Sonó el teléfono. Baena lo descolgó y luego lo sostuvo contra el pecho.
– Adivina…
– Vale -dijo Falcón-. Subo para allá. Dile que sólo quería ver primero a la gente más importante. Habéis hecho un trabajo excelente.
El comisario Elvira no le hizo esperar. Su secretaria le ofreció un café. Esto no ocurría casi nunca.
– Estoy redactando el comunicado de prensa -dijo Elvira.
– ¿Para qué?
– Las imputaciones finales relacionadas con la colocación de la bomba de Sevilla.
– ¿Las imputaciones finales?
– Sí, las personas que colocaron el artefacto explosivo han sido detenidas y tienen que enfrentarse a la justicia.
– ¿Y la cadena de mando desde los sospechosos que tenemos detenidos desde junio, a través de Horizonte y I4IT?
– Sobre eso no podemos hacer ninguna declaración.
– ¿Vais a trabajar en esa línea?
– Tendremos que sopesarlo -dijo Elvira-. De todos modos, esta tarde va a haber una conferencia de prensa televisada. El alcalde y el comisario Lobo quieren que estés tú allí para leer la declaración que te estoy preparando.
– Estoy suspendido de servicio a la espera de ulteriores investigaciones -dijo Falcón.
– Te rehabilitaron anoche cuando concluimos que Alejandro Spinola estaba implicado en la filtración de información sobre el proyecto urbanístico de la isla de la Cartuja.
– ¿Y mi improvisación no autorizada en el hotel La Berenjena?
– Mira, Javier, tengo que escribir este comunicado de prensa y la declaración -dijo Elvira-. Me gustaría que te reunieras conmigo en mi coche dentro de una hora para ir al Parlamento autonómico.
Falcón asintió, salió del despacho. La secretaria le trajo el café. Se lo tomó de pie delante de ella. Volvió a la oficina de Homicidios.
– Va a haber una conferencia de prensa en el Parlamento Andaluz dentro de una hora y media -dijo Falcón-. Me gustaría que lo escuchaseis todos.
Entró en su despacho y se disponía a cerrar la puerta cuando vio el gráfico de la pared. Lo desenganchó y lo sacó del despacho.
– Podéis descolgar esto y archivarlo -dijo a los agentes del grupo-. Por ahora hemos acabado con esto.
Sonó el teléfono. Era la línea cifrada por la que hablaba con el CNI. Entró en su despacho, cerró la puerta, respondió.
– Recibí un informe completo de mis agentes en Fez -dijo Pablo-. Y Alfonso me ha informado de lo que pasó después. Habéis encontrado al niño.
– Está en buen estado, dadas las circunstancias. No recuerda nada de lo que pasó… por ahora -dijo Falcón-. ¿Cómo se lo han tomado los marroquíes?
– También recibieron una llamada de los saudíes, así que… se lo toman con filosofía. El petróleo se hace oír -dijo Pablo-. Aun así, no todo está perdido. Los alemanes han descubierto una red relacionada con el negocio de exportación de Barakat. Los marroquíes están investigando dos pistas ligadas al GICM a partir de otras conexiones que han establecido con Barakat. También había un enlace argelino. Y el MI5 está trabajando en la célula de la que le hablaron los franceses, que, según parece, estaba relacionada con el negocio de alfombras de Barakat en Londres. Así que, aunque no conseguimos al hombre…
– ¿Y tú? -preguntó Falcón-. ¿Has sacado algo en limpio?
– Yacub dejó todos los detalles de la célula logística del GICM que utilizaba en la Costa del Sol con los saudíes -dijo Pablo-. Y de otras dos de las que tenía conocimiento en Madrid y Barcelona. Estamos contentos.
– Me alegro.
– Quería preguntarte por Abdulá -dijo Pablo.
– Han tenido que darle doce puntos en el hombro…
– ¿Le interesaría colaborar con nosotros?
– ¿Con vosotros? ¿Cómo va a colaborar? Ha estado expuesto.
– Puede que sí y puede que no -dijo Pablo-. Sólo quería saber qué le parecería meterse en este juego.
– La carta le ha dado mucho que pensar -dijo Falcón.
– ¿Y tú, Javier?
– ¿Yo? -dijo Falcón-. ¿El aficionado?
– Piénsalo -dijo Pablo, y colgó.
Falcón se acercó a la ventana, se asomó al aparcamiento a la luz del atardecer. Los vencejos se lanzaban en picado y se esquivaban en zigzag, garabateando el aire con sus acrobacias. Se sentía vacío e inmensamente solo. El trabajo de policía le infundía esa sensación. Cuando todo se acababa, sólo le quedaba un sentimiento de decepción. Desaparecía el misterio, concluían las pesquisas. Lo único que quedaba era una abrumadora sensación de pérdida y absurdo.
Mientras observaba las hileras de coches anodinos, cada uno dentro de sus líneas de demarcación, empezó a buscar una razón. Y lo que le vino a la cabeza era una imagen que vio por primera vez cuando volvía en coche desde Fez: Yacub, en medio del océano, en una lancha motora, en medio de una absoluta oscuridad, con la fuerza del sacrificio en sus manos para salvar a su hijo de los fanáticos y, de ese modo, restaurar cierta nobleza a la especie humana.
Se sentó y dejó que el mundo oscureciera a su alrededor hasta que Ferrera llamó a la puerta, se asomó al despacho y le dijo que el coche de Elvira estaba listo. Bajó, entró en el asiento trasero con el comisario, que le entregó el comunicado de prensa y su declaración. Los leyó y observó por la ventanilla las luces de la ciudad y la gente anónima que hacía su vida.
La conferencia de prensa estaba abarrotada. No había habido tanta expectación desde el día en que el comisario Lobo anunció que habían encontrado a Calderón intentando deshacerse del cadáver de su mujer en el Guadalquivir y lo iban a sustituir como juez de instrucción del atentado de Sevilla.
Empezó el largo y tedioso proceso. Todo el mundo tenía algo que decir y todos querían regodearse con el éxito: Lobo, Elvira, el alcalde. En condiciones normales, el juez decano Spinola habría estado presente, pero, dadas las circunstancias, no parecía apropiado. Falcón dejó de atender a lo que se decía, volvió a fijarse en las caras ávidas que lo miraban, parpadeó ante los flashes. Llegó su turno. Tenía el último turno de palabra, pero en este caso era el menos importante. Leyó la declaración que le había preparado Elvira y luego añadió la suya propia: «Nadie en esta sala debería olvidar que todo lo que se ha dicho aquí hoy sólo podría haberse descubierto gracias a la dedicación extraordinaria y, en muchos casos, no remunerada, de personas desconocidas, nunca vistas y raras veces oídas. Trabajan incansablemente, en circunstancias peligrosas, para mantener a salvo al pueblo de Sevilla, retirando de las calles a asesinos y gánsteres para que los hombres, las mujeres y los niños puedan vivir en esta ciudad sin miedo. Son el inspector José Luis Ramírez, el subinspector Emilio Pérez, el detective Julio Baena, el detective Carlos Serrano y la detective Cristina Ferrera. Y quisiera dar las gracias a todos ellos».
Se sentó. Al comisario Elvira le molestó que se apartase del texto. Un par de periodistas aplaudieron, cuatro más se sumaron y luego toda la sala aplaudió al unísono a los nunca vistos ni oídos. Elvira sonrió y se regodeó con la adulación parcialmente merecida.
Cuando se dirigían a las oficinas privadas del alcalde, donde se sirvió un vino, Falcón solicitó hablar un instante con el comisario Elvira. Duró unos dos minutos, se separaron y volvieron a juntarse con el grupo. Había una cena prevista a continuación, y Falcón estaba invitado, pero declinó amablemente el ofrecimiento. Los que mandaban se alegraron. La presencia del taciturno inspector jefe parecía suponer cierta crítica implícita.
Falcón se fue a casa. Se duchó y se cambió. Abdulá declinó la invitación de la cena de Consuelo. Iba a ser una celebración y él seguía de luto. Falcón fue en coche a Santa Clara, donde tuvieron una cena familiar. Estaba también la familia de la hermana de Consuelo. Fue una bienvenida a Darío. Consuelo le había hecho una tarta. Era como si fuese su cumpleaños. Comieron y bebieron. La gente se marchó. Otros se fueron a dormir.
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