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Alan Glynn: Sin límites

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Alan Glynn Sin límites

Sin límites: краткое содержание, описание и аннотация

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La vida de Eddie Spinola toma un inesperado giro cuando prueba el MDT-48, una droga sintética desarrollada por un misterioso laboratorio. Sus efectos le permitirán experimentar una inusitada actividad intelectual y física que lo llevarán a alcanzar el éxito con el que siempre soñó. Sin embargo, al mismo tiempo que comienza a vivir en un mundo de lujos exorbitantes y multimillonarias transacciones, Spinola padece los nefastos efectos secundarios de la droga y un terrible síndrome de abstinencia cuando empiezan a escasear sus suministros del fármaco. La búsqueda por conseguir nuevamente las dosis y evitar su propia muerte, lo conduce a rastrear el pasado del MDT-48 y a verse envuelto en una intensa trama de oscuros experimentos científicos y una difusa cadena de asesinatos. Este es, sin duda, un apasionante y cinematográfico thriller que dejará sin aliento a todos los lectores.

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Lo supe en el vestíbulo. Lo supe en cuanto Richie pronunció aquellas palabras.

Hice balance de los daños. Las cajas de cartón y los baúles de madera que se amontonaban en medio del salón habían sido abiertos y el contenido esparcido por todas partes. Empecé a rebuscar en el caos de libros, ropa y utensilios de cocina la bolsa de lona en la que guardaba el sobre con las pastillas de MDT. Al rato la encontré, pero estaba vacía. El sobre con las píldoras había desaparecido, al igual que la agenda de Vernon. Con la vana esperanza de que el sobre estuviera en alguna parte, de que se hubiese caído de la bolsa, lo registré todo una y otra vez. Pero no sirvió de nada. El MDT había desaparecido.

Me acerqué a la ventana y miré afuera. Seguía lloviendo. Ver la lluvia desde aquella altura era extraño, como si subiendo dos plantas más pudieras dejarla a tus pies, contemplando un manto de nubes gris desde lo alto.

Me di la vuelta y me apoyé en el cristal. La sala era tan grande y luminosa, y había tan pocas cosas en ella, que el caos no lo era tanto. No habían destrozado la estancia porque había muy poco que destrozar, tan sólo las escasas pertenencias que había traído de la Calle 10. Se habían esmerado mucho más en casa de Vernon.

Me quedé un rato allí de pie, supongo que conmocionado, sin pensar en nada. Miré hacia la puerta abierta. Las dos bolsas de Barnes & Noble seguían en el pasillo, una junto a la otra, como si esperaran pacientemente a que las entrara.

Entonces sonó el teléfono.

No iba a responder, pero cuando vi que no habían arrancado el cable, como sí habían hecho con el ordenador y el televisor, descolgué, pero se cortó de inmediato.

Me levanté de nuevo. Salí y entré las dos bolsas con el pie. Entonces cerré la puerta y me apoyé en ella. Respiré hondo varias veces, tragué saliva y cerré los ojos.

El teléfono sonó de nuevo.

Respondí como antes, pero volvió a cortarse. Entonces sonó otra vez. Descolgué pero no dije nada. Quienquiera que fuese, no colgó en esa ocasión.

Al final, una voz dijo.

– Eddie, esto se ha acabado.

– ¿Quién es?

– Has ido demasiado lejos hablando con Dave Morgenthaler. No ha sido buena idea…

– ¿Quién diablos eres?

– … así que hemos decidido cerrar el grifo. Pero, ya que has sido tan divertido, hemos pensado que sería mejor decírtelo.

La voz era muy suave, casi un susurro. No había emoción en ella ni acento alguno.

– No debería hacer esto, por supuesto, pero llegados a este punto, casi tengo la sensación de que te conozco.

– ¿Qué quieres decir con cerrar el grifo?

– Bueno, estoy seguro de que ya te has dado cuenta de que hemos recuperado el material. Así que, desde este momento, puedes dar por terminado el experimento.

– ¿Experimento?

Hubo un silencio.

– Te hemos estado controlando desde que apareciste aquel día por casa de Vernon, Eddie.

Me hundí.

– ¿Por qué crees que no has tenido más noticias de la policía? Al principio no estábamos seguros, pero cuando se confirmó que tenías el alijo de Vernon, decidimos ver qué pasaba, realizar un pequeño ensayo clínico, por así decirlo. No hemos dispuesto de muchos sujetos humanos…

Miré al otro lado de la habitación intentando recordar, tratando de identificar señales, indicios…

– … y chico, ¡menudo sujeto has sido! Si te sirve de consuelo, Eddie, nadie ha consumido tanto MDT como tú, nadie lo ha llevado tan lejos como tú.

– ¿Quién eres?

– Sabíamos que debías de estar tomando mucho cuando apareciste en Lafayette, pero cuando empezaste a trabajar con Van Loon fue increíble.

– ¿Quién eres?

– Por supuesto, se produjo ese pequeño incidente en el Clifden…

– ¿Quién eres? -repetí casi mecánicamente.

– Pero, dime, ¿qué pasó exactamente allí?

Colgué el teléfono y continué sujetándolo con fuerza, como si al presionarlo, él, aquel desconocido, fuera a desaparecer.

Cuando el teléfono sonó de nuevo, lo cogí de inmediato.

– Mira, Eddie, no te lo tomes mal, pero no podemos permitir que contactes con detectives privados, y no hablemos ya de prestamistas rusos. Queremos que sepas que has sido… un sujeto muy útil.

– Vamos -dije con desesperación-. Es imposible… No tengo que…

– Escucha, Eddie…

– No le he contado nada a Morgenthaler, no le he contado nada. -Se me empezaba a quebrar la voz-. ¿No me podéis facilitar un poco…?

– Eddie…

– Tengo dinero -dije, agarrando con fuerza el auricular para que dejara de temblarme la mano-. Tengo mucho dinero en el banco. Podría… Se cortó.

Seguí agarrando el auricular, como había hecho la vez anterior. Esperé diez minutos, pero no ocurrió nada. Al final levanté la mano y me puse en pie. Tenía las piernas rígidas. Apoyé mi peso en un pie y luego en el otro. Al menos parecía que estaba haciendo algo.

¿Por qué había colgado? ¿Porque había hablado de dinero? ¿Llamaría al cabo de un rato proponiendo una cifra? ¿Debía estar preparado? ¿Cuánto tenía en el banco? Esperé otros veinte minutos en vano. Después me convencí de que colgar había sido una especie de mensaje en clave. Le había ofrecido dinero, y ahora tendría que sudar hasta que me llamara exigiendo una cantidad, que debería tener preparada. Miré el teléfono.

No quería utilizarlo, así que saqué el móvil y llamé a Howard Lewis, el director del banco. Estaba atendiendo otra llamada. Le dejé un mensaje para que contactara conmigo en aquel número. Le dije que era urgente. Cinco minutos después, me devolvió la llamada. Entre lo que había ganado en bolsa y el préstamo de Van Loon para la decoración y los muebles del piso, había más de 400.000 dólares en la cuenta. Desde que Van Loon intervenía personalmente en mis finanzas, Lewis había adoptado de nuevo su actitud obsequiosa, así que cuando le dije que necesitaba medio millón de dólares en efectivo, y lo antes posible, pareció nervioso, pero a la vez ansioso por complacerme, de modo que prometió tener el dinero listo a primera hora de la mañana.

Le dije que allí estaría. Después apagué el móvil y me lo guardé en el bolsillo.

Medio millón de dólares. ¿Quién podía rechazar eso?

Anduve por la habitación, esquivando la montonera que ocupaba el centro de la estancia. De vez en cuando echaba un vistazo al teléfono, que descansaba en el suelo. Cuando empezó a sonar otra vez, eché a correr, me agaché y lo cogí en lo que pareció un único movimiento.

– ¿Hola?

– ¿Señor Spinola? Soy Richie, de recepción.

Mierda.

– ¿Qué? Estoy ocupado.

– Tan sólo quería comprobar que todo va bien. Por lo de…

– Sí, sí, todo bien. Ningún problema.

Colgué.

Me latía el corazón con fuerza.

Me levanté otra vez y seguí caminando por la habitación. Pensé en ordenar aquel desaguisado, pero deseché la idea. Al cabo de un rato me senté en el suelo, con la espalda apoyada en la pared, y me limité a esperar.

Me mantuve en esa posición ocho horas.

Normalmente, habría tomado una dosis de MDT por la tarde, pero como había sido imposible, me venció la fatiga a última hora, algo que identifiqué como la primera fase del síndrome de abstinencia. A consecuencia de ello, logré conciliar el sueño, aunque fuese poco placentero. No tenía cama, así que amontoné unas mantas y un cobertor en el suelo. Cuando me desperté hacia las cinco de la mañana, noté un fuerte dolor de cabeza y tenía la garganta seca y rasposa.

Hice un esfuerzo por ordenar el salón, pero me sentía demasiado atenazado por la ansiedad y el miedo, y no llegué muy lejos.

Antes de ir al banco, tomé dos comprimidos de Excedrina. Luego saqué el contestador automático de uno de los baúles de madera. No parecía haber sufrido grandes desperfectos. Cuando lo conecté al teléfono, parecía funcionar. Cogí también el maletín, me puse un abrigo y salí, evitando el contacto visual con Richie.

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