– Esperábamos recibir cierta mercancía del senhor Lazard, es cierto -reconoció Voss-. Pero esperábamos que saliera del país para conseguirla. En realidad, sabemos que salió del país y nos ha sorprendido mucho descubrir que seguía aquí, y todavía más…
– ¿De qué mercancía se trata?
– En fin, dije «mercancía»… Lo que quiero decir es que se fue con diamantes para comprar dólares. En Europa tenemos un grave problema de divisas.
– ¿De modo que tendría que haber llevado encima los diamantes?
– No sé si encima, pero deberían estar en su poder, a menos que los transportara el hombre que embarcó en el vuelo de Dakar haciéndose pasar por el señor Lazard.
– No trate de complicar el asunto, senhor Voss. Lo tengo muy claro. Lo único que quiero saber es por qué Lazard disparó a un francés en Monsanto, fue hasta la Serra da Sintra, violó y estranguló a la senhora Couples, mató al senhor Couples y después volvió a Estoril, donde estoy seguro de que se disponía a disparar al senhor Wilshere.
– Me gustaría proponer la teoría de que el senhor Lazard actuaba por iniciativa propia -dijo Voss-. ¿Se han mostrado comunicativos los aliados acerca del senhor y la senhora Couples?
Los ojos oscuros de Lourenço no se apartaron del rostro de Voss mientras se iluminaban con su primera idea de la tarde.
– Ah, sí, ya veo… ¿Es posible que Lazard empleara sus diamantes para comprarles algo al senhor y la senhora Couples? Después, en cuanto obtuvo lo que quería, los mató. El único problema es que el senhor Couples, según el Consulado Estadounidense, es representante de una compañía que fabrica imprentas destinadas a la industria de la construcción… y ella era su esposa. Se rumoreaba que tenía una aventura con el senhor Lazard, cosa que me cuesta creer. ¿Qué valor tenían los diamantes?
– ¿Por qué?
– Me gustaría saberlo, senhor Voss.
– Me refiero a por qué le cuesta creer que el senhor Lazard tuviera una aventura con la senhora Couples.
– Los detalles de su muerte no resultan agradables… Habrá reparado en que he utilizado la palabra violación… Eso fue… He sido… ¡Puaj! Ese hombre era un animal -dijo Lourenço, con un ademán de la mano-. ¿Y quién es ese francés? Ese es otro asunto.
Voss bajó la cabeza: sentía no poder ayudarle.
– ¿Ha hablado con la chica inglesa que vivía en la casa? Ella debe… -sugirió Voss.
– No sabe nada. No estuvo allí-respondió Lourenço-. Ha dicho que estaba. Ha dicho que desayunó con Wilshere por la mañana y se fue a trabajar, pero la verdad es… No sé… Extranjeros.
– ¿Extranjeros?
– Andaba por Lisboa con su novio inglés… Estas mujeres… Pero si llegó el sábado. Me gustaría haber nacido…
Lourenço lo dejó en el aire. Voss sobrevivió a la sacudida, al principio de miedo, para después dar paso a unos celos salvajes e irracionales y finalizar en alegría. Se perdió lo que dijo Lourenço mientras miraba el sol que cegaba las ventanas del edificio de enfrente.
Wolters escuchó el informe de Voss sobre su entrevista con Lourenço encerrado en un severo mutismo, con un parpadeo por minuto, como si eso formara parte del proceso de asumir el desastre. Un millón de dólares perdidos, su más valioso proveedor de diamantes muerto y los planos, que deberían haber supuesto un paso adelante hacia el arma secreta, ¿dónde estaban? ¿Llegaron a existir?
– ¿Qué sabemos de esto? -preguntó Wolters, en cuya cabeza se había iniciado ya el proceso de endilgar culpas.
– Lo que sabemos no nos sirve de nada -respondió Voss, disfrutando del momento, que le hubiera gustado poder compartir con alguien: eso era lo que pasaba cuando las SS asumían las operaciones de espionaje de la Abwehr.
– Pero algo sabremos -insistió Wolters, dispuesto a aferrarse a un clavo ardiendo.
– Sabemos que alguien que se hacía llamar Beecham Lazard embarcó en el vuelo Lisboa-Dakar. Según Inmigración de Dakar llegó sano y salvo, pero no consta nadie con ese nombre en el vuelo Dakar-Río que acaba de despegar…
– Sí, sí… Eso ya lo sé.
Voss lo miró, en busca de una confirmación de su teoría, pero Wolters no mostraba expresión alguna. No había nada en su cara que revelara si había estado al tanto de lo que Lazard hacía, si aquello había formado parte de un juego, un farol para que el SIS y la OSS desviaran su atención de Portugal. No importaba. Fuera lo que fuese, había salido mal.
– Escribiré yo el informe sobre este asunto -dijo Wolters-. Yo enviaré el informe personalmente a Berlín. ¿Entendido?
Voss esperó hasta el anochecer para ver si salía algún informe del despacho de su superior. Lo único que salió fue el propio Wolters, para abandonar la legación y acudir a un cóctel en el Hotel Aziv y después a una cena en el Negresco.
Voss salió del edificio a las 7:00 p.m. y volvió a su piso, donde se arrodilló junto a la ventana para fumar, beber su alcohol de quemar favorito y contemplar la plaza, esperando, esperando a que el mañana llegara por fin.
Dado que nunca tomaba taxis a Paco le había supuesto una larga caminata llegar al parquecillo de encima del mercado de Santa Clara, en el barrio de la Alfama. Le habían dicho que la información que iba a recibir compensaría con creces el larguísimo trayecto desde Lapa a la otra punta de la ciudad. Se sentó bajo los árboles mirando a la iglesia de Santa Engracia, preguntándose si sería peligroso estar allí. Detrás de él, observándole, había otra persona que también reflexionaba sobre el mismo edificio, que seguía incompleto después de doscientos sesenta y dos años de obras. Paco se recostó y trató de disfrutar del aire cálido y nocturno del parque vacío mientras contemplaba las luces de los barquitos que cruzaban lentamente por el Tajo, que a esa altura era tan grande como un mar pequeño.
La voz que abordó a Paco desde atrás no era portuguesa. Ya había oído esa clase de voz con anterioridad. Era una voz incapaz de relajarse. Era inglesa y tan sólo podía articular un portugués a duras pensas comprensible. El parque estaba tan oscuro que ni siquiera al volverse distinguió quién le hablaba. No le gustaba esa voz. A Paco no le gustaba nadie. Pero esa voz le disgustaba en especial porque pertenecía al tipo de personas que no se daban a conocer, que siempre estarían al límite de la luz, sumidos en las sombras.
– Oh, sí, Paco. Se está bien aquí, ¿verdad? Sobre todo de noche. Muy tranquilo. Uno apenas tiene la sensación de estar en la ciudad.
Paco no replicó. Aquello no eran más que cosas de las que decían los ingleses.
– Tengo algo para ti, Paco. Una información. Algo que podrías utilizar en el momento adecuado. No puedo decirte cuándo llegará ese momento. Puede que sea mañana, o pasado. Escucha y observa como siempre y decide el momento adecuado para acudir con esta información al hombre que te pagará bien por ella.
– ¿Quién es el hombre que me pagará bien?
– Esto no debe llegar a oídos de la PVDE.
– Es que ellos no me pagan bien.
– Entonces, perfecto -dijo la voz inglesa-. El hombre que te pagará bien es el general de las SS Reinhardt Wolters, de la Legación Alemana.
– No querrá recibirme. ¿Por qué iba a querer ver un hombre como él a Paco Gómez?
– No te quepa duda de que querrá verte cuando tengas esta información. -Hable.
– Le dirás que anoche viste a su agregado militar, el capitán Karl Voss… sabes a quién me refiero, ¿verdad, Paco?
– Desde luego.
– Le dirás que viste al capitán Karl Voss con la inglesa…
– ¿La inglesa que trabaja para la Shell, la que vive en casa del senhor Wilshere?
– Sí, esa misma. Le dirás que los viste paseando juntos anoche por el Bairro Alto -dijo la voz inglesa-, y que son amantes. Eso es todo.
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