– Limón -dijo ella.
– En este país no hay ningún problema con los limones -prosiguió él, y se recostó con las piernas cruzadas, la taza y el plato en una mano y una pasta a un lado. Su primera pregunta resultó sorprendente pero, descubrió Anne con la experiencia, típica.
– Wilshere… lo de azuzar así a su caballo… ¿a qué cree que vino eso?
– Judy Laverne… En ese momento yo llevaba su ropa de montar.
– Según las notas de Cardew, o más bien la lectura de Rose de las notas de Cardew, porque yo sigo sin entender una dichosa palabra de lo que escribe ese hombre, usted no le preguntó a Wilshere qué demonios pretendía al golpear a su caballo sin venir a cuento, por decirlo de alguna manera.
– No, señor.
– ¿Algún motivo?
– En primer lugar no quería que se produjera ninguna confrontación delante del comandante y, en segundo, si hubiese sabido lo que hacía…
– ¿Quiere decir, si hubiera sido consciente de lo que estaba haciendo…?
– Se habría disculpado con una excusa, habría inventado un accidente.
– A menos que buscara una reacción por su parte.
– Desde luego, si no era consciente nos las vemos con alguien que tiene un problema mental y con el que hay que obrar en consecuencia. Opté por ganar tiempo… y ver qué más pasaba.
– ¿No se le ocurrió que quizás estaba poniendo a prueba su tapadera?
Esas palabras le enfriaron las entrañas, lo cual, sumado al calor que sofocaba la habitación como el relleno de un pavo, la hizo marearse.
– Sé que se trata de una situación difícil, dada la sociabilidad del entorno, pero ¿no se le pasó por la cabeza? -insistió él, mientras mordisqueaba su pasta.
– Sí, pero tenía más presente a Judy Laverne… Me había alterado la reacción de la esposa de Wilshere al ver la ropa de montar…
– Creo que debería mencionarlo. Cuanto antes mejor -dijo Sutherland-. Hágalo plausible. Ya sabe… no quería sacarlo a colación delante del comandante Almeida, lo ha estado pensando un par de días… ese tipo de cosas. Dele ocasión de disculparse y poner sus excusas.
– ¿Y si no lo hace?
– ¿Se refiere a si de verdad fue un acto inconsciente? Bueno, entonces habría que pensar que lo que fuera que sucedió entre Wilshere y Judy Laverne lo ha convertido en un ser algo imprevisible.
– ¿Y quién era la tal Judy Laverne, señor?
– Ah, sí -dijo él-. Un lío. Un lío tremendo. No sé si alguna vez sabremos toda la verdad sobre ella. Antes de venir trabajaba de secretaria en American IG.
– ¿Qué es American IG?
– La filial en Estados Unidos de IG Farben, el conglomerado químico alemán -respondió Sutherland-. Y, como sabe por lo que oyó que hablaban en el estudio de Wilshere, Lazard también había sido ejecutivo de American IG. Por lo que yo sé, Judy Laverne había perdido su puesto en la empresa en Estados Unidos y Lazard la invitó a trabajar para él.
– Entonces no trabajaba para los americanos.
– ¿En espionaje? ¿Para la OSS, la Oficina de Estudios Estratégicos, quiere decir? Otro de sus brillantes eufemismos, debo decir. No, no, no lo creo, aunque a ese respecto parece existir cierta confusión. Al parecer ellos trataban de que les hiciera un trabajo pero ella era muy leal a Lazard y se lo pasaba muy bien con Wilshere, de modo que no quiso saber nada. No sabemos qué le buscaban a Lazard, todavía no. Estos yanquis están completamente obsesionados con la discreción, y eso después del Día D, que, por los clavos de Cristo, debería… -Sutherland se refrenó, se pellizcó el puente de la nariz, agarró el cansancio con el puño y lo tiró al suelo.
– ¿Sabemos si murió en un accidente de tráfico? -preguntó Anne-. Existe cierta confusión acerca de que la deportaron.
– La PVDE le había denegado la extensión del visado, eso es cierto. Disponía de tres días para partir, cierto también. Y es verdad que encontró la muerte dentro de un coche que se salió de la carretera cerca del cruce de Azoia…
– ¿Sabe por qué la deportaban?
– No, y tampoco los americanos. En un principio pensamos que quizás ellos lo habían organizado, que la despacharon al ver que se negaba a jugar para ellos, pero lo niegan. Dicen que les pilló tan de sorpresa como a la propia Judy Laverne.
– La condesa italiana me dijo que fue Mafalda la que se encargó de que la deportaran.
– Eso cógelo con pinzas -dijo él-. Beecham Lazard conoce bien al director de la PVDE, el capitán Lourenço. Se habría enterado.
– ¿Cree que Lazard sospechaba que la OSS la había abordado?
– Es posible.
– ¿Cree que sus sospechas pudieran haber ido más lejos incluso?
– Si él hubiese pensado que Judy Laverne trabajaba para la OSS, dudo que se hubiera limitado a hacer que la deportaran.
– ¿Quiere decir que la hubiera matado? -preguntó Anne-. Bueno, la chica murió.
– En un accidente de coche.
– ¿Eso le convence?
– La PVDE se puso manos a la obra rápido y a conciencia, y lo tuvo todo finiquitado en cuestión de horas: no les gusta que se arme revuelo cuando mueren extranjeros. Enviaron un informe completo al consulado estadounidense. Los americanos lo aceptaron, o al menos no reaccionaron. ¿Más té?
Anne apuró la primera taza. Sutherland sirvió otra. El aire volvió a hacerse respirable.
– Entonces, no le parece que mi posición sea vulnerable.
– Siempre y cuando mantenga su tapadera, no. No fuimos exactamente nosotros quienes la situamos, recuerde. Nos aprovechamos de una oportunidad que Wilshere le ofreció a Cardew como resultado de su relación. El trasfondo es consistente. La secretaria de Cardew queda embarazada, quiere dejar el puesto… todo eso. Pero dígame usted… ¿Qué es lo que más teme?
– Que Judy Laverne trabajara de verdad para la OSS, su tapadera quedara al descubierto y Wilshere o Lazard la mataran.
– ¿Cree que Wilshere habría sido capaz de matarla? -preguntó él, siguiendo de repente la grieta de la pared hasta su estuario-. Usted dice que la amaba. Nuestros informes de quienes les vieron juntos en Lisboa apuntan lo mismo.
«¿Qué sabe nadie con sólo mirar?», pensó ella. Las palabras de Voss, que tanto había admirado, de súbito empezaban a crearle dudas sobre el interés que había mostrado por ella.
– ¿Cómo se sentiría usted -dijo- si descubriera que la mujer a la que amaba era una espía, que le espiaba a usted? Empezaría a pensar que su amor formaba parte de la tapadera, ¿no es así? Y eso le enfurecería mucho, me parece… el que hubieran abusado de modo tan flagrante de su confianza.
– Si es que ella era una agente, que no lo era.
– Me ha preguntando qué era lo que más temía.
– Y yo le digo que no tiene base alguna en la realidad y que aunque la tuviera dudo que Wilshere la hubiese matado… Lazard, en cambio…
– Eso sí que me hace sentir segura.
Sutherland se retorció en el asiento, exasperado por lo que a sus ojos no era sino algo irrelevante para la auténtica operación de espionaje.
– Tiene que dejar de pensar en Judy Laverne -le dijo-. No tiene nada que ver con su misión.
– Pero puede que tenga cierta importancia, me parece -insistió ella.
– Hemos contemplado la posibilidad de que Wilshere la situara a usted para poder controlar el flujo de información y desinformación que nos llegaba. Decidimos que no tenía necesidad de esos trucos de modo que ¿por qué arriesgarse, cuando hay tanto en juego?
– Es un jugador. Cardew me lo dijo.
– Sí -dijo Sutherland, y sacó la ficha que había ido a parar a sus manos desde el punto de entrega de mensajes-. ¿Qué es esto?
– Una de las muchas fichas que Lazard le pasó a Wilshere en el casino.
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