OPERACIÓN CÓDICE ÁUREO
OPERACIÓN CÓDICE ÁUREO
© José Luis Borrero González
Diseño de portada: Dpto. de Diseño Gráfico Exlibric
Iª edición
© ExLibric, 2014.
Editado por: ExLibric
C.I.F.: B-92.041.839
c/ Cueva de Viera, 2, Local 3
Centro Negocios CADI
29200 ANTEQUERA, Málaga
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Según el Código Penal vigente ninguna parte de este o cualquier otro libro puede ser reproducida, grabada en alguno de los sistemas de almacenamiento existentes o transmitida por cualquier procedimiento, ya sea electrónico, mecánico, reprográfico, magnético o cualquier otro, sin autorización previa y por escrito de EXLIBRIC;
su contenido está protegido por la Ley vigente que establece penas de prisión y/o multas a quienes intencionadamente reprodujeren o plagiaren, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica.
ISBN: 978-84-16110-26-1
Nota de la editorial: ExLibric pertenece a Innovación y Cualificación S. L.
JOSÉ LUIS BORRERO GONZÁLEZ
OPERACIÓN CÓDICE ÁUREO
EXLIBRIC
ANTEQUERA 2014
Índice
Portada
Título JOSÉ LUIS BORRERO GONZÁLEZ OPERACIÓN CÓDICE ÁUREO EXLIBRIC ANTEQUERA 2014
Copyright OPERACIÓN CÓDICE ÁUREO © José Luis Borrero González Diseño de portada: Dpto. de Diseño Gráfico Exlibric Iª edición © ExLibric, 2014. Editado por: ExLibric C.I.F.: B-92.041.839 c/ Cueva de Viera, 2, Local 3 Centro Negocios CADI 29200 ANTEQUERA, Málaga Teléfono: 952 70 60 04 Fax: 952 84 55 03 Correo electrónico: exlibric@exlibric.com Internet: www.exlibric.com Reservados todos los derechos de publicación en cualquier idioma. Según el Código Penal vigente ninguna parte de este o cualquier otro libro puede ser reproducida, grabada en alguno de los sistemas de almacenamiento existentes o transmitida por cualquier procedimiento, ya sea electrónico, mecánico, reprográfico, magnético o cualquier otro, sin autorización previa y por escrito de EXLIBRIC; su contenido está protegido por la Ley vigente que establece penas de prisión y/o multas a quienes intencionadamente reprodujeren o plagiaren, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica. ISBN: 978-84-16110-26-1 Nota de la editorial: ExLibric pertenece a Innovación y Cualificación S. L.
Índice
Dedicatoria
Prólogo
La denuncia
El caso
El historiador y el desamor
El sabio
El encargo del rey prudente
El personaje
Málaga
El inquisidor
La delación
La captura
Los cargos
La vida continúa
La capital del reino
El desenlace
A todas las mujeres que me rodean, en especial a mi queridísima Deme, sin cuya ayuda esta novela no hubiera visto la luz.
A todo el personal del Hospital Parque San Antonio de Málaga, por su profesionalidad y el trato cariñoso hacia mi persona.
A la persona que desde la infancia admiré, por su capacidad de aprendizaje, su inquebrantable fe; viajero incansable, bibliógrafo, teólogo, filósofo, científico, doctor en lenguas semíticas, autor de más de cien obras, consejero de Felipe II, omnipresente inspiración para los ciudadanos de Aracena,
don Benito Arias Montano.
Siempre he sentido a España como una gran nación, y, sin embargo, he percibido una especie de vergüenza nacional hacia nuestra historia, quizá por su desconocimiento. Somos en general proclives a creer lo que dicen o escriben otros y no a tener criterios propios procedentes del estudio y la reflexión personal.
Si la mayoría de los países actuales hubieran tenido nuestro legado, de seguro tendrían una visión diferente, apreciándola y valorándola en su justa medida.
Somos producto de nuestro modo de entender la vida, la religión, las costumbres, sentir, amar..., en definitiva, nuestra manera de ser.
Hoy en día, con todos los adelantos tecnológicos a nuestro alcance, no podríamos llevar a cabo la proyección de fuerzas, término utilizado para abastecer a una formación militar cuando se hallaba a kilómetros de distancia. Proyección que se hizo durante ciento cuarenta años.
Hemos avanzado mucho en tecnología, en comodidades, pero hemos retrocedido en valores, amor por nuestras costumbres y respeto por nuestras tradiciones, de forma que, si no las mantenemos, estamos condenados al fracaso.
Solo he percibido un cierto orgullo de ser español en mis salidas al extranjero, al coincidir con algún compatriota. En la distancia sale a relucir la melancolía y el apego a lo nuestro.
Nuestra historia está ahí, hemos de sentirnos orgullosos de nuestro pasado, de ser españoles, en todo lugar y situación.
Ultimamente a Deolinda le costaba conciliar el sueño, aunque al final sucumbía ante el abrazo de Morfeo. Su momento de placer comenzaba. Tensa, nerviosa, alocada, en un estado que los jóvenes —como su sobrino Ángel— denominan el yuyu, por el lugar donde se hallaba, que no era otro que el cuartel de la Guardia Civil de El Escorial, y las extrañas circunstancias que la condujeron irremisiblemente hasta allí en la mañana de aquel fatídico día nunca olvidado, de noviembre del año ochenta y nueve. Su padre sí tuvo que ver con el mundo militar y cuartelero. Llegó al grado de brigada, según relataba cuando tenía tiempo, y eso solo ocurrió con el pase a la condición de retirado. El objetivo de la presencia de Deolinda en el cuartel obedecía a las obligaciones inherentes a su cargo como directora responsable de la Real Biblioteca del Monasterio de El Escorial, más nunca en tan penosas circunstancias. Afloraban dispersos en sus pensamientos los esfuerzos y sacrificios personales realizados, sin dejar en olvido los de sus padres, que se decían: «Todo nuestro sacrifico pa que la niña sea universitaria».
Realmente la jovencita apuntó maneras desde niña: inteligente, rápida en reflejos, olía lo interesante, espabilada y lista.
—¡Sales a tu madre! —decía su padre, y en esto les dio la satisfacción de haber conseguido su objetivo, aunque su madre, Casilda, no llegó a ver sus logros. Una enfermedad larga y penosa se la llevó de este mundo, siendo ella muy jovencita. Al menos descansó de tanto sufrimiento.
A ella le dio la sensación de que aguardaba la muerte con mucha calma, como quien espera el crepúsculo, cuya alargada sombra se acerca hasta alcanzarte, inexorablemente . Los galenos cuanto más la tocaron más la fueron empeorando, tratamientos de van y vienen, mejunje de allí y últimas pastillas sanadoras. No llegaron a saber de qué murió. La conclusión fue por un virus, término que en el argot médico tapa tantas incompetencias y malos hábitos de práctica de una profesión.
La vida de Casilda no fue color de rosa. Siempre sola, su marido no tenía horarios para el servicio, las 24 horas del día dedicadas a la profesión. A veces se iba de casa semanas enteras y, lo peor de todo, tanto esfuerzo no tenía compensación económica alguna; al contrario, resultaba una carga más para la familia, al tener que mantener otra casa abierta.
Casilda, ante la ausencia de su esposo, se dedicaba en cuerpo y alma al cuidado de Deolinda y de su hermano menor, Gumersindo; niño enfermizo por demás, de tez pálida, pajizo... A cuatro gotas que cayeran, en la cama mínimo dos semanas y todos pendientes de él. Menos mal que los medicamentos se los regalaba el médico del pueblo, ya que este los recibía a su vez de los representantes de productos farmacéuticos. No olvidaría jamás a dos, don Miguel y su hijo don Bartolomé, pues entonces la Guardia Civil no tenía Seguridad Social. Fueron los últimos españoles en beneficiarse en esta cobertura sanitaria, no alcanzada hasta 1976 y porque algunos sectores de los guardias se movieron organizando manifestaciones, recién enterrado el dictador. En un Cuerpo ensamblado en el Ejército, de férrea disciplina, la reivindicación acabó con más de doscientos expulsados, sin ningún tipo de indemnización por los años de trabajo y otros tantos recluidos en prisiones militares.
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