– I see -murmuró Moliarti taciturno-. ¿Y qué más?
– En lo que respecta a las reivindicaciones italianas hechas en el siglo xvi, no hay más que decir.
El camarero interrumpió la conversación con el almuerzo. Retiró los platos vacíos de las entradas y sirvió unos filetes de rape con limón a Moliarti y un plato de gambas y langostinos al horno con salsa de tomate, limón y alcaparras y gachas de maíz blanco y ciruelas a Tomás; echó en las copas, a petición del estadounidense, un Casal García blanco muy frío.
– Lo que más me gusta de Portugal es el pescado -comentó el hombre de la fundación, a medida que exprimía el limón sobre el rape-. Pescado a la plancha y vino verde frío.
– No está mal, no -coincidió Tomás con una gamba clavada en el tenedor.
– ¡Hmm, delicioso! -exclamó Moliarti mientras saboreaba el rape. Hizo un gesto con el tenedor en dirección a su invitado-. ¿No hay más?
– ¿No hay más qué?
– Pues… cronistas del siglo xvi con ese tipo de referencias a Colón.
– Están los autores ibéricos. -Bebió un trago de vino-. Comencemos por los portugueses. Ruy de Pina, a comienzos del siglo xvi, habló de «Cristovam Colonbo, italiano». Garcia de Resende hizo lo mismo en 1533 y Antonio Galvão en 1550, mientras que Damião de Góis en 1536 y João de Barros y Gaspar Frutuoso en 1552 especificaron el origen genovés del navegante, a quien la mayoría llamaba Colom.
– Son muchas personas diciendo lo mismo…
– En efecto -concedió Tomás-. Pero sólo Ruy de Pina merece crédito especial, pues fue contemporáneo de los acontecimientos y, probablemente, conoció a Colón en persona. Los restantes cronistas portugueses se limitaron a repetirlo, a él y a los autores italianos que ya he mencionado. Unos escribieron que Colón era italiano porque fue eso lo que Pina dijo, otros señalaban el origen genovés porque ésa era la información difundida por Trevisano, Montalboddo y Giustiniani.
– ¿Considera auténtica la afirmación de Pina?
– Totalmente.
– Ah. -Moliarti sonrió frotándose las manos con satisfacción-. Muy bien.
– Pero debo decir que, al consultar las notas del profesor Toscano, comprobé con sorpresa que él tenía dudas.
– ¿Dudas?
– Sí -confirmó Tomás, esbozando un rictus con la boca-. No obstante, no las fundamentó. Sólo anotó a lápiz, al margen de la copia microfilmada de la Crónica do Rei. D. Joao II, que se encuentra en la Torre do Tombo, una observación curiosa. -Consultó la fotocopia en cuestión-. Escribió: «Vaya, esto sí que es bueno», y añadió «listillos».
Moliarti contrajo los músculos faciales, frunció el ceño e hizo una mueca de intriga.
– ¿Qué diablos quiere decir eso?
– No tengo la menor idea, Nelson. Voy a tener que estudiarlo.
El estadounidense meneó la cabeza, condescendiente.
– Bien, ¿y los demás autores ibéricos?
– Ya he mencionado a los portugueses, faltan ahora los españoles. Comencemos por el vicario Andrés Bernáldez, que publicó en 1518 la Historia de los Reyes Católicos. Nuestro amigo Bernáldez dijo que Colón nació al mismo tiempo en dos ciudades, Milán y Génova.
– ¿En dos ciudades? O nació en una o nació en la otra.
– No, si creemos a Bernáldez. La edición de 1556 de su obra, editada en Granada, plantea que Colón nació en Milán, y la de 1570, de Madrid, sitúa su cuna en Génova.
– Pero ¿no ha dicho usted que publicó el libro en 1518?
– Publicarlo, lo publicó. Pero no se ha conservado ningún ejemplar de las primeras ediciones. Las más antiguas son la de Granada y la de Madrid, que divergen en esa información esencial.
El estadounidense reviró los ojos, impaciente.
– Next.
– El personaje siguiente es otro español -dijo exhibiendo un pequeño fajo de fotocopias-. Se llamaba Gonzalo Fernández de Oviedo y comenzó a publicar su Historia general y natural de las Indias en 1535. Oviedo cita a italianos que se ponen de acuerdo en cuanto a la tierra natal de Colón. Según él, unos dicen que el navegante era de Savona, otros de Nervi y otros incluso de Cugureo. Oviedo no conoció personalmente.1 Colón, y toda la información de que disponía era la de «oír decir» a algunos italianos. -Guardó el fajo de fotocopias en la cartera-. En conclusión, Oviedo no es más que una fuente ele segunda mano.
El estadounidense suspiró con fastidio.
– What else?
– Nos quedan los documentos publicados posteriormente al siglo xvi; tres textos muy importantes, dada la identidad de sus autores.
Hizo una pausa dramática, que despertó la curiosidad de Moliarti.
– ¿Quiénes fueron?
– El historiador español fray Bartolomé de las Casas, el hijo español del descubridor, Hernando Colón, y el propio Cristóbal Colón.
– Muy bien.
– Comencemos por Bartolomé de las Casas que, además de Hernando Colón, fue el cronista contemporáneo a Colón que más escribió sobre el descubridor de América. Redactó su Historia de las Indias entre 1525 y 1559. Dijo que conoció a Colón cuando éste llegó a España y tuvo acceso a sus documentos depositados en el convento de Las Cuevas, en Sevilla. Este historiador le atribuyó origen genovés.
– ¡Ah! -exclamó Moliarti, inclinándose sobre la mesa y rozando con la servilleta los restos del rape-. Ésa es una fuente segura.
– Sin duda -asintió Tomás, mordiendo un langostino-. Lamentablemente, volvemos a encontrar aquí algunos problemas. En primer lugar, la Historia de las Indias no se publicó hasta 1876, más de tres siglos después de haber sido escrita. Quién sabe por qué manos habrá pasado mientras tanto. Lo cierto es que el profesor Toscano detectó raspaduras e intercalaciones en el manuscrito original. Un segundo problema tiene que ver con la fiabilidad del texto de Bartolomé de las Casas. El investigador español Menéndez Pidal encontró exageraciones e inexactitudes, sobre todo en su declaración de que conoció a Colón cuando éste llegó a España.
– ¿No lo conoció?
– Vamos a plantear las cosas de otra manera -dijo Tomás rugiendo un bolígrafo-. Cristóbal Colón entró en España en 1484, proveniente de Portugal. -Escribió «1484» en el reverso de una fotocopia-. De las Casas nació en 1474. -Escribió 1474» por debajo de la fecha anterior y trazó el signo de la resta-. Esto significa que De las Casas conoció al Almirante mando sólo tenía diez años de edad y cuando Cristoforo Colombo, Colón, aún era un desconocido. -Resolvió en el papel el cálculo: «1484 -1474 = 10»-. ¿Le parece creíble que un niño de diez años registre en la memoria un encuentro con un hombre a quien, en aquel momento, ocho años antes del descubrimiento de América, nadie le atribuía la menor importancia? ¿Le parece normal?
Moliarti volvió a suspirar y bajó la vista.
– En efecto…
– Pasemos ahora al testimonio más importante, además del que tenemos del propio Colón. -Guardó el bolígrafo en el bolsillo interior de la chaqueta y sacó un libro de la cartera-. Hernando Colón, el segundo hijo del Almirante, nacido de su relación con la española Beatriz de Arana y autor de la Historia del Almirante. -Le mostró el libro, con el título en castellano, que había comprado en Sevilla-. Aquí está lo que debería ser, sin sombra de dudas, una verdadera mina de informaciones. Hernando Colón era hijo del Almirante y nadie se atreve a discutir el hecho de que conocía a su padre. Tenía, por ello, acceso a información privilegiada. Ahora bien, Hernandito dejó inmediatamente claro que había escrito aquella biografía porque había otros que intentaron hacerlo sin conocer los verdaderos hechos. Entre los falsificadores nombró específicamente a Agostino Giustiniani, el fraile genovés que había anunciado al mundo que Colón había sido tejedor de seda en Génova.
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