– Y lo copió de este lugar.
– En efecto. Noé, descendiente de ángeles como nosotros, la grabó en la cubierta de su nao, junto al puente de mando, para que las generaciones futuras reconocieran el momento en el que otra catástrofe similar pudiera afectarnos. Creo que sabía que ningún dios nos avisaría de nuevo…, así que nos dejó esta advertencia. Es como una de esas señales de tráfico que anuncian curvas peligrosas… Si aprendes a interpretarla, puedes reducir la velocidad de tu vehículo cuando la veas y sortear el riesgo. Fijaos bien. Está justo aquí.
Los prismáticos electrónicos de Jenkins ampliaron doscientas veces el área que había indicado el desgarbado gigante de barbas rojizas y piel sonrosada.
– ¿La veis?
Julia y Ellen asintieron. Jenkins la enfocó con toda claridad, sonriendo enigmático. Le pidió a Allen que echara un vistazo.
– Vaya, vaya -susurró el asesor del presidente-. Ése debe de ser el signo que aparecía en las fotos rusas que tiene custodiadas el Proyecto Elías. ¿No es cierto?
El coronel le devolvió las lentes, asintiendo. El inspector gallego que lo había interrogado ni se imaginó lo cerca que había estado de resolver el caso, pensó.
– Si la examináis en detalle -la voz de Knight continuó rebotando en la bóveda prístina como el agua-, esta figura muestra lo que parece una combinación de signos astrológicos y ocultistas. La esfera con los cuernos recuerda al símbolo de Tauro. Y con esa cruz por debajo podría evocar alguna clase de principio femenino. Venus, tal vez. Pero no debemos engañarnos. Nosotros hacemos esas interpretaciones porque nos ciega la cultura occidental, tan cargada de imágenes alquímicas y astrológicas. En tiempos de Noé no existía nada de eso. Su lectura debe hacerse, por tanto, sobre principios mucho más simples. Esto es un aviso sencillo. Universal.
– Ve al grano, por favor -insistió el anciano, mirando de reojo el reloj del monitor. Catorce minutos. Treinta y dos segundos.
– Está bien -gruñó-. El círculo con el punto en el centro O fue usado como símbolo del Sol en el antiguo Egipto, y aun antes. De hecho, todavía la moderna astronomía lo emplea para referirse al Astro Rey. El punto central es el que tiene la clave de todo. Evoca las manchas solares. En la antigüedad, su aparición, distinguible a simple vista, era tomada por un signo temible. Algunas de las doscientas leyendas que recogen la catástrofe del Diluvio mencionan que antes de la inundación, el Sol enfermó. Eran alusiones a sus manchas. En cuanto a esa media luna que lo corta, representa las olas de plasma que producen las manchas. En la prehistoria no sabían qué eran. Son invisibles. Pero sintieron sus efectos en la piel, en hemorragias internas, cegueras…, como si hubiesen sido embestidos por una fuerza maléfica. Cornuda.
– ¿Y la cruz?
– Tampoco es una cruz, Julia -sonrió Knight, como si se compadeciera de ver a una mujer tan hermosa atada a un camastro-. Se trata de una especie de espada que se clava sobre dos protuberancias gemelas… Exactamente como las cumbres del Ararat. El conjunto esconde una advertencia y una esperanza para nuestra especie: el momento en el que el Sol hinque su potencia sobre este lugar será también el tiempo en el que tendremos la oportunidad de abrir nuestro enlace con la fuente de la que bebió Dee y reconectarnos con Dios o sus mensajeros. Los vigilantes. Nuestros antepasados no corruptos.
– El signo es antiquísimo -precisó Martin, tomándome de la mano. El casco me presionaba ya la coronilla y las sienes-. Los primeros descendientes de Noé lo extendieron por todas partes como advertencia a las generaciones futuras y puede encontrarse en petroglifos de todo el planeta.
– ¿Y qué se supone que debo hacer yo con todo esto? -preguntó Julia.
– Concéntrate en la mesa de invocación, chérie. Con eso bastará. Reconoce cada signo y su valor. Combínalos en tu mente. Sujeta las piedras con ambas manos y trata de canalizar lo que quiera que te transmita tu alma -convino Martin-. Los electrodos a los que estás conectada han sido diseñados para percibir la más leve variación en la actividad eléctrica de tu hemisferio izquierdo, que ahora se verá estimulada por estos signos. Si esa variación se corresponde con un fonema, el ordenador lo sintetizará y lo enviará a estos altavoces. No puede haber forma más pura de extraer esa información de tu interior. Las vibraciones acústicas que extraeremos de tu mente abrirán la «escalera al cielo».
– ¿Y qué te hace pensar que funcionará, Daniel?
– Oh… -sonrió-. Es algo que está en el código genético de los humanos. Antes de expulsaros del Paraíso, Dios os enseñó la lengua perfecta. La hablasteis hasta que llegó la confusión de Babel, cuando el Altísimo adormeció ese idioma primordial en vuestra mente. Los ángeles nunca lo aprendimos porque, cuando éramos puros, no lo necesitábamos para comunicarnos. Así que nuestra única posibilidad de activar esta especie de emisora de los tiempos antiguos y llamar a nuestro lugar de origen es encontrar esos fonemas en alguien con tus dones.
– ¿Y cómo empiezo? -insistió la mujer, desesperada.
– Respira hondo. Tranquilízate. Busca tu equilibrio interno. Y recuerda lo que eres capaz de hacer con tu don.
«Recuerda lo que eres capaz de hacer con tu don.»
Aquella frase resonó en mí de una forma extraña. Atada a una camilla y colocada casi en vertical, sentí que mi vello se ponía de punta mientras un agradable cosquilleo me recorría la espalda. Fue una reacción insólita dadas las circunstancias. Por alguna razón, no pude impedir que mis músculos se aflojaran y que las tensiones acumuladas después de la mala noche pasada en Hallaҫ, el ascenso matutino a la cumbre del Ararat y hasta mi reencuentro con Martin desaparecieran por completo.
Comencé a sentirme bien. Tranquila. La cercanía de Martin, pese a todo, me infundía confianza. Reconocí en aquel baño de endorfinas un bienestar lejano, familiar y reconfortante, en el que no me sumergía desde hacía una eternidad. Y así, de forma natural, sin sobresaltos, descubrí algo esencial: que aquella reacción se había desencadenado en cuanto acepté las piedras en mis manos. Ellas -y no una droga, o alguna clase de reacción hipnótica- eran las únicas responsables de mi sedación.
Si algo había aprendido del mundo psíquico en mis treinta años de vida era que nada sucede si antes no damos el permiso para que ocurra. Es un beneplácito que se otorga de forma voluntaria y que si se concede hace que «lo invisible» no tarde en irrumpir con fuerza en tu vida. Por eso, cuando Martin me pidió que recordara lo que era capaz de hacer con mi don y lo compartiera con su gente, al no negarme le estaba dando carta blanca sobre mí. Él lo sabía. Por eso me colocó confiado una adamanta en cada puño y me invitó a activarlas.
Pude haber mantenido mis puños cerrados, pero los abrí para recibirlas.
Pude haberlas dejado caer al suelo. Y no lo hice.
– Ahora -me susurró al oído- déjate guiar por ellas. No las fuerces, chérie. Contempla la mesa de invocación. Ya conoces a Amrak. Fíjate en sus signos y escruta también los que tienes frente a ti, en el Arca. En tu interior se esconde el tono adecuado para pronunciarlos. Combínalos. Visualízalos. Juega con ellos… Juntos integrarán el sonido perfecto para que este lugar resuene y vuelva a comunicarse con el Creador como hace nueve mil años. Tú tienes ese don.
– No sé si funcionará. -Mis labios dijeron aquello sin resistirse de verdad-. Hace mucho que yo no…
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