué? ¿Mejor?
Levanté la mano. Entrelazó sus dedos con los míos y los besé.
– Mejor.
Estábamos esperando que se hiciera el arroz cuando entró Joe Pike. No lo esperaba, pero presentarse sin avisar era algo muy suyo. Lucy dejó el vaso y fue a darle un buen abrazo.
– Ya sé que la conocías, Joe. Lo siento mucho.
A su lado, Joe parecía un gigante, como una especie de golem inmenso oculto entre las sombras incluso en una habitación bien iluminada como mi cocina.
– ¡Eh, Joe! -gritó Ben-. ¡Tengo Men in Black ! ¿Quieres verla?
– Ahora no me va bien, mocetón -se excusó. Me miró antes de continuar-. Montoya ha hecho un trato con Bishop. Podemos presentarnos en Robos y Homicidios en Parker Center mañana por la mañana. Nos asignarán un agente de enlace y nos pondrán al día.
– Muy bien.
– Nos darán copias de todos los informes, las transcripciones y las declaraciones de los testigos.
Estaba dándome la información, pero podía haberlo hecho por teléfono. No me quedaba muy claro por qué había venido.
– ¿Y qué más? -le pregunté.
– ¿Puedo contarte algo?
– Sí, claro.
Lucy y yo salimos tras Joe al porche. De repente apareció el gato y empezó a frotarse contra las piernas de Joe, la única persona además de mí que puede tocarlo.
– ¿Qué tal está Frank?
– Borracho.
No dijo nada más. Levantó al gato y lo acarició. Lucy me tomó del brazo y se apoyó contra mí, mirándole. Le miraba a menudo, y siempre me preguntaba qué debía de pensar.
– Los García son amigos míos, no tuyos -dijo por fin-, pero ahora vas a tener que aguantar la presión de la policía.
– ¿Lo dices por Krantz?
– No sólo por Krantz. Vamos a tener que vérnoslas con Parker Center. Y yo no me veo capaz.
Se refería al cuerpo de policía de Los Ángeles en su totalidad.
– Ya me lo imaginaba, Joe. No pasa nada.
– ¿Qué quieres decir con eso de véroslas con Parker Center? -preguntó Lucy.
– No voy a aceptar ningún dinero de Frank -continuó Joe-, pero no puedo esperar de ti que hagas lo mismo.
– Eso da igual.
Miró al gato y me di cuenta de que se sentía violento.
– No, no da igual. Quiero pagarte tus servicios.
– Joder, Joe. ¿Cómo se te ocurre siquiera decirme eso? -Yo también me sentía violento.
– ¿Por qué no hacemos como si yo hubiera hecho una pregunta? -terció Lucy.
– Parker Center es la sede del Departamento de Policía de Los Ángeles -contesté, sólo para cambiar de tema-. Los policías con los que tenemos que tratar, los de Robos y Homicidios, tienen el despacho en ese edificio. Tengo que ir mañana para que me informen de la investigación. No pasa nada.
– Pero ¿por qué no quieren cooperar con Joe? -No quería darle más importancia de la que tenía, sólo sentía curiosidad. Me entraron ganas de que no hubiera salido con nosotros.
– Joe y la policía de Los Ángeles no se llevan bien. No le dirían nada.
Lucy me sonrió, seguía sin comprender.
– Ya, pero ¿por qué iban a hacer eso?
Joe dejó el gato en el suelo y la miró.
– Porque maté a mi compañero de patrulla.
– Ah.
Las gafas de sol siguieron mirando a Lucy durante un rato, y después Joe se fue. Había cesado el viento, y el humo estaba suspendido encima del cañón como un telón que desdibujaba las luces que brillaban a nuestros pies.
Lucy se mojó los labios y bebió otro sorbo.
– No tendría que haber insistido.
Entramos y nos comimos las gambas sureñas, pero nadie dijo demasiado.
No hay nada como la muerte para acabar con la conversación.
* * *
Noche de caza
Edward Deege, carpintero, ciudadano del mundo libre y admirador de Dave Matthews, esperó entre las acacias silvestres que cubrían la montaña por encima de Lake Hollywood hasta que el crepúsculo inundó todo el cielo y la cuenca del lago se quedó en penumbra, entre la luz morada. Las sombras le servirían para ocultarse de la policía.
Les había visto trabajar en torno al cadáver durante casi todo el día, hasta que la falta de luz les obligó a dejarlo. Atrás habían quedado dos agentes de patrulla para vigilar, un hombre y una mujer, aunque parecían más interesados el uno en la otra que en recorrer el perímetro acordonado.
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