Ian Rankin - El jardínde las sombras

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El inspector Rebus se desvive por llegar al fondo de una investigación que podría desenmascarar a un genocida de la segunda guerra mundial, asunto que el gobierno británico preferiría no destapar, cuando la batalla callejera entre dos bandas rivales llama a su puerta. Un mafioso checheno y Tommy Telford, un joven gánster de Glasgow que ha comenzado a afianzar su territorio
Rebus, rodeado de enemigos, explora y se enfrenta al crimen organizado; quiere acabar con Telford, y así lo hará, aun a costa de sellar un pacto con el diablo.

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– Esa sí que es buena.

El busca de Rebus sonó en ese momento y en la pantalla apareció un número de teléfono.

Utilizó el aparato de Claverhouse y le pareció que la comunicación procedía de una cabina en la calle por los ruidos y el zumbido del tráfico que oía.

– ¿Señor Rebus?

Reconoció la voz de inmediato: El Comadreja.

– ¿Qué hay?

– Un par de preguntas. ¿Tiene idea de la marca del casete del coche?

– Sony.

– ¿Con frontal desmontable?

– Exacto.

– ¿O sea que sólo se llevaron la radio?

– Sí.

Claverhouse y Clarke volvieron a enfrascarse en el informe fingiendo no escuchar.

– ¿Y las cintas? ¿No dijo que habían robado unas cintas?

– De ópera: Las bodas de Fígaro y Macbeth de Verdi. -Rebus cerró los ojos pensando-. Otra más con temas famosos de películas, y los mejores éxitos de Roy Orbison.

La última era de la esposa del dueño. Rebus sabía lo que estaría pensando El Comadreja: el que las había robado trataría de revenderlas en pubs o en mercadillos en que se daba salida a mucho género robado. Pero localizar al que las había hurtado del coche abierto no iba a servir para detener al conductor… A menos que el ratero infantil que había dejado sus huellas hubiese visto quién dejaba allí el coche si andaba ya merodeando por la calle…

En cuyo caso sería un testigo ocular capaz de dar una descripción del conductor.

– Las únicas huellas que tenemos son pequeñas, de un niño.

– Interesante.

– Si me necesitas para algo más, ya sabes -dijo Rebus.

El Comadreja colgó.

– Sony es una buena marca -dijo Claverhouse como quien no quiere la cosa.

– Se trata de objetos robados en un coche que posiblemente estén localizados -dijo Rebus.

Ormiston ya tenía hecho el té, y cuando Rebus fue a coger una silla vio pasar a alguien por delante de la puerta y dejó el asiento, salió disparado y le cogió por el brazo.

Abernethy se volvió como accionado por un resorte pero al ver quién era se sosegó.

– Mira qué gracia, hijo. Casi te ganas un puñetazo -dijo sin dejar de mascar chicle.

– ¿Qué haces tú por aquí?

– De visita -respondió Abernethy mirando la puerta abierta y retrocediendo hacia ella-. ¿Y tú?

– Trabajando.

Abernethy leyó con sorna en voz alta el rótulo de la puerta, «Brigada Criminal», y miró a los de dentro para, acto seguido, pasar al cuarto con las manos en los bolsillos seguido de Rebus.

– Abernethy, de la Brigada Especial -dijo el londinense a guisa de presentación-. Buena idea lo de esa música; ponedla en los interrogatorios y lograréis agotar a los sospechosos.

Sonreía y miraba el despacho como si estuviera pensando en instalarse allí. Cogió de la esquina de la mesa la taza destinada a Rebus, dio un sorbo, torció el gesto y continuó mascando chicle. Los tres le miraban como estatuas de piedra. Por obra y gracia de Abernethy habían recuperado de pronto el espíritu de equipo.

– ¿En qué estáis trabajando? -Los cuatro guardaron silencio-. Debe de estar mal el rótulo de ahí afuera. Debería de poner Brigada de Mimo -añadió el londinense.

– ¿Qué se le ofrece? -dijo Claverhouse conteniendo el tono de voz pero con cara de pocos amigos.

– No lo sé; fue John quien me hizo entrar.

– Y ahora te hago salir -añadió Rebus cogiéndole del brazo, pero Abernethy se zafó de él-. Anda, hablemos en el pasillo… por favor.

– La conducta forma al hombre, John -dijo Abernethy sonriendo.

– ¿Qué es lo que le forma a usted?

Abernethy volvió despacio la cabeza mirando a Siobhan Clarke, autora del comentario.

– Yo soy un tipo normal con un corazón de oro y treinta centímetros muy apañados -replicó sin perder la sonrisa.

– A juego con los treinta de puntuación de su cociente intelectual -replicó ella volviendo a enfrascarse en el informe.

Ormiston y Claverhouse hicieron esfuerzos por contener la risa al ver que Abernethy salía en estampida. Rebus tardó un instante en seguirle, vio que Ormiston daba unas palmaditas en la espalda a Siobhan, y fue tras los pasos del de la Brigada Especial.

– ¡Qué tía! -exclamó Abernethy dirigiéndose a la salida.

– Es amiga mía.

– Ya se sabe que cada uno elige sus amistades… -comentó Abernethy meneando la cabeza.

– ¿A qué se debe tu regreso?

– ¿Es que hace falta preguntarlo?

– Muerto Lintz, caso cerrado en lo que a ti respecta.

Salieron del edificio.

– ¿Y qué?

– ¿Cómo haces un viaje tan largo -insistió Rebus-, habiendo teléfono y fax?

Abernethy se detuvo y se volvió hacia él.

– Para atar cabos sueltos.

– ¿Qué cabos sueltos?

– Ninguno -replicó Abernethy con una sonrisa desmayada sacando una llave del bolsillo.

A unos metros del coche lo abrió con el mando a distancia.

– Abernethy, ¿qué es lo que sucede?

– Nada que pueda preocupar a tu linda cabecita -respondió abriendo la portezuela.

– ¿Te alegras de que haya muerto?

– ¿Quién?

– Lintz. ¿Qué sientes sabiendo que le han asesinado?

– No siento nada. Ha muerto, lo que significa que puedo tacharle de la lista.

– La última vez que estuviste aquí le previniste.

– No es cierto.

– ¿Tenía intervenido el teléfono? -Abernethy se limitó a lanzar un resoplido-. ¿Sabías que podían matarle?

Abernethy se volvió hacia Rebus.

– ¿A ti qué puede importarte? Yo te lo digo: nada. El caso lo llevan en Homicidios de Leith y tú no tienes nada que ver. Punto.

– ¿Se trata de la Ruta de Ratas? ¿De un caso demasiado embarazoso si saliera a la luz?

– Pero ¿qué te pasa? Tranquilízate.

Abernethy subió al coche, puso el motor en marcha y bajó el cristal de la ventanilla, tal como esperaba Rebus.

– O sea, que te hacen viajar seiscientos kilómetros simplemente para comprobar que no hay cabos sueltos.

– ¿Y qué?

– Lo que quiere decir que hay un cabo suelto bastante grande, ¿no? -Rebus hizo una pausa-. A menos que tú sepas quién mató a Lintz.

– Eso os lo dejo a vosotros.

– ¿Vas a Leith?

– Tengo que hablar con Hogan -respondió Abernethy mirándole-. Eres un cabronazo, ¿sabes? Y algo egoísta.

– ¿Por qué?

– Si yo tuviera una hija en el hospital, la investigación sería mi última preocupación.

En el momento en que Rebus se lanzaba contra la ventanilla Abernethy arrancó a toda velocidad. Se quedó allí parado y oyó pasos a su espalda: Siobhan Clarke.

– ¡Lárgate con viento fresco! -exclamó mirando al coche que se alejaba. Abenerthy sacó por la ventanilla un dedo tieso y ella le respondió con dos en igual posición-. No he querido decir nada en el despacho… -comenzó a decirle a Rebus.

– Ayer me hice el análisis -mintió Rebus.

– Será negativo.

– ¿Estás segura?

– Ormiston ha tirado tu té y dice que va a desinfectar la taza -añadió ella.

– Es el efecto Abernethy. Oye, ten presente que Ormiston y Claverhouse son amigos desde hace años -añadió mirándola.

– Lo sé. Creo que Claverhouse está enamorado de mí. Se le pasará, pero mientras tanto…

– Ve con cuidado -comentó él mientras volvían hacia el edificio-, y no te dejes llevar al huerto.

Capítulo 19

Rebus regresó a St. Leonard, vio que todo andaba bastante bien sin él y fue al hospital con la camiseta de Iron Maiden del doctor Morrison en una bolsa de plástico. En la habitación de Sammy habían instalado una tercera cama con una anciana despierta que miraba fijamente al techo. Rhona estaba sentada a la cabecera de Sammy leyendo un libro.

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