Robert Wilson - Los asesinos ocultos

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Una terrible explosión en un edificio de Sevilla ha causado la muerte de varios ciudadanos. Cuando se descubre que los bajos de la edificación alojaban una mezquita, los temores que apuntan a un atentado terrorista se imponen. El miedo se apodera de la ciudad: bares y restaurantes se vacían, se multiplican las falsas alarmas y las evacuaciones.
Sometido a la presión tanto de los medios En Escocia en pleno siglo XIV, el clan de los Fitzhugh asesina a toda la familia de Morganna Kil Creggar, la protagonista de esta novela pasional, humorística y llena de fuerza. Alta, delgada y atractiva, Morganna jura venganza por este acto al clan enemigo y, para llevar a cabo su cometido, se viste de chico y se hace llamar Morgan. Ello le brinda la oportunidad de trabajar como escudero para Zander Fitzhugh, un miembro del clan y caballero empeñado en unificar su tierra y liberarla del dominio inglés, como del sector político, el inspector Javier Falcón descubre que el terrible suceso no es lo que parece. Y cuando todo apunta a que se trata de una conspiración, Falcón descubre algo que le obligará a dedicarse en cuerpo y alma a evitar que se produzca una catástrofe aún mayor más allá de las fronteras españolas.

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– Lo más probable es que se la hiciera en Estados Unidos -dijo Pintado-. Aparte de eso, desde el punto de vista de los dientes no hay mucho más. No le han hecho nada importante, y sólo le falta un molar de la mandíbula inferior derecha.

– ¿Ha encontrado alguna marca distintiva en el cuerpo: lunares, marcas de nacimiento?

– No, pero he encontrado algo interesante en las manos.

– Perdone, doctor, pero…

– Lo sé. Se las cortaron. Pero comprobé los nódulos linfáticos para ver qué había depositado -dijo Pintado-. Estoy seguro de que su amigo tenía un pequeño tatuaje en cada mano.

– ¿Supongo que en el nódulo linfático no habrá una instantánea del tatuaje? -preguntó Falcón.

– Los nódulos linfáticos son muy listos para matar bacterias o neutralizar toxinas, pero su talento para recrear imágenes hechas con tinta de tatuaje, introducida en la corriente sanguínea a través de la mano, es extremadamente limitado. Había un residuo de tinta, eso es todo.

– ¿Alguna operación?

– Respecto a eso hay buenas y malas noticias -dijo Pintado-. Le han operado, pero fue una operación de hernia, que es prácticamente la más corriente del mundo. La suya fue además el tipo más corriente de hernia inguinal, por lo que tiene una cicatriz en el lado derecho del pubis. Supongo que se la practicaron hará unos tres años, pero haré venir a uno de los cirujanos vasculares para que lo confirme. Luego le echaremos un vistazo a la malla que utilizaron para curar la hernia y espero que pueda decirme quién la suministró, y así podrá encontrar los hospitales que la utilizan… y, ya lo sé, va a llevar mucho tiempo y mucho trabajo.

– A lo mejor también lo operaron en Estados Unidos -comentó Falcón.

– Como ya le he dicho: buenas y malas noticias.

– ¿Qué me dice del pelo? -preguntó Falcón-. Se lo arrancaron.

– Llevaba el pelo largo hasta los hombros.

– ¿Cómo lo sabe?

– Este año había ido a la playa -dijo Pintado, enseñándole algunas fotos a Falcón-. Puede ver las líneas del bronceado en los brazos y en las piernas, pero si lo mira por detrás no verá ninguna línea de bronceado en la nuca. De hecho, si se fija verá que está bastante blanco en comparación con el resto de la espalda, lo que para mí significa que no le daba mucho el sol.

– ¿Lo describiría como de «raza blanca»? -preguntó Falcón-. Su color de piel no me parece del norte de Europa.

– No. Tenía la piel olivácea.

– ¿Cree que era español?

– Sin haber realizado ninguna prueba genética, yo diría que era mediterráneo.

– ¿Alguna cicatriz?

– Nada importante -dijo Pintado-. Tuvo una fractura en el cráneo, pero fue hace años.

– ¿Algo interesante respecto a la estructura del cuerpo que nos dé una idea de a qué se dedicaba?

– Bueno, no era culturista -dijo Pintado-. Espina dorsal, hombros y codos indican una vida sedentaria. Yo diría que sus pies no pasaban mucho tiempo dentro de los zapatos. Los talones están más dilatados de lo normal, con muchas durezas.

– Como ha dicho, le gustaba el sol -dijo Falcón.

– También fumaba cannabis, y yo diría que era un consumidor habitual, lo que se podría considerar inusual en un hombre de cuarenta y pico años -dijo Pintado-. Los chavales fuman porros, pero si sigues haciéndolo de cuarentón es porque es algo habitual en tu círculo… si eres artista, o músico, o te codeas con gente así.

– Así que alguien que trabajaba en un escritorio, llevaba el pelo largo, no se ponía zapatos y fumaba porros.

– Un hippy muy trabajador.

– Podría haber sido así en los setenta, pero no es el perfil de un traficante de drogas actual -dijo Falcón-. Y el cianuro potásico sería un método de ejecución bastante raro para gente que lleva pistolas de9 mm en la cintura.

Los dos hombres se reclinaron en su silla. Falcón repasó las fotografías del expediente con la esperanza de ver algo más. Ya estaba pensando en la universidad y en las Bellas Artes, pero no quería limitarse en una fase tan temprana.

En ese momentáneo silencio los dos hombres se miraron, como si estuviera a punto de ocurrírseles la misma idea. Del otro lado de los grises muros de la Facultad de Medicina llegó el inconfundible estruendo de una fuerte explosión, ocurrida no muy lejos.

Gloria Alanis estaba lista para ir a trabajar. A esa hora normalmente ya estaba en camino para reunirse con su primer cliente, pensando en lo mucho que detestaba el insulso bloque de apartamentos en el que vivía en el barrio de El Cerezo mientras lo veía menguar en el espejo retrovisor. Era vendedora de una empresa de artículos de escritorio, pero su zona de operaciones era Huelva. El primer martes de cada mes los equipos de ventas se reunían en la oficina central de Sevilla, luego venía una actividad de formación de equipo, un almuerzo y una miniconferencia para mostrarles y comentar nuevos productos y promociones.

Eso significaba que una vez al mes podía servirles el desayuno a su marido y a sus hijos. También podía llevar a la escuela a su hija Lourdes, de ocho años, mientras su marido dejaba a Pedro, de tres, en la guardería, que era visible desde la ventana de la parte trasera de su apartamento, en el quinto piso.

Aquella mañana, en lugar de detestar su apartamento, miraba las cabezas de sus hijos y su marido y experimentaba una inusual sensación de calidez y afecto en ese día de principios de semana. Su marido lo intuyó, tiró de ella y la sentó en el regazo.

– Fernando -dijo Gloria, lanzándole una advertencia en caso de que pretendiera algo demasiado obsceno delante de los niños.

– Estaba pensando -le susurró en el oído, y los labios le cosquillearon el lóbulo.

– Cada vez que te pones a pensar tiemblo -dijo ella, sonriéndoles a los niños, que ahora les prestaban atención.

– Estaba pensando que deberíamos ser más -le susurró-. Gloria, Fernando, Lourdes, Pedro, y…

– Estás loco -dijo ella; adoraba que le pusiera los labios en el oído y le dijera eso.

– Siempre dijimos que tendríamos cuatro niños, ¿no?

– Pero eso fue antes de saber lo que cuestan dos -dijo Gloria-. Ahora trabajamos todo el día y no tenemos dinero suficiente para largarnos de este piso ni irnos de vacaciones.

– Tengo un secreto -dijo él.

Ella sabía que no era verdad.

– Si es un billete de lotería, no quiero ni verlo.

– No es un billete de lotería.

Ella sabía lo que era: esperanzas infundadas.

– Dios mío -dijo Fernando, mirando de repente el reloj-. Eh, Pedro, tenemos que irnos.

– Dinos el secreto -exclamaron los críos.

Levantó a Gloria y la puso de pie.

– Si os lo cuento, dejará de ser un secreto -dijo Fernando-. Tendréis que esperar a que el secreto se revele.

– ¡Cuéntanoslo ahora!

– Esta noche -dijo su padre, besando a Gloria en la cabeza y cogiendo la diminuta mano de Pedro.

Gloria los acompañó hasta la puerta. Besó a Pedro, que se estaba mirando los pies y parecía desinteresado. Besó a su marido en la boca y le susurró a los labios:

– Te odio.

– Esta noche volverás a quererme.

Gloria regresó a la mesa del desayuno y se sentó delante de Lourdes. Aún faltaban quince minutos para que tuvieran que ponerse en marcha. Pasaron unos pocos minutos mirando los dibujos de Lourdes antes de acercarse a la ventana. Fernando y Pedro aparecieron en el aparcamiento que había delante de la guardería. Saludaron con la mano. Fernando levantó a Pedro por encima de su cabeza y el niño saludó.

Tras dejar al crío, Fernando siguió caminando entre los bloques de apartamentos hasta la calle principal para coger el autobús. Gloria se dio media vuelta y vio que Lourdes, sentada a la mesa de la cocina, trabajaba en otro dibujo. Gloria dio un sorbo de café y jugueteó con el pelo sedoso de su hija. Fernando y sus secretos. Practicaba esos juegos para divertirlos y para mantener la esperanza de que algún día podrían comprarse su propio piso, pero los precios de la vivienda estaban por las nubes y sabían que vivirían de alquiler el resto de su vida. Gloria seguiría siendo representante toda la vida y, aunque Fernando siempre decía que iba a hacer un curso de fontanería, necesitaba ganar dinero trabajando en la construcción. Habían tenido suerte al encontrar un piso con el alquiler tan bajo. Tenían suerte de tener dos hijos sanos. Como decía Fernando: «Puede que no seamos ricos, pero tenemos suerte, y la suerte nos será más útil que todo el dinero del mundo».

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