José Santos - El códice 632

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Tomás Noroña, profesor de Historia de la Universidad Nova de Lisboa y perito en criptología y lenguas antiguas, es contratado para descifrar una cifra misteriosa.
Los conocimientos y la imaginación de Tomás lo llevarán a una espiral de intrigas, en dónde inesperadamente se topará que con un secreto guardado durante muchos siglos: la verdadera identidad de Cristóbal Colón.
Basada en documentos históricos genuinos, El códice 632 nos transporta a un viaje por el tiempo, una aventura repleta de enigmas y mitos, secretos encubiertos y pistas misteriosas, falsas apariencias y hechos silenciados, un auténtico juego de espejos donde la ilusión se disfraza de realidad, para disimular la verdad.

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– La firma de Cristóbal Colón.

El viejo judío acarició su abundante barba blanca, pensativo; se quitó las gafas y miró a Tomás.

– Esta firma da para decir muchas cosas -comentó.

El portugués meneó afirmativamente la cabeza.

– Me parecía -dijo-. ¿Cree que tiene que ver con la cábala?

Solomon volvió a ponerse las gafas y estudió de nuevo la hoja.

– Es posible, es posible -asintió al cabo de unos minutos. Dejó la fotocopia en la mesa, se acarició sus finos labios con los dedos, observando en silencio las posibilidades contenidas en aquella estructura de letras y señales y suspiró-. Necesito que me dé algunas horas para consultar unos libros, hablar con unos amigos y estudiar mejor esta firma. -Miró el reloj de pared-. Son las once de la mañana…, pues…, a ver… Vaya a dar un paseo y vuelva a eso de…, pues…, a eso de las cinco de la tarde… ¿Puede ser?

– Claro que sí.

Tomás se levantó y el rabino le hizo una seña a Chaim.

– Chaim va con usted. Es un buen guía y lo llevará a pasear por la ciudad vieja. -Hizo un gesto vago de despedida con la mano-. Lehitra'ot.

Y, olvidándose de inmediato de los dos hombres que se iban de la sala, como si no fuesen más que fantasmas que se volatilizaran en el aire, el viejo cabalista se sumergió en los signos de la hoja y se internó en los misterios de la firma de Cristóbal Colón.

El aire seguía fresco y seco en la calle, a pesar del fuerte sol que bañaba el caserío y las plazoletas del barrio judío. Al salir del edificio, Tomás cerró la cremallera de su abrigo y siguió a Chaim.

– ¿Qué le gustaría visitar? -preguntó el israelí.

– Lo habitual en estas ocasiones, creo. El Santo Sepulcro y el Muro de las Lamentaciones.

– ¿A cuál quiere ir primero?

– ¿Cuál está más cerca?

– El Muro Occidental -dijo Chaim señalando hacia la derecha-. Está a unos cinco minutos de aquí.

Decidieron comenzar por el muro sagrado del judaísmo. Giraron hacia el sur, cogieron la Yeshivat Etz Chaim hasta la plaza Hurva. Este era el primer espacio amplio que Tomás encontraba en la ciudad vieja; se veían cafés, terrazas, tiendas de souvenirs y algunos árboles, en una plaza dominada por las cuatro sinagogas sefardíes, construidas por los judíos españoles y portugueses en el siglo xvi, por las ruinas de la sinagoga Hurva y por el esbelto minarete de la desaparecida mezquita Sidna Ornar. Los dos giraron hacia el este, entrando por los pasajes arqueados de la agitada Tiferet Yisrael, y zigzaguearon por entre un laberinto de callejuelas repletas de tiendas de souvenirs.

– ¿Cree que el rabino podrá descifrar la firma? -preguntó Tomás, caminando al lado de Chaim, mientras sus ojos recorrían la calle.

– ¿Quién? ¿El maestro Solomon?

– Sí. ¿Cree que descubrirá el verdadero sentido cabalístico de aquel documento?

– El maestro Solomon Ben-Porat es uno de los mejores cabalistas del mundo. Viene a consultarlo gente de todas partes para desvelar los secretos de la Tora. ¿Sabe? El no es ningún Chelmer chochem.

– ¿Ningún qué?

– Chelmer chochem.

– ¿Qué es eso?

– ¿Chelmer chochem? Significa hombre sabio de Chelm.

Tomás miró a su compañero con expresión interrogativa.

– ¿El rabino Solomon no es un hombre sabio?

– Lo es, sí -dijo Chaim y se rio-. Pero no es un sabio de Chelm.

El portugués no entendió la gracia.

– ¿No es un sabio de Chelm? ¿Qué quiere decir con eso?

– Disculpe, es un chiste nuestro -explicó el judío, divertido-. Chelm es una ciudad de Polonia cuyos habitantes son objeto de burla entre los judíos. ¿No cuentan los ingleses anécdotas sobre los irlandeses y se divierten los franceses a costa de los belgas? Pues nosotros contamos anécdotas sobre los sabios de Chelm. Decimos que una persona es un sabio de Chelm cuando tiene ideas necias.

– ¿Ah, sí? ¿Cómo, por ejemplo?

– Mire, un rabino de Chelm prometió cierta vez que acabaría con la pobreza en la ciudad. De entonces en adelante, prometió, los pobres se llenarían de carne y los ricos tendrían que conformarse con pan. Los fieles preguntaron cómo, admirados ante el proyecto. ¿Cómo haría el maestro ese milagro? El rabino respondió: «Muy sencillo. A partir de ahora llamaremos carne al pan y pan a la carne».

Ambos soltaron una carcajada.

– Eso es pasarse de listo -comentó Tomás-. ¿Hay más ejemplos?

– Oh, las historias de Chelm son infinitas -observó Chaim-. Una vez los sabios judíos se reunieron para discutir cuál era el astro más importante: el Sol o la Luna. El rabino de Chelm no tuvo dudas: «La Luna», dijo. «¿Ah, sí?», se admiraron los demás rabinos. «¿Y por qué?» El rabino de Chelm fue concluyente: «¿Quién necesita del Sol a la luz del día? Nos hace falta la luz de la Luna, por la noche, cuando está todo oscuro».

Nuevas carcajadas.

– ¿Ustedes cuentan muchas anécdotas?

– Muchas, muchas.

– ¿Sobre los sabios de Chelm?

– Pues… sí, aunque, mirándolo bien, contamos anécdotas sobre nosotros mismos. Nos encanta hacer bromas sobre los judíos, sobre sus peculiaridades, su mentalidad. -Alzó la mano, como quien hace una advertencia-. Pero, atención, nos molesta cuando lo hacen otros.

– Ocurre lo mismo con los portugueses -intervino riéndose Tomás-. Que un portugués hable mal de un portugués está bien. Que lo haga un extranjero, no.

– Ah, no le quepa la menor duda de que han heredado eso de nosotros -comentó Chaim-. Nos gusta reírnos sobre todo de una cosa: del chutzpah de los judíos.

– ¿Qué es eso?

– ¿El chutzpah ? Sí…, pues…, no lo sé, es una especie de descaro, una insolencia de la que sólo los judíos son capaces. Por ejemplo, un judío fue a juicio por haber asesinado a sus padres. Como era judío y, en consecuencia, tenía mucho chutzpah, decidió suplicar clemencia al juez alegando que era huérfano de padre y de madre.

Más carcajadas.

Pasaron por la sinagoga Yeshivah y llegaron a una amplia plaza. Al fondo se alzaba una alta muralla, con enormes bloques de piedra caliza, y se veían filas de judíos abajo, con kipah en la cabeza, balanceando el tronco hacia delante y hacia atrás, junto a la gigantesca pared de aspecto rudo y viejo. La zona de las oraciones estaba protegida por una cerca ornamental que, formada por bloques de piedra con una menorah de hierro forjado en la parte superior y con todas las estructuras metálicas ligadas unas a otras por una cadena negra, separaba el espacio de oración del resto de la plaza.

– El Koyel Hamaaravi -anunció Chaim-. El Muro Occidental.

Tomás se quedó un instante contemplando la escena que tantas veces había visto en la televisión o en fotografías de revistas.

– ¿Por qué razón éste es el lugar más santo del judaísmo? -preguntó el portugués.

Chaim señaló una cúpula áurea, que resplandecía en el monte por detrás de la muralla.

– Todo comenzó allí, debajo de aquella cúpula dorada. La cúpula protege la piedra sobre la cual el patriarca Abraham, obedeciendo una orden de Dios, se preparaba para matar a su hijo Isaac. En el último instante, sin embargo, un ángel le trabó el brazo. Esa roca se llama «even hashetiah» y es la piedra fundamental del mundo, la piedra primordial, en ella se apoyó el Arca de la Alianza. Toda esta elevación, donde se encuentra la piedra de Abraham, es el monte Moriah, el monte del Templo, dado que fue aquí donde el rey Salomón hizo construir el primer templo. Pero, cuando Salomón murió, varios conflictos llevaron a la división de la nación judaica, la cual, después de ser derrotada por los asirios, fue dominada por los babilonios, que destruyeron el templo en cuestión. Los babilonios acabaron derrotados por los persas y a los judíos se les autorizó a regresar a sus tierras. Entonces se construyó el segundo templo. El paso de Alejandro Magno dejó las semillas de un periodo de dominación griega en Oriente Medio, más tarde sustituida por la dominación romana. Si bien no abandonaron el control de la situación, los romanos permitieron que los judíos fuesen gobernados por reyes judíos. Fue así como, poco antes del nacimiento de Cristo, el rey Herodes ensanchó el templo y construyó una gran muralla exterior, de la que sólo se conserva una parte, el llamado Muro Occidental. Pero en el año 66 de la era cristiana, los judíos se sublevaron contra la presencia romana e iniciaron las llamadas guerras judaicas. En respuesta a ello, los romanos conquistaron Jerusalén y en el año 68 arrasaron el templo, un acontecimiento que llegó a revelarse como profundamente traumático para nuestra nación. -Hizo un gesto en dirección a la gran muralla-. Por ello el Muro Occidental es también conocido como Muro de las Lamentaciones. Los judíos vienen aquí a lamentase por la destrucción del templo.

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