Francisco Ledesma - Historia de Dios en una esquina
Здесь есть возможность читать онлайн «Francisco Ledesma - Historia de Dios en una esquina» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Триллер, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:Historia de Dios en una esquina
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:5 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 100
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
Historia de Dios en una esquina: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Historia de Dios en una esquina»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
Historia de Dios en una esquina — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Historia de Dios en una esquina», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
– No me dirás que te has fugado de la Modelo con esa ropa.
– Claro que no. Pero tenía dinero para comprarme otra. Lo importante cuando te has dado el piro es que te vean vestido con ropas decentes, unas ropas que llamen poco la atención. ¿O no sabía eso, Méndez?
Estaban ahora apenas a dos pasos de distancia. Méndez susurró:
– ¿Desde cuándo me sigues, Gallardo?
– Estaba espiando la tienda de mis parientes cuando le he visto entrar a usted, y entonces he decidido esperar. Total, ¿para qué dar la cara y exponerme a una escena? ¿Para tocar los cuernos del Mane? ¿Para encontrar al Piris con una mano en el culo de la Bo Derek?
– Una vez ya me habías explicado todo acerca de esa familia, Gallardo.
– Sí, pero sepa que no quiero comprometerles. Son buena gente.
– Lo son -dijo Méndez.
Gallardo se había acercado un poco más. Le temblaban las manos. Su expresión, antes dura y cerrada, se estaba haciendo ansiosa.
– No estaba la Juli, ¿verdad? -farfulló.
– No.
– ¿Sabe por qué ha desaparecido?
– La verdad es que no lo sé.
Los nudillos de Gallardo crujieron. Produjeron una especie de chirrido metálico que atravesó la calle.
– En cambio yo sí que sé, Méndez -dijo Gallardo-. Ahora que estoy seguro de que la Juli ha desaparecido, sé muy bien lo que tengo que hacer.
– Buscar a Paco Robles, ¿no? ¿Y para qué?
– Para bendecirle los huevos una vez se los haya arrancado, Méndez.
– Déjame eso a mí, Gallardo. No sé si te das cuenta de que, en cuanto muevas un dedo, cometerás un terrible error. Bueno, ya lo has cometido, pero al menos no lo empeores. Matar a Robles te significará veinte años.
– Y un día.
– Y un día, Gallardo. Pero parece que no te importa mucho.
El fugitivo se acercó un poco más. Sus nudillos volvieron a sonar, pero ahora su chirrido fue mucho más largo y tenso. Sólo entonces se dio cuenta Méndez de que el otro tenía en los dedos cuatro anillos unidos entre sí, cada uno con una punta de metal, formando un terrible puño de hierro.
– Mire, Méndez -masculló-, voy a decirle sólo tres cosas. La primera es que, me condenen a lo que me condenen, me volveré a escapar. No es tan difícil. La segunda, que sé que usted, a su manera, me comprende, de modo que no va a ir por ahí dando soplos. Y la tercera cosa es que no me importan las otras dos, ¿sabe, Méndez? Yo sólo tengo en el mundo a la Juli y el que le haya hecho algo lo paga. Yo no creo en la ley ni usted cree en la ley, de modo que vamos a por el trabajo serio. Yo busco a Robles, me lo cargo y luego me entrego. Pero no intente detenerme antes, Méndez, porque me cagaré en sus muertos. Si hace falta, me lo llevo por delante también a usted.
No hablaba en broma. Méndez lo sabía, pero no se inmutó. Mientras se encogía de hombros, dijo en un susurro:
– Me sabría mal por el seguro. Tengo uno, ¿sabes? Lo he dejado a favor de un grupo de mujeres del oficio, una asociación de arrepentidas.
– ¿Y eso qué tiene de malo?
– Que no cobrarán, porque todavía no se ha arrepentido ninguna.
– Me cago en su padre, Méndez.
– Hombre, no te pongas así. Es mi forma de hablar. Además, quiero ayudarte.
– ¿Qué dice…?
– Quiero ayudarte, Gallardo, me cago en la leche. ¿Por qué crees que estoy de plantón a estas horas fuera de la calle Nueva? Te he buscado para que no hicieras una barbaridad. Pero ahora vamos a hablar claro, Gallardo, vamos a hablar claro de una puñetera vez.
Lo llevó un poco más allá, a las cercanías de la Gran Vía, a un milagroso bar abierto en la calle solitaria. Era un bar con luz de neón, pizza congelada, frankfurts hechos con lo que había sobrado de los combates en Irak y un dueño que miraba el reloj incesantemente. «Después de todo, la calle Nueva no es tan mala», pensó Méndez. Pasó un brazo por encima de los hombros de Gallardo, en plan marica que se juega sus últimas oportunidades, y le obligó a beber un coñac.
– Oye -mintió-, no sé nada de tu hija, pero acabaré encontrándola porque tengo una pista. Ahora bien, esa pista la he de seguir yo solo. Tú me estorbas.
– ¿Qué trata de decir, Méndez? ¿Que mientras usted mete las manos en la basura yo me he de estar quieto?
– Me estorbarías, te lo juro.
– Entonces deje que yo busque por mi cuenta.
– Durarás media hora, Gallardo. La policía es tonta y no te encontrará jamás en pleno día, con las calles llenas de gente, pero de noche es distinto. Cualquier coche patrulla que tenga tu descripción te acabará viendo. De modo que vamos a hacer un trato.
– ¿Qué trato?
– Dos horas, Gallardo, ya ves. Sólo te pido dos horas. Tú ahora tomas un taxi y vas al bar donde vivo. Yo mismo daré la dirección al taxista y telefonearé a la dueña para que te deje entrar en mi habitación. Es el único sitio de Barcelona donde no te encontrarán, ¿comprendes? El único. En cuanto pasen dos horas, yo voy a verte y te explico lo que tengo. No voy a engañarte, Gallardo, te juro que no voy a engañarte. ¿No puedes tener al menos dos horas de paciencia?
Era un trato razonable, y además Méndez sabía que jugaban a su favor la tensión nerviosa y el cansancio del fugitivo. Lo que no podía soportar de ninguna manera era la perspectiva de que Gallardo le acompañase al depósito de cadáveres, adonde pensaba ir a continuación, y encontrase allí a su hija. A partir de un momento así, todo sería imprevisible. De modo que musitó:
– ¿Te he engañado alguna vez?
Le estaba engañando ahora, pero el otro dijo con la mirada perdida:
– No, Méndez.
– Entonces, ¿hace?
– Por favor, Méndez, no me tenga más de dos horas allí, no podré soportarlo.
Méndez lo prometió. Llamó un taxi, le dio la dirección y luego se metió en una cabina telefónica para advertir a la dueña del tugurio. Hecho esto, tomó otro taxi y se hizo llevar hasta la parte posterior del Clínico, por donde se accedía al depósito de cadáveres.
Es curioso, pero los alrededores de aquel centro de la muerte están llenos de niditos de amor que nacen, cambian, se trasladan, agonizan por falta de clientes y luego vuelven a resurgir y a tener los pasillos llenos de tíos lanza en ristre, dispuestos a lo que sea. Méndez hubiera podido señalar, sólo con lo que abarcaba su vista, los emplazamientos de media docena de niditos del ay, nena. O quizá ya no existían, quizá ya no yacían en ellos señoritas de mirada melancólica y carreras en las medias, quizá los pisos habían sido traspasados y ahora dormían en ellos eficacísimos empleados de banca y matronas centinela alerta. Barcelona es hoy una ciudad donde nada dura, pensó Méndez. Ah de las casas antiguas y honorables que él había conocido, casas respetadas por los policías, bendecidas por los alcaldes y perdonadas por los canónigos, alguno de los cuales las visitaba a las horas de comer, cuando los otros clientes estaban en sus casas, diciéndole a la mujer que tenían mucho trabajo y esa noche llegarían tarde. Ah del viejo prestigio, el viejo engaño, la vieja virtud perdida. Hoy los lugares de Barcelona dedicados a la perversión social son efímeros, tienen créditos bancarios y mucha gente los visita por prescripción del médico.
En fin, Méndez había logrado distraerse de sus preocupaciones, con estos recuerdos dedicados al pasado glorioso de la ciudad. Pero cuando entró en la Morgue, las preocupaciones volvieron. Estaba casi anhelante cuando vio a Padilla, uno de los empleados, leyendo un libro sobre los vinos del Penedés. A Padilla, por suerte, lo conocía. Era uno de los suyos.
Méndez leyó por encima del hombro del otro.
– Es inútil -dijo-, no podrás comprar ninguna botella de Gran Coronas del 70 que aún se pueda beber.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «Historia de Dios en una esquina»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Historia de Dios en una esquina» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «Historia de Dios en una esquina» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.