P. Cast - Diosa Por Derecho

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Aunque Morrigan fue concebida en medio de una mentira, y estuvo atrapada en un árbol durante toda su gestación, su nacimiento fue verdaderamente mágico. Después de aquel comienzo, pasó
los siguientes dieciocho años de su vida como cualquier chica normal de Oklahoma. Cuando descubrió la verdad de su origen, la rabia y la pena se apoderaron de ella y la llevaron de vuelta al mundo de Partholon. Pero allí, en vez de ser respetada como hija de la encarnación de una diosa, Morrigan se sintió como una intrusa rechazada. En su desesperación por formar parte de Partholon, se enfrentará a fuerzas que no podía comprender ni controlar por entero. Y pronto empezaría a sufrir el acecho de una extraña oscuridad…

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– Bueno… -le susurró Lori con una sonrisa cómplice-. Dime la verdad. Has hecho todo eso para conseguir quedarte a solas con ese guía tan guapo, ¿a que sí?

– Sí, claro -respondió Morrigan automáticamente.

– Creo que le gustas -susurró Jamie-. No dejaba de mirarte. Es guapísimo. Si no le pides el teléfono, es que eres tonta.

– No sé si es lo suficientemente mayor. Ya sabéis que estoy harta de los chicos jóvenes -dijo Morrigan.

Lori soltó un resoplido.

– Tú eres mayor. Siempre has sido mayor.

Morrigan miró a Lori a los ojos. De repente, odiaba a sus amigas con una intensidad que la dejó sin respiración. Odiaba estar rodeada de chicas tontas que no tenían preocupaciones verdaderas, y ni la más mínima idea de lo que era sentirse desplazada siempre.

– Tienes razón. Siempre he sido mayor -respondió lacónicamente.

Después volvió la cabeza y miró hacia la cueva, mientras Lori, Gena y Jamie hablaban sin parar de lo guapo que era Kyle, tan rubio y tan alto.

Morrigan tenía que volver a casa rápidamente para poder hablar con las dos únicas personas que la entendían. Tal vez pudieran ayudarla a encontrarle sentido a todo lo que había ocurrido aquel día.

«Y tal vez haya cosas que no te han contado sobre tu madre…».

En aquella ocasión, Morrigan escuchó.

Capítulo 5

– Tenemos que hablar.

Sus abuelos la miraron a la vez. Estaban en su sitio de costumbre para pasar las veladas nocturnas, sentados el uno junto al otro en mecedoras gemelas, leyendo y haciendo caso omiso de la televisión. La abuela se había servido una copa de vino tinto. El abuelo se estaba tomando un café descafeinado.

– Cariño, ¿no querían entrar las chicas? He hecho tarta de cereza.

– No, las he llevado a casa. Tengo que hablar con vosotros.

Su abuelo se quitó las gafas de leer.

– ¿De qué se trata, Morgie?

– En las cuevas me ha pasado algo muy raro -dijo ella. En vez de sentarse en su sitio de siempre, se paseó de un lado a otro. Estaba llena de energía nerviosa, y no sabía por qué.

– Cuéntanoslo, cariño -dijo la abuela.

– De acuerdo. Empezó con la reacción que tuve al entrar en las cuevas. Me sentí como en mi verdadero hogar. Era como si ya hubiera estado allí… No. No lo estoy describiendo bien. Cuando entré en la cueva, era como si aquél fuera mi sitio, como si yo perteneciera a aquellas rocas. Ya sabéis que algunas veces me siento fuera de lugar -dijo, y sus abuelos asintieron. Lo entendían bien; la habían ayudado durante toda la vida-. No me sentí así en la cueva.

– Bueno, cariño, siempre te ha encantado estar al aire libre. Supongo que tiene sentido que tengas una reacción positiva a algo como relacionado con la tierra -dijo la abuela.

– Eso es lo que yo me dije al principio. Sin embargo, pasaron otras cosas que me dieron a entender que hay algo más. No es sólo que me guste la tierra.

– ¿Qué más pasó? -preguntó su abuelo.

– Los cristales de la cueva me llamaron «Portadora de la Luz» y me dieron la bienvenida. Y yo hice que resplandecieran.

Nadie dijo nada durante varios segundos. Morrigan se agarró las manos con fuerza y esperó. La abuela habló primero.

– Querida, ¿quieres decir que le transmitiste el fuego de tus manos a los cristales?

Morrigan negó con la cabeza.

– No, no fue así. Fue como si el fuego ya estuviera dentro de los cristales, y cuando los toqué, yo lo encendí.

– ¿Lo vieron tus amigas?

– No. Nadie lo sabe.

– Morrigan, cuando dices que los cristales te dieron la bienvenida y te llamaron «Portadora de la Luz», ¿te refieres a las voces del viento? -inquirió el abuelo.

– No. Fue muy diferente. ¡Fue increíble, abuelo! Toqué los cristales y cobraron vida. Sentí cómo temblaban, como si estuviera acariciando a un animal. Y entonces, a través de la mano, noté que me daban la bienvenida. No era una de las voces del viento. Era la voz de mi alma. Si mantenía la mano sobre los cristales, comenzaban a calentarse y a resplandecer.

Se sorprendió al ver una tristeza repentina en los ojos de su abuelo. Él le dio unos golpecitos en la palma de la mano y se giró hacia su esposa.

– Creo que ha llegado el momento de que se lo contemos todo -dijo.

– Lo sé -dijo la abuela.

A Morrigan se le encogió el corazón, y de repente, tuvo ganas de retirar todo lo que había dicho. Las palabras de su abuelo le daban miedo, y en lo más profundo de su alma sabía que después de que oyera lo que iban a decirle nunca volvería a ser la misma.

– Siéntate, cariño. Tengo que contarte una historia.

Morrigan se sentó en un taburete, frente a sus abuelos, y se mantuvo en silencio.

– ¿De qué se trata, abuelo?

– Tu madre no era Shannon.

Las palabras eran muy sencillas. La frase, muy corta. Sin embargo, para Morrigan, la voz de su abuelo se había convertido en un arma, y lo que le había dicho le había causado un dolor físico tan agudo que se estremeció.

– Cariño, no te asustes. No va a pasar nada -dijo la abuela. La abuela reaccionó ante su dolor, como hacía siempre, pero Morrigan no apartó los ojos de su abuelo.

– No entiendo lo que quieres decir. ¿Cómo que Shannon no era mi madre?

– Hace diecinueve años, Shannon fue a la subasta de una finca en el campo. En aquella subasta compró un ánfora, porque pensaba que era la reproducción de una antigua ánfora celta. En realidad, era el talismán de otro mundo, Partholon. Es un mundo parecido al nuestro, en el que incluso hay gente que es exactamente igual que la gente de nuestro mundo. Salvo que, en Partholon, la magia era real, y la diosa Epona era, o más bien es, la deidad principal.

– Epona… -susurró Morrigan.

– Sí. Fue Rhiannon, la Suma Sacerdotisa de Epona, su Elegida, la que envió ese talismán aquí, a Oklahoma, como cebo para atrapar a Shannon. Shannon y ella eran el reflejo la una de la otra. Eran tan parecidas que no había manera de distinguirlas, y por eso, la Suma Sacerdotisa pensó en intercambiar su lugar con el de Shannon. A través de aquella ánfora, Shannon fue transportada a Partholon y Rhiannon vino a Oklahoma.

– Pero ¿por qué? No lo entiendo. ¿Para qué quería venir la Suma Sacerdotisa de una diosa aquí?

– Rhiannon sabía que Partholon iba a sufrir la invasión de un ejército de demonios, así que le pareció buena idea marcharse.

– Eso no está bien. Si era la Suma Sacerdotisa, debía quedarse allí para ayudar a su pueblo.

– Sí, es cierto. Pero Rhiannon MacCallan era egoísta y caprichosa, y prefirió hacer lo más fácil, no lo correcto. Además, este mundo le atraía, junto con el poder que podía conseguir en él.

La abuela se inclinó hacia ella.

– Pero una de las razones por las que Rhiannon actuó así es que el dios oscuro le susurraba cosas para envenenarle el espíritu.

Morrigan entendió muchas cosas al oír aquello. Por eso, sus abuelos le advertían siempre que no escuchara a las voces que oía, aunque una de ellas pudiera ser la de su madre. Su madre…

– No hubo nadie que le dijera a Rhiannon que Pryderi era un dios oscuro. No se dio cuenta de que su infelicidad y los malos pensamientos que le invadían la mente estaban manipulados por el mal.

– Nadie se lo dijo, y ese mal acabó por consumirla -continuó el abuelo.

– ¿Y cómo sabéis vosotros todo esto? -preguntó Morrigan.

El abuelo respiró profundamente y exhaló un largo suspiro.

– Porque Rhiannon usurpó la vida de Shannon.

– No, no es así -dijo la abuela-. Rhiannon no se parecía en nada a Shannon, y no pudo usurpar su vida.

– Tu abuela tiene razón. Rhiannon no se hizo con la vida de Shannon, tal y como Shannon se hizo con la suya en Partholon. Rhiannon cambió y retorció las cosas, porque siempre estaba buscando más. Más poder. Más dinero. Más, costara lo que costara.

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