Moliarti estudió la estructura argéntea y ornamentada de la mansión.
– Hmm -murmuró-. Tal vez a la Torre de Belém…
– Precisamente. Estilo neomanuelino. ¿Sabe? La quinta fue construida en una época de revival, de recuperación de valores antiguos. Por toda Europa imperaba entonces el neogòtico. Ahora bien, el gótico portugués era el manuelino, por lo que el neogòtico sólo podía ser el neomanuelino. Pero este lugar fue más lejos e intentó recuperar también las fuentes de los descubrimientos. Encontramos por ello múltiples referencias a la Orden Militar de Cristo, que en Portugal sucedió a la Orden del Temple y fue fundamental en la expansión marítima. Los símbolos mágicos distribuidos aquí, según una fórmula alquímica, surgen del cristianismo templario y de la tradición clásica renacentista, con raíces profundas en Roma, en Grecia, en Egipto. -Hizo un gesto amplio hacia la izquierda-. ¿Ve aquellas estatuas?
El estadounidense contempló la hilera de silenciosas figuras esculpidas en piedra de Angá, asentadas en estructuras que bordeaban un jardín geométrico francés, lleno de rectas y de ángulos.
– Sí.
– Le presento a Hermes, el dios que dio origen a la palabra hermetismo -dijo señalando la estatua más próxima. Fue después moviendo el dedo cada vez más hacia la izquierda, a medida que nombraba cada una de las estatuas-. Éste es Vulcano, el hijo deforme de Júpiter y Juno; aquél es Dioniso; el otro es el dios Pan, un sátiro habitualmente representado con patas de macho cabrío y cuernos en la cabeza, como si fuese el diablo, aquí afortunadamente más humanizado. Después están Deméter, Perséfone, Venus, Afrodita, Orfeo y, allá al fondo, en último lugar, Fortuna. Todos ellos son guardianes de los secretos esotéricos de este lugar, centinelas vigilantes que protegen los misterios encerrados en la Quinta da Regaleira. -Hizo un gesto-. ¿Vamos andando?
Comenzaron ambos a recorrer el camino que bordeaba las estatuas, en dirección a la galería del fondo del jardín.
– Dígame, pues, ¿qué tenía la caja fuerte de la vieja?
Tomás meneó la cabeza.
– No pude abrirla.
– ¿Aquélla no era la clave?
– Por lo visto, no.
– Qué extraño.
– Pero estoy seguro de que estamos cerca. La pregunta del profesor Toscano nos remite, sin sombra de dudas, a aquel fragmento de El péndulo de Foucault.
– ¿Está seguro?
– Completamente. Fíjese, el profesor Toscano se dedicó a investigar los orígenes de Cristóbal Colón, planteando dudas sobre su nacimiento en Génova, y el fragmento en cuestión menciona justamente que Colón era un judío portugués. Claro como el agua, ¿no? -Se pasó la mano por el pelo-. Lo que creo, no obstante, es que hemos cometido algún error en la formulación de la palabra clave.
Pasaron delante de Orfeo y Fortuna y, ya junto al pórtico ornamentado de la galería, giraron a la derecha y escalaron el declive. El jardín geométrico dio lugar a un jardín romántico, donde se mezclaban el césped, las piedras, los arbustos, los árboles, en una integración continua, armoniosa. Se veían magnolias, camelias, helechos arbóreos, palmeras, secuoyas, plantas exóticas traídas de todo el mundo. Entre el verdor vigoroso surgió un lago extraño, su superficie cubierta por un denso manto verde esmeralda, que parecía una sopa de musgo quedos patos, entretenidos con su melancólico parpar, rasgaban mientras se deslizaban, abriendo surcos oscuros que luego se cerraban detrás de ellos, sellados por la espesa cubierta vegetal.
– El Lago da Saudade -anunció Tomás y señaló unos enormes arcos oscuros contiguos al lago y bajo tierra, como cavidades sombrías de una calavera, con hilos de hiedras y helechos pendientes de lo alto-. La Gruta de los Cátaros, por donde el lago se extiende.
– Asombroso -comentó Moliarti.
Recorrieron el camino que bordeaba el lago, rodeado de piedras verdeantes de musgo. Cruzaron un pequeño puente arqueado sobre las aguas, tapado por una magnolia gigante, y se toparon con una casucha cubierta de cuarzo y otras piedras embutidas en la pared. En el centro, una concha gigante llena de un caldo de agua límpida.
– Esta es la Fuente Egipcia -dijo Tomás señalando la concha invertida, como si fuese una jofaina-. ¿Ve estos dibujos? -Indicó dos pájaros representados en la pared con las piedras embutidas-. Son ibis. En la mitología egipcia, el ibis personifica a Thot, el dios de la palabra creadora y del saber oculto, el que dio origen a los jeroglíficos. ¿Sabe cuál es el nombre de Thot en el Olimpo griego?
Moliarti meneó la cabeza.
– No tengo idea.
– Hermes. De la asociación entre Thot y Hermes nacieron los misteriosos tratados esotéricos y alquímicos de Hermes Trismegisto. -Señaló el pico del ibis de la izquierda, que parecía sostener una lombriz gigante-. Este ibis tiene en el pico una serpiente, el símbolo de la gnosis, del conocimiento. -Esbozó un gesto amplio-. Le estoy mostrando esto para explicarle que aquí nada fue puesto al azar. Todo encierra un significado, una intención, un mensaje oculto, un enigma que se remonta a los principios de la civilización.
– Pero el ibis no tiene nada que ver con los descubrimientos.
– Aquí todo, estimado Nelson, tiene que ver con los descubrimientos. El ibis representa, como le he dicho, el conocimiento oculto. En el Libro de Job, donde esta ave interpreta el poder de la previsión, aparece la pregunta: «¿Quién le dio alibis la sabiduría?». ¿Qué era, al fin y al cabo, el mundo de los siglos xv y xvi sino un lugar oculto, un oráculo dispuesto a ser leído, un misterio que había que desvelar? -Miró las paredes del palacete flotando al fondo en la bruma-. Los descubrimientos están relacionados con los templarios que encontraron refugio en Portugal huyendo de las persecuciones decretadas en Francia y aprobadas por el papa. En realidad, los templarios trajeron a Portugal el saber necesario para la gran aventura marítima de los siglos xv y xvi. Por ello existe una cultura mística en torno a los descubrimientos, un misticismo con raíces en la época clásica y en la idea del renacimiento del hombre. -Alzó cuatro dedos-. Hay cuatro textos que son fundamentales para leer la arquitectura de este lugar de misterio: la Eneida, de Virgilio; su equivalente portugués, Los lusiadas, de Luís de Camões; la Divina comedia, de Dante Alighieri; y un texto esotérico del Renacimiento, igualmente lleno de enigmas y alegorías, llamado Hypnerotomachia Poliphili, de Francesco Colonna. Todos ellos, de una manera u otra, fueron eternizados en las piedras de la Quinta da Regaleira.
– I see.
El profesor portugués señaló un banco frente al lago y al lado de la Fuente Egipcia.
– ¿Vamos a sentarnos?
– Sí.
Se acercaron al banco esculpido en mármol de Lioz, con dos galgos instalados en los extremos en actitud de vigilancia, y una estatua femenina en el centro, con una antorcha en las manos.
– Este es el banco del 515 -explicó Tomás deteniéndose frente a la estructura-. ¿Sabe qué es el 515?
– No.
– Es un código de la Divina comedia de Dante. El 515 es el número que corresponde al mensajero de Dios que vendrá a vengar el fin de los templarios y anunciar la tercera edad de la cristiandad, la Edad del Espíritu Santo, que traerá la paz universal a la Tierra-. Citó de memoria-: «En el cual un quinientos quince, mensajero de Dios, va a matar a la barragana con el gigante que con ella peca». -Tomás sonrió-. Es un fragmento del «Purgatorio», la segunda parte de la Divina comedia. -Esbozó un gesto en dirección al banco de piedra-, Como ve, del mismo modo que todo lo que hay en la Quinta da Regaleira, también este banco es una alegoría.
Читать дальше