P. Cast - Diosa Por Derecho

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Aunque Morrigan fue concebida en medio de una mentira, y estuvo atrapada en un árbol durante toda su gestación, su nacimiento fue verdaderamente mágico. Después de aquel comienzo, pasó
los siguientes dieciocho años de su vida como cualquier chica normal de Oklahoma. Cuando descubrió la verdad de su origen, la rabia y la pena se apoderaron de ella y la llevaron de vuelta al mundo de Partholon. Pero allí, en vez de ser respetada como hija de la encarnación de una diosa, Morrigan se sintió como una intrusa rechazada. En su desesperación por formar parte de Partholon, se enfrentará a fuerzas que no podía comprender ni controlar por entero. Y pronto empezaría a sufrir el acecho de una extraña oscuridad…

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– ¿No crees que te dará claustrofobia?

– No. Me gustaría usar la salida que preparó la Madre Naturaleza -dijo, y rebuscó en su bolso-. Además, tengo esto.

Kyle sonrió.

– Claro, adelante. Normalmente yo uso esa salida cuando no estoy guiando a un grupo -dijo, y miró al resto de los visitantes-. ¿Alguien quiere unirse a la señorita aventurera?

Todos se rieron y negaron con la cabeza. Lori iba a protestar, pero Morrigan la ignoró, encendió la linterna y pasó por delante de sus amigas, que la miraban boquiabiertas.

– Sólo tienes que llevar la linterna delante de ti y avanzar. No es muy largo. Nos veremos a unos diez metros de aquí, justo antes de la salida trasera -dijo Kyle, y sonrió-. Que te diviertas.

– Gracias -respondió Morrigan, devolviéndole la sonrisa, y preguntándose qué edad tenía.

Al principio, ella había pensado que era muy joven, pero él le había dicho al señor gordo que estaba terminando la carrera, así que debía de tener veintitantos años. Morrigan esperaba que fuera mayor. Los chicos jóvenes le daban dolor de cabeza. El último chico con el que había salido tenía diecinueve años, y por supuesto, se comportaba como si tuviera trece. Claro que eso no era una sorpresa para ella; se sentía muchos años mayor que sus amigas, y siglos mayor que los chicos con los que salían.

– ¿Vas a cambiar de opinión? No pasa nada.

Morrigan se sobresaltó al darse cuenta de que se había quedado absorta.

– ¡Oh, no! No, no voy a cambiar de opinión. Sólo estaba esperando a que me dijeras que puedo continuar.

– Oh -dijo Kyle, y se ruborizó de nuevo. A Morrigan le pareció que sus mejillas rosadas le daban un aspecto adorable-. Ya puedes salir.

– Muy bien, entonces. Nos vemos al otro lado -dijo Morrigan.

Se puso a gatas, encendió la linterna y entró al túnel, alejándose de las miradas de curiosidad del resto del grupo.

Capítulo 4

El túnel daba un giro brusco hacia la derecha. Morrigan siguió avanzando, y la cueva se la tragó. Sabía, por lógica, que estaba a pocos metros del resto del grupo, y que si se daba la vuelta, regresaría al camino bien señalado e iluminado. Sin embargo, la lógica tenía poco que ver con todo lo que había sentido desde que había entrado en la cueva. El túnel era estrecho y suave, y hacía un fresco muy agradable. Siguió gateando y disfrutando del sentimiento de protección que le producía aquel espacio reducido. Cuando el túnel se ensanchó lo suficiente como para que pudiera ponerse en cuclillas, se detuvo y extendió los brazos. Posó ambas manos en cada uno de los lados del túnel. Acarició la piedra, concentrándose y sintiendo cuidadosamente. Sí… sólo con tocar, sin mirar, sabía cuándo estaba rozando cristales de selenita.

«Portadora de la Luz…».

El nombre vibró por todo su cuerpo, y Morrigan sintió una ráfaga de excitación.

– Hola… -susurró con vacilación.

«Te oímos, Hija de la Diosa».

A Morrigan se le aceleró el corazón. ¿Hija de la Diosa? ¡Los cristales pensaban que ella era hija de una diosa! Sin embargo, el entusiasmo que le produjo aquella idea se desvaneció rápidamente. ¿Qué pasaría si los cristales supieran que se equivocaban? Ella no era hija de ninguna diosa. Sólo era una chica huérfana que tenía una familia extraña. Estaba segura de que, al igual que sus abuelos, su madre, Shannon, había creído que los árboles, las piedras y todos los componentes de la naturaleza, en general, tenían alma, y que un dios o una diosa no podían quedar confinados en un edificio. Sin embargo, Shannon Parker no era ninguna diosa. Su muerte era la prueba que Morrigan necesitaba para saberlo.

«Abraza tu legado».

Aquellas palabras no provenían de las piedras, pero le llegaron con familiaridad a través del aire fresco de la cueva. Morrigan susurró y murmuró:

– Me resulta difícil abrazar mi legado cuando ni siquiera sé lo que significa.

«Significa que estás tocada por lo divino».

Aquella respuesta inmediata dejó asombrada a Morrigan. Las voces del viento nunca le respondían. Nunca había tenido una conversación con ellas. Eran, normalmente, pensamientos que oía al azar, como si estuviera escuchando una conversación ajena. Sintió aprensión, pero la paz y el sentimiento de acogida que le proporcionaba la cueva superaron el agobio que le había producido aquella desviación de lo que consideraba normal.

– Estoy tocada por lo divino… si eso es cierto, entonces los cristales me reconocen de verdad -pensó. Extendió los dedos contra la piel de la cueva y se concentró-. Hola -dijo suavemente-. Gracias por reconocerme.

Al instante, comenzaron a calentársele las palmas de las manos. Los cristales temblaron y el calor se intensificó, y la roca de las paredes comenzó a resplandecer. Morrigan estaba muy intrigada, completamente concentrada en la luz que estaba creando. Era diferente de la pequeña llama que había brotado de sus manos. Aquélla nunca duraba mucho, y la dejaba sin aliento, un poco mareada.

Encender aquellos cristales hacía que se sintiera poderosa.

Sabía, sin ninguna duda, que podía apagar la linterna y crear tanta luz como para poder guiarse. Y no sólo estaba creando luz, sino también calor. Su piel estaba caliente. Era como si hubiera encontrado una fuente de poder a la que sólo ella podía acudir, y que vivía en los cristales de las cuevas.

– ¡Eh! ¿Estás bien ahí dentro?

Al oír la voz de Kyle repentinamente, Morrigan dio un respingo. Apartó las manos de las paredes del túnel, pero los cristales permanecieron encendidos. Ella los miró sobrecogida.

– ¡Sí! ¡Disculpa! -gritó Morrigan hacia el final del túnel-. Sólo me he parado para observar algunos de los cristales.

– Bueno, el grupo ya ha salido. Te estamos esperando -respondió él.

La selenita iluminada era preciosa, y hacía brillar el alabastro que la rodeaba, de modo que aquella parte del túnel resplandecía suavemente con una luz blanca, pura.

– ¿Morrigan? -la voz de Kyle sonó más cercana, y ella salió de su estado de trance y reaccionó.

– ¡Ya voy!

Se puso a gatas nuevamente y tomó la linterna. Justo antes de que tomar otro giro del túnel, que se abría a la salida, Morrigan miró hacia atrás. La luz de los cristales se estaba desvaneciendo, y mientras ella observaba, parpadeó poco a poco, y se apagó. Morrigan recorrió apresuradamente el resto del camino.

Kyle la estaba esperando.

– Siento haber tardado tanto -dijo ella-. No quería tener esperando a todo el mundo. Es que los cristales eran tan bonitos a la luz de la linterna que me distraje.

– Sí, sé a lo que te refieres -dijo el guía, mientras le hacía una seña para que ella lo siguiera hacia el exterior de la cueva.

Al salir a la superficie, sintió todo el calor de Oklahoma oprimiéndola, y vio el azul del cielo extendiéndose sin fin por encima de su cabeza. Tuvo tal sensación de pérdida al no estar ya en el interior de la cueva que estuvo a punto de echarse a llorar.

– ¡Oh, Dios mío! ¡Aquí estás! -dijo Gena mientras Morrigan y Kyle se aproximaban al trolebús en el que esperaban todos.

– Está sana y salva -le dijo Kyle al grupo, y después sonrió a Morrigan-. Es una espeleóloga nata, lo cual significa que hay que sacarla a rastras de las cuevas.

– ¡Pues para ustedes dos! ¡Para mí es demasiado oscuro y claustrofóbico! -exclamó un hombre de mediana edad, cuya esposa asintió con tanto vigor, que varios de los miembros del grupo se echaron a reír.

Morrigan, aliviada al ver que el hombre había desviado la atención de ella, sonrió a Kyle con agradecimiento y subió al trolebús con los demás. Sus amigas le hicieron sitio mientras Kyle se sentaba tras el volante. Morrigan sólo quería volver a la cueva. Se agarró con fuerza al asiento para no bajarse. ¿Qué le ocurría? ¿Por qué se sentía así?

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