José Santos - El códice 632

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Tomás Noroña, profesor de Historia de la Universidad Nova de Lisboa y perito en criptología y lenguas antiguas, es contratado para descifrar una cifra misteriosa.
Los conocimientos y la imaginación de Tomás lo llevarán a una espiral de intrigas, en dónde inesperadamente se topará que con un secreto guardado durante muchos siglos: la verdadera identidad de Cristóbal Colón.
Basada en documentos históricos genuinos, El códice 632 nos transporta a un viaje por el tiempo, una aventura repleta de enigmas y mitos, secretos encubiertos y pistas misteriosas, falsas apariencias y hechos silenciados, un auténtico juego de espejos donde la ilusión se disfraza de realidad, para disimular la verdad.

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– El otro día pensé en usted -comentó Madalena cuando acabó el palmiére.

– ¿Ah, sí?

– Sí, sí. Le dije a mi hijo el mayor: «Manel, me gustaría ver el trabajo de tu padre publicado en libro». Le conté que había venido aquí un muchacho de la facultad en busca de los documentos y que no había vuelto a dar noticias.

– Pues aquí estoy para darle noticias.

– Así es. ¿Ya tiene lo que quería?

– Tengo casi todo. Solamente me falta ver lo que hay dentro de su caja fuerte.

– Ah, sí, la caja fuerte. Pero ya le he dicho que no sé la clave.

– Es una clave con números, ¿no?

– Sí.

– Y usted me dijo, cuando estuve la otra vez, que descubriendo las palabras clave bastaba convertir cada letra en un dígito, según el orden alfabético.

– Sí, era eso lo que mi marido hacía siempre.

– El uno es la «a», el dos es la «b», el tres es la «c», y así sucesivamente.

– Exacto.

– ¿Y en alfabeto portugués?

– ¿En alfabeto portugués?

– Sí, el alfabeto sin «k», sin «y» ni «w».

– Ah, claro. Martinho sólo usaba nuestro alfabeto, no ponía esas letras extranjeras como ahora se ve en los periódicos.

Tomás sonrió.

– Entonces ya sé cuáles son las palabras clave.

– ¿Lo sabe? -se sorprendió Madalena-. ¿Cómo lo sabe?

– ¿Se acuerda de aquel acertijo que me dio?

– ¿Aquel enredo de letras?

– Sí.

– Me acuerdo, sí. Lo tengo allí.

– Lo he descifrado y tengo la respuesta.

– ¿Ah, sí?

– ¿Podemos ir a ver la caja?

Madalena Toscano llevó al invitado hasta la habitación. Tal como la otra vez, todo se veía desordenado. La cama seguía sin hacer, había ropas desparramadas por el suelo y en la silla, flotaba el mismo olor ácido en el aire, tal vez un poco menos intenso que la vez anterior, pero igualmente desagradable. Se acuclillaron frente a la caja fuerte y Tomás sacó la libreta de notas de la cartera; hojeó la libreta hasta encontrar los apuntes que buscaba. Las palabras clave estaban escritas en el papel y, debajo de cada una de ellas, aparecía el guarismo respectivo:

El profesor se inclinó ante la caja fuerte y marcó los números No ocurrió - фото 16

El profesor se inclinó ante la caja fuerte y marcó los números. No ocurrió nada. El visitante y la anfitriona intercambiaron una breve mirada de desánimo, pero Tomás no desistió. Lo intentó con sólo la segunda secuencia de números, correspondiente a la palabra «portugués», y nuevamente la puerta de la caja fuerte no se movió.

– ¿Está seguro de que ésa es la clave del código?

– Uno nunca está seguro del todo, ¿no? Pero estaba convencido de que era ésa.

– ¿Cómo llegó a esa clave?

– Descubrí que el acertijo era una pregunta.

– ¿Ah, sí? ¿Una pregunta? ¿Qué pregunta?

– La pregunta contenida en el acertijo era: «¿cuál Eco de Foucault pendiente a 545?». Después de mucho investigar, me pareció que la respuesta era «judío portugués». -Se encogió de hombros, reprimiendo la irritación por sentirse frustrado-. Pero, por lo visto, no lo es.

– ¿No hay ningún sinónimo? A veces, Martinho jugaba con sinónimos…

– ¿Ah, sí? -se sorprendió Tomás, que se acarició el mentón, pensativo-. Bien, a partir del siglo xvi comenzaron a llamar «cristianos nuevos» a los judíos cristianizados…

Sacó el bolígrafo del bolsillo de la chaqueta, cogió la libreta de notas y escribió las dos palabras. Después, contando con los dedos, señaló por debajo los guarismos correspondientes:

Marcó las dos secuencias en el código de la caja fuerte y aguardó un momento - фото 17

Marcó las dos secuencias en el código de la caja fuerte y aguardó un momento. De nuevo no ocurrió nada, la pequeña puerta seguía cerrada. Suspiró y se pasó la mano por el pelo, desanimado y ya sin ideas.

– No -exclamó meneando la cabeza-. No es ésta tampoco.

El palacio se alzaba por encima de la niebla, como si estuviese suspendido sobre las nubes, cerniéndose melancólicamente en la sombría cuesta de la sierra de Sintra. La fachada de piedra de Ança clara, repleta de esfinges, figuras aladas y extraños animales asombrosos, todos inscritos en nudos manuelinos o envueltos en hojas de acanto, hacía recordar un monumento del siglo xvi con toda su magnificencia de gótico manuelino, pero, en este caso, con un toque tenebroso, incluso siniestro, de fortaleza maldita, un monstruo macizo que asomase por entre los vapores parduscos de la neblina. Flotando sobre los copos rodeados de vapor que se pegaban al verde del monte, el palacete resplandecía bajo el gris de la luz refractada de la tarde brumosa; parecía un castillo fantástico, una mansión embrujada, un solar misterioso con su encaje de cimborrios, pináculos, merlones, torres y torreones, un lugar irreal y perdido en el tiempo.

Con los ojos fijos en el palacete pendiente sobre la niebla, Tomás aún no había decidido qué pensar sobre aquel enigmático lugar. Había momentos en que la Quinta da Regaleira le parecía un sitio hermoso, trascendente, sublime; pero, bajo el manto encapotado de las nubes, la belleza que irradiaba de aquel espacio místico se transformaba en algo que asustaba, lúgubre, un refugio de sombras y un laberinto de tinieblas. Sintió que un escalofrío le recorría el cuerpo y consultó el reloj, eran las tres y cinco de la tarde, Moliarti se retrasaba. La quinta se encontraba desierta, era un día entre semana, a mediados de marzo, decididamente a aquella altura del año y de la semana no podía esperar que hubiese visitantes deambulando por allí. Deseó ardientemente que Nelson llegase de una vez, no le apetecía quedarse mucho más tiempo solo en aquel sitio que en otros momentos le parecía placentero y que ahora se le antojaba tan aterrador.

Sentado en un banco frente al jardín, junto a la galería central que conectaba la quinta con la calle, apartó los ojos del palacio siniestro y miró un momento la estatua que tenía delante. Era Hermes, el mensajero del Olimpo, el dios de la elocuencia y del arte de hablar bien, pero también la divinidad capciosa y sin escrúpulos que llevaba al Infierno a las almas de los muertos, el nombre que fundó el hermetismo, el símbolo de los dominios de lo inaccesible. Tomás miró alrededor y pensó que aquél era, sin duda, uno de los dioses más apropiados para vigilar la Quinta da Regaleira, el sitio de Hermes, el lugar donde las propias piedras guardaban secretos, donde hasta el aire se cerraba en enigmas.

– Hi Tom -saludó Moliarti, con la cabeza que asomaba gradualmente por las escaleras del jardín-. Disculpe el retraso, pero me ha costado encontrar este sitio.

Tomás se levantó del banco y saludó al recién llegado, aliviado por tener, al fin, compañía.

– No importa. He aprovechado para admirar el paisaje y aspirar este aire puro de la sierra.

El estadounidense miró a su alrededor.

– ¿Qué lugar es éste? Me causa… creeps. ¿Cómo se dice en portugués?

– Escalofríos.

– Eso. Me causa escalofríos.

– La Quinta da Regaleira es, tal vez, el lugar más esotérico de Portugal.

– Really? -se admiró Moliarti, mirando el palacete desierto-. ¿Por qué?

– En el paso del siglo xix al siglo xx, aún en tiempos de la monarquía, esta propiedad fue adquirida por un hombre llamado Carvalho Monteiro. Era conocido como Carvalho dos Milhões porque, con sus negocios en Brasil, era una de las personas más ricas del país. Carvalho Monteiro era también uno de los hombres más cultos de su tiempo y decidió transformar la quinta en un lugar esotérico, alquímico, el sitio donde podría encarar el fantástico proyecto de resucitar la grandeza de Portugal basada en la tradición mítica nacionalista y en la gesta de los descubrimientos, yendo a las raíces de los fundamentos del Quinto Imperio. -Señaló el palacete, a la derecha, que asomaba por entre la neblina, taciturno, altivo, casi amenazador-. Mire esta arquitectura. ¿A qué le recuerda?

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