Francisco Ledesma - Historia de Dios en una esquina

Здесь есть возможность читать онлайн «Francisco Ledesma - Historia de Dios en una esquina» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Триллер, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Historia de Dios en una esquina: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Historia de Dios en una esquina»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

El descubrimiento del cadáver de una niña, hija adoptiva de una rica familia, llevará al inspector Méndez a husmear por las viejas calles de Barcelona, una ciudad en continua reconstrucción, y por las ruinas eternas de Egipto.

Historia de Dios en una esquina — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Historia de Dios en una esquina», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

– ¿Entonces quién…?

– No lo sé. Ahora estoy hablando sin tapujos: no lo sé. Pero eso me hace insistir en lo que le dije ayer: puede ser una jugada de póquer, pueden estar tendiéndole una trampa, Torres, y para evitarla no hay más que una solución.

– ¿Cuál?

– Hacer pronto el trabajo. Sé que usted tiene su modo de actuar, pero ya ha pasado más tiempo del que me pidió. Ha de hacer el trabajo mañana.

A Torres le ofendía que le marcaran las pautas. Por eso preguntó con voz desafiante:

– ¿Y por qué no hoy?

– Porque hoy ha de hacer otra cosa.

– ¿Qué dice…?

– No esperaba esto, ¿verdad, Torres?

– Yo espero lo que me da la gana.

– No me hable de esa manera ni crea que en mis palabras hay una cuestión personal. Nada de eso. Al contrario, fui yo el que le elegí por ser el mejor. Y la prueba de que le sigo considerando es que necesito encargarle otro trabajo para hoy, un trabajo sencillo y bien pagado. Al precio de lo de Gandaria se le añadirá cincuenta mil euros.

– ¿Cincuenta mil para qué? Yo no uso una pistola por ese precio.

– No tendrá que usar nada, excepto su coche. Hay un hombre que debe ser trasladado de un sitio a otro.

– Que tome un taxi.

– Maldita sea, Torres, no diga sandeces. Usted sabe que los taxistas hablan. Ese hombre debe ser recogido en la puerta principal de Correos dentro de una hora justamente, y llevado al aeropuerto. Sólo eso. Luego usted puede volver. Use su Mercedes, por la sencilla razón de que es un coche que nadie va a detener si por casualidad se produce una batida. Aquí aún se sigue la norma de que los perros muerden a los que visten mal. Lleve también una camisa, una corbata y uno de sus trajes, porque el hombre en cuestión se cambiará dentro de su coche, en el camino al aeropuerto. La ropa que él le entregue la arroja usted a un container al otro lado de la ciudad.

– ¿Qué pasa con esa ropa?

– Al hombre pueden haberle visto con ella.

– ¿Qué más?

– Podría estar manchada de sangre. Un poco manchada.

– Ahora entiendo lo de los cincuenta mil.

– Usted no va a correr ningún peligro, Torres. Sólo ha de hacer de taxista. No pasará nada. Pero si tuviera la sensación de que los están acorralando, si tuviera la sensación de que ese hombre puede ser capturado, haga una cosa muy sencilla.

– ¿Qué cosa?

– Mátelo.

– No quiere que hable, ¿verdad?

– No quiero que hable.

– ¿Qué método debería usar?

– Ése es su problema, Torres. No necesitará que le enseñe su oficio, me parece. Lo único que debo añadir es que ese hombre irá desarmado y además confiará en usted, de modo que será un juego de niños. Pero oiga bien esto, Torres: sólo lo hará si es absolutamente necesario, si usted cree que lo pueden capturar.

– Bien.

– ¿Todo conforme?

– No.

– ¿Qué pasa ahora?

– Quiero medio millón.

Hubo una leve vacilación al otro lado del hilo.

Luego la voz tranquila musitó:

– De acuerdo. Pero le aseguro que no tendrá necesidad de ganárselo.

– Ése es también mi problema. ¿Cómo reconoceré a ese hombre?

– Estará en el sitio indicado, llevará un pañuelo rojo en el bolsillo superior de la americana y leerá el periódico deportivo Marca.

– De acuerdo.

– Una última cosa: excepcionalmente me llama, también desde una cabina pública, cuando haya dejado a ese hombre en el puente aéreo.

– Bien.

Y Fernando Torres colgó, saliendo de la cabina, ante la que ya se había formado una pequeña cola. No sabía quién era el tipo al que debía transportar a Barajas, no sabía lo que aquel tipo tenía que hacer -quizá lo estaba haciendo ya- ni le importaba en absoluto. Era un trabajo como otro cualquiera y por el que cobraría una bonita suma. Además, lo había hecho otras veces.

Incluso matando. Incluso con segunda parte del trabajo incluida. En Paraguay y Bolivia había cobrado por hacer pasar la frontera a más de un periodista y a más de un líder político que no podían quedarse en el país. Pero ni los periodistas ni los líderes habían conseguido llegar al otro lado de la frontera nunca. Cobrar por los dos lados a la vez no era algo que a Fernando Torres le repugnase.

Y así se podía llegar a crear un magnífico círculo de relaciones, así se podía formar parte de uno de los abanicos culturales más amplios del mundo, así se conocía a ministros, diputados, gobernadores, banqueros, mujeres de banqueros y hasta poetas dispuestos a escribir sobre las virtudes del muerto antes de que estuviese muerto. «Si alguna vez escribiese mis memorias -pensaba Torres con frecuencia-, nadie las creería.»

Sólo un par de detalles no serían escritos nunca -seguía pensando Torres- en sus sin duda elogiadísimas memorias. Eran detalles que no le gustaban y que no acababan de estar de acuerdo con la porción de grandeza moral que sin duda él había ido incluyendo en todos sus trabajos. Uno de esos detalles era el del boliviano -quizá demasiado joven-, quien le gritó: «¡La última vez que estuve en una casa de putas siento no haber elegido a tu madre!». Y la del chileno -quizá demasiado viejo- que únicamente susurró: «Déjame un minuto para rezar».

Fernando Torres encendió un cigarrillo, miró su reloj y, persona más bien calmosa como era, pensó que aún le sobraba demasiado tiempo.

El hombre a quien Torres debía recoger una hora más tarde pensaba, en cambio, que no le sobraba tiempo y que le convenía pasar a la acción. En primer lugar porque la señorita Alonso podía salir de la casa en la que se hallaba, y eso lo estropearía todo, porque dejaría de estar indefensa. Y en segundo lugar porque lo que él iba a hacer conviene hacerlo tranquilo, tomándose el tiempo necesario, recreándose un poco, ya que lo contrario le quita todo el encanto y convierte la violación en un trabajo de borrachos o una artesanía de drogatas.

Él también miró su reloj, mientras avanzaba por la calle del Prado. Guardaba ya el pañuelo rojo en un bolsillo interior, con la cartera, pero no se lo había puesto aún en el lugar indicado porque una contraseña no debe utilizarse nunca antes de tiempo. En un bolsillo exterior de la americana tenía muy bien guardado un ejemplar de Marca , puesto que después del trabajo , ya en el camino hasta Correos, quizá no tendría ocasión de comprarlo. Rosendo Valle era un hombre meticuloso, sereno, digno de confianza, a quien a pesar de sus crímenes habían concedido en la cárcel un permiso extraordinario de una semana, con todas las bendiciones del juez. Ese permiso le había permitido un rápido viaje en avión a Madrid y le permitiría un rápido regreso a Barcelona, ciudad de la que Dios sabía -«se lo juro, juez»- que no se había movido nunca, según demostraban las pruebas que ya había reunido antes de moverse. Y entre los dos vuelos él Habría ganado una bonita suma de dinero y encima habría pasado uno de los ratos más dulcemente violentos, más dulcemente agradables de su existencia.

Ya conocía a la mujer. Bueno, no era una niña. ¿Y qué? No siempre se va a dedicar uno a lo mismo. Además, las niñas que antes fueron su predilección, las que estuvieron sometidas a sus insultos, sus golpes y sus vicios -en los que ningún orificio dejó nunca de ser interesante- se habían convertido, para su gusto de hombre maduro, en un material chillón y poco duradero, ya que más de una hubo que se le desmayó enseguida. Conseguir a una mujer ya mayor, pero selecta, era una emoción nueva para Rosendo Valle. Porque Rosendo Valle, pese a su indiscutible ascensión social, tenía que reconocer que nunca había podido violar a una mujer rica.

Si con las niñas había escupido sobre la virtud, ahora Rosendo Valle, mucho más educado políticamente, quería escupir sobre el dinero. Quería convertir a aquella mujer en una piltrafa humillada, castigada, ahogada por el miedo y el asco, para demostrarle que él, Rosendo Valle, estaba por encima. El hecho inesperado de que aquella mujer fuese una ciega -se lo habían dicho en el último momento- añadía a la aventura un punto de malignidad especial, de toque culinario excitante, de gran estreno sólo para iniciados. En fin, de premiére absoluta.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Historia de Dios en una esquina»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Historia de Dios en una esquina» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Historia de Dios en una esquina»

Обсуждение, отзывы о книге «Historia de Dios en una esquina» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x