– ¿De qué habla?
– ¿El Sefer HaZohar ? Es una vasta obra sobre la Creación y la comprensión oculta de los misterios del universo y de Dios. -Se aclaró la garganta, preparándose para retomar su discurso-. La quinta fase también comenzó en la península Ibérica, con la prohibición del judaísmo en España en 1492 y en Portugal en 1496. Su mayor intérprete fue Isaac Luria, el cual, en un esfuerzo para encontrar una explicación mística de las persecuciones, elaboró la teoría del exilio, aproximando la cábala al mesianismo, con la esperanza de la redención colectiva. Por ello la sexta fase, entre los siglos XVII y XVIII, estuvo marcada por el seudomesianismo, que promovió muchos errores y abrió camino a la séptima y última etapa, la del jasidismo, proveniente de la Europa oriental y surgida como una reacción contra el mesianismo. El movimiento jasídico, encabezado por Israel Baal Shem-Tov, permitió popularizar la cábala, volviéndola menos hermética y elitista y dejando que sus conceptos se hiciesen más accesibles a la comprensión común.
– ¿Y lo del recuento de las letras y el Árbol de la Vida? -preguntó Tomás, mientras escribía afanosamente en su libreta-. ¿Dónde encaja eso?
– Profesor Noronha, está hablando de dos cosas diferentes -repuso Solomon- Lo que usted llama recuento de letras es, supongo, la gematría. Esta técnica consiste en la obtención del valor numérico de las palabras después de establecer la correspondencia entre las letras del alfabeto hebreo y los guarismos. En la gematría, las nueve primeras letras se asocian a las nueve unidades, las nueve letras siguientes están ligadas a las nueve decenas y las cuatro restantes representan las cuatro primeras centenas. -Abrió las manos y las hizo girar, como si con ese movimiento lograse abarcar toda la Creación-. Dios creó el universo con números y cada número contiene un misterio y una revelación. Todo lo que existe en el universo está encadenado por un sistema de causas y efectos y forma una unidad que se multiplica hasta el infinito. Los matemáticos, hoy en día, usan la teoría del caos para comprender ese complejo funcionamiento de las cosas, mientras que los físicos optan por el principio de incertidumbre para justificar el extraño comportamiento de las macropartículas en el estado cuántico. Nosotros, los cabalistas, preferimos la gematría. Hace miles de años años, entre los siglos II y VI de la era cristiana, apareció una pequeña obra enigmática y metafísica titulada Sefer Yetzirah o Libro de la Creación, donde se describe cómo Dios hizo el mundo usando números y palabras. Tal como los matemáticos y los físicos actuales, el Sefer Yetzirah sostenía que era posible penetrar en el divino poder creador a través de la comprensión de los números. Eso es, en el fondo, la gematría. Este sistema atribuye poder creador a la palabra y a los números y parte del principio de que el hebreo fue el idioma usado por Dios en el acto de la Creación. Los números y el hebreo tienen naturaleza divina. A través de la gematría, es posible transformar las letras en números y hacer descubrimientos muy interesantes. -Insistió hablando de verrry interrresting discoverrñes, lo que le otorgó un aire misterioso a la frase-. Por ejemplo, la palabra hebrea shanah, año, suma 355, que es justamente el número de días del año lunar. Y la palabra heraryon, embarazo, suma 271, o sea el equivalente, en días, a nueve meses, el periodo que dura el embarazo.
– Como si fuese un anagrama.
– Precisamente, un anagrama divino entre números y palabras. Veamos otros ejemplos. En la gematría, av, padre, suma 3, y em, madre, suma 41. Ahora bien, 3 más 41 da 44, que es justamente el número de ieled, hijo. La suma del padre y de la madre da el hijo. Uno de los nombres de Dios, Elohim, vale 86, y la palabra naturaleza, hateva, también vale 86. Lo cual implica que Dios equivale a la naturaleza.
– Curioso.
– Pero más curioso, profesor Noronha, es lo que resulta de la aplicación de la gematría a las Sagradas Escrituras. Uno de los nombres de Dios, Yhvh elohei Israel, suma 613. Pues Moslu'h rabeinu, nuestro maestro Moisés, también suma 613. Este es, además, el número de preceptos de la Tora. Esto significa que Dios transmitió a Moisés las 613 leyes de la Tora. -Esbozó un gesto circular con las manos-. Las Sagradas Escrituras tienen una complejidad holográfica, se multiplican dentro de su texto varios sentidos. Otro ejemplo. El Génesis dice que Abraham llevó 318 siervos a una batalla. Pero los cabalistas, al estudiar el valor numérico del nombre de su siervo Eliezer, descubrieron que era 318. En consecuencia, se supone que Abraham, en realidad, sólo se llevó consigo a su único siervo.
– ¿Está diciendo que la Biblia contiene mensajes subliminales?
– Si quiere llamarlos así -dijo afable Solomon-. ¿Sabe cuál es la primera palabra de las Sagradas Escrituras?
– No.
– Bereshith. Quiere decir «En el principio». Si dividimos bereshith en dos palabras, queda bere, o sea «creó», y shith, que significa «seis». La Creación duró seis días y El descansó el séptimo. Todo el mensaje de la Creación está contenido, pues, en una sola palabra, justamente la primera de las Sagradas Escrituras. Bereshith. «En el principio.» Bere y shith. «Creó y seis.» El seis corresponde al hexagrama, al doble triángulo del sello de~Salomón, la que ahora llamamos estrella de David y que vemos en la bandera. -Señaló el paño blanco con trazos azules de la bandera de Israel, colocada en un rincón del escritorio-, Pero también se encuentran anagramas en las Sagradas Escrituras. Por ejemplo, Dios reveló en el Exodo: «te enviaré mi ángel». La expresión «mi ángel» se dice, en hebreo, melaji, un anagrama de Mijael, el ángel protector de los judíos. Es decir, Dios envió al ángel Mijael.
– ¿Y ese sistema de interpretación también se aplica al Árbol de la Vida?
– El Árbol de la Vida es otra cosa -corrigió el cabalista-. Durante mucho tiempo, dos cuestiones dominaron la relación del hombre con Dios. Si Dios hizo el mundo, ¿qué es el mundo sino Dios? Y la segunda cuestión, derivada de la primera, es saber por qué el mundo es tan imperfecto si el mundo es Dios. Para dar, en parte, respuesta a esas dos preguntas, apareció el Sefer Yetzirah, que mencioné hace un momento como el texto místico que describe de qué manera creó Dios el universo usando números y palabras. Esta obra se atribuyó originalmente a Abraham, aunque probablemente la haya escrito el rabino Akiva. El Sefer Yetzirah revela la naturaleza divina de los números y los relaciona con los treinta y dos caminos de la sabiduría recorridos por Dios para crear el universo. Los treinta y dos caminos son la suma de los diez números primordiales, las sephirot, con las veintidós letras del alfabeto hebreo. Cada letra y cada sephirah simbolizan algo. Por ejemplo, la primera sephirah representa el espíritu de Dios vivo, expresándose por la voz, por el aliento y por el habla. La segunda sephirah denota el aire emanado del espíritu; la tercera sephirah expresa el agua emanada del aire, y así sucesivamente. Las diez sephirot son emanaciones manifestadas por Dios en el acto de la Creación y se articulan en el Árbol de la Vida, que es la unidad elemental de la Creación, la menor partícula indivisible que contiene los elementos del todo. Naturalmente, este concepto ha evolucionado y el Sefer HaZohar, el gran libro cabalístico que apareció en la península Ibérica a finales del siglo XIII, definió las sephirot como los diez atributos divinos. La primera sephirah es keter, la corona. La segunda es chokhmah, la sabiduría. La tercera es binah, la comprensión. La cuarta es chesed, la misericordia. La quinta es gevurah, el arrojo. La sexta es tipheret, la belleza. La séptima es netzach, la eternidad. La octava es hod, la gloria. La novena es yesod, el fundamento. Y la décima sephirah es malkhut, el reino.
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