– Yo lo veo más como a Tateb Hassani que como a Jack Hansen -dijo Falcón.
– ¿Qué quiere que haga con las muestras?
– Pida a sus expertos en caligrafía que comparen la letra de Tateb Hassani y la de las notas que acompañaban a los planos encontrados en la caja ignífuga de la mezquita. Y compare la letra en inglés con las notas manuscritas de los ejemplares del Corán encontrados en la Peugeot Partner y en el piso de Miguel Botín.
– ¿Cree que era uno de ellos? -preguntó Pablo-. No lo pillo.
– Primero comparemos y luego deduzcamos -dijo Falcón-. Y por cierto, la lista de llamadas del móvil del imán: necesitamos echarle un vistazo. Uno de los números a los que llamó el domingo por la mañana es el del electricista.
– He hablado de eso con Juan -dijo Pablo-. Gregorio ha comprobado todos los números a los que llamó el imán el domingo por la mañana. La única que no pudo explicar se hizo a un teléfono que está a nombre de una mujer de setenta y cuatro años que vive en Sevilla Este, y que desde luego nunca ha sido electricista.
– Me gustaría poder ver ese registro de llamadas -dijo Falcón.
– Es otra cosa de la que podría hablar con su viejo amigo Flowers -dijo Pablo, y colgó.
Falcón dio un trago a su cerveza y se dijo que debía mantener la calma, y que esa estrategia era la adecuada. Había apartado a Serrano y Baena de su tarea de recorrer las obras cercanas en busca de los electricistas, y los había mandado a ayudar a Ferrera a localizar los setos cuyos recortes habían tirado a la basura con el cadáver. Ramírez y Pérez tenían fotografías de Tateb Hassani y recorrían las calles de los alrededores de la plaza de la Alfalfa intentando encontrar a alguien que lo reconociera. Lo que significaba que ningún miembro de la brigada de homicidios trabajaba en nada directamente relacionado con el atentado de Sevilla. Por el momento Elvira no le preocupaba. El comisario estaba muy ocupado con sus problemas de relaciones públicas como para preocuparse del riesgo que estaba corriendo Falcón.
– Para un hombre que dirige la investigación criminal más importante de la historia de Sevilla -dijo Ángel, sentándose y pidiendo una cerveza-, se te ve bastante relajado, Javier.
– Tenemos que mostrar una fachada de serenidad ante una población nerviosa que necesita creer que todo está controlado -dijo Falcón.
– ¿Significa eso que no todo está controlado? -preguntó Ángel.
– El comisario Elvira está haciendo un buen trabajo.
– Es posible, desde el punto de vista de un policía -dijo Ángel-. Pero no sabe conseguir que la opinión pública confíe en su capacidad.
Como relaciones públicas es un desastre, Javier. En qué estaba pensando cuando le pidió a ese pobre desgraciado… el juez…
– Sergio del Rey.
– Sí, ese -dijo Ángel-. Lo lleva a la televisión nacional cuando el pobre tipo apenas ha tenido tiempo de leer los expedientes, por no hablar de entender el aspecto emocional del caso. El comisario ya debería saber en este momento que a la televisión no le interesa la verdad. ¿O es de esos que ve los reality shows y piensa que eso es la realidad?
– No seas tan duro con él, Ángel. Tiene muchas buenas cualidades que da la casualidad que no encajan en esta era televisiva.
– Bueno, por desgracia, es la época en la que estamos ahora -dijo Ángel-. Calderón, ese sí encajaba. Le daba a la televisión lo que esta exige: drama, humor, emoción y una superficie brillante. Ha supuesto una gran pérdida para vosotros.
– Tú lo has dicho: «una superficie brillante». Por debajo era bastante más opaca.
– ¿Y en qué situación crees que os ha dejado eso ahora? -dijo Ángel-. ¿Recuerdas los atentados de Londres? ¿Cuál fue la historia que se repitió una y otra vez en los días posteriores a los atentados? ¿La historia que mantuvo el tono emocional y concentró los sentimientos? No fueron las víctimas. Ni los terroristas. Tampoco las bombas ni sus consecuencias. Eso fue una parte, pero la gran historia fue que unos policías de paisano mataran por error a un brasileño, Jean Charles de Menezes.
– ¿Y cuál es nuestra gran historia?
– Ese es vuestro problema. Es la detención, bajo sospecha de haber asesinado a su mujer, del juez de instrucción de toda la investigación. ¿Has visto lo que dicen por la tele de Calderón? Escucha…
Las mesas que los rodeaban estaban llenas, y delante de las puertas abiertas del bar se había reunido mucha gente. Todos hablaban de Esteban Calderón. ¿Lo había hecho? ¿No lo había hecho?
– No se habla de vuestra investigación -dijo Ángel-. Ni de las células terroristas que podrían estar activas en este momento. Ni de la niña que sobrevivió al hundimiento del edificio. Sólo se habla de Esteban Calderón. Dile eso al comisario Elvira.
– Tengo que decirte, Ángel, que para ser un hombre que ama Sevilla más que casi ninguna otra persona que conozca, se te ve… eufórico.
– Es terrible, ¿verdad? Lo estoy. No me había sentido tan lleno de energía en años. Manuela está furiosa. Creo que le gustaba más cuando me moría de aburrimiento.
– ¿Cómo está?
– Deprimida -dijo Ángel-. Cree que tendrá que vender la casa del Puerto de Santa María. De hecho ya la está vendiendo. Se ha acobardado. Está obsesionada con la idea de la «liberación» islámica de Andalucía. Ahora vende la mina de oro para salvar las minas de cobre y de estaño.
– No hay manera de razonar con ella cuando se pone así -dijo Falcón-. ¿Por qué estás tan eufórico, Ángel?
– Si últimamente no has estado viendo las noticias probablemente no sepas que mi pequeño hobby me va bastante bien.
– ¿Te refieres a Fuerza Andalucía? -dijo Falcón-. Hace unas horas vi por la tele a Jesús Alarcón con Fernando Alanis.
– ¿Lo viste entero? Fue sensacional. Después de ese programa las encuestas le dan a Fuerza Andalucía un catorce por ciento. Totalmente inexacto, lo sé. Todo es una reacción emocional, pero es un diez por ciento más de lo que siempre nos daban, y la izquierda se mantiene a trancas y barrancas.
– ¿Cuándo conociste a Jesús Alarcón? -preguntó Falcón con auténtica curiosidad.
– Hace años -dijo Ángel-, y no le presté mucha atención. Era uno de esos banqueros aburridos, y me quedé de una pieza cuando me dijo que quería meterse en política. Pensé que nadie le votaría. No era más que un tipo estirado con traje. Y como sabes, hoy en día lo que cuenta no son tus ideas políticas ni lo mucho que entiendes la política regional, sino la impresión que causas. Pero he llegado a conocerle mejor desde que vino a vivir aquí, y te digo una cosa, esta relación que ha trabado con Fernando Alanis… es oro puro. Como relaciones públicas, es algo con lo que siempre sueñas.
– ¿Cuándo le conociste? ¿Cuando trabajabas de relaciones públicas?
– Cuando dejé la política trabajé de relaciones públicas para el Banco Omni.
– Ese debió de ser un buen trabajo -dijo Falcón.
– Los católicos siempre hacemos piña -dijo Ángel, guiñándole un ojo-. De hecho, el director ejecutivo y yo somos viejos amigos. Fuimos a la escuela, a la universidad y a la mili juntos. Cuando acabé con esos soplapollas del Partido Popular, él sabía que yo no sería capaz de «jubilarme» tan pronto, de modo que me contrató para un trabajo y una cosa llevó a la otra. Eran los banqueros de un grupo que estaba en Barcelona y, como relaciones públicas, preparé la celebración de su cuarenta aniversario; luego había un grupo de seguros en Madrid, una empresa inmobiliaria en la Costa del Sol. Me hubieran dado trabajo si hubiera querido. Pero ya sabes, Javier, hacer de relaciones públicas de una empresa es algo tan… pequeño. Haciendo esa mierda no vas a cambiar el mundo.
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