Ya no lo sé, y tampoco sé si importa.
Además, estoy mareado y me siento un poco débil.
Creo que voy a tumbarme un rato.
He dormido sólo cinco horas, a rachas, dando vueltas. En todo momento he tenido la sensación de que la ansiedad ha asaltado mi sueño, y cuando he despertado, notaba un dolor de cabeza detrás de los ojos que se ha extendido rápidamente al resto del cráneo. Desorientado, adormecido y nauseabundo, me he levantado de la cama, he vuelto aquí, a la butaca de mimbre, y he apoyado el ordenador en mi regazo.
Es cerca de mediodía y la televisión sintoniza aún la CNN.
Algo importante ha sucedido desde ayer por la noche o a primera hora de esta mañana. Veo acorazados frente al golfo de México, soldados de infantería desplegados en zonas fronterizas, a Caleb Hale, el secretario de Defensa, en un gabinete de crisis con el jefe del Estado Mayor Conjunto.
En la parte inferior de la pantalla, un rótulo anuncia un inminente discurso desde el Despacho Oval.
Cierro los ojos un momento, y cuando los abro veo al presidente sentado a su mesa. No puedo subir el volumen y, mientras lo estudio atentamente, detecto en sus ojos esa expresión alerta propia del MDT. Me doy cuenta de que no puedo soportar esa imagen. Tomo el control remoto y pongo los dibujos que dan en otro canal.
Miro el teclado del portátil. Noto un martilleo en la cabeza que empeora constantemente. Ha llegado el momento de apagar el ordenador. Miro la mesita de noche y el frasco de plástico que contiene 150 comprimidos de paracetamol. Luego miro el teclado una vez más y, deseando que el comando tuviera una aplicación más inteligente, deseando que su función fuera literal, pulso la tecla «guardar» con la esperanza de poder seguir adelante, con la esperanza de poder salvarme.
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[1]En español en el original. (N. del e.)