Aquel hombre se llamaba Bob Holland y vivía en la Calle 33 Este con la Segunda Avenida. Me recibió en calzoncillos, me condujo por un pasillo hasta su salón y me preguntó si quería una taza de espresso . La estancia estaba dominada por una larga mesa de caoba con tres ordenadores encima y una máquina de café Gaggia. Había una bicicleta estática entre la mesa y la pared. Bob Holland rondaba los cuarenta y cinco años, era esbelto y enjuto y tenía el cabello gris. Estaba de pie frente a uno de los equipos, mirando la pantalla.
– Esta es la guarida de la bestia, Eddie, así que tendrás que… -dijo, tirando distraídamente de sus calzoncillos con una mano mientras tecleaba algo con la otra-… tendrás que disculpar el código de vestimenta.
Todavía ausente, señaló la Gaggia y medio susurró la palabra espresso .
Me entretuve con la máquina de café y miré en torno como si esperara que Holland volviese a hablar. Aparte de la mesa y del espacio inmediato que la rodeaba, la sala proyectaba una sensación de dejadez. Estaba oscura, olía a humedad y parecía que no hubieran pasado la aspiradora en una buena temporada. Los muebles y la decoración también me parecieron demasiado abigarrados para aquel guerrero espartano del Nasdaq.
Supuse que probablemente se había divorciado en los últimos tres o seis meses.
De repente, tras un prolongado ataque de intensa concentración y tecleo intermitente -durante el cual tomé el café-, Holland empezó a hablar.
– Mucha gente cree que cuando compras una acción estás comprando un porcentaje proporcional de una empresa. -Hablaba lentamente, como si estuviese pronunciando una conferencia, pero no apartaba la mirada de la pantalla-. Por lo tanto, para averiguar cuánto vale cualquier porcentaje proporcional, tienes que determinar cuánto vale la empresa. Esto se conoce como análisis «fundamental», y en él estudias la salud económica básica, potencial de crecimiento, proyección de beneficios, cash flow y ese tipo de cosas. -Hizo una pausa, tecleó varias veces más y continuó-. Otros sólo estudian los números, sin apenas prestar atención al negocio subyacente o a su valoración actual. Son los analistas cuantitativos. Exprimenúmeros. Consideran que criterios como la experiencia en gestión y el potencial de mercado son demasiado subjetivos. Compran y venden basándose en criterios puramente cuantitativos, y utilizan sofisticados algoritmos para descubrir discrepancias mínimas en los precios de mercado. -Me miró fugazmente-. ¿Entiendes?
Asentí.
– Después tienes el análisis técnico. Ahí estudias pautas de precio y volumen e intentas comprender la psicología que rodea a una acción.
Continuó mirando la pantalla mientras hablaba, y no dejaba de asentir.
– Pero el corretaje no es una ciencia exacta, Eddie. El mercado de valores no se puede determinar con un único sistema, motivo por el cual oyes hablar de términos confusos como «exuberancia irracional», y la gente intenta explicar el comportamiento del mercado en términos de psiquiatría, biología e incluso química cerebral. No bromeo. Hace poco se ha afirmado que la cautela del inversor se ha visto inhibida por el elevado porcentaje de corredores de bolsa y comerciantes que toman Prozac. Así que -añadió encogiéndose de hombros-, puesto que nadie sabe nada, no es sorprendente que la mayoría de los inversores utilicen una combinación de las tres tácticas básicas que te he resumido.
Durante la hora siguiente, todavía sentado a la mesa y con aspecto de acabar de llegar de un vigoroso partido de tenis, Bob Holland amplió estas ideas y entró en detalles sobre opciones, futuros, derivados, garantías, fondos de protección, mercados internacionales y demás. Tomé algunas notas, pero cuando escuché las explicaciones me di cuenta de que, en general, entendía aquellos términos y de que solo con pensar en todo aquello se estaba abriendo una gran reserva de conocimientos en mi cerebro, unos conocimientos que probablemente había acumulado de manera inconsciente a lo largo de los años.
Cuando hubo expuesto la panorámica general -cómo trabajaban los bancos de inversiones y los gestores de fondos-, Holland empezó con los corredores independientes.
– Luego está la gente como yo -dijo-, los nuevos parias de Wall Street. Hace diez años existían las LBO, los Gordon Gekko. Ahora son los freaks con gorra de béisbol los que se sientan delante del ordenador, en sus casas, y realizan treinta o cuarenta operaciones diarias, que compran octavas partes, dieciseisavos e incluso treintavos de acción y luego cierran sus posiciones antes de concluir la operación. -Holland apartó la mirada de la pantalla y la clavó en mí, quizá por segunda o tercera vez desde mi llegada-. Nos acusan de distorsionar los mercados y de provocar volatilidad en el precio de las acciones, pero es falso. Eso mismo decían en los años ochenta de los que se dedicaban a las adquisiciones. Somos simplemente la nueva ola, Eddie. El corretaje independiente es el resultado de la tecnología y el cambio de regulación. Es así de simple. Es el flujo, la naturaleza de las cosas.
Se encogió de hombros una vez más y miró la pantalla.
– Ven aquí y observa esto.
Me acerqué rápidamente y me situé detrás de él. En la pantalla central pude ver densas columnas de cifras, fracciones y porcentajes. Señaló algo -ATRX, el símbolo de una empresa de biotecnología en el mercado de valores- y dijo:
– Ésta abrió a unos sesenta dólares por acción y ha bajado un poco, así que ahora su cotización es 59 3/8… y su oferta… -señaló otra parte de la pantalla- es 59 3/4. Eso es un margen de 3/8. La cuestión es que, gracias al software más reciente y a los cambios legales implantados por la Comisión de Bolsa y Valores, yo puedo operar dentro de ese margen y aquí mismo, en el salón de mi casa.
Holland destacó la hilera de cifras que seguían al símbolo de ATRX y la observó unos instantes. Verificó un dato en otra pantalla, volvió a la primera y tecleó algo. Esperó y escribió de nuevo. Aguardó una vez más, con una mano a medio alzar, y luego dijo en voz baja:
– Sí.
Se volvió hacia mí y me explicó lo que había hecho. Utilizando ese nuevo programa de transacciones, había descubierto que había tres animadores del mercado en la cotización de ATRX y dos en la oferta. Consciente de que ATRX se recuperaría, aprovechó el amplio margen ofreciendo 59 7/16por dos mil acciones, que era 1/16 superior a la mejor oferta de un animador. Al haber superado esta oferta, Holland era el primero de la cola para ejecutar una orden. Las primeras dos mil acciones que se vendieran en el mercado serían para él a 59 7/16. Poco después, las ofreció a 59 11/16, lo cual todavía era más bajo que el precio publicado por los grandes dinamizadores del mercado. La suposición de Holland era correcta, y le quitaron de las manos las acciones casi de inmediato. En sólo quince segundos y pulsando unas teclas, se había embolsado más de quinientos dólares y reducido el margen en 1/8 de punto.
Le pregunté cuántas operaciones como aquélla realizaba cada día.
Holland sonrió por primera vez. Dijo que hacía unas treinta, casi todas en lotes de mil o dos mil acciones, y que rara vez las conservaba más de diez minutos.
Esbozó otra sonrisa y agregó:
– De acuerdo, no todas son como ésta, pero muchas sí. -Hizo una pausa-. Se trata de identificar oscilaciones en las gráficas y reaccionar con rapidez.
– ¿Quieres decir que la cuestión no es quién dispone de más información?
– Claro que no. Con todos los indicadores que existen a día de hoy, acabas encontrando indicios contradictorios.
Ahora que había captado su atención, lo bombardeé con más preguntas. ¿Cómo se preparaba para cada jornada? ¿Cuántas posiciones mantenía abiertas a la vez? ¿Qué tipo de comisiones pagaba?
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