José Santos - El códice 632
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Los conocimientos y la imaginación de Tomás lo llevarán a una espiral de intrigas, en dónde inesperadamente se topará que con un secreto guardado durante muchos siglos: la verdadera identidad de Cristóbal Colón.
Basada en documentos históricos genuinos, El códice 632 nos transporta a un viaje por el tiempo, una aventura repleta de enigmas y mitos, secretos encubiertos y pistas misteriosas, falsas apariencias y hechos silenciados, un auténtico juego de espejos donde la ilusión se disfraza de realidad, para disimular la verdad.
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– Nelson -dijo con una sonrisa Tomás-, ¿a usted le parece realmente que yo sería capaz de semejante maldad? ¿Le parece?
– Sí, me parece.
– Se equivoca, Nelson. Yo nunca le haría eso.
El rostro del hombre de la fundación se relajó en una prudente expresión de alivio.
– Good.
– Pero…
– Please…
– … siempre es necesario medir la fiabilidad de cualquier documento, echarle un vistazo crítico, tratar de comprender las intenciones y garantizar que no haya incongruencias.
– No me va a decir que existen anomalías en estos documentos…
– Lamentablemente, sí.
El estadounidense dejó caer la cabeza hacia atrás, en una actitud de desaliento.
– Fuck!
– El primer elemento que debe considerarse es que estos documentos no aparecieron en el momento en que deberían haber aparecido, sino mucho más tarde. El profesor Toscano registró incluso en una de sus notas el dicho francés «le temps qui passe c'est l'évidence qu'efface», es decir, cuanto más tiempo pasa más se disipa la evidencia. Aquí, por lo visto, sucede lo contrario. Cuanto más tiempo pasa, mayor es la evidencia. Ése es el primer problema del texto de Antonio Gallo. Si fue escrito realmente en 1499, ¿por qué no fue publicado hasta el siglo XVIII? Toscano parecía sospechar de una falsificación, puesto que los datos de Gallo son semejantes a los de Giustiniani, al que Hernando Colón había denunciado como mentiroso, alguien que, según el hijo de Colón no conocía la verdadera historia del descubridor de América.
– Eso es pura especulación.
– Pues sí. Pero es cierto que la historia de Gallo es igual a la historia de Giustiniani y que Hernando dijo que la versión de Giustiniani era falsa. Siendo así, sólo veo dos hipótesis. La primera es que Hernando estaba mintiendo, y entonces la historia de Giustiniani es verdadera; en consecuencia, la de Gallo también lo será. La segunda es que Hernando, el hijo del descubridor de América, sabía más sobre su padre que los dos italianos, y la consecuencia es que las historias de Giustiniani y Gallo son falsas. Cualquiera de las dos hipótesis es especulativa, pero sólo una puede ser verdadera. Sea lo que fuere, esto significa que no podemos tener absoluta confianza en el texto de Gallo.
– ¿Y las actas notariales? Ésos son documentos oficiales…
– De hecho, lo son. Pero lo que prueban es que existió un Cristoforo Colombo en Génova que era tejedor de seda y tenía un hermano Bartolomeo y otro Jacobo y que su padre era el cardador de lana Domenico Colombo. Esto es probablemente verdadero, nadie lo discute. Lo que tales actas no prueban, no obstante, es que ese tejedor de seda que vivió en Génova sea el descubridor de América. Hay sólo un acta que establece ese vínculo de manera inequívoca. -Mostró unas fotocopias-. Se trata del Documento Assereto. Había antes unos textos de Savona, publicados en 1602 por Salinerio en sus Adnotationes… ad Cornelium Tacitum, que sugerían tal relación, pero no eran muy claros y tenían algunas incongruencias. Es el Documento Assereto el que viene a establecer, de forma inequívoca, la relación entre el Colombo genovés y el Colom ibérico, al registrar el día de la partida del tejedor de seda hacia Portugal.
– Déjeme que adivine -comentó Moliarti con un dejo de sarcasmo-: en ese documento hay problemas de fiabilidad.
– Pues los hay -repuso Tomás ignorando el tono irónico-. Hagamos un esfuerzo para reconstruir la imagen completa del problema. Para eso debemos tener siempre presente que los documentos sobre Cristoforo Colombo en Génova sólo empezaron a aparecer como hongos durante el siglo xix. Hasta entonces sólo había algún que otro testimonio, más o menos vago, y con determinadas anomalías. Pero la verdad es que nadie en Génova parecía conocer a Cristoforo Colombo. Los embajadores genoveses que se encontraban en Barcelona en 1493, Francesco Marchesi y Giovanni Grimaldi, con ocasión del regreso del navegante del primer viaje al Nuevo Mundo, relataron en Génova el hecho y se olvidaron de un pequeño detalle, una cosa por lo visto sin importancia: la de que el Almirante era un coterráneo suyo. Tampoco nadie en Génova les llamó la atención sobre ese hecho. ¿Tiene eso algún sentido? Pero hay más. Como ya hemos visto, el hijo español de Colón, Hernando, fue tres veces a la región de Génova en busca de confirmación de las vagas reivindicaciones de que el padre era de ahí y no fue capaz de encontrar a un solo familiar. Ni uno. Por otro lado, las actas notariales revelan que en 1492, con ocasión del descubrimiento de América, el padre del tejedor Cristoforo Colombo aún estaba vivo. Pues no hay noticia de que él o cualquier otro familiar, vecino, amigo o conocido hayan celebrado o siquiera registrado la gran proeza de ese muchacho, su supuesto paisano. Además, los documentos oficiales de Génova muestran que Domenico murió pobre en 1499, con todos los bienes hipotecados. Increíblemente, el descubridor de América ignoró a su padre, aun estando en la pobreza, hasta cuando murió. Ni tampoco, a su vez, los muchos acreedores de Domenico se acordaron de exigir a su famoso hijo el pago de las deudas del difunto. Aún más increíble, los cronistas e historiadores de los siglos xvi y xvii ignoraron olímpicamente que el descubridor de América era un conciudadano suyo. La obra Di Liberto Foglietta, della República di Genova , de Uberto Foglietta, hizo un registro de los ciudadanos famosos de Génova. Tanto la primera edición, publicada en Roma en 1559, como la segunda, editada en Milán en 1575, no señalan el nombre de Cristoforo Colombo, ni de Cristóvam Colom, ni de Cristóbal Colón, en la lista de notables de la ciudad, aunque mencionen a otros marinos genoveses mucho menos importantes, como Biagio D'Assereto, Lazaro Doria, Simone Vignoso y Ludovico di Riparolo. El historiador genovés Federico Federici, que vivió en el siglo xvn, también ignoró por completo al descubridor de América, y lo mismo ocurrió con Gianbattista Richeri, otro historiador genovés del siglo siguiente. Richeri publicó en 1724 el Foliatum Notariorum Genuensium, cuyo original se conserva en la Biblioteca Comunale Berio de Génova. Pues esta obra registra dieciocho apellidos Colombo en la ciudad entre 1299 y 1502 y ninguno de ellos se llamaba Domenico ni Cristoforo. Sin duda, ambos existieron, como prueban las actas notariales de la Raccolta, pero, por lo visto, los historiadores de Génova los consideraban poco importantes. Tan poco importantes que, en la lista de los alumnos de los colegios de Génova de aquel tiempo, listas que aún hoy existen, no consta el nombre de Cristoforo, a pesar de que el gran navegante sabía latín, leía autores clásicos, dominaba las matemáticas y conocía la cosmografía. Si no fue a los colegios de Génova, ¿a qué colegios fue? Finalmente, con ocasión del célebre «pleyto sucessorio», el proceso jurídico iniciado en 1578 para determinar al legítimo sucesor del Almirante después de la muerte de su bisnieto, aparecieron en España innúmeros candidatos de toda la Liguria y todos ellos afirmaban ser familiares de Cristoforo Colombo. -Fijó los ojos en Moliarti-. ¿Sabe cuántos de esos candidatos eran oriundos de Génova?
El estadounidense meneó la cabeza.
– No.
Tomás unió el pulgar con el índice, dibujando un cero con los dedos.
– Cero, Nelson. -Dejó que la respuesta flotara en el aire, como la intensa reverberación del eco de un gong-. Ni uno. Ni uno solo de esos candidatos era de Génova. -Hizo una pausa más para acentuar el efecto dramático de esta revelación-. Hasta que, en el siglo xix, los documentos comenzaron a aparecer por todas partes. Hay que entender, sin embargo, que la investigación histórica en este periodo se mezcló peligrosamente con los intereses políticos. Los italianos se encontraban en pleno proceso de unificación y afirmación nacional, liderado por el ligur Giuseppe Garibaldi. Aparecieron en ese momento las primeras tesis de que el descubridor de América, al fin y al cabo, podría no ser italiano, y eso se reveló inaceptable para el nuevo Estado. El Colombo genovés se presentaba como un símbolo de unión interna y de orgullo para los millones de italianos que se congregaban en el país recién creado, además de los muchos que empezaban a emigrar a Estados Unidos, a Brasil y a Argentina. El debate se volvió chovinista. Y en este contexto político y social la tesis genovesa se vio, de repente, sumida en una enorme confusión. Por un lado, logró reunir muchos documentos que probaban que existía realmente en la ciudad un Cristoforo, un Domenico, un Bartolomeo y un Jacobo, pero no tenía cómo demostrar, de forma inequívoca, que había una relación entre esas personas y el descubridor de América. Más aún, tal relación parecía absurda, considerando que el Colombo genovés era un tejedor inculto y el Colom ibérico un almirante versado en cosmografía, náutica y letras. Tomando en cuenta lo que estaba en juego, especialmente en el plano político y en el clima de afirmación nacional italiana, eso era inaceptable. El Documento Assereto es el que, providencialmente, vino a traer la prueba que tanto hacía falta. Y el hecho de que ese documento apareciera justamente cuando era más necesario constituye, sin duda, un fenómeno sospechoso. Y más sospechoso todavía si se piensa que el coronel Assereto, después de exhibir la prueba tan anhelada, fue condecorado por el Estado italiano por los elevados servicios prestados a la nación, y ascendido a general.
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