Robert Wilson - Los asesinos ocultos

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Una terrible explosión en un edificio de Sevilla ha causado la muerte de varios ciudadanos. Cuando se descubre que los bajos de la edificación alojaban una mezquita, los temores que apuntan a un atentado terrorista se imponen. El miedo se apodera de la ciudad: bares y restaurantes se vacían, se multiplican las falsas alarmas y las evacuaciones.
Sometido a la presión tanto de los medios En Escocia en pleno siglo XIV, el clan de los Fitzhugh asesina a toda la familia de Morganna Kil Creggar, la protagonista de esta novela pasional, humorística y llena de fuerza. Alta, delgada y atractiva, Morganna jura venganza por este acto al clan enemigo y, para llevar a cabo su cometido, se viste de chico y se hace llamar Morgan. Ello le brinda la oportunidad de trabajar como escudero para Zander Fitzhugh, un miembro del clan y caballero empeñado en unificar su tierra y liberarla del dominio inglés, como del sector político, el inspector Javier Falcón descubre que el terrible suceso no es lo que parece. Y cuando todo apunta a que se trata de una conspiración, Falcón descubre algo que le obligará a dedicarse en cuerpo y alma a evitar que se produzca una catástrofe aún mayor más allá de las fronteras españolas.

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– Primero me gustaría saber cómo llegó a contarle Yacoub que era homosexual -dijo Pablo.

– Lamento decepcionarle, Pablo -dijo Falcón-, pero no se me insinuó. ¿Cómo se enteraron ustedes?

– Hoy en día hay mucha cooperación entre los servicios de inteligencia -dijo Juan-. Los musulmanes destacados, devotos y adinerados son… observados.

– Yacoub y yo hablamos una vez del matrimonio -dijo Falcón-, y le conté que el mío no había durado mucho, que mi esposa me había abandonado por un destacado juez. Le hablé de Consuelo. Me dijo que su matrimonio era tan sólo de cara a la galería, que era gay y que la industria de la moda le encantaba.

– ¿Por qué?

– Porque estaba llena de hombres atractivos que no buscaban una relación permanente que él no podía ofrecer.

Con un silencio, Juan dio a entender que era momento de pasar a otra cosa.

– ¿Qué pasó después de que se hiciera amigo de Yacoub? -preguntó Pablo.

– Lo vi bastante al principio, varias veces a lo largo de tres o cuatro meses. Comencé a aprender árabe e iba a ver a mi familia tangerina siempre que podía. Yacoub me invitaba a su casa. Charlábamos, me ayudaba con el árabe.

Los hombres del CNI bebieron cerveza al unísono.

– ¿Y qué pasó con Consuelo? -preguntó Juan, echando el humo del cigarrillo al aire de la noche.

– Como ya le he explicado, le había hablado a Yacoub de Consuelo y de mi interés por ella. Le hacía feliz venir a Sevilla e intentar ayudarme. Le gustaba la idea de hacer de Celestino.

– ¿Cuánto hacía que había roto con Consuelo?

– Casi un año.

– Se lo tomó con calma.

– Con estas cosas no se puede correr.

– ¿Cómo se comunicaban -dijo Pablo- si ella no le hablaba?

– Le escribí una carta preguntándole si quería conocer a Yacoub. Me escribió y me dijo que le encantaría conocerlo, pero que sería a solas.

– ¿Ni siquiera llegó a ver a Consuelo? -dijo Juan, asombrado.

– Yacoub hizo todo lo que pudo por mí. Él y Consuelo se cayeron bien. La invitó a cenar en mi nombre. Ella se negó. Él se ofreció a ir de carabina. Ella se negó. No hubo explicaciones y eso fue todo. ¿Por qué no nos tomamos otra cerveza y me cuentan el propósito de todo este interrogatorio personal e impertinente?

En la cocina, Falcón vio su reflejo transparente en la ventana oscurecida. No había hablado tanto de sí mismo desde que estuviera en manos de Alicia Aguado, más de cuatro años atrás. De hecho, desde entonces no había tenido otro amigo íntimo aparte de Yacoub. No suponía exactamente un alivio hablar de eso con unos desconocidos, pero había provocado un poderoso resurgir de sus sentimientos por Consuelo. Incluso se vio, en el reflejo de la ventana, acariciando de manera inconsciente el brazo que le había rozado el día anterior. Negó con la cabeza y abrió otra botella de litro de cerveza.

– Está sonriendo, Javier -dijo Juan cuando Falcón regresó-. Después del desastre de hoy, estoy impresionado.

– Estoy solo, pero no deprimido -dijo Falcón.

– Lo cual tampoco está mal para un detective de homicidios de mediana edad -dijo Pablo.

– Para mí ser un detective de homicidios no supone ningún problema -dijo Falcón-. No hay muchos asesinatos en Sevilla, y los resuelvo casi todos, de modo que mi trabajo en la brigada de homicidios me proporciona la ilusión de que los problemas tienen solución. Y ya sabe que un estado de ilusión ayuda a tener una sensación de bienestar. Si intentara resolver algo como el calentamiento global o la disminución de peces en los océanos, probablemente mi estado mental sería mucho peor.

¿Y qué me dice del terrorismo global? -preguntó Pablo-. ¿Cree que puede hacer frente a eso?

– Ese no es mi trabajo -dijo Falcón-. Yo investigo el asesinato de gente por terroristas. Entiendo que puede ser complicado. Pero al menos tenemos la oportunidad de resolverlo, y las tragedias hacen aflorar lo mejor de casi todo el mundo. No me gustaría hacer su trabajo, que es prever y prevenir atentados terroristas. Si tienen éxito, son héroes anónimos. Si fracasan, han de vivir con la muerte de inocentes, el azote de los medios de comunicación y la admonición de políticos acomodados. Así que si pretenden ofrecerme trabajo… no, gracias.

– No se trata de un trabajo exactamente -dijo Juan-. Queremos saber si estaría dispuesto a proporcionar una o dos piezas al rompecabezas de inteligencia.

– Ya le he dicho que la época en que hubiera podido ser un buen espía ha pasado.

– En primer lugar, le pediríamos que reclutara a alguien.

– ¿Quieren que reclute a Yacoub Diouri como fuente de información? -preguntó Falcón.

Los hombres del CNI asintieron, bebieron cerveza y encendieron un cigarrillo.

– En primer lugar -dijo Falcón-, no me imagino qué diría Yacoub, y en segundo, ¿por qué yo? Seguramente tienen reclutadores expertos que hacen este trabajo.

– No se trata de lo que él pueda contarnos ahora -dijo Pablo-, sino de lo que pueda contarnos si realiza cierto movimiento. Y tiene razón, tenemos gente experta, pero ninguno de ellos tienen con él una relación tan especial como la suya.

– Pero mi «relación especial» se basa en la amistad, en la intimidad y en la confianza, ¿y qué pasará si un día le digo: «Yacoub, ¿quieres espiar para los españoles?»-No sería sólo para los españoles -dijo Gregorio-. Sería para la humanidad en general.

– Oh, ¿de verdad, Gregorio? -dijo Falcón-. Me acordaré de decírselo cuando le pida que traicione a su familia y a sus amigos y le dé información de su complicada vida a alguien a quien sólo conoce desde hace cuatro años.

– No pretendemos que sea fácil -dijo Juan-. Y tampoco vamos a negar el valor de un contacto como ese, ni las implicaciones morales de lo que le pedimos.

– Gracias, eso me tranquiliza mucho, Juan -dijo Falcón-. Antes ha dicho «en primer lugar»… ¿significa eso que hay algo más? Si es así, será mejor que me lo cuente. Quizá pueda intentar digerirlo con el primer hueso que acaba de arrojarme.

Los del CNI se miraron entre sí y se encogieron de hombros.

– Nos acaban de poner al corriente -dijo Juan- de que van a permitir que la unidad antiterrorista del CGI de Sevilla participe en la investigación. Creemos que tienen un topo que filtra información y queremos saber quién es y a quién se la pasa. Usted trabajará codo con codo con ellos. Sus informes podrían ser muy valiosos.

– No sé qué le hace pensar que yo puedo hacer este trabajo.

– Ha sacado muy buena puntuación en esta entrevista -comentó Pablo.

– ¿Cuál ha sido mi puntuación en convicción moral?

Los hombres del CNI se rieron al unísono. No porque lo encontraran divertido, era sólo el alivio de haber acabado con la parte desagradable del asunto.

– ¿Y qué voy a sacar yo de todo esto? -preguntó Falcón.

– Más dinero, si eso es lo que quiere -dijo Juan, perplejo.

– No estaba pensando tanto en euros como en el grado de confianza -dijo Falcón.

– ¿A qué se refiere?

– A que me cuente cosas -dijo Falcón-. No estoy diciendo ni sí ni no, entiéndame, pero a lo mejor podría contarme por qué es tan importante ese ejemplar anotado del Corán que encontramos en la Peugeot Partner…

– En estos momentos eso no es posible -dijo Pablo.

– Estamos empezando a creer que lo que hemos encontrado en Sevilla -dijo Juan, haciendo caso omiso de su subordinado- es la punta del iceberg de un plan terrorista más amplio.

– ¿Más que la liberación de Andalucía? -preguntó Falcón.

– Pensamos que es una señal de que algo ha ido mal en un plan del que sabemos muy poco -dijo Juan-. Creemos que ese ejemplar del Corán es un libro de claves de la red terrorista.

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