Ian Rankin - En La Oscuridad

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Edimburgo está a punto de convertirse, al cabo de casi tres siglos, en anfitriona del primer Parlamento escocés, un hito histórico y político que enciende pasiones. El inspector Rebus ha sido destinado al comité de enlace de seguridad del Parlamento, en Queensberry House, centro mismo del distrito de la comisaría de St. Leonard. De Queensberry House, futura sede del gobierno de la nueva Escocia, perdura la maldición de una leyenda, una maldición que según algunos recaerá sobre los nuevos inquilinos.Los problemas empiezan cuando, en la antigua chimenea donde de acuerdo con la leyenda murió asado un joven, aparece el cadáver de Roddy Grieve,candidato a un escaño en el nuevo Parlamento.

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– ¿Falta alguna herramienta? -preguntó Rebus.

– Alguna cosilla -contestó Linford-. ¿Hay alguna novedad de los grupos que buscan el arma? -añadió señalando con la cabeza hacia una zona que rastreaban policías de uniforme.

– No lo sé -contestó Rebus-. No he hablado con ellos.

Linford le miró de hito en hito.

– Pero de tomarte un té sí has tenido tiempo -dijo.

– He querido invitar a mis subalternos.

– Crees que esto es una pérdida de tiempo, ¿verdad? -dijo Linford sin dejar de mirarle.

– Sí.

– ¿Puedes decirme por qué? -replicó Linford cruzando los brazos.

– Porque es hacer las cosas al revés -contestó Rebus-. ¿Qué más da cómo entró ni con qué lo mataron? Tú eres como esos jefes de oficina que se inquietan por cuatro clips mientras se amontona el trabajo en las mesas del personal.

Linford miró su reloj.

– Es un poco temprano para que te pongas así -comentó como en broma para que los demás lo oyeran.

– Puedes interrogar al capataz cuanto quieras -prosiguió Rebus- pero aunque descubras que falta un martillo, ¿qué más vas a averiguar? Hay que afrontar los hechos: el que mató a Roddy Grieve sabía lo que se hacía. Si lo que sucedió fue que sorprendió a alguien robando pizarras, no digo que no le atizaran, pero lo más verosímil es que a continuación salieran por piernas; no iban a entretenerse, ni mucho menos, golpeándole en el suelo. El conocía al asesino y no entró aquí por casualidad. La clave está en lo que representaba o en una doble vida. En eso hemos de centrarnos -hizo una pausa al ver que los obreros de la cola les miraban.

– Fin de la lección -dijo Ellen Wylie ocultando una sonrisa con el vaso.

10

La secretaria electoral de Roddy Grieve se llamaba Josephine Banks. Sentada en un cuarto de interrogatorios de Saint Leonard explicó que conocía a Grieve desde hacía cinco años.

– Éramos bastante activos en el nuevo Partido Laborista, desde el principio; yo intervine también en la campaña de John Smith -dijo con una mirada de añoranza-. Aún se le echa de menos.

Rebus, sentado frente a ella, jugueteaba con el bolígrafo.

– ¿Cuándo vio por última vez al señor Grieve?

– El día en que lo asesinaron. Aquella misma tarde. Faltaban cinco meses para las elecciones y teníamos mucho trabajo.

Josephine Banks no mediría más de un metro sesenta y la mayor parte del peso lo concentraba en el estómago y las caderas. En su cara redonda y pequeña se insinuaba una incipiente papada. Se estiró el espeso pelo negro para atárselo por detrás. Usaba gafas de media luna de montura con manchas de dálmata.

– ¿Nunca pensó en ser candidata?

– ¿Cómo? ¿Al Parlamento escocés? -sonrió ante la sugerencia-. Tal vez en otra ocasión.

– ¿Tiene ambiciones en ese sentido?

– Por supuesto.

– ¿Y por qué ayudó a Roddy Grieve en vez de a otro candidato?

Sus ojos verdes pintados con sombra y rímel parecían brillar cada vez que los movía.

– Porque me gustaba -dijo- y confiaba en él. Era una persona con ideales, a diferencia de su hermano, por ejemplo.

– ¿Cammo?

– Sí.

– ¿No se lleva usted bien con él?

– No hay razón para que lo haga.

– ¿Y Cammo con Roddy?

– Bueno, discutían de política a la mínima ocasión, pero se veían poco; sólo coincidían en reuniones familiares y en ellas Alicia y Lorna se lo impedían.

– ¿Y la esposa del señor Grieve?

– ¿Cuál?

– Roddy.

– Sí, ¿pero cuál de las dos?

Rebus quedó perplejo un instante.

– La primera no le duró mucho -contestó Josephine Banks cruzando las piernas-. Fue un amorío adolescente.

Rebus dio la vuelta al bolígrafo y abrió el bloc de notas.

– ¿Cómo se llamaba?

– Billie -dijo ella deletreándolo-. Su apellido de soltera es Collins, aunque no sé si ha vuelto a casarse.

– ¿Sigue viviendo en Edimburgo?

– Lo último que yo supe es que daba clases en algún lugar de Fife.

– ¿La conoce personalmente?

– Oh, no; ella ya no vivía aquí desde hacía tiempo cuando yo conocí a Roddy -respondió mirándole-. ¿Sabe que tienen un hijo?

Nadie de la familia lo había mencionado y Rebus negó con la cabeza para decepción de Banks.

– Se llama Peter y utiliza el apellido de Grief. ¿Le suena?

– ¿Por qué lo dice? -preguntó Rebus, que seguía tomando nota de todo.

Ella se encogió de hombros.

– Porque forma parte del grupo musical Robinson Crusoe.

– No me suena.

– Quizá a sus colegas más jóvenes, sí.

– ¡Ay! -exclamó Rebus con gesto de dolor haciendo que ella sonriera.

– Pero para ellos Peter es inaceptable.

– ¿Por lo que hace?

– Oh, no, no es por eso. Yo creo que a su abuela le encanta tener una estrella pop en la familia.

– ¿Por qué, entonces?

– Porque eligió vivir en Glasgow -hizo una pausa-. Pero usted sí que ha hablado con la familia, ¿no? -Rebus asintió con la cabeza-. Es que pensaba que Hugh se lo habría dicho.

– Bueno, en realidad con el señor Cordover aún no he hablado. Es el productor del grupo, ¿verdad?

– Es su representante. Dios mío, ¿es que tengo que decirle yo todo? A Hugh le encantan esos grupos jóvenes de ahora, ¿sabe? Vain Shadows, Change and Decay… -añadió sonriendo al ver que Rebus no los conocía.

– Me informaré con alguno de mis colegas jóvenes -dijo él y ella se echó a reír.

Fue a la cantina a por dos cafés. La hamburguesa se le había indigestado y pasó por su mesa para tomarse dos Rennies. En otra época era capaz de comer lo que fuese a cualquier hora del día, pero ahora parecía que su estómago se hubiese tomado la jubilación anticipada. Cogió el teléfono y llamó a Lorna Grieve, cavilando en que hasta entonces Josephine Banks no había mencionado a Seona Grieve; se las había arreglado para omitirla totalmente en la conversación sacando a colación a la primera esposa de Grieve, Billie Collins. En casa de los Cordover no contestaban. Volvió al cuarto de interrogatorios con los cafés.

– Tenga, señorita Banks.

– Gracias -la encontró en la misma postura como si no se hubiera movido mientras él estaba fuera-. Me he estado preguntando -dijo ella- cuándo va a interrogarme. Quiero decir que todo lo que hemos hablado son simples circunloquios en torno a lo otro, ¿no?

– No la sigo -dijo Rebus sacando el bloc y el bolígrafo del bolsillo y dejándolos en la mesa.

– Lo de Roddy y yo -dijo ella inclinándose-. Nuestra relación. ¿Entramos ya en eso? -Rebus dijo que sí y cogió el bolígrafo.

– Es lo que pasa en la política -dijo ella haciendo una pausa-. Bueno, realmente en cualquier profesión en que trabajan dos personas juntas -añadió dando un sorbo al café-. Un político no es nada sin chismorreos. Yo creo que es

por falta de carácter, pues hablar mal de los demás resulta facilísimo.

– Entonces, ¿esa relación era inexistente?

Ella le miró sonriente.

– ¿Es esa la impresión que le he dado? Habría debido decir la supuesta relación -añadió inclinando levemente la cabeza como disculpándose-. ¿No estaba usted al corriente?

Rebus negó con un gesto.

– Yo pensaba que con tanto interrogatorio le habrían… -dijo irguiéndose en el asiento-. Bueno, tal vez yo los juzgaba mal.

– La verdad es que es usted la primera persona a quien interrogamos.

– Pero habrá hablado con el clan.

– ¿Se refiere a la familia Grieve?

– Sí.

– ¿Ellos sí lo saben?

– Lo sabe Seona y supongo que no se lo habrá callado.

– ¿El señor Grieve se lo contó a ella?

Ella volvió a sonreír.

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