Cuando llegó al siguiente semáforo, Miriam abrió la agenda que había dejado en el asiento contiguo y buscó el lugar exacto de la primera cita. Un hombre se quedó mirándola desde la acera, y Miriam supo que estaba viendo en ella a la mujer que se ha hecho a sí misma, aunque en su caso la frase hecha abarcaba sólo una parte de su historia. Era cierto que las cosas le habían ido económicamente muy bien, y eso que había comenzado su vida en Austin casi desde cero. Pero su agenda encuadernada en piel, las medias y los zapatos de marca Joan Vass, el Saab con aire acondicionado: todo anunciaba públicamente que era una mujer de éxito al estilo de Austin. A Miriam, sin embargo, le interesaba más haber sido capaz de hacerse a sí misma en otro sentido, el haber podido crear a otra persona, Miriam Toles, que podía vivir su vida sin necesidad de que la tragedia asomara el hocico cada vez que daba un paso. Ya resultaba bastante duro ser Miriam Bethany por dentro. Miriam Toles era el caparazón, el envoltorio de color caramelo, la débil costra que le permitía, más o menos, esconder las complicaciones internas.
– Mamá, mira, se derrite todo -le dijo un día Heather mostrándole a su madre la palma de la mano manchada de amarillo, naranja, rojo y verde-. ¿Por qué mienten de esta manera?
Y Sunny intervino para afirmar tajantemente:
– Todos los anuncios mienten. -Con apenas once años, ya era una marisabidilla. E -insistió-: ¿Te acuerdas de cuando pedimos las muñecas que te regalaban enviando el cupón del tebeo de Millie la Modelo ¿Recuerdas que eran diminutísimas? -E hizo un ademán con los dedos para mostrar lo enorme que era la mentira y lo pequeñas que eran las muñequitas.
Mientras el coche seguía en punto muerto, Miriam se fijó en la fecha: 29 de marzo. Era el día. Por vez primera había llegado a esa fecha sin tener la abrumadora conciencia de que se aproximaba el «aniversario», la primera vez que no se metía en la cama sin temer la llegada de esa fecha, la primera vez que no despertaba en mitad de la noche bañada en el sudor de las más horribles pesadillas. El hecho de que las primaveras en Austin fuesen tan distintas ayudaba mucho, a finales de marzo casi comenzaba a hacer calor. Y también ayudó que la Pascua se hubiese adelantado bastante ese año. En cuanto quedaba la Pascua atrás, Miriam tenía la sensación de entrar en un periodo menos peligroso. Si estaban vivas… «Dios mío, si estuvieran vivas Sunny tendría veintitrés años, y Heather estaría a punto de cumplir los veinte.»
Pero no lo estaban. Si estaba segura de algo era de eso.
Una bocina, luego otra, otra, y Miriam pisó el acelerador casi a ciegas. Trataba de encontrar motivos por los cuales a Sunny y a Heather les alegraría no estar ahí. ¿La administración Reagan? No, ninguna de las dos habría sacrificado su vida para evitarse ese periodo. La música había mejorado, al menos desde el punto de vista de Miriam, y también era mejor la ropa, esa combinación de moda y comodidad, al menos en algunas marcas. Y a las dos les hubiera gustado Austin, por mucho que los antiguos habitantes de la ciudad pensaran que había acabado estropeándose del todo. Podrían haber ido a buenas universidades baratas, pasar largas noches en los clubs, comer hamburguesas en Mad Dog & Beans, probar migas en Las Mañanitas, tragar ruidosamente las pizzas congeladas de Jorge's y comprar en Whole Foods, la cadena de tiendas que combinaba milagrosamente lo orgánico con lo decadente, el mijo con cinco tipos distintos de queso bree. Sunny y Heather, ya mayorcitas, pensó Miriam, habrían disfrutado con ella de su sentido del humor, se habrían reído con ella de las absurdas contradicciones de Austin, de sus grandes virtudes. Habrían podido vivir allí.
Y morir allí. También en Austin se moría la gente. Algunas chicas eran asesinadas en un solar donde había una casa en construcción. Otras habían muerto en accidentes de coche provocados por conductores ebrios que perdían el control del volante en las carreteras serpenteantes de Hill Country, camino del mercado. Otras habían fallecido ahogadas en las inundaciones del Memorial Day de l981, cuando el agua, furiosa y velozmente, había crecido hasta convertir las calles en ríos traicioneros.
Miriam creía secretamente -o quería pensar secretamente- que el destino de sus hijas era morir asesinadas, que por mucho que pudiera regresar a aquel día aciago para cambiar las circunstancias, lo único que habría hecho sería posponer y cambiar la configuración de la tragedia. Sus hijas llevaban esa marca desde su nacimiento, tenían la señal de un destino que Miriam no habría podido cambiar. Ésa era una de las extrañas peculiaridades de los padres adoptivos, la sensación de que había factores biológicos que no podrías controlar jamás. En su momento a Miriam le pareció saludable, había admitido una cosa que los padres biológicos -en lugar de «naturales», aunque en Austin había personas que usaban todavía esa expresión carente de tacto, por muy buena que fuera la intención de quien la empleara- tenían graves problemas para aceptar. Que no era posible controlar a los hijos en todo, en absolutamente todo.
Miriam tuvo la suerte, sin duda, de conocer parcialmente a la familia de Sunny y Heather, a Estella y Herb Turner, los abuelos maternos. Al conocer la totalidad de la historia, Miriam se había sentido muy culpable, sobre todo cuando supo que Sally, la guapísima hija de los Turner, había huido de casa con sólo diecisiete años para casarse con un hombre que ellos no aceptaban, y después se negó a dejarse ayudar hasta que fue demasiado tarde. Era en 1959, cuando huir de casa para casarte con tu novio era presentado todavía como una aventura casi cómica: la escalera al pie de la ventana, la pareja atrapada siempre, aunque para acabar consiguiendo la bendición paterna. Eran tiempos en los que los matrimonios de la televisión dormían en camas individuales, y todo lo relativo a la sexualidad permanecía tan oculto que los jóvenes debían de pensar que aquellas sensaciones y aquellos sentimientos que albergaban, pero de los que nadie hablaba jamás, iban a hacerles estallar cualquier día. Sí, Miriam sabía, Miriam recordaba. No era mucho mayor que Sally Turner.
El resto de la historia la recompuso por su cuenta. El guaperas campestre y brutal procedente de una clase inferior, las objeciones de los Turner, que para Sally no eran sino muestras de esnobismo social, aunque en realidad demostraban el acertado instinto de los padres. Después de huir y casarse con aquel chico malo, Sally debió de sentirse muy orgullosa, tanto que no quiso llamar a sus padres para pedirles ayuda cuando su matrimonio resultó cada vez más violento. Sunny tenía justo tres años, y Heather era apenas un bebé, cuando su padre mató de un tiro a su madre, y después se suicidó. Los Turner supieron de modo casi simultáneo que su hija había muerto y que les dejaba a dos nietas necesitadas de alguien que las cuidara.
Por desgracia, hacía en ese momento sólo un mes que se habían enterado de que Estelle tenía cáncer de hígado.
Fue idea de Dave ofrecerse voluntariamente a adoptar a las niñas, y si bien Miriam sospechaba cuál podía ser la verdadera motivación de su marido -pues pensaba que Dave estaba más interesado en establecer aquel vínculo con los Turner que en las propias niñas-, ella misma se sintió más que dispuesta a la adopción. A sus apenas veinticinco años, había sufrido ya tres abortos. Y ahí tenían dos niñas preciosas, listas para irse con ellos, y cuya adopción no iba a ser un proceso largo ni complicado. Los Turner, como custodios de las niñas -pues las pequeñas no parecían tener otra familia, según pudo comprobar posteriormente el inspector Willoughby al investigar si el padre tenía parientes-, podían designar sin problemas a los padres adoptivos. Fue todo muy sencillo. Y, aunque pudiese parecer cruel, Miriam sintió un gran alivio cuando Estelle terminó falleciendo y Herb se largó de la ciudad, que es lo que todos pensaban que acabaría haciendo. Las niñas le recordaban demasiado a la esposa y la hija que había perdido. Y aunque sintió gratitud por el hecho de que desapareciera del mapa, también le despreció por la misma razón. ¿Qué clase de hombre tenía que ser para no querer participar en la vida de sus nietas? Incluso luego, conociendo toda la historia, Miriam seguía sintiendo aquella antipatía inicial que le produjeron los Turner, el exagerado cariño de Herb por Estelle, y su incapacidad para querer o apreciar absolutamente a nadie más. Seguro que Sally había huido porque en aquella preciosa mansión de Sudbrook no había sitio para ninguna otra persona, por culpa del desproporcionado amor que Herb sentía por Estelle.
Читать дальше