– En ambos casos se trataba de científicos muertos a tiros en sus lugares de trabajo en un lapso de sólo unas horas.
Tomás miró al ruso sin comprender.
– ¿Y? Uno fue asesinado en la Antártida; el otro, en España. Uno era estadounidense; el otro, español. Uno era climatólogo; el otro, físico. En mi opinión, son demasiadas las diferencias.
Orlov esbozó una sonrisa maliciosa.
– No diría lo mismo si viese las fotografías de los lugares del crimen.
– ¿Qué tienen de especial esas fotografías?
El ruso se limpió las manos con la servilleta y metió sus gruesos dedos en el sobre, de donde sacó más fotografías. Pero, en vez de mostrarlas, las mantuvo frente a sí mismo, como si estuviese jugando al póquer y quisiese ocultar el juego.
– Déjeme decirle ante todo que, en ambos casos, las consultas a las respectivas agendas han permitido concluir que las dos víctimas se conocían.
– ¿Ah, sí?
– Por los nombres que encontramos en las agendas, concluimos también que compartían dos amigos, igualmente científicos. -Inclinó la cabeza-. Aún más curioso: los nombres de cada uno de los tres amigos encontrados en la agenda estaban marcados con la misma señal.
– Hmm -murmuró Tomás, lleno de curiosidad por ver las fotografías-. ¿Qué señal es ésa?
– La misma señal que se encontró en un papel junto a los cuerpos de las dos víctimas. -Orlov mostró por fin las fotografías-. Esto.
Las imágenes mostraban los cuerpos tumbados en el suelo y un folio al lado de las manos inertes con tres dígitos garrapateados con una caligrafía gruesa:
– ¿«6-6-6»?
– Sí. ¿Sabe lo que es esto?
Tomás no lograba apartar los ojos de las fotografías. Miraba los tres guarismos dibujados en los papeles al lado de las víctimas con una fascinación incrédula, no quería ver pero no podía dejar de ver, era como si estuviese hipnotizado, subyugado por la tremenda fuerza simbólica de aquella tremenda señal.
– El número de la Bestia.
El sonido de las olas y el olor del mar eran más vivos fuera del restaurante. El perfume de la sal, suave y picante, llenaba la terraza adonde fueron a tomar el postre; la noche estaba agradable y los dos hombres se sentaron en una mesita a media luz, saboreando la placentera brisa marina que soplaba desde la oscuridad.
El camarero se acercó y dispuso sobre la mesa los postres que le habían pedido. Tomás había elegido una mousse de mango, pero no podía dejar de sentirse impresionado con la hilera de platitos colocados frente a su interlocutor, como si cada postre aguardase su turno con los nervios de un condenado que espera su hora ante el pelotón. En primer lugar había una copa con cinco bolas de helado regados con chocolate caliente, seguido de una tarta de galletas, un pastel de nata y unas crepes Suzette, y lo más extraordinario es que Orlov atacó enseguida el helado con una ansiedad voraz.
– ¿Usted no tiene problemas con el colesterol? -se atrevió a preguntarle Tomás.
– Bah -gruñó Orlov, con la boca llena de helado. Tragó deprisa para poder responder-. Reconozco que soy un tragaldabas, pero es más fuerte que yo, ¿qué quiere?
– Por mí, haga lo que le plazca.
El ruso hizo un gesto con los ojos hacia las fotografías de los muertos, colocadas entre las crepes y la tarta de galletas.
– ¿Qué me dice de esto? ¿Eh?
Tomás volvió a mirar la señal que habían dejado los asesinos junto a sus víctimas.
– Me resulta perturbador -observó-. Sin duda el triple seis remite estos crímenes al trabajo de una secta.
– Fue lo que pensamos nosotros -coincidió Orlov, que lamió ruidosamente los restos de los postres que le habían caído en los dedos-. Debo decir, no obstante, que no entiendo las sutilezas bíblicas en torno al «6-6-6». Me parece todo muy confuso.
– ¿Qué sabe sobre eso? -preguntó Tomás.
– Todo lo que sé es que ése es el número de la Bestia -dijo Orlov, y sus ojos se desorbitaron, en una expresión exageradamente dramática-. Una señal del Diablo. -Se lanzó sobre el pastel de nata-. Ya he hablado con varios curas y teólogos sobre ello y me mostraron la parte del Apocalipsis donde se menciona el triple seis. -Emitió un gemido de satisfacción por el sabor del pastel que estaba devorando, con la cobertura crujiente que reverberaba entre sus dientes-. Todo muy terrible, claro está, pero me temo que no ha servido de nada. Lo único que entendemos es que estamos frente a una secta de culto satánico.
– ¿Ellos no hicieron la lectura de ese número?
Orlov dejó por un momento de manducar.
– ¿La lectura del número de la Bestia? -Volvió a masticar-. No, no. Lo que me dijeron es que es la señal del Diablo, el número del Anticristo que viene para desatar el apocalipsis.
– Pero ¿no le dieron la clave para descifrar ese mensaje?
– ¿Cree que este número esconde un mensaje?
– Claro que sí. A primera vista, me parece claro que estamos ante un mensaje oculto inserto en la Biblia. Sólo lo pueden descifrar los iniciados.
Orlov balanceó el dedo índice y sonrió con malicia.
– Usted es un iniciado.
– ¿Por qué lo dice?
– Porque usted es un experto en lenguas antiguas. De los mejores del mundo.
Tomás se rio.
– Ya me viene con esa historia…
– Ya he visto que va de modesto -inclinó la cabeza-. Dígame la verdad: ¿es o no es capaz de descifrar ese enigma bíblico?
El historiador enrojeció levemente y bajó la vista.
– Creo que sí.
El ruso dio un golpe con la mano en la mesa.
– ¡Ah! -exclamó-.¡Lo sabía! -Apuntó con el dedo a su interlocutor-.¡Es un iniciado! Confiéselo, ¿lo es o no?
Tomás se encogió de hombros.
– En cuanto historiador, sí, soy un iniciado. -Señaló la fotografía-. Dado que el triple seis es un mensaje oculto, cualquier historiador con formación en lenguas antiguas puede, en principio, descifrarlo.
– Es su caso.
– Es mi caso.
– Entonces, dígame: ¿cómo se descifra el triple seis? -lo desafió Orlov, hundiendo la cuchara en la última bola de helado.
– Calma, tampoco es tan sencillo. Tendría que estudiar este enigma con cuidado.
– Estúdielo, pues.
Tomás se rio.
– Si tuviese tiempo, lo estudiaría -dijo-. Pero la verdad es que tengo mucho que hacer.
– Nosotros lo contratamos.
– ¿Cómo?
– La Interpol lo contrata.
– ¿Para qué? ¿Para descifrar el misterio del triple seis de la Biblia?
Orlov meneó la cabeza con una expresión divertida.
– No, profesor. Para ayudarnos a despejar todo el misterio en torno a estas muertes. Claro que eso incluye el desciframiento del triple seis, pero va más allá de eso.
– ¿Va hasta dónde?
– ¡Hasta donde haga falta, pues!
El historiador suspiró.
– Oiga, yo no sé si dispongo de tiempo para esto. Tengo una serie de proyectos en marcha y me temo que no estaré disponible para convertirme ahora en un detective. Mi trabajo no es ayudar a la Interpol ni esclarecer asesinatos.
– ¿Cuál es el problema? Que yo sepa, varias instituciones ya lo contrataron en el pasado. Basta con citar la American History Foundation y la Fundación Gulbenkian, sin hablar de cierta agencia estadounidense cuyo nombre no necesito mencionar aquí.
Tomás clavó los ojos en Orlov, como si intentase leerle el pensamiento.
– Está bien informado.
– Soy policía, ya se lo he dicho. -Señaló las fotografías-. Necesito su ayuda para aclarar este caso.
– Y yo ya le he dicho que no sé si tengo tiempo.
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