– Exactamente. Y fíjese en que estamos hablando de efectos derivados de rupturas transitorias. -Hizo una pausa-. Transitorias. -Dejó que la palabra se asentase-. Imagine ahora los efectos derivados de una ruptura permanente, como la que ocurrirá después del pico de producción. -Una nueva pausa, sombría-. Será el fin de la civilización tal como la conocemos.
Tomás suspiró.
– Bien, eso quiere decir que tendremos que optar por una nueva forma de energía.
El árabe esbozó una expresión burlona.
– ¿Qué nueva forma de energía? ¿Volver al carbón?
– No, tendremos que conseguir otra fuente de energía.
– Pero eso es una ilusión. No hay, en este momento, otra fuente de energía capaz de sostener la actual economía mundial.
– Se descubre una nueva.
Qarim se rio, meneando la cabeza.
– Me temo que no será tan sencillo.
– ¿Por qué? Si hemos sido capaces de llegar a la Luna, seremos sin duda capaces de descubrir una nueva forma de energía.
– Tal vez, no digo que no. El problema es que aún no la hemos encontrado. El mejor candidato es, en este momento, el gas natural. Existe en abundancia y es poco contaminante.
– ¿Lo ve?
– El problema es que el gas es mucho más caro que el petróleo y su transporte desde la zona de producción es difícil. No tenga dudas de que la transposición de la economía hacia el gas natural, forzada por el fin del petróleo, tendrá efectos muy negativos en la economía mundial. Además, y a pesar de que el gas es relativamente abundante, seguimos hablando de una materia prima finita, como el petróleo.
– ¿No habrá otras alternativas?
– Está la energía nuclear. Pero sus problemas son conocidos, ¿no? Las centrales nucleares se han revelado increíblemente caras y plantean complicados problemas de seguridad, como se comprobó en Chernóbil. Y también está la cuestión de saber qué hacer con los residuos radioactivos, que contaminan todo lo que tocan y cuyo tiempo de vida puede prolongarse miles de años. Estas centrales son tan problemáticas que la mayoría de los países están incluso desactivándolas.
– Tiene que haber alguna otra solución.
– Tenemos también la energía solar y la energía eólica. Ambas son limpias, pero el problema es que siguen siendo poco eficientes y poco maleables. La célula fotovoltaica, por ejemplo, sólo transforma en electricidad una décima parte de la energía solar que recibe. Por otro lado, tanto el sol como el viento son intermitentes, no están siempre dándonos energía. En cuanto el viento se detiene, las turbinas eólicas dejan de producir energía, y lo mismo ocurre con la energía solar por la noche o cuando el cielo está nublado. Y está incluso la cuestión de que ambas son prohibitivamente caras. -Hizo un gesto enfático con la mano-. Estas dos fuentes energéticas tienen sin duda un papel que cumplir, no digo que no, pero no se debe pensar en asentar en ellas la economía mundial.
Tomás suspiró.
– Entiendo -dijo-. Entonces, ¿no tenemos salida?
– Sigue en pie la posibilidad de que descubramos un modo de alcanzar la fusión nuclear controlada, que nos traería una fuente inagotable de energía limpia.
– ¿Ah, sí?
– La dificultad es que serán necesarios unos cien años para desarrollarla.
– ¿Cien años? -se alarmó Tomás-. Nosotros no tenemos cien años de petróleo por delante.
– ¿Quién le ha dicho eso?
El historiador se quedó desconcertado.
– Bien…, pues…, usted.
– Yo he dicho que el pico del petróleo no OPEP es inminente.
– ¿Y el de la OPEP?
– Oh, ése parece ser abundante, gracias a Dios.¡Loado sea el Señor, el misericordioso! Si nuestras estimaciones son correctas, Oriente Medio y, en particular, Arabia Saudí, están nadando en petróleo. Nuestro pico sólo está previsto para dentro de unos cincuenta a cien años.
– ¿Y esas estimaciones son realmente correctas?
Qarim volvió los ojos hacia arriba, como quien entrega su destino a la Divina Providencia.
– Inch'Allah!
Al atravesar el enorme salón, Tomás no se sorprendió en absoluto al encontrarse con Alexander Orlov rodeado de platos llenos de comida. En cuanto regresó de Viena, el historiador entró en contacto con el voluminoso agente de la Interpol y, previsiblemente, éste lo invitó a almorzar en un restaurante de Lisboa.
El local elegido fue una casa brasileña en el Campo Pequeno, una de esas churrasquerías especializadas en cebar clientes hasta dejarlos con los sentidos embrutecidos.
El ruso se levantó pesadamente para saludar al recién llegado. Lo primero que Tomás notó fue que Orlov estaba sudando mucho, señal de que ya llevaba un tiempo comiendo.
– Disculpe por comenzar antes de que usted llegase -gruñó el ruso limpiándose el sudor de la frente y acariciándose la enorme barriga-. Tenía tanta hambre que hasta me dolía el estómago, no se imagina cuánto.
– Ha hecho muy bien, no se preocupe.
El plato de Orlov estaba abarrotado de carne, los filetes sanguinolentos de carnes como la picanha, la maminha y el cupim amontonados junto al arroz y los frijoles negros, condimentados con farofa y una botella de vino tinto del Alentejo ya medio vacía, al lado del vaso lleno. Tomás pidió una caipiriña y se sirvió arroz y frijoles, pero dejó claro que no quería seguir el rito del rodízio [2] , sólo dos filetes de picanha.
– ¿Qué tal Viena? -jadeó Orlov, masticando un gran trozo de carne-, ¿Muchos valses?
Tomás meneó la cabeza.
– La música ha sido otra.
– Me imagino. ¿Qué sonata le cantó el tipo de la OPEP?
– Me dijo que Filipe estaba investigando la producción y las reservas de petróleo; se había mostrado particularmente interesado por lo que ocurre en los países de la OPEP.
El ruso frunció los labios impregnados de grasa.
– Tiene sentido -asintió-. Si era consultor de la Galp, es natural que necesitara informarse sobre esos asuntos, ¿no cree?
Tomás esbozó una mueca.
– No sé si tiene exactamente ese sentido.
– ¿Entonces?
– ¿Por qué razón iría Filipe a Viena a hacer preguntas cuya respuesta podría obtener por teléfono o por correo electrónico? ¿Cuál era la necesidad de volar hasta Viena?
Orlov comió un trozo más de picanha.
– Tal vez le apetecía probar unas delicias de la gastronomía austriaca, quién sabe.
– O tal vez en esta historia hay algo más de lo que se dice.
– Claro -exclamó el hombre de la Interpol, y bebió un trago de vino para ayudarse a masticar-. No se olvide de que, después de Viena, su amigo desapareció y, acto seguido, alguien se cargó a los otros dos tipos. ¿El árabe no le dio ninguna pista útil?
– Ni por asomo. Me dijo que el petróleo no OPEP está a punto de cruzar el pico, pero que la OPEP cree que sus pozos siguen llenos.
El ruso paró de masticar por un momento.
– No veo cuál es la relevancia de esa información para nuestro problema.
– Ni yo.
– Entonces, ¿en qué quedamos?
Tomás suspiró.
– Estoy intentando avanzar por otra vía.
– ¿Cuál?
– A través de un mensaje que dejé la semana pasada en un sitio especial que creó el grupo de mi promoción en el instituto de Castelo Branco y que es probable que Filipe consulte. El siempre tuvo un gran espíritu de grupo y seguro que conoce este lugar en Internet.
– ¿Ah, sí? ¿Y lo envió la semana pasada?
– Sí.
– ¿Y ?
Tomás meneó la cabeza.
– Por el momento, nada.
El camarero apareció con la picanha y la caipiriña para Tomás, mientras que otro servía en el plato del ruso más filetes de carne, que había anunciado como solomillo de búfalo. Cuando los dos se fueron, Orlov miró a su interlocutor.
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