– Eso es mucha gente -dijo la voz-. Son… dos, cinco, seis, siete, nueve personas las que quiere a cambio de los dos discos. Me volveré a poner en contacto con usted, pero le aseguro que al señor Revnik esto no le va a hacer gracia.
– No hay prisa.
– No le entiendo.
– Si, tal como dice, nunca descifraremos el código de los dos discos, entonces tenemos todo el tiempo del mundo.
Por la carretera de la Serranía de Ronda. Martes, 19 de septiembre de 2006, 14.30
Llevaron dos coches. Falcón, Ramírez y Ferrera iban en el coche de delante, Serrano y Baena detrás. Sólo Pérez se quedó en Sevilla, trabajando en los asesinatos de Las Tres Mil y el suicidio de Carlos Puerta. A Falcón le preocupaba apartar a todos sus hombres de sus diversos casos, pero el Pulmón era un testigo importante y la información que les había proporcionado la Guardia Civil local, con la que iban a reunirse en Cuevas del Becerro, unos veinte kilómetros al nordeste de Ronda, era prometedora. Necesitaba todos estos recursos humanos porque la granja estaba en una zona protegida por altas montañas en el lado norte. Había muchos caballos en la granja y, si los dos gitanos se enteraban de que se aproximaba la policía, podían adentrarse cabalgando en la sierra en cuestión de minutos y, una vez allí arriba, nunca los encontrarían.
Falcón había acordado reunirse con Yacub en Osuna lo más cerca posible de las cinco de la tarde. Al salir de la Jefatura se encontró con el inspector jefe Tirado, del GRUME, pero no encontró la manera, en medio de tantas complicaciones, de advertirle que los rusos no eran el objetivo. Sólo le dijo lo que le había comentado a Flowers -alguno o ninguno- y que mantuviese la mente abierta. Tirado no pensó que eso fuese de gran utilidad. Su investigación estaba estancada. Estaba concentrando los esfuerzos alrededor de la plaza Nervión sin ningún resultado.
El calor era más brutal en campo abierto, donde el cielo blanqueado y la tierra yerma calcárea parecían desprovistos de circulación vascular. Con la neblina de la tarde, la cordillera montañosa que tenían que atravesar para llegar al pueblo donde se reunían con la Guardia Civil no se veía. Las hectáreas infinitas de olivares, alineados como antiguos ejércitos preparados para la batalla en una vasta llanura sin rival, eran la única prueba de la civilización en este árido paisaje.
Por el camino informó a Ramírez y Ferrera sobre la situación de Alejandro Spinola, su implicación en la Alcaldía y su relación con Marisa Moreno y, por lo tanto, muy posiblemente, con los rusos. También les dijo lo que había ocurrido cuando fue a ver a los comisarios Elvira y Lobo.
– ¿Y qué vamos a hacer con Spinola?
– Cuando acabemos con este asunto, vosotros dos os vais al aeropuerto para ver quién viene en el avión fletado por I4IT y seguís al coche hacia donde os lleve. Serrano y Baena van a seguir la pista a Spinola.
– Pero van a acabar todos en ese hotel de lujo, La Berenjena -dijo Ferrera-. ¿Por qué no vamos directamente allí?
– Parece que los rusos quieren influir en el resultado del acuerdo que se traen entre la Alcaldía y el consorcio l4lT/Horizonte -dijo Falcón-. Lo que no sabemos es cómo o cuándo van a hacerlo.
– Y no podemos tocar a Spinola, a causa de Lobo y Elvira -dijo Ramírez.
– Y tampoco podemos organizar una operación oficial en La Berenjena -recordó Falcón-. Quién sabe, a lo mejor es un acuerdo totalmente legítimo, sin implicación de la mafia, y podemos irnos todos para casa a dormir a pierna suelta. Por otro lado, con la información que hemos recabado, creo que yo tengo que estar localizable por si las cosas se tuercen.
– ¿Podemos hacer al menos algo de trabajo preparatorio? -dijo Ferrera-. Como conseguir una lista de los demás invitados, advertir al gerente de que vamos a ir o formarnos alguna idea sobre la seguridad del hotel.
– ¿Qué sabes del local? -preguntó Ramírez.
– La página web dice que es un sitio muy exclusivo, frecuentado por famosos, que la realeza se ha alojado allí, y que no es un hotel en una casa solariega corriente. Tienen un jefe de seguridad y la gerencia quiere establecer medidas de seguridad adicionales.
– Es importante que Elvira no se entere de nada de esto -dijo Falcón-. Para que podamos lograrlo en secretismo total; luego, adelante.
– Necesitaremos ayuda para la identificación de los participantes que no conocemos -dijo Ferrera-. Hay cuatro suites reservadas en La Berenjena, así que, ¿quién es la persona adicional del equipo l4lT/Horizonte, y cómo reconocemos a los mafiosos?
– No tenemos fotografías de Leonid Revnik y sólo una antigua de gulag de Yuri Donstov -dijo Falcón-. El resto debería estar en la base de datos del CICO.
– Tendremos que sacarles fotos cuando lleguen y enviárselas a Vicente Cortés y Martín Díaz para que los identifiquen -dijo Ramírez.
– Llevaré un portátil -dijo Ferrera.
– Será mejor que informéis a Cortés y Díaz -dijo Falcón-. Y yo hablaré con el CNI.
Cruzaron la carretera general, ascendieron por la cordillera y fueron a parar a donde los esperaba la Guardia Civil, a las afueras de Cuevas del Becerro. Tenían un mapa a gran escala de la zona, y alguna información adicional. Habían visto al amigo gitano del Pulmón en Ronda comprando ropa y cartuchos de escopeta. El propietario de la granja estaba de viaje por el norte y el lugar estaba regentado por un gerente, que se había ido a la costa con su familia. Había un establo para veinte caballos y el gitano vivía en una pequeña casita de campo contigua. Su trabajo consistía en cuidar de los animales. Era conocido en la zona y conocía el campo como la palma de su mano.
– ¿Por qué creéis que lo más probable es que estén en casa a esta hora del día? -preguntó Ramírez.
– Con un poco de suerte estarán durmiendo la siesta -dijo el guardia civil-. Pero podrían estar… es una posibilidad, en la parte de atrás de los establos, hay un tentadero para adiestrar a los caballos con toros.
– ¿Para eso se usan los caballos? -preguntó Baena.
– Sí. Es uno de los mejores rejoneadores que hay. Caballos estupendos. Va por toda España y Portugal con ellos -dijo el guardia civil.
– No saldrán al campo a esta hora del día con este calor -dijo el otro guardia civil.
– Estos caballos serán muy valiosos -dijo Baena.
– Así que más vale que no les disparemos accidentalmente -dijo Serrano, mientras sacaba su revólver, para verificar que estuviera plenamente cargado.
– Joder, no -dijo el guardia civil-. Si hacéis eso, tendréis que pagar al menos cien mil euros por animal.
– Y el resto -dijo Baena.
– ¿Conocéis el tentadero? -preguntó Falcón-. ¿Cuántas entradas y salidas tiene?
El guardia civil se encogió de hombros. Falcón decidió que iban a ir en los dos coches no señalizados, para no correr el riesgo de que la Guardia Civil los acompañase en los Nissan Patrol verde y blanco.
– Cuando lleguemos -dijo Falcón-, Serrano y Baena entrarán en los establos y los registrarán. Ramírez y yo registraremos la casita de campo. Si no hay rastro de ellos, nos desplazaremos al tentadero. Vosotros tres vigilaréis los puntos de entrada y Ramírez y yo entraremos en el cercado.
– ¡Toro! -dijo uno de los guardias civiles, y todos se rieron.
El guardia civil les indicó por dónde se accedía al campo y señaló la entrada de la Finca de la Luna Llena. Los edificios de la granja no eran visibles desde la carretera. Había una larga cuesta de dos kilómetros desde las puertas de la finca y el edificio principal se veía en lo alto de la ladera.
– Si andan por ahí fuera, nos verán llegar por esa cuesta -dijo Ramírez.
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