Aquí saltó Infante:
– ¿Así que cruzaban toda la ciudad para ir a comprar pescado?
– Mi padre era un loco de las rebajas y los descuentos… Los descuentos y el hacer cosas con personalidad. Según él, era una tontería comprar los cangrejos a diez minutos de casa cuando podías comprarlos en el otro extremo de la ciudad, ahorrar un dólar la docena y tener además una buena historia que contar a los amigos. Pensándolo bien, ¿no estaba también por esta zona ese sitio donde vendían aros de pimientos verdes fritos y rebozados en azúcar cande?
– He oído hablar de eso -dijo Kay, negando con la cabeza-. Hay gente de Baltimore que los recuerda también, pero he vivido toda la vida en esta ciudad y jamás me encontrado un solo restaurante que tuviera ese plato en la carta.
– Que uno no haya visto algo no significa que esa cosa no exista. – La Mujer sin Nombre hablaba de nuevo como una reina, alzando el mentón-. Yo me he pasado años a la vista de todo el mundo, y nadie me ha visto.
Perfecto, por fin entraba en el tema de conversación que Infante esperaba desde hacía mucho tiempo.
– ¿No hubo alteraciones notables en su aspecto o fisonomía?
– En la peluquería me hice oscurecer un poco el cabello. Me hubiese gustado teñirme de pelirroja, como Ana de las Tejas Verdes, pero lo que yo dijera no importaba. -Miró a Infante a los ojos y añadió-: Ya noto que no es usted un fan de L. M. Montgomery.
– ¿Y ése quién era? -preguntó obedeciendo a la insinuación, aun a sabiendas de que se dejaba pillar en la trampa, y permitiendo que el trío de mujeres se riera de él.
– ¿No vio ni siquiera la miniserie de televisión basada en sus novelas? Por cierto, no era un hombre, sino una mujer. Maud Montgomery…
Infante pensó que se podía permitir que le tomaran el pelo así, utilizar las bromas a su costa en algún momento. Podía dejar que ella creyese que era tonto. Sería genial que Gloria y Kay se fuesen en ese momento de compras, a buscarle ropa. Pero era mucho esperar.
Hablo en serio…
– Comencé a crecer, claro -dijo la mujer, anticipándose a lo que dedujo que iba a decir Infante-, y aunque todo el mundo debía saber que si seguía viva iría creciendo conforme pasaran los años, creo que en parte nadie me reconoció por esa razón precisamente. Eso, y el hecho de que fuera una sola.
– Ya, su hermana… ¿Qué le pasó a ella? Sería un buen punto donde comenzar el relato.
– No -dijo la mujer-. No lo sería.
– Gloria afirmó que tenía usted muchísimas cosas que contarnos. Cosas acerca de un poli, precisamente. Me han hecho venir esta mañana porque se suponía que estaba usted dispuesta a contármelo todo.
– Le puedo hablar de algunas generalidades. No sé si estoy aún preparada para entrar en detalles. No tengo todavía la sensación de que esté usted de mi parte.
– Dice usted que fue una víctima, un rehén retenido en contra de su voluntad, e implícitamente está diciendo que a su hermana la mataron. ¿Por qué no iba a estar yo de su parte?
– Lo ve… «Dice usted», siempre sospecha, siempre duda. Duda acerca de quién soy de verdad, de que yo sea quien digo que soy. Y ese escepticismo suyo hace que me resulte muy difícil tenerle confianza. Eso, y que estoy convencida de que hará todo lo posible por desacreditar una historia que no confirma del todo lo que cuenta la policía.
Con esto último había tocado una fibra sensible, pero Infante se negaba a permitirle que ella supiera hasta qué punto le había fastidiado, hasta qué punto habían saltado en la policía toda clase de alarmas.
– Son sólo maneras de hablar. No trate de desentrañar ningún sentido profundo en eso.
La mujer se pasó la mano que no estaba vendada, la derecha, por el cabello, y no bajó la mirada. El desafío de los ojos de ambos siguió hasta que ella parpadeó, agitando las pestañas como si se sintiera agotada. Pero Infante tuvo la sensación de que lo hizo solamente con la intención de permitir que el poli creyese que había ganado, cuando en realidad ella habría podido seguir sosteniéndole la mirada muchísimo más tiempo. Era una persona testaruda, muy testaruda.
– Conocí a una chica -comenzó, los ojos aún cerrados.
– ¿Heather Bethany? ¿Penelope Jackson?
– Hablo de la época del instituto, cuando todavía estaba con él.
– ¿En dónde…?
– Se lo diré más tarde, a su debido tiempo. -Ahora la mujer había abierto los ojos, pero miraba en dirección a la pared de su izquierda-. Conocí a una chica, una chica popular entre todos los compañeros, buena estudiante, animadora del equipo de baloncesto. Encantadora. Una de esas chicas que obtienen el beneplácito de los adultos. Salía con chicos, muchísimo. Chicos mayores, de los últimos cursos, de la universidad. Allí, en esa población, había un lago, y las parejas iban a la orilla del lago las noches en que salían, bebían, hacían sus cosas. Los padres de la chica no querían que saliese por ahí con chicos sin experiencia. De manera que llegaron a establecer un pacto con ella. La dejaban ir con chicos y le dijeron que respetarían su intimidad, a condición de que se los llevara a su casa. Les dejaban la sala de juegos para ella y su novio. Sin límite de horarios, con toda la cerveza que quisieran, hasta cierto punto. Al fin y al cabo, les resultaba sencillo cruzar la frontera del estado, y en el de al lado el límite de edad para el consumo de bebidas alcohólicas era inferior. En la sala de juegos tenían cerveza, televisión, y sabían que, a no ser que ella gritara algo como que la violaban, o que se había declarado un incendio, sus padres no entrarían. Que sus padres permanecerían dos pisos más arriba, en su propio dormitorio, sin inmiscuirse. ¿Sabe qué pasó?
– Ni idea. -«Joder, ni me importa tampoco.» Pero tuvo que fingir que quería saberlo. A la mujer le encantaba ser el centro de atención.
– La chica hizo de todo. Absolutamente de todo. Perfeccionó el arte de las mamadas. Perdió la virginidad. Sus padres creían que con su plan estaba todo seguro, creían que podían darle entera libertad porque su hija tenía demasiadas inhibiciones como para utilizarla de verdad. Creyeron que la chica no iba a creer que ellos pensaban cumplir su palabra y que, temiendo que la espiaran, andaría con mucho cuidado antes de hacer según qué. De manera que esa chica encantadora, tan querida por todos sus compañeros, prácticamente hacía de actriz porno en su propia casa, y todo lo que ocurrió no alteró en lo más mínimo su reputación.
– ¿Me está contando algo de su propia vida?
– No. Le cuento una historia que ilustra que la imagen pública no coincide necesariamente con la realidad privada. En este momento de mi vida yo tengo una imagen. Soy una persona anónima, desconocida, corriente. Pero en cuanto empiece a contarle a usted lo que me pasó, pensará enseguida que soy un ser sucio. Horrible. Y no podrá evitar pensar así. La chica encantadora de la sala de juegos puede hacer todas las mamadas que le dé la gana. Pero la niña que no trata de huir del hombre que la secuestra y que abusa de ella, la niña que es violada cada noche, parece tener una conducta incomprensible. Si no huyó es porque le gustaba, ¿entiende? Y sólo falta que, encima, el hombre sea un poli.
– Yo soy policía -dijo Infante-. No creo que las víctimas sean culpables.
– Pero usted seguramente las clasifica. Digamos que lo que piensa de una mujer a la que su marido mata a palos no es lo mismo que lo que piensa de un traficante de drogas asesinado por su rival. La naturaleza humana es así. Y usted es un ser humano, ¿no? -Kevin aprovechó la pausa para mirar a Gloria. Todos los clientes de la abogada con los que había tratado eran controlados muy estrictamente por ella, que siempre estaba presente en los interrogatorios y siempre los interrumpía cuando ella lo juzgaba necesario. En este caso, sin embargo, permitía que aquella mujer dominase el espectáculo. Podría incluso decirse que aquella mujer la hipnotizaba-. Quiero ayudarle, pero quiero conservar la escasa normalidad que he logrado conquistar. No quiero ser el bicho raro de la semana en los reality shows. No quiero permitir que los polis metan las narices en mi vida actual, que vayan a hablar con mis vecinos, con los colegas de la oficina, con los jefes…
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