– Hago lo que hacen casi todos los árabes, decirlo a sus espaldas.
– A nadie le gusta que lo llamen hipócrita, y mucho menos los líderes del mundo moderno.
– Lo que sí les dije a la cara fueron las palabras de Palmerston, un primer ministro inglés del siglo XIX -dijo Diouri-. Refiriéndose al Imperio Británico, manifestó: «No tenemos aliados eternos ni enemigos perpetuos. Lo que tenemos son intereses eternos y perpetuos».
– ¿Cómo reaccionaron a eso los estadounidenses?
– Creían que quien lo había dicho era Kissinger -dijo Diouri.
– ¿No lo dijo Julio César antes de todos ellos?
– A menudo a los árabes se nos dice que no se puede tratar con nosotros, posiblemente porque tenemos un elevado sentido del honor -comentó Diouri-. No transigimos cuando nuestro honor está en juego. Los occidentales sólo tienen intereses, y con ellos es más fácil comerciar.
– A lo mejor necesitáis desarrollar vuestros propios intereses.
– Por supuesto, algunos países árabes poseen los intereses más vitales en la economía global: gas y petróleo -dijo Diouri-. Por algún milagro, esto no se traduce en que el mundo árabe tenga poder. No sólo los forasteros tienen problemas en tratar con los árabes. Tampoco sabemos tratar entre nosotros.
– Lo que significa que siempre operáis en una situación de debilidad.
– Correcto, Javier -dijo Diouri-. Hacemos lo que todo el mundo. Albergamos ideas contradictorias, y estamos de acuerdo con todas ellas. Decimos una cosa, pensamos otra y hacemos una tercera. Y al jugar a esos juegos, que todo el mundo juega, se nos olvida lo principal: proteger nuestros intereses. Y así una potencia mundial puede hablarnos con condescendencia de «democracia» cuando su política exterior ha sido responsable del asesinato de Patricio Lumumba, elegido democráticamente, de la instauración del dictador Mobutu en Zaire, y del asesinato de Salvador Allende, elegido democráticamente, para entregarle el poder al brutal Augusto Pinochet en Chile, porque no tienen honor, sólo intereses. Ellos siempre actúan desde una posición de fuerza. Y ahora, ¿ves dónde nos encontramos?
– No exactamente.
– Ese es otro de nuestros problemas. Somos gente muy emocional. Mira la reacción a esas caricaturas que aparecieron en ese periódico danés a principios de este año. Nos alteramos y enfadamos, y eso nos lleva por caminos interesantes, pero cada vez más lejos de lo importante. Pero debo callarme y regresar a por qué los norteamericanos invadieron Irak.
– La mitad de mi familia marroquí no cree que fuera por el petróleo -dijo Falcón-, sino para proteger a los israelíes.
– Ah sí, otra idea que bulle en las mentes de los charlatanes de café -dijo Diouri-. Los judíos lo manejan todo. Casi todos mis empleados creen que el 11-S fue una operación del Mossad para que la opinión mundial se pusieran en contra de los árabes, y que George Bush lo supo desde el principio y dejó que ocurriera. Algunos de mis ejecutivos superiores creen incluso que los israelíes exigieron la invasión de Irak, que el Mossad aportó las pruebas falsas acerca de las armas de destrucción masiva y que Ariel Sharon fue el comandante en jefe de las fuerzas estadounidenses en el terreno. Cuando hay judíos implicados, somos los primeros en elaborar teorías conspirativas.
»El problema es que su rabia ante la ocupación israelí de Palestina los ciega y no ven más allá. La injusticia fundamental, la bofetada en la idea del honor árabe, despierta emociones tan intensas que son incapaces de pensar, de ver. Se centran en los judíos y se olvidan de los líderes árabes corruptos, de su falta de grupos de presión en Washington, de la pusilanimidad de casi todos los regímenes dictatoriales y autoritarios árabes… ¡Aj! Me aburro con sólo contarlo.
»Ya ves, Javier, somos incapaces de cambiar. La mentalidad del árabe es como la casa y la medina donde vive. Todo mira hacia dentro. No hay vistas al exterior… ni visión de futuro. Nos sentamos en esos lugares y buscamos soluciones en la tradición, la historia, la religión, mientras el mundo que hay más allá de nuestros muros y playas avanza implacable, pisoteando nuestras creencias con sus intereses. La gente volverá la mirada hacia el siglo XX y se quedará boquiabierta. ¿Cómo fue posible, dirán, que una raza que poseía el recurso natural más poderoso del mundo, el petróleo, que mantenía en marcha todo el sistema, permitiera que casi toda su gente viviera en una pobreza abyecta, al tiempo que su influencia política, cultural y económica era insignificante?
»Sabes que las últimas personas del mundo que deberían enviar a hablar con los árabes son los estadounidenses. Somos polos opuestos. Cuando te conviertes en estadounidense, una parte del trato consiste en olvidar tu pasado, tu historia, y abrazar el futuro, el progreso y el modo de vida estadounidense. Mientras que para un árabe lo que ocurrió en el siglo VII o en 1917 está tan vivo hoy como cuando ocurrió. Quieren que abracemos un nuevo futuro, pero no podemos renunciar a nuestra historia.
– ¿Por qué, entonces, cuando hablas de los árabes a veces dices «nosotros» y a veces «ellos»? -dijo Falcón.
– Como sabes, tengo un pie en Europa y el otro en el norte de África, y mi mente discurre en el medio -dijo Diouri-. Percibo la injusticia de la situación palestina, pero emocionalmente soy incapaz de identificarme con sus soluciones: la intifada y los atentados suicidas. No es más que una aterradora extensión de arrojar piedras a los tanques: una expresión de debilidad. Una incapacidad de juntar las fuerzas necesarias para provocar un cambio.
– Desde que ya no está Arafat, las cosas han avanzado.
– A trompicones… a bandazos -dijo Yacoub-. La apoplejía de Sharon supuso el final de la vieja guardia. El voto por Hamas fue un voto contra la corrupción de Fatah. Veremos si el resto del mundo desea que tengan éxito.
– Pero a pesar de todos esos recelos, sigues sin desear vivir en España.
– Ese es mi problema. He sido educado en una familia religiosa y me he beneficiado de la disciplina diaria de la práctica religiosa. Me encanta el Ramadán. Siempre procuro estar aquí para el Ramadán porque durante un mes al año las actividades mundanas pasan a un segundo plano y la vida espiritual y religiosa se vuelve más importante. El ayuno y los banquetes comunitarios nos unen. Proporciona fuerza espiritual al individuo y a la comunidad. En la Europa cristiana tenéis la Cuaresma, pero eso se ha vuelto algo personal, casi egoísta. Piensas: renunciaré al chocolate o no beberé cerveza durante un mes. Pero eso no une a la sociedad, como el Ramadán.
– ¿Esa es la única razón de no vivir en España?
– Eres de los pocos europeos con los que puedo hablar de estas cosas sin que se me rían en la cara -dijo Diouri-. Pero eso es lo que aprendí de mis dos padres: el que me abandonó y el que me enseñó el camino recto. Esa es la dificultad que encuentro en Estados Unidos y en Europa. Sabes, últimamente aquí se ha producido un gran cambio. El sueño era siempre ir a Estados Unidos. Los jóvenes marroquíes pensaban que la cultura estadounidense era moderna, que su sociedad era mucho más libre que la de la racista Vieja Europa, y la actitud de las autoridades de inmigración y de las universidades más abierta. Ahora los jóvenes han cambiado de opinión. Les atraía Europa, pero después de los disturbios del año pasado en Francia y la falta de respeto mostrada en Dinamarca, su sueño es volver a casa. Yo mismo, cuando estoy solo en una habitación de hotel occidental e intento relajarme viendo la tele, poco a poco siento que mi ser se desintegra, y tengo que arrodillarme y rezar.
– ¿Por qué?
– Porque veo la decadencia de una sociedad consumida por el materialismo -dijo Diouri.
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