– ¿Y qué hacían los Couples? -preguntó ella.
– Hal Couples trabajaba para Ozalid. Espiaba las instalaciones militares mientras les vendía máquinas de su empresa. La OSS lo destapó y él limpió el chiringuito de American IG para ellos. Este era su último trabajo. Le asignaron uno de sus agentes y lo enviaron a Lisboa con un juego de planos. Me parece que ya le expliqué que Bohr informó a los americanos sobre el programa atómico alemán. Llevaba consigo un boceto que Heisenberg le había dado el año anterior. Él pensaba que se trataba de una bomba atómica. Los científicos americanos vieron algo distinto: no una bomba sino una pila atómica… capaz de producir material fisionable para usarlo en grandes cantidades en una bomba.
– Wilshere lo llamó el corazón de la manzana atómica.
– Tenía temperamento artístico, ese Wilshere -comentó Rose.
– A los americanos les preocupaba la calidad de la física procedente de Alemania en los últimos cinco años. Después del informe de Bohr les inquietaban las lealtades de Heisenberg. ¿Estaban del lado de la física o del Führer? Decidieron que, aunque tal vez no fuera un nazi fanático, la emoción del progreso le atraía lo suficiente para desarrollar una bomba. Eso, unido a la capacidad de producción de cohetes de los alemanes, constituía una perspectiva más bien preocupante.
– Entonces, si los Couples trabajaban para la OSS, ¿qué era lo que vendían?
– Planos, diseñados por una mente hábil, que habrían servido para construir una pila atómica muy peligrosa. La información que obtuviesen los americanos tras la entrega de los documentos les habría proporcionado una idea clara de lo cerca que se hallan los alemanes de coger sus cohetes con explosivos no convencionales.
– ¿Quiere decir que Karl Voss podría haberse llevado el maletín, le podría haber dado el sobre al general Wolters, que era lo que querían los americanos, y que hubiera sido una solución ideal?
Sutherland y Rose no dijeron nada. A Anne le afloraron lágrimas a los ojos, que se precipitaron por su rostro, toparon con las comisuras de su boca y le gotearon de la mandíbula sobre el vestido, todavía húmedo, quedas como llovizna que se desprende de los aleros.
Voss había estado en lo cierto. Para cuando llegó a la legación el sol había evaporado la niebla y la temperatura alcanzaba ya cerca de los treinta grados. Llamó al aeropuerto de Dakar y solicitó información sobre el vuelo a Río. Aún no había despegado. Acudió directamente al despacho de Wolters con su fragmento de información de distracción y se quedó anonadado al encontrarle alegre y comunicativo.
– Puede que hoy refresque un poco, Voss -le dijo.
– No lo sé, señor -dijo él-. Sólo quería decirle, señor, que el vuelo Dakar-Río todavía no ha despegado.
– Gracias, Voss, ya me lo habían comunicado. Espero que no se trate de un informe que ha recibido.
– No, señor, mantuve alejados del aeropuerto a todos nuestros hombres.
– Siga así.
Le dio permiso para salir. Voss fue a su despacho, ligero una vez más, y se derrumbó sobre su silla. Feliz.
– ¿Está enamorado, señor? -preguntó Kempf.
Voss se volvió bruscamente; no lo había visto en la esquina de la habitación, apoyado en la ventana.
– He dormido bien, eso es todo, Kempf. La primera noche fresca desde hace semanas. ¿Y usted?
– ¿Qué, señor? ¿Si he dormido bien?
– O si está enamorado.
– No es ese tipo de amor, señor. No del tipo que le hace feliz a uno.
– ¿De qué tipo, Kempf?
– Del tipo que convierte la primera meada de la mañana en una completa agonía, señor. Creo que me he procurado una dosis. -Tómese la mañana libre, Kempf. -Gracias, señor.
Voss encendió un cigarrillo, estiró las piernas y contempló el violoncelo del cuerpo de Anne en la ventana, la gruesa banda de melena negra sobre un hombro. Sonó el teléfono. Escuchó, colgó y salió de la legación; de camino compró su periódico habitual.
Fue caminando hasta la Pensáo Rocha sin nada en la cabeza excepto el
Tajo azul ante sus ojos y los barcos que se hacían visibles al pasar por los huecos entre edificios con rumbo al Atlántico.
Se sentó en el patio a su mesa de siempre, dejó el periódico encima y vio un breve al pie de la portada. La PVDE anunciaba la captura de una célula comunista en una casa franca de la Rua da Arrábida. El mismo sitio al que acudía Mesnel y al que había enviado a Paco a vigilar. «Paco -pensó Voss-. Tienes que ir con cuidado con Paco. Sólo es leal a una cosa: el dinero.» Unos minutos después Rui se sentó en la silla de delante.
– Anoche dispararon a su francés. Muerto -dijo Rui.
– Cuenta.
– Le seguimos hasta las cuevas, como de costumbre. Fue a lo suyo y nosotros nos quedamos, pero oímos un disparo, dos disparos. Esta mañana hemos subido hasta allí. Alguien ha encontrado el cuerpo sobre las seis. Estaba la PVDE porque se trataba de un extranjero, de modo que no me he acercado demasiado. Le pegaron un tiro en la cabeza en el mirador del Alto da Serafina.
– ¿Eso es todo?
– He oído que le han encontrado encima una pistola -añadió Rui-, y unos hombres de la PVDE hablaban de un triple asesinato en una casa grande de Estoril. Dos extranjeros y una portuguesa de una familia importante.
Voss tamborileó con los dedos en la mesa y le ofreció un cigarrillo que Rui se guardó en el bolsillo sin pensar. -¿Hacemos algo? -preguntó Rui. -Esperar -dijo Voss, y dejó el periódico en la mesa.
La PVDE llevaba trabajando sin descanso desde que llegaran a la Quinta da Águia, cerca de las 2:15 a.m. Se aplicaban a conciencia para disimular su incompetente tardanza en llegar al lugar de los hechos. La primera llamada de aviso sobre ruido de disparos en la residencia de los Wilshere había llegado a la 1:50 a.m. y había sido pasada por alto como una falsa alarma. A las 2:00 a.m., sin embargo, se habían producido otras cuatro llamadas, y todas coincidían en el relato de lo sucedido: disparos, uno bastante ruidoso, seguido de dos muy ruidosos y después otros dos no tan ruidosos; y así fue que dos hombres de la PVDE y dos agentes de la GNR se subieron a un coche a regañadientes y fueron hasta la Quinta da Águia tocando la sirena, con el único fin de despertar a todo el vecindario y sentirse importantes.
A las 6:00 a.m., dados los nombres de los fallecidos que encontraron en la casa, el capitán Lourenço fue informado y de inmediato se interesó por el caso. Reunieron a los criados y, más avanzada la mañana, se inició la búsqueda de la mujer inglesa en cuya solicitud de visado constaba la Quinta da Águia como dirección. La esperaban en el edificio de la Shell cuando regresó de la Rua de Madres. La subieron a un coche y se la llevaron al cuartel de la PVDE de la Rua Antonio Maria Cardoso, que era un hervidero de actividad puesto que se estaban presentando los informes de otros tres asesinatos.
Sutherland y Rose habían repasado la historia de Anne y habían topado con una seria dificultad: las horas transcurridas en la cafetería después de que Voss la dejara en Estoril. Su primera idea había sido afirmar que se encontraba en casa de Cardew: cena y después, demasiado cansada para ir a casa, se quedó a dormir. La estancia en la cafetería se lo imposibilitaba. Fantasearon con la idea de decir la verdad, exceptuando su presencia en la residencia de los Wilshere pero confirmando que había pasado la noche con Voss, pero eso pondría en peligro al alemán. Se habían devanado los sesos hasta que Anne propuso la idea de Wallis.
Dieron con Jim Wallis. Había pasado la noche solo. Le endosaron una historia: que Anne había cenado con los Cardew, la habían dejado en la quinta, había bajado a la cafetería, lo había esperado durante mucho tiempo, había salido, se lo había encontrado fuera y se habían ido juntos a su apartamento de Lisboa. Quedaban algunos elementos endebles, entre ellos el que Anne nunca hubiese estado en el piso de Wallis y el que éste tuviese casera. Anne recibió instrucciones de comportarse de forma tímida y reticente en el interrogatorio hasta que se la informara de los asesinatos y entonces, los instintos naturales se impondrían. De camino al edificio de la Shell fue elaborando el germen de la mentira hasta que se convirtió en una infección de perfecta realidad en su cabeza. Estaba desesperada porque funcionase, y su mayor temor era que la encerraran sin cargos durante el tiempo que les apeteciese.
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