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Ian Rankin: En La Oscuridad

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Ian Rankin En La Oscuridad

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Edimburgo está a punto de convertirse, al cabo de casi tres siglos, en anfitriona del primer Parlamento escocés, un hito histórico y político que enciende pasiones. El inspector Rebus ha sido destinado al comité de enlace de seguridad del Parlamento, en Queensberry House, centro mismo del distrito de la comisaría de St. Leonard. De Queensberry House, futura sede del gobierno de la nueva Escocia, perdura la maldición de una leyenda, una maldición que según algunos recaerá sobre los nuevos inquilinos.Los problemas empiezan cuando, en la antigua chimenea donde de acuerdo con la leyenda murió asado un joven, aparece el cadáver de Roddy Grieve,candidato a un escaño en el nuevo Parlamento.

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Ian Rankin En La Oscuridad Inspector Rebus 11 Traducción de Francisco Martín - фото 1

Ian Rankin

En La Oscuridad

Inspector Rebus 11

Traducción de Francisco Martín

A mi hijo Kit, con todo mi cariño, mis ilusiones y sueños.

Aunque mi alma caiga en tinieblas

se alzará en plena luz,

tanto he amado las estrellas

que no temo la noche.

sarah williams,

The Old Astronomer to His Pupil

PRIMERA PARTE. PERCEPCIÓN DE UN FINAL

Y esta tierra escasa y estrecha

encierra tantas posibilidades…

beacon blue, Wages Day

1

Empezaba a oscurecer cuando Rebus cogió el casco amarillo que le daba el guía.

– Aquí estará seguramente el bloque de oficinas -dijo el hombre. Se llamaba David Gilfillan. Trabajaba para Escocia Histórica, y coordinaba los estudios arqueológicos de Queensberry House-. La construcción original es de finales del siglo xvii Su primer dueño fue lord Hatton. El edificio fue ampliado a finales del siglo xvii y pasó a ser propiedad del primer duque de Queensberry. Debió de ser una de las casas más importantes de Canongate, y sólo a un tiro de piedra de Holyrood.

La demolición seguía adelante alrededor de ellos. Queensberry House quedaría en pie, pero las construcciones añadidas a ambos lados del edificio recientemente caerían también bajo la piqueta. En los tejados, los obreros agachados quitaban las tejas de pizarra y las ataban en fardos que bajaban con poleas a unos contenedores. El grupo caminaba sobre trozos de pizarra, indicio de que la demolición distaba mucho de ser perfecta. Rebus se ajustó el casco fingiendo prestar atención a lo que decía Gilfillan.

Todos le habían dicho que aquello era una señal, que estaba allí porque los jefazos de la Casa Grande tenían planes para él. Pero Rebus sabía que su jefe, el comisario Granjero Watson, le había encomendado aquel servicio para evitarse problemas y quitárselo de encima. La cosa era así de sencilla. Y sólo si él, Rebus, lo aceptaba sin rechistar y cumplía la misión, quizá, sólo quizá, Watson le acogería de nuevo en el redil.

Eran las cuatro de la tarde de aquel día de diciembre en Edimburgo; John Rebus caminaba con las manos en los bolsillos de la gabardina y notaba cómo el agua atravesaba la suela de piel de los zapatos. Gilfillan calzaba botas verdes de goma, y Rebus advirtió que el inspector Dereck Linford llevaba unas casi idénticas. Probablemente había telefoneado de antemano para que el arqueólogo aconsejara sobre el atuendo adecuado. Linford llevaba una carrera meteórica en Fettes y se le auguraba un futuro prometedor en la jefatura de policía de Lothian y Borders. No había cumplido aún los treinta, era prácticamente un burócrata y rebosaba amor por el oficio. Había inspectores, casi todos mayores que él, que ya comentaban que no convenía ponerse a malas con Derek Linford; tal vez un día, desde el despacho 279 de la Casa Grande, los miraría por encima del hombro.

La Casa Grande era la jefatura de Policía en Fettes Avenue y el 279, el despacho del jefe de la policía.

Linford caminaba, bloc de notas en mano, con el bolígrafo entre los dientes. Atendía a las explicaciones sin perderse palabra.

– Cuarenta nobles, siete jueces, generales, doctores, banqueros…

Gilfillan explicaba a su grupo de visitantes la importancia que había tenido un día Canongate en la historia de Edimburgo, sin olvidar la perspectiva de su futuro inmediato. En primavera, la fábrica de cerveza contigua a Queensberry House caería también bajo la piqueta y en su lugar se alzaría el nuevo edificio del Parlamento, frente a Holyrood House, residencia de la reina en Edimburgo. Precisamente enfrente de Queensberry House estaba en construcción Tierra Dinámica, un parque temático de historia natural, y junto a él se erguía ya como una araucaria de vigamen metálico la nueva sede de un diario de la capital. Y delante de aquello, despejaban otro terreno para edificar un hotel y un bloque de pisos de «categoría». Rebus estaba en uno de los mayores solares del centro histórico de Edimburgo.

– Seguramente todos ustedes debieron de conocer Queensberry House cuando era un hospital -dijo Gilfillan. Derek Linford asintió con la cabeza, aunque lo cierto era que asentía a casi todo lo que decía el arqueólogo-. Justamente aquí estaba el antiguo aparcamiento -Rebus miró los camiones marrones que exhibían el simple rótulo de demolición-. Pero antes de ser hospital fue un cuartel; la plaza de armas ocupaba toda esta zona. En las excavaciones realizadas hemos encontrado restos de un jardín de diseño formal, a un nivel inferior, que posiblemente se rellenó para hacer la plaza.

Rebus contempló Queensberry House a la luz mortecina del atardecer. Sus muros grisáceos tenían aspecto triste y en los canalones crecía la hierba. Era un caserón enorme que él no recordaba haber visto antes a pesar de que había pasado por allí en coche cientos de veces a lo largo de su vida.

– Mi esposa trabajaba aquí, cuando era un hospital -dijo uno del grupo, el sargento Joseph Dickie de la comisaría de Gayfield Square, que había logrado escapar a las dos primeras reuniones de las cuatro celebradas por el CCSPP o Comité de Coordinación del Servicio de Policía en el parlamento. Se trataba en realidad de un subcomité para asuntos de seguridad del Parlamento escocés. Lo formaban ocho miembros, entre ellos un funcionario del Ministerio escocés y un misterioso personaje llamado Alee Carmoodie que decía ser de Scotland Yard, aunque Rebus no logró localizarlo en una ocasión en que llamó a la sede policial londinense, por lo que suponía que era del MI5. No estaba aquel día y faltaba también Peter Brent, el representante ministerial escocés de facciones angulosas y traje impecable. El pobre Brent era miembro de varios subcomités y había solicitado ser eximido de aquella visita con la excusa más que comprensible de que había estado ya dos veces acompañando a dignatarios.

Aquel día formaban parte del grupo los tres miembros recién incorporados al CCSPP: Ellen Wylie de la división C de la jefatura de policía de Torphichen Place, a quien no parecía importarle ser la única mujer; ella lo asumía como un servicio más y en las reuniones hacía propuestas interesantes y planteaba preguntas que nadie sabía responder. El agente Grant Hood pertenecía a la misma comisaría que Rebus, Saint Leonard, y estaba allí, también, porque era la más próxima a Holyrood y el Parlamento formaría parte de su ronda de vigilancia. Aunque eran compañeros de comisaría, no se conocían mucho, pues no solían coincidir en el mismo turno de servicio. Pero Rebus conocía bien al inspector Bobby Dogan de la división D en Leith, el último miembro en incorporarse al CCSPP. Hogan ya en la primera reunión había hablado con él aparte.

– ¿Qué diablos hacemos nosotros aquí?

– A mí me tienen castigado -contestó Rebus-. ¿Y tú?

– Hombre, por favor, si comparados con ellos parecemos carcamales -dijo Hogan mirando al resto del grupo.

Rebus sonrió al recordarlo, haciendo un guiño a Hogan cuando cruzaron las miradas. Vio que Hogan asentía casi imperceptiblemente con la cabeza e intuyó que pensaba que aquello era perder el tiempo. Para Bobby Hogan casi todo era una pérdida de tiempo.

– Si quieren seguirme -dijo Gilfillan- echaremos un vistazo por dentro.

Lo cual, en opinión de Rebus, era realmente una pérdida de tiempo. Pero como habían formado un comité, tenían que asignarle cometidos y allí estaban dando vueltas por el húmedo interior de Queensberry House, que iluminaban precariamente a trechos unos fluorescentes poco fiables y la linterna de Gilfillan. Al subir la escalera, pues nadie quiso usar el ascensor, Rebus se vio al lado de Joe Dickie, que le preguntó otra vez:

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