Moliarti suspiró.
– Explíqueme, Tom. ¿Significa que ese testamento es falso?
– Ésa, Nelson, fue la conclusión a la que llegó el tribunal español. De tal modo que la herencia acabó atribuyéndose a don Nuno de Portugal, otro nieto de Diogo Colom.
– Y la confirmación real de 1501, que está guardada en el Archivo General de Simancas, ¿también es falsa?
– Sí.
– Vaya por Dios, no entiendo. ¿Cómo puede haber una confirmación con sello real que sea falsa?
– Lo que existe en el Archivo General de Simancas es un libro de registros del Sello Real de la Corte referente al mes de septiembre de 1501. Pero esa confirmación es anacrónica, dado que también ella menciona al príncipe don Juan como si estuviera vivo. -Se golpeó las sienes con el índice-. Métase esto en la cabeza: jamás la corte registraría un documento dirigido a un príncipe primogénito que ya hubiese muerto; eso sería inaceptable. -Hizo una pausa-. Ahora, Nelson, preste atención a lo que voy a decirle a continuación. Existe un testamento verdadero, pero ha desaparecido. Algunos historiadores, como el español Salvador de Madariaga, creen probable la hipótesis de la falsificación, aunque consideren que muchas cosas del testamento falso están basadas en ese documento original ya perdido. -Consultó sus notas-. Escribió Madariaga: «La mayor parte de las cláusulas ejecutivas son probablemente, pero sólo probablemente, exactas». Entre ellas, la de la extraña firma con iniciales en pirámide. Ésa es también la opinión del historiador Luis Ulloa, quien descubrió que la copia falsificada del Mayorazgo, presentada por el susodicho abogado Verástegui, pasó por las manos de Luisa de Carvajal, que estuvo casada con un tal Luis Buzón, hombre conocido por mutilar y alterar documentos.
– ¿Y el profesor Toscano? ¿Qué opinaba?
– El profesor Toscano coincidía claramente con el tribunal y con Madariaga y Ulloa y creía en la hipótesis de la falsificación a partir de un testamento verdadero, el que se perdió. Por otra parte, sólo el fraude explica estas graves inconsistencias en el texto. Como ya le he indicado, todo el mundo quería ser heredero de Cristoforo Colombo o de Cristóbal Colón y es muy natural que, en tales circunstancias, habiendo tanto dinero en juego, apareciesen falsificadores. Si se especula un poco, se puede creer que un falsario habilidoso, probablemente el tal Luis Buzón, haya rehecho el testamento, con elevada calidad desde el punto de vista técnico, y copiando correctamente las partes más inocuas del documento, incluido lo esencial de las cláusulas ejecutivas, pero que no se haya dado cuenta de determinados anacronismos en el texto que pergeñaba, por falta de conocimientos específicos, especialmente en relación con las súplicas de Colón a un príncipe ya muerto, las disparatadas referencias geográficas evidentemente inspiradas en una consulta a la incorrecta bula papal, la alusión anacrónica al Tratado de Alcáçovas/Toledo y la inaceptable eliminación de uno de los dos reyes en la referencia a «Su Alteza» en singular, detalle que, al ser escrito en la época de los Reyes Católicos, sería insultante, pero, de serlo después de la muerte de al menos uno de ellos, ya no constituiría un problema. -Hizo un gesto con la mano, como si quisiera añadir algo más-. Además, convengamos en que es extraño que Colón haya muerto en 1506 y este testamento no haya aparecido enseguida. Cuando alguien hace un testamento es para que sea conocido y respetado después de su muerte, ¿no? Pero, por lo visto, el Mayorazgo no apareció en el momento en que es normal que aparezcan los testamentos, es decir, inmediatamente después de la muerte de sus autores; por el contrario, lo hizo mucho más tarde. Colón falleció en 1506 y el testamento sólo se materializó en 1578, más de setenta años después. Además, apareció en un periodo en que a una de las partes le convenía que apareciese, aunque con gravísimos anacronismos e incongruencias. En estas circunstancias, ¿qué confianza podríamos tener nosotros en lo que ahí está escrito, eh? -Esbozó una expresión de agobio-. Ninguna.
El estadounidense se encogió de hombros, resignado.
– Olvidemos entonces el Mayorazgo. ¿No hay más documentos?
– Estos son todos los documentos que se divulgaron en la época, sobre todo en el siglo xvi.
– Y, en medio de todos ésos, ¿la crónica del portugués Pina es la única que no presenta ningún problema de fiabilidad?
– No la he consultado, pero insisto en recordarle que las observaciones anotadas al margen por el profesor Toscano sugieren que debe de haber encontrado algo significativo.
El camarero volvió con el café y lo dejó en la mesa.
– En términos de documentos, ¿no hay nada más? -preguntó Moliarti, revolviendo el azúcar en el café.
– Hay otros que supuestamente son de la misma época, pero sólo se conocieron mucho más tarde, sobre todo en el siglo xix.
– ¿Y qué dicen esos documentos?
– Bien, voy a intentar resumir su contenido. -Ordenó unas fotocopias y sacó otras de la cartera-. En 1733, un sacerdote de Módena, Ludovico Antonio Muratori, publicó un volumen titulado Rerum Italicarum Scriptores, el cual contenía dos textos inéditos. Uno era De Navigatione Columbi…, redactado supuestamente en 1499 por el canciller del Ufficio di San Giorgio, Antonio Gallo, y el otro fue un trabajo de Bartolomeo Senarega aparentemente inspirado en el de Gallo y en el que decía que Cristóbal era un scarzadore, una expresión considerada poco simpática. El texto de Gallo era claramente el más importante. El antiguo canciller del Ufficio decía allí que Cristoforo era el más viejo de tres hermanos, siendo Bartolomeo el segundo y Jacobo el tercero. Cuando llegó a la pubertad, et pubere deinde facti, Galli señaló que Bartolomeo fue a Lisboa y Cristoforo siguió después su ejemplo. Más tarde, en 1799, se publicaron los Annali della República di Genova, del genovés Filippo Casoni, que incluía una genealogía de la familia de Cristoforo Colombo, tejedor de seda. Como, sin embargo, persistía el problema, aún no resuelto, de que el descubridor de América se llamaba Colom o Colón, pero no Colombo, Casoni decidió efectuar una fuga hacia delante y consideró que Colombo era una especie de declinación de Colom. Según él, Colombo querría decir, en realidad, «de la familia de los Colom». Este fue un salto audaz y abrió las compuertas de un verdadero dique documental que llevó a la aparición de una interminable marea de textos oficiales. Comenzaron a circular papeles por toda la Liguria, en especial de Savona, de Cogoleto, de Nervi…, qué sé yo. Por todas partes asomaban pruebas relacionadas con la familia Colombo, incluidos sus negocios. Muchos de esos documentos se reunieron en 1823 en el Códice Colombo-Americano, mientras que otros, en especial actas notariales, se insertarían en la Raccolta di documenti et studi…, publicada en 1892, con ocasión del cuarto centenario del viaje de 1492. El último descubrimiento fue anunciado en 1904 por el periódico académico Giornale Storico e Letterario della Liguria, donde se daba la noticia de que el coronel genovés Ugo Assereto había encontrado un acta notarial, fechada el 25 de agosto de 1479, que registraba la partida de Christophorus Columbus «die crestino demane pro Ulisbonna», es decir, el día siguiente hacia Lisboa. El Documento Assereto, tal como se lo conoce hoy, revela también que Columbus declaró tener «etatis annorum viginti septem vel área», o sea, unos veintisiete años de edad, lo que fijaría su nacimiento en 1451.
– No me dirá que todo eso es falso, ¿no? -preguntó Moliarti casi con miedo.
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