– Entonces es preciso recurrir a la cábala.
– Eso fue justamente lo que pensé al principio. Pero después me di cuenta de que podía no ser la cábala.
– ¿Ah, no?
– La cábala es un método hebreo. -Pasó la palma de la mano por el texto-. El Apocalipsis fue escrito en la zona del mar Egeo. Esto significa que es posible que tengamos que recurrir al griego.
– ¿Al griego?
– Tiene mucho más sentido. -Preparó la estilográfica-. Fíjese: «Jesús» se dice en griego Iesous. Son seis letras. Vamos a calcular su valor numérico.
– En griego, el número de Cristo es, como vemos, un triple ocho. Resulta lógico que el número del Anticristo sea igualmente simétrico, pero inferior, y descifrable a través de la guematría aplicada al griego. El triple seis se inserta en ese perfil.
– Ya veo.
– Lo que demuestra que este enigma bíblico se puede resolver recurriendo al griego. Siendo así, me puse a buscar nombres cuya guematría dé un triple seis. Adivine lo que he encontrado.
– No me hago la menor idea.
– Ande, lance un nombre.
– No lo sé.
El hilo de una sonrisa recorrió el rostro de Tomás.
– Mahoma.
Orlov se quedó boquiabierto.
– ¿Mahoma? ¿Mahoma da un triple seis?
– Sí.
– ¿Está insinuando que Mahoma es el Anticristo?
– No estoy insinuando semejante cosa. Sólo estoy diciendo que la guematría del nombre de Mahoma da un triple seis.
– ¡Caramba!
– Pero hay otro nombre con el que se obtiene el mismo resultado. Un nombre aún más sorprendente, un nombre que parece perfecto para desempeñar el papel de la Bestia, un nombre que remite irresistiblemente al Anticristo.
– ¿Cuál?
Tomás miró la mesa y después recorrió con la vista todo el salón. Se sentía hastiado, el Olor a comida le causaba náuseas y el espectáculo de Orlov con la boca embadurnada de grasa lo angustiaba más de lo que podía soportar.
– Oiga: ¿ya ha terminado de almorzar?
– ¿Yo? -Se sorprendió el ruso-. Ya. ¿Por qué?
– Ocurre que no soporto seguir más tiempo aquí. Salgamos, ¿le parece bien?
– Así no vale -protestó Orlov-. Tiene que decirme cuál es el otro nombre que da un triple seis.
– Se lo digo, pero sólo si me promete que podemos salir inmediatamente de aquí.
– De acuerdo.
Tomás se levantó de la silla.
– Vámonos, pues.
– Espere -dijo casi en un grito su interlocutor, estirando la mano para retenerlo en su sitio-. Primero tiene que decirme qué nombre es ése.
El historiador sonrió, disfrutando anticipadamente del placer que le daría ver la cara de Orlov cuando pronunciase el nombre.
– Hitler.
Alexander Orlov parecía en estado de choque cuando tuvo que pagar la cuenta. No lo dejó sin reacción el precio de la comida, como sería de esperar en una ocasión de aquéllas y frente al importe exorbitante que el camarero le presentó en una bandeja de plata, sino el torbellino de ideas que le había encendido la imaginación ¿Hitler? ¿Hitler era la Bestia que profetizaba el Apocalipsis de san Juan? ¿Hitler era el Anticristo previsto por el último libro del Nuevo Testamento? La idea le parecía aterradora y al mismo tiempo irresistible. ¿Cómo era posible que un texto bíblico del siglo I contuviese un número cuya guematría fuese la del nombre del mayor genocida de la historia?
Salieron del restaurante en silencio y fueron a pasear al parque que rodeaba el Campo Pequeno. Acababan de restaurar la plaza de toros y el jardín que la rodeaba se presentaba acogedor e incitante, un rincón tranquilo en medio del bullicio urbano. El ruso caminó un largo rato con los ojos fijos en el suelo, hasta que rompió el silencio.
– ¿Está seguro de que el nombre de Hitler corresponde al número seiscientos sesenta y seis?
– He hecho las cuentas varias veces y no hay dudas. Si «a» es igual a cien, «b» a ciento uno y así sucesivamente, la guematría del nombre de Hitler da un triple seis.
– Dios mío, eso es increíble.
– ¿Se da cuenta? ¿Hitler como el Anticristo?
Orlov refunfuñó.
– Pero, finalmente, ¿cuál de ellos es el Anticristo? ¿Hitler o Mahoma?
– ¿Qué le parece?
– Yo creo que Hitler.
Tomás se rio.
– Tiene sentido, ¿no? El hombre que provocó la Segunda Guerra Mundial, el hombre responsable de millones de muertes, el hombre que planeó y ejecutó el Holocausto.
– Y que invadió la Santa Rusia -se apresuró Orlov a añadir-. No se olvide de eso. Invadió la Santa Rusia.
– Sí, Hitler es el candidato perfecto. Su nombre tiene el número de la Bestia y él es la encarnación del mal.
– Sin duda.
– Pero está equivocado.
Una mezcla de sorpresa y decepción pareció pesar sobre Orlov.
– ¿No es Hitler?
– No.
– ¿Seguro?
– Absolutamente seguro.
– Pero mire que es realmente perfecto para ese papel.
– Lo sé. No obstante, no es Hitler el indicado como la Bestia del Apocalipsis.
– ¿Cómo puede estar seguro de eso?
– Lo muestra el contexto de toda la profecía. No se olvide de que éste es un antiguo texto cristiano.
– ¿Cree entonces que el Anticristo es Mahoma?
– No, tampoco.
Orlov inclinó la cabeza.
– Oiga, si no es Hitler, en cierto modo Mahoma tiene bastante sentido, ¿se ha fijado? Él es el principal enemigo del cristianismo. Además, el islam se encuentra por detrás de todos los actos de terrorismo que se cometen en tantos sitios. En Chechenia, en Afganistán, en Iraq, en Irán, en Argelia, el 11-S, todo tiene la marca del islam.
– No diga disparates -le interrumpió Tomás-. Mahoma respetaba a Cristo, lo consideraba un verdadero profeta. Y la intolerancia que hoy se manifiesta por ciertos sectores del islam también existió en el cristianismo. Basta con que recordemos la Inquisición y las cruzadas.
– Eso fue hace mucho tiempo.
– ¿Los pogromos contra los judíos en el mundo cristiano fueron hace mucho tiempo? ¿El Holocausto fue hace mucho tiempo? -suspiró-. La intolerancia cristiana duró demasiado, ¿qué se piensa? Mire, cuando yo era adolescente me acuerdo de haber visto al presidente de la Cámara de Lisboa manifestándose a la puerta de un cine sólo porque en la sala se exhibía una película francesa que presentaba a María como una mujer diferente de la que describe la Iglesia. Me acuerdo también de que, hace algunos años, un humorista gráfico hizo una caricatura del Papa con un preservativo en la nariz y que eso provocó un vendaval de protestas. Me acuerdo también de…
– Como quiera -se impacientó Orlov-. Pero ¿cómo puede estar seguro de que la Bestia no es Hitler ni Mahoma, si sus nombres dan un triple seis, tal como prevén las profecías del Nuevo Testamento?
– Por una razón muy sencilla -dijo Tomás-. El Apocalipsis se escribió en el siglo i y, en el texto, su autor, Juan, desafió a los lectores a resolver un enigma de su tiempo. -Buscó el párrafo inicial-. Recuerde lo que él escribió justo en la apertura del libro: «Apocalipsis de Jesucristo, que para instruir a sus siervos sobre las cosas que han de suceder pronto ha dado Dios a conocer por su ángel a su siervo Juan». -Miró a Orlov-. ¿Lo ve? «Las cosas que han de suceder pronto.» Juan estaba refiriéndose a hechos de su tiempo. Hitler y Mahoma son muy posteriores.
– Pero, siendo una profecía, ¿no cree que sería de esperar que el Apocalipsis se refiriese a figuras del futuro?
– No es exactamente así. En el Apocalipsis, Juan está pidiéndoles a los lectores que desvelen el misterio. Los lectores son personas de su tiempo y, si la profecía se refiriese a individuos que iban a vivir mil o dos mil años más tarde, no habría la menor posibilidad de que esos lectores descifrasen el enigma. Sólo tiene sentido que Juan le pidiese a la gente de su tiempo que resolviese el acertijo si la solución fuese contemporánea. Acuérdese de que Juan deja claro que las profecías se refieren a «cosas que han de suceder pronto».
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