Robert Crais - Los Ángeles requiem

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A Joe Pike le parece imposible empezar de cero en la ciudad de Los Ángeles, donde los fantasmas del pasado se ocultan tras las luces de neón. Sus días como policía siguen ensombreciendo su presente e influyendo en su actividad como investigador privado. Su única relación estable es la que mantiene con su socio, Elvis Cole, un perspicaz detective con su propio pasado oscuro. Cuando una antigua amante de Pike aparece asesinada en las colinas de Hollywood, Joe y Elvis inician, a instancias del padre de la victima, una investigación paralela a la policía, lo que levantará las suspicacias de los antiguos compañeros de Pike y acabará por enturbiar el asunto hasta límites insospechados.

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Se volvió hacia mí y prosiguió:

– Están dispuestos a hacerlo, ¿verdad? Sólo tienen que observar y contarle a Frank lo que pasa.

Miré a Joe, que asintió.

– Sí.

Montoya volvió a ponerse ante Maldonado y sonrió como un cura al explicar que hay que vaciarse los bolsillos para llegar al cielo.

– Frank te lo agradecerá, Henry. Recordará tu amabilidad cuando lleguen las elecciones.

Maldonado se quedó mirando al jefe adjunto. Se aguantaban la mirada como si fueran telépatas. Maldonado pensaba en la financiación de su campaña, y el jefe adjunto en que si quería llegar a jefe a secas iba a necesitar a todos los amigos que pudiera conseguir en el Ayuntamiento. El concejal Maldonado asintió por fin.

– Me parece una postura razonable y me parece que podemos tener esa pequeña deferencia para con el señor García, ¿no crees, Walt?

El jefe adjunto le tendió la mano a Maldonado como si ya estuviera tomando posesión del cargo de jefe de policía.

– Concejal, comprendemos lo que está pasando el señor García y encontraremos una forma de que esto funcione.

Montoya me puso la mano en el hombro.

– Decidido, pues -me dijo en tono satisfecho-. Ultimaremos los detalles y le llamaremos más tarde. ¿Le parece bien?

– Muy bien.

– Karen sigue allí arriba -recordó Frank, a nuestra espalda-. Quiero que haya alguien con ella.

Todo el mundo lo miró. Me agarró del brazo como había hecho con Joe. Su mano parecía una tenaza.

– Ve y encárgate de que la cuiden bien. Sube hasta allí arriba y vigílales para que todo salga bien.

Por la cara de Bishop parecía que alguien le hubiera dicho que iba a operarle. Krantz se quedó observando a Joe, pero con una mirada seria y vaga, no con tensión. Montoya miró de manera inquisidora al jefe adjunto, que accedió con un gesto.

– Muy bien -acepté.

– No lo olvidaré.

– Ya lo sé. Le doy mi más sentido pésame.

Frank García asintió, pero me pareció que no me veía. Tenía los ojos llorosos y pensé que debía de estar viendo a Karen.

Krantz se marchó antes que yo. Pike quiso quedarse con Frank y me dijo que ya me llamaría luego.

Montoya me acompañó hasta la salida.

– Sé que éste no es el tipo de trabajo que suele aceptar, señor Cole. Quiero agradecerle personalmente su colaboración.

– Es un favor que le hago a un amigo, señor Montoya. Déle las gracias a Joe.

– Voy a hacerlo, pero también quiero dárselas a usted. Frank y yo somos amigos de toda la vida. Hermanos. ¿Ha oído hablar de la Valla Blanca?

– Sí, sé que el señor García fue miembro de joven.

La banda callejera de la Valla Blanca.

– Lo mismo que yo. Llevábamos Whittier Boulevard y Camulos Street. Nos enfrentábamos a las bandas de Hazard y de Garrity Lomas en Oregon Street y respetábamos a los veteranos . Desde el barrio hasta la Facultad de Derecho de UCLA hay un largo trecho.

– Me lo imagino, señor Montoya.

– Le cuento todo esto porque quiero que sea consciente de la inmensa lealtad que le debo a Frank, de lo mucho que le quiero, a él y a Karen. Si la policía no coopera, llámeme y ya me ocuparé del asunto.

– Muy bien. Le llamaré.

– Va a ayudar a mi hermano, señor Cole. Si nos necesita, estaremos a su lado.

– De acuerdo.

Me tendió la mano. Se la di.

Latinos.

Salí al calor del exterior y recorrí el caminito que llevaba a la calle. La ceniza de los incendios seguía lloviendo del cielo. Krantz y Stan Watts estaban fumando junto a un destartalado coche de inspector del Departamento de Policía de Los Ángeles.

– ¿Dónde está el capullo de tu amigo? -me soltó Krantz.

Seguí andando. No me hacía ninguna gracia volver al lago ni pasar el resto del día con una muerta.

– Déjalo, Krantz. Acabarás arrepintiéndote.

Tiró el cigarrillo al suelo y me siguió.

– A ver si el que se va a arrepentir vas a ser tú. Acabarás en la cárcel del condado y yo me quedaré con tu licencia.

Me metí en el coche. Él se quedó de pie delante. La ceniza se le amontonaba en los hombros como si fuera caspa.

– Puede que ese viejo tenga contactos y me hayan obligado a cargar contigo, pero si te entrometes en mi investigación te quito la licencia sin pensármelo dos veces.

– Ese viejo acaba de perder a su hija, cerdo. A ver si muestras un poco de sensibilidad.

Se me quedó mirando durante unos cinco siglos y después volvió hacia donde estaba Stan Watts.

Arranqué y me fui.

Me pareció que aún oía el llanto de Frank García, incluso cuando subía la colina para llegar hasta el lago.

Capítulo 6

Robos y Homicidios trabajó durante las seis horas siguientes en el lugar en que se había encontrado el cadáver de Karen García. Todo el mundo parecía profesional y competente, lo cual no me sorprendió en absoluto. Incluso Krantz. Un criminólogo joven llamado Chen, que consultaba a los inspectores, fotografió con minuciosidad la zona que rodeaba al cadáver. Sabía lo bastante sobre investigaciones de homicidios como para comprender que iban a peinar el área para buscar pistas y después la vida de Karen para dar con sospechosos que encajaran con esas pruebas. Todas las investigaciones son iguales en ese aspecto, porque en la mayoría de los casos el asesino conoce a la víctima.

Intenté charlar con los investigadores, pero nadie me contestó. Iba apartando con la mano las moscardas, porque sabía perfectamente dónde habían estado. No me gustaba estar allí y habría preferido pelearme con el sofá de Lucy. Cuando las sombras de las montañas dificultaron la visibilidad, Krantz decidió por fin que se llevaran el cadáver.

Los de la oficina del forense metieron a Karen García en una bolsa de plástico de color azul, cerraron la cremallera y la colocaron en una camilla que empujaron por la pendiente. Krantz me llamó en cuanto se la hubieron llevado.

– Ya no tienes nada más que hacer aquí. Largo.

Se dio la vuelta sin decir más. Todo un capullo hasta el final.

Vi cómo metían el cadáver en la furgoneta del forense, que bajó hacia la fila de tiendas, al pie de Lake Hollywood, desde donde llamé a Lucy.

– He movido el sofá sin ti -me dijo al descolgar.

– La mujer que estábamos buscando ha sido asesinada. Su padre me pidió que estuviera presente hasta que la policía levantara el cadáver. Y eso es lo que he hecho. Tenía treinta y dos años y estaba estudiando para trabajar con niños. Alguien le pegó un tiro en la cabeza mientras corría por Lake Hollywood. -Lucy no dijo nada y yo tampoco hasta que me di cuenta de que se lo había soltado de golpe, y me excusé-: Lo siento.

– ¿Quieres estar con nosotros esta noche?

– Sí, me apetece mucho. ¿Por qué no venís a cenar?

– Dime qué llevo.

– Yo me encargo. Ir de compras es bueno para el alma.

En el Lucky Market compré gambas, apio, cebolletas y chiles, además de una botella de ginebra Bombay Sapphire, dos limas y una caja de cerveza Falstaff. Me bebí una de las latas mientras esperaba en la cola de la caja; los demás clientes me miraron con reproche. Hice como si no me diera cuenta. Seguramente ellos no habían pasado el día con una chica que tenía un agujero en la cabeza.

– ¿Qué tal ha ido el día? -me preguntó la cajera.

– De perlas -respondí, intentando no echarle el aliento a cerveza en la cara.

Veinte minutos después aparqué en el garaje abierto de la casa abuhardillada que me había comprado en la ladera de una montaña, en Laurel Canyon, casi en Woodrow Wilson Drive. La cubierta del garaje tenía una fina capa de ceniza en la que habían quedado marcadas las huellas del gato que había ido desde el lado de la casa hasta la trampilla que tenía en la puerta. En Minnesota les pasa lo mismo, pero con la nieve.

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