José Santos - El códice 632

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Tomás Noroña, profesor de Historia de la Universidad Nova de Lisboa y perito en criptología y lenguas antiguas, es contratado para descifrar una cifra misteriosa.
Los conocimientos y la imaginación de Tomás lo llevarán a una espiral de intrigas, en dónde inesperadamente se topará que con un secreto guardado durante muchos siglos: la verdadera identidad de Cristóbal Colón.
Basada en documentos históricos genuinos, El códice 632 nos transporta a un viaje por el tiempo, una aventura repleta de enigmas y mitos, secretos encubiertos y pistas misteriosas, falsas apariencias y hechos silenciados, un auténtico juego de espejos donde la ilusión se disfraza de realidad, para disimular la verdad.

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– Tiene razón -admitió Moliarti, ahora más sereno-. Discúlpeme, me he exaltado mucho, ha sido sin querer. Prosiga, por favor.

– Vale -retomó Tomás-. Como ya le he dicho, Colón hizo en el Mayorazgo dos referencias directas y explícitas a Génova como la ciudad donde nació. Pero no se limitó a eso. Más adelante realizó una tercera referencia, diciendo que «Génova es ciudad noble y no poderosa sólo a causa del mar», y, algunas páginas después, añadió una cuarta referencia, apelando a sus herederos para que procuren «preservar y trabajar siempre por el honor, por el bien y el engrandecimiento de la ciudad de Génova, empleando todas sus fuerzas y recursos en la defensa y la ampliación del bien y honor de su república».

– Por tanto, Colón hizo cuatro referencias a Génova y en dos de ellas dijo abiertamente que nació allí.

– Correcto -asintió Tomás-. Lo que significa que todo depende ahora de cómo se evalúa la fiabilidad de este documento. Existe una confirmación real del Mayorazgo, fechada en 1501 y que no se descubrió hasta 1925: se encuentra conservada en el Archivo General de Simancas. Y he traído fotocopias de la copia notarial de la minuta del Mayorazgo, que está guardada en el Archivo General de Indias, en Sevilla. Me dijeron que el original de la minuta desapareció ya en el siglo xvi, pero no sé si es verdad. Lo único que puedo asegurar es que el Archivo General de Indias sólo tiene una copia. Supongo que es la que estuvo en el centro del llamado «pleyto sucessorio», un importantísimo proceso jurídico iniciado en 1578 para determinar cuál era el legítimo sucesor del Almirante después de la muerte de don Diego, nieto de Diogo Colom y bisnieto de Cristóbal Colón. Vale la pena recordar que el Mayorazgo establecía que sólo podría haber herederos masculinos con el nombre de Colón. Ahora bien, contraviniendo de manera frontal y directa la disposición supuestamente establecida por el Almirante, el tribunal decidió aceptar también el nombre de «Colombo», información que se difundió por Italia. Como Cristóbal Colón, o lo que es lo mismo, Cristoforo Colombo, tenía derecho a una parte de todas las riquezas de las Indias, según lo acordado con los Reyes Católicos en 1492, la noticia de que cualquier Colombo podía aspirar a los derechos sucesorios despertó enorme interés entre todos los italianos con ese apellido. El problema es que se descubrió que el nombre Cristoforo Colombo era relativamente común en Italia, por lo que el tribunal exigió que los aspirantes presentasen en su línea ancestral a un hermano de nombre Bartolomeo y a otro Jacobo, además de a un padre llamado Domenico. Tres candidatos cubrían ese requisito. De los tres italianos, acabó quedando sólo uno. Se trataba de un tal Baldassare Colombo, de Cuccaro Monferrato, una pequeña población del Piamonte. Baldassare tuvo que enfrentarse a otros descendientes españoles de Colón y, como consecuencia de este proceso legal, un abogado español, llamado Verástegui, expuso la copia de la minuta, demostrando que estaba confirmada por el príncipe Juan el 22 de febrero de 1498, la fecha en que se elaboró el testamento.

– ¿Quién es el príncipe Juan?

– Era el hijo primogénito de los Reyes Católicos.

– ¿Entonces usted tiene la copia de la minuta confirmada por el príncipe heredero y aún tiene dudas sobre la fiabilidad del testamento?

– Nelson -dijo Tomás en voz baja-. El príncipe Juan murió el 4 de octubre de 1497.

– ¿Y?

– Haga cuentas. Si murió en 1497, ¿cómo puede haber confirmado la copia de una minuta en 1498? -Guiñó el ojo-. ¿Eh?

Moliarti se quedó estático durante un largo instante, con los ojos fijos en su interlocutor, analizando la incongruencia.

– Bien…, pues… -vaciló.

– Este, mi estimado Nelson, es un problema técnico muy grave. Mina totalmente la credibilidad de la copia del Mayorazgo. Y lo peor es que no constituye la única inconsistencia del documento.

– ¿Hay más?

– Por supuesto. Fíjese solamente en esta frase de Colón. -Cogió una fotocopia del texto-: «Lo suplico al Rey y a la Reina, Nuestros señores, y al Príncipe Don Juan, su primogénito, Nuestro Señor». -Levantó la cabeza y miró al estadounidense-. El mismo problema. Colón hace una súplica al príncipe Juan como si éste aún estuviera vivo, cuando ya había muerto el año anterior con sólo diecinueve años. El acontecimiento fue tan sonado en la época que la corte se vistió de luto riguroso, las instituciones públicas y privadas se mantuvieron cerradas durante cuarenta días y se colocaron señales de luto en los muros y puertas de las ciudades españolas. En esas condiciones, y siendo una persona cercana a la corte, y en particular a la reina, ¿cómo es posible que el Almirante desconociese la muerte del príncipe don Juan? -Sonrió y meneó la cabeza-. Ahora fíjese en ésta. -Volvió a observar las fotocopias-. «Habrá el dicho Don Diego…» -empezó para inmediatamente interrumpirse y aclarar-: Diego es Diogo en castellano. -Después retomó la lectura -: «o cualquier otro que heredare este Mayorazgo mis oficios de Almirante del Mar Océano, que es de la parte del Poniente de una raya que mandó asentar imaginaria su Alteza sobre a cien leguas sobre las islas de las Azores, y otros tanto sobre las de Cabo». -Miró a Moliarti-. Esta breve frase tiene una increíble serie de inconsistencias. En primer lugar, ¿cómo es posible que el gran Cristóbal Colón afirmase que el meridiano de Cabo Verde es igual al de las Azores? ¿No sabía lo que todos los hombres de mar ya conocían en esa época, es decir, el hecho de que las Azores están más al oeste que Cabo Verde? ¿Alguien cree que el descubridor de América, que, incluso, llegó a visitar esos dos archipiélagos portugueses, fuera capaz de afirmar semejante burrada? En segundo lugar, es preciso acotar que esta referencia a las cien leguas consta en la bula papal Inter caetera, fechada en 1493 y referente al Tratado de Alcáçovas/Toledo. El problema es que en 1498, cuando se firmó el Mayorazgo, ya estaba en vigor el Tratado de Tordesillas, hecho sobradamente conocido por Colón, dado que fue él mismo quien estuvo en la gestación de esa línea divisoria del mundo entre Portugal y España. ¿Cómo es posible, pues, que el Almirante usase expresiones papales referentes a un tratado que ya no era válido? ¿Se habría vuelto loco? En tercer lugar, al decir que aquélla era «de una raya que mandó asentar imaginaria, su Alteza», estaba anticipando la muerte de la reina Isabel, que falleció en 1504, seis años más tarde. ¿Cómo es posible que Colón se dirigiese en singular a los dos Reyes Católicos? Lo normal, como aparece en cualquier documento de la época, era dirigirse a «Sus Altezas»; «Sus», en plural. ¿Habría decidido Colón insultar a uno de los reyes, insinuando su inexistencia? ¿O acaso este documento fue escrito después de 1504, cuando sólo había un monarca, por un falsario que descuidó tal detalle y que falsificó la fecha poniendo 1498?

– I see -comentó Moliarti cabizbajo-. ¿Eso es todo?

– No, Nelson. Hay más. Es importante que analicemos la cuestión de que Cristóbal Colón haga en el Mayorazgo nada más ni nada menos que cuatro referencias a Génova. -Levantó cuatro dedos-. Cuatro. -Bajó dos-. Y que dos de esas referencias mencionen explícitamente que ésa es la ciudad donde nació. -Se recostó en la silla y reordenó las fotocopias-. Fíjese. Cristóbal Colón se pasó toda la vida escondiendo su origen. Su preocupación fue de tal modo obsesiva que el criminòlogo Cesare Lombroso, uno de los mayores detectives del siglo xix, lo calificó de paranoico. Sabemos, por su hijo Hernando, que el Almirante, después del descubrimiento de América, en 1492, se volvió aún más reservado. Fíjese en esta frase de su hijo en la Historia del Almirante. -Abrió el libro y buscó un pasaje subrayado-. «Quando fue su persona a propósito y adornaba de todo aquello, que convenía para tan grand hecho, tanto menos conocido y cierto quiso que fuese su origen y patria.» -Miró a su interlocutor-. Es decir, cuanto más conocido se volvía Colón, menos quería que se supiese cuál era su origen y patria. Así pues, ¿este hombre se pasa años y años manteniendo el secreto sobre el lugar donde nació, haciendo un estoico trabajo para encubrir ese hecho bajo un espeso manto de silencio, y, de repente, se le cruza un cable y, sin más, suelta un reguero de referencias a Génova en su testamento, borrando de un plumazo todos sus esfuerzos anteriores? ¿Tiene esto algún sentido?

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