José Santos - El códice 632

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Tomás Noroña, profesor de Historia de la Universidad Nova de Lisboa y perito en criptología y lenguas antiguas, es contratado para descifrar una cifra misteriosa.
Los conocimientos y la imaginación de Tomás lo llevarán a una espiral de intrigas, en dónde inesperadamente se topará que con un secreto guardado durante muchos siglos: la verdadera identidad de Cristóbal Colón.
Basada en documentos históricos genuinos, El códice 632 nos transporta a un viaje por el tiempo, una aventura repleta de enigmas y mitos, secretos encubiertos y pistas misteriosas, falsas apariencias y hechos silenciados, un auténtico juego de espejos donde la ilusión se disfraza de realidad, para disimular la verdad.

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– Me gusta esa opción.

– Le gusta, estimado amigo, porque aún no se ha dado cuenta de las consecuencias de tal hipótesis -dijo Tomás esbozando una sonrisa.

– ¿Consecuencias?

– Sí, Nelson. -Volvió a mostrar los dos dedos-. Lo que esta tercera hipótesis implica es que estaríamos frente a dos Colón. -Hizo una pausa para dejar asentar la idea-. Dos. -Cruzó el primer dedo-. Uno, Cristoforo Colombo, genovés, sin instrucción y tejedor de seda, tal vez nacido en 1451. -Cruzó el segundo dedo-. El otro, Cristóváo Colom o Cristóbal Colón, de nacionalidad incierta, perito en cosmografía y ciencias náuticas, versado en latín, almirante y descubridor de América, nacido en 1447.

Moliarti, extrañado, miró a Tomás.

– Eso no puede ser.

– Y, no obstante, estimado Nelson, es una hipótesis que debe considerarse. Observe que esta tercera posibilidad también tiene sus puntos débiles, especialmente el hecho de que hay personas que conocieron al descubridor de América y que, confiando en documentos que no son, sin embargo, fiables al cien por cien, lo presentaron como oriundo de Génova. Para que esta hipótesis sea verdadera es necesario, pues, aceptar que esas informaciones son falsas. Pero el hecho es que, en medio de toda esta barahúnda, algo tiene que ser falso, ¿no? No todo puede ser verdadero, ya que, como he dicho hace un momento, las informaciones se contradicen unas con otras.

– ¿Le parece eso probable?

– La idea de que hubo dos Colón, o un Colom y un Colombo, es una posibilidad que debe tenerse en cuenta, sin duda. Fíjese, no obstante, en que la mayor fragilidad de los argumentos antigenoveses es su incapacidad de presentar documentos que permitan identificar el origen del Cristóbal Colón que descubrió América. Ése es un problema que, con todas sus contradicciones y fallos, y probablemente falsificaciones, no tiene la tesis genovesa, y por ello sigue sirviendo de referencia. Mientras no surja un documento fiable que atribuya otra identidad al Almirante, la versión del tejedor de seda, aunque parezca disparatada, es la única que existe y con ella tendremos que contar.

– Estoy seguro de que ésa es la verdadera -comentó Moliarti.

– Usted es un hombre de fe -observó Tomás con una sonrisa-. Si después de todo lo que le he dicho, aún cree que la tesis genovesa no tiene graves puntos flacos…, bueno, estimado amigo, su caso ya no pertenece a la esfera de la razón, sino a la de la pura creencia.

– Puede ser -admitió el estadounidense-. Hay, no obstante, algo que me deja intrigado. ¿No le parece extraño que el profesor Toscano crea que la hipótesis genovesa es falsa sin disponer de datos nuevos?

– Es extraño, sí.

– A fin de cuentas, y como usted ha dicho hace un momento, si prácticamente abandonó la investigación sobre el descubrimiento de Brasil y se situó en esta pista es porque debe de haber encontrado algo.

– Sí, es posible.

El hombre de la fundación entrecerró los ojos, estudiando al portugués como si quisiese analizar la sinceridad de la respuesta a su siguiente pregunta.

– ¿Usted está seguro de haber despejado toda la investigación que él realizó?

Tomás evitó cruzar la mirada con la de su interlocutor.

– Pues… justamente, Nelson -titubeó-. Yo…, yo aún no he logrado descifrar el acertijo del profesor.

Moliarti sonrió.

– Ya me parecía. ¿Qué le falta?

– Me falta responder a esta pregunta.

Sacó un pequeño papel arrugado de la billetera y se lo mostró.

¿CUÁL ECO DE FOUCAULT PENDIENTE A 545?

Moliarti se puso las gafas y se inclinó sobre el papel.

– «¿Cuál Eco de Foucault pendiente a 545?» ¡Vaya por Dios! No entiendo nada. -Miró a Tomás-. ¿Qué quiere decir eso?

El portugués sacó de la cartera la novela con el título El péndulo de Foucault visible en la cubierta.

– Aparentemente, el profesor Toscano se estaba refiriendo a este libro de Umberto Eco.

Moliarti cogió el volumen, lo analizó y después volvió a mirar el papel con la extraña pregunta.

– ¡Caramba! -exclamó-. La solución es sencilla, hombre. Sólo tiene que consultar la página 545.

Tomás se rio.

– ¿Y usted cree que no lo he hecho ya?

– ¿Ah, sí? ¿Entonces?

El historiador cogió la novela, abrió la página 545 y se la mostró al estadounidense.

– Es una escena que transcurre en un cementerio. Describe un entierro de partisanos durante la ocupación alemana, a finales de la segunda guerra mundial. La he leído y releído un montón de veces en busca de alguna pista que respondiese a la pregunta del acertijo. No he encontrado nada.

– Déjeme ver -pidió Moliarti, extendiendo la mano. Cogió el libro, volvió a ponerse las gafas y leyó la página 545 con mucha atención. Tardó más de dos minutos, tiempo que Tomás aprovechó para contemplar el escenario tranquilo que los rodeaba dentro de las murallas del castillo-. Realmente…, pues…, no sugiere nada -dijo por fin el hombre de la fundación.

– Me he roto la cabeza con esa página y no sé qué pensar.

– Sí -murmuró Moliarti, analizando ahora la cubierta. Volvió a las primeras páginas y observó el diagrama con el Árbol de la Vida, discriminando las diez sephirot hebraicas, antes del comienzo del texto. Leyó el primer epígrafe y vaciló. Apoyó su mano en el brazo de Tomás-. Tom, ¿usted ha visto esta cita?

– ¿Cuál?

– Esta, mire. -Moliarti empezó a leer en voz alta-: «Ha sido sólo para vosotros, hijos de la doctrina y de la sapiencia, para quienes hemos escrito esta obra. Examinad el libro, internaos en la intención que hemos dispersado y dispuesto en varios lugares; lo que ocultamos en un lugar lo manifestamos en otro, para que pueda ser comprendido por vuestra inteligencia». Es una cita de De occulta philosophia, de Heinrich von Nettesheim. -Miró al portugués-. ¿Usted cree que ésa es una pista?

– Claro. -Cogió el libro y estudió el epígrafe-. «Lo que ocultamos en un lugar lo manifestamos en otro.» Realmente parece contener una insinuación. Déjeme que lo analice mejor. -Hojeó con cuidado la novela. Después del epígrafe venía una página en blanco que sólo mostraba el dígito «1» y la palabra «Keter»-. Keter.

– ¿Qué es?

– La primera sephirah.

– ¿Qué es una sephirah?

– Se dice sephirah, en singular, y sephirot, en plural. Son elementos propios de la cábala judaica. -Avanzó y contempló la primera página del texto. Tenía un segundo epígrafe, esta vez escrito en hebreo, con un nuevo dígito «1», más pequeño, señalado a la izquierda. Leyó la primera frase de la novela en voz baja-. «Fue entonces cuando vi el Péndulo.»Hojeó el libro; seis páginas más adelante, venía un segundo subcapítulo con nuevo epígrafe, esta vez una cita de Francis Bacon, y el guarismo «2», en pequeño, a la izquierda. Ocho páginas más y nueva página en blanco, sólo con el dígito «2» y la palabra Hokmah, que identificó como la segunda sephirah. Saltó al final del volumen y buscó el índice. Allí estaban las diez sephirot, cada una con varios subcapítulos, a veces unos pocos, otras unos cuantos. Las sephirot con más subcapítulos eran la 5, Geburah, y la 6, Tipheret. Recorrió los subcapítulos de la 5. Iban del 34 al 63. Su atención se apartó por un momento del libro y se centró en el papelito arrugado con la inquietante pregunta:

¿CUÁL ECO DE FOUCAULT PENDIENTE A 545 ?

Volvió a estudiar los subcapítulos de Geburah, la sephirah 5, yendo de aquella lista de números al papel con el acertijo. De repente, lo que antes no era más que un simple puntito de luz, rodeado por las tinieblas de la ignorancia, se transformó en una claridad deslumbrante, como un sol que todo lo ilumina.

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