Robert Wilson - Los asesinos ocultos

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Una terrible explosión en un edificio de Sevilla ha causado la muerte de varios ciudadanos. Cuando se descubre que los bajos de la edificación alojaban una mezquita, los temores que apuntan a un atentado terrorista se imponen. El miedo se apodera de la ciudad: bares y restaurantes se vacían, se multiplican las falsas alarmas y las evacuaciones.
Sometido a la presión tanto de los medios En Escocia en pleno siglo XIV, el clan de los Fitzhugh asesina a toda la familia de Morganna Kil Creggar, la protagonista de esta novela pasional, humorística y llena de fuerza. Alta, delgada y atractiva, Morganna jura venganza por este acto al clan enemigo y, para llevar a cabo su cometido, se viste de chico y se hace llamar Morgan. Ello le brinda la oportunidad de trabajar como escudero para Zander Fitzhugh, un miembro del clan y caballero empeñado en unificar su tierra y liberarla del dominio inglés, como del sector político, el inspector Javier Falcón descubre que el terrible suceso no es lo que parece. Y cuando todo apunta a que se trata de una conspiración, Falcón descubre algo que le obligará a dedicarse en cuerpo y alma a evitar que se produzca una catástrofe aún mayor más allá de las fronteras españolas.

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– A la que tú haces una considerable aportación, y de la que obtienes un gran beneficio.

– Todo lo que puedo decir es que si viviera en un lugar que no fuera Marruecos me quedaría sin voluntad a las pocas semanas.

– Pero luego despotricas contra la falta de progreso y la incapacidad de cambio del mundo árabe.

– Despotrico contra la pobreza, la falta de trabajo para una población joven y en aumento, que la gente sea humillada por…

– Pero si le das trabajo a un joven, ganará dinero y se comprará un coche, un iPod y un coche -dijo Falcón.

– Sí, pero primero se ocupará de las necesidades de su familia -dijo Diouri-. Y tampoco pasa nada, siempre y cuando el materialismo no se convierta en su nuevo Dios. Muchos estadounidenses son profundamente religiosos y viven entregados al materialismo. Creen que ambas cosas van juntas. Son ricos porque son los elegidos.

– Eso lo confunde todo -dijo Falcón.

– Sólo que los extremistas simplifican y polarizan el mundo -dijo Diouri-. Los extremistas comprenden una cosa de la naturaleza humana: nadie quiere conocer la complejidad de la situación. La invasión de Irak fue por el petróleo. No, no lo fue. Fue todo por la democracia. Los dos extremos están muy lejos de la verdad, pero hay suficiente verdad en ambas afirmaciones para que la gente las crea. Todo es por el petróleo, pero no por el petróleo iraquí. Y es por la democracia, pero no ese extraño animal que tendrán que clonar para mantener unido Irak.

– Creo que casi hemos completado el círculo -dijo Falcón-. Ya debemos estar cerca.

– El petróleo, la democracia, los judíos. En todo ello hay una verdad. Por eso el plan era brillante, porque desviaba la atención de una manera tan colosal que el mundo nunca miraría a otra parte.

– El problema de casi todas las teorías conspirativas es que siempre otorgan a la gente una inteligencia y una previsión extraordinarias, algo que rara vez demuestran.

– Esa acción no exigía gran inteligencia ni previsión -comentó Diouri-, porque simplificaba todas las complejidades del mundo en un solo y perpetuo interés. También posee una lógica terrorífica, cosa que no suelen poseer las teorías conspirativas. Ya te dije que todo era por el petróleo, la democracia y la protección, pero nada de eso tenía que ver con Irak.

»Para que Estados Unidos pueda mantener su dominio mundial necesita un continuo suministro de petróleo a un precio competitivo. La democracia es algo estupendo, siempre y cuando ganen los candidatos que interesan, y eso significa la persona que mejor atienda los intereses norteamericanos. En el mundo árabe la democracia es peligrosa, porque la política siempre va ligada a la religión. En Irak se promueve porque el resto del mundo no habría aceptado que colocaran a otro déspota más acomodaticio que Saddam Hussein.

– Al menos eso introduce el concepto de democracia.

– Ya ha habido intentos de introducir la democracia en el mundo árabe. Se van al garete cuando queda claro que los ganadores serán siempre los candidatos islámicos. La democracia entrega el poder a los que son más numerosos, y para estos el Islam siempre será lo primero. Eso no proporciona mucha seguridad a los intereses estadounidenses, y por ese motivo el parlamento democráticamente elegido en Irak y su constitución han tenido que ser… impuestos por la fuerza.

– ¿Crees que ese ha sido el caso?

– Da igual que lo haya sido o no. Es como se percibe en el mundo árabe.

– ¿A quién pretenden proteger los estadounidenses con toda esa actividad en la región, si no es a los israelíes?

– Los israelíes saben cuidarse solos mientras tengan apoyo de Estados Unidos… lo cual está garantizado, porque están muy bien representados en Washington. No, los estadounidenses tienen que proteger al débil y al flojo, al decadente y al corrupto, que son los guardianes de su interés más importante y sagrado: el petróleo. Creo, y no soy un loco solitario que se inventa una teoría de la conspiración, que invadieron Irak para proteger a la familia real saudí.

– Saddam Hussein tampoco resultó ser el vecino más complaciente.

– Exacto -dijo Diouri-. De modo que se inventaron un pretexto perfecto basándose en sus actuaciones anteriores. Después de la primer Guerra del Golfo, cualquiera podía darse cuenta de que Saddam era un poder agotado, que fue el motivo por el que Bush padre lo dejó allí, en lugar de crear la incógnita de un vacío de poder. Por suerte, Saddam seguía pavoneándose en su pequeño escenario con toda la arrogancia de un gran icono árabe. Era un tipo cruel, un genocida: gaseó a los kurdos y masacró a los chiitas. Resultó fácil crear la imagen de un genio del mal que desestabilizaba Oriente Medio. Fíjate, incluso consiguieron colgarle lo del 11-S.

– Es verdad que era cruel, violento y despótico -dijo Falcón.

– Entonces, dime cuándo las fuerzas de la coalición van a dirigir su atención a Robert Mugabe de Zimbabwe -dijo Diouri-. Pero así es como juegan los estadounidenses. Trucan la imagen con elementos auténticos.

– Si Saddam era un poder agotado, ¿por qué creían los saudíes que necesitaban protección?

– Tenían miedo de la militancia que ellos mismos habían creado -dijo Diouri-. Para mantener su credibilidad como guardianes de los lugares sagrados del Islam, financiaban las madrasas, las escuelas religiosas, que a su vez se convirtieron en criaderos de extremistas. Como todos los regímenes decadentes, son paranoicos. Intuían la antipatía del mundo árabe y sus facciones extremistas. No podían invitar a los estadounidenses como hicieron en 1991, pero podían pedirles que se instalaran al lado. La doble recompensa para los norteamericanos fue que no sólo aseguraban su perpetuo interés, el petróleo, sino que también mantenían a las fuerzas del terror lejos de su país ofreciéndoles un objetivo en el corazón del Islam. Bush ha pagado sus deudas corporativas a las compañías petrolíferas, el pueblo estadounidense se siente más seguro, y todo puede presentarse como las fuerzas del Bien aplastando a las del Mal.

Silencio. Diouri encendió el primer cigarrillo de la mañana y bebió un poco de té. Falcón sorbió el líquido dulce y viscoso de su vaso. La pregunta que tenía que hacer le oprimía el pecho.

– Té, cigarrillos, comida… todo son instrumentos de negociación -dijo Diouri en tono misterioso.

Falcón estudió a Yacoub por encima del borde de su vaso de té. Los espías eran necesariamente gente complicada, incluso aquellos que tenían un móvil claro. El aspecto preocupante y sin embargo crucial de su personalidad era su necesidad, y por tanto su capacidad, de engañar. Pero ¿por qué espía? ¿Por qué él mismo le pasaba información a Mark Flowers? Era porque había comenzado a cansarle la ilusión de la vida. La supuesta realidad de los políticos que porfían, de los radiantes hombres de negocios y los fatuos intelectuales que se veía en televisión se le hacía tediosa ahora que el barniz que la recubría casi había desaparecido. Falcón espiaba no porque deseara cambiar una ilusión simplona por otra ligeramente mejor informada, sino porque necesitaba recordarse que la aceptación era algo pasivo, y ya había descubierto los peligros de la renuncia y la inacción en su mente. Pero lo que le pedía a su amigo Yacoub era que espiara de verdad, no que le diera a Mark Flowers un pequeño detalle para sus pequeñas composiciones. Le iba a pedir a Yacoub que le proporcionara información que podía tener como consecuencia la captura y quizá la muerte de gente que conocía.

– Estás pensativo, Javier -dijo Diouri-. Normalmente, en esta fase, los europeos se revuelven de hastío en sus asientos cuando tienen que hablar de Irak, la cuestión palestina y todo el resto de horrores insolubles. Ya no hay deseos de polémica. En el mundo de la moda, donde yo me muevo, sólo desean hablar del nuevo cede de Coldplay y del vestuario de la última película de Baz Luhrman. Incluso los hombres de negocios prefieren hablar de fútbol, de golf y de tenis que de la política mundial. Al parecer los árabes hemos creado un foco de interés que a nadie interesa. Hemos acaparado el mercado en cuanto a la conversación más aburrida del mundo.

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