Francisco Ledesma - Historia de Dios en una esquina
Здесь есть возможность читать онлайн «Francisco Ledesma - Historia de Dios en una esquina» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Триллер, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:Historia de Dios en una esquina
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:5 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 100
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
Historia de Dios en una esquina: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Historia de Dios en una esquina»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
Historia de Dios en una esquina — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Historia de Dios en una esquina», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
– Entonces es difícil que sea ése -murmuró Méndez entre dientes-. A ver qué pasa con Ángel Martín.
– El tipo que tú dices salió con la condicional. Luego se le detuvo otra vez por un asunto de drogas, pero no se le llegó ni a juzgar.
Méndez dijo:
– Gracias.
Colgó pensativamente.
Cada vez estaba más convencido de que había dado con su hombre.
Y eso significaba una cosa. Que antes de amanecer se presentaría en la casa de Marquina. Le soltaría el nombre de Ángel Martín. Vería la cara que ponía. Y no saldría de allí hasta estar convencido de que Marquina era inocente o hasta que Marquina se lo hubiera contado todo.
Cerró con llave el cajón donde tenía la botella y fue a salir rodeando la mesa. Pero de pronto quedó paralizado.
De ningún modo se hubiese esperado aquello.
Gallardo estaba quieto, aguardando, al otro lado de la mesa. Méndez casi tropezó con él.
– ¿Pero tú estás loco…? -farfulló.
– Mire, Méndez, he venido a decirle que lo he pensado mejor. Si quiere, me entrego. No está bien que se vea metido en un lío por mi culpa.
– Me temo que el lío ya lo tenemos armado. Escucha…
– ¿Qué?
– Yo también lo he pensado mejor. Creo que para lo que voy a hacer esta noche no me vendría mal un poco de ayuda.
– No le cuesta nada llamar a unos cuantos maderos, para eso están.
– No… -dijo Méndez, pensando en voz alta-, no puedo estropear lo que voy a hacer presentándome en una casa particular con la brigada antidisturbios. Además, es por el momento un asunto privado y no me interesa que nadie sepa lo que estoy haciendo. Ahora bien, si tú me cubres las espaldas, quizá las cosas salgan mejor.
– Pues claro que se las cubro, Méndez. Es lo menos que puedo hacer.
– Entonces vamos.
Méndez ya había perdido la noción del tiempo, pero de todos modos sabía que seguía estando en las horas más adecuadas para la práctica de la cabronada urbana. Gallardo y él fueron a pie al Paralelo, pues en el Paralelo estaba el domicilio de Marquina. El policía vivía en el que para Méndez era el mejor sitio de la ciudad, enfrente de las tres chimeneas de la fábrica de electricidad, enfrente del Apolo y sus coristas, enfrente de la bodega y sus putones desorejados, enfrente de las atracciones y sus aprendices de mariconcete. Era uno de los rincones más sanos, más cultos, más espirituales de la Barcelona eterna, aunque lo estaban destruyendo para hacer un hotel. Lo único malo, en opinión de Méndez, era que la casa también estaba enfrente de la montaña de Montjuïc, y desde allí llegaban a veces algunas rachas de aire puro que podían acabar en diez minutos con un padre de familia.
Pero Marquina no era padre de familia porque vivía solo. Méndez se detuvo ante el portal y le dio a Gallardo parte de su armamento reglamentario, es decir, un par de ganzúas que brillaban por el uso.
– ¿Tú sabrías abrir con esto?
– Hombre, y usted también, Méndez.
– Sí, pero yo soy una persona de buena fama.
– Es la primera vez que oigo una barbaridad semejante. En fin, deme.
Gallardo abrió sin dificultad. Y Méndez hubiera hecho lo mismo con la cerradura del piso, pero se dio cuenta de que ésta era de seguridad y de que la puerta estaba blindada. Por lo tanto hizo una seña a Gallardo para que se ocultase junto al ascensor, donde no pudiera ser visto desde la mirilla, y pulsó el timbre.
Tardaron en responder. Tuvo que llamar de nuevo.
– ¿Quién es? -preguntó la voz de Marquina.
– Méndez.
– Tu madre.
– Por favor, ábreme. He de hablar contigo.
– ¿A estas horas?
– Es importante, Marquina. Te conviene oírme.
Seguro que Marquina le espiaba desde la mirilla, cerciorándose de que no había nadie más. Al fin abrió con un brusco chirrido de cerrojos.
Y Méndez vio el nido. Un recibidor modelo universal, con una lámpara modelo universal, una consola modelo universal y una tía modelo particular. La tía, o mejor la nena, no debía de tener más allá de veinte años. Méndez vio también al pájaro. Un pijama modelo universal, una barriga modelo universal, una cara de cabreo modelo particular y exclusivo. Marquina miró a Méndez con expresión de asco, como si su aliento contagiase el sida. Luego hizo una seña a la chica.
– Tú, largo de aquí. No tenías que haber salido.
– Es que tenía miedo…
– Estando conmigo, qué coño de miedo vas a tener. Hala, fuera.
Miró de nuevo con desprecio a Méndez.
– ¿A qué viene esto? ¿Qué buscas? ¿Un sitio donde te desinfecten con colonia?
Méndez señaló con el mentón hacia el pasillo modelo universal por el que se había ido la chica.
– Está buena -dijo.
– Y a ti qué te importa.
– Tiene un buen culín.
– Tiene un culazo, si es eso lo que tratas de ir diciendo.
– Pues sí, señor. Ahora que lo dices, estoy de acuerdo en que tiene un culazo.
– Al grano, Méndez. Dime de una vez para qué coño has venido.
– Y aún le crecerá. Seguro que no tiene más de veinte añitos. A los veinte añitos -declaró Méndez- los culos de las mujeres todavía están en la enseñanza general básica. Es a los veinticinco cuando empiezan a ponerse bien. Y llegan a su culminación a los treinta. Yo he conocido, de todos modos, algunos de cuarenta que era justo entonces cuando empezaban a merecer el toque de generala.
– Si estás borracho, te pego una patada y te echo de aquí, Méndez. Te lo juro por mi madre.
– Ni estoy borracho ni he venido a bromear, Marquina. -La mirada de Méndez se había hecho dura, dañina, penetrante, volvía a ser la mirada de la serpiente vieja-. Quiero que me dediques cinco minutos. Y un sitio para hablar. Y una butaca que no esté manchada con el pringue de la tía.
Los dientes de Marquina rechinaron y su cara enrojeció a punto de estallar. «Debes de estar a veintidós de tensión -pensó Méndez-.
Cualquier noche le quieres dar a la muñequita ésa y te quedas a mitad de faena.»
Pero Marquina le acompañó a una salita desde cuyas ventanas se veían las tres chimeneas, la noche inhóspita, el teatro y la bodega cerrados. Lastimosamente no se apreciaba ningún detalle cultural. No había ninguna corista en paro, ningún putón, ningún mariconcete a punto de obtener el doctorado. «Esto ya no tiene remedio -pensó Méndez-. Esta ciudad se acaba.»
Marquina le señaló una butaca de un modelo vulgar, comprada evidentemente en el Paralelo, y se sentó frente a él, con las facciones contraídas.
– ¿Qué quieres?
– Ponerte sobre aviso.
– ¿De qué?
– Se te quieren follar.
– ¿A mí? ¿Quién? ¿Y por qué?
– Hay un tío que se llama Ángel Martín.
Méndez no miraba a Marquina al decir esto, para dejarle así más libre en el momento de reflejar sus sentimientos, pero lo controlaba perfectamente en un espejo situado cerca de las butacas. Tuvo una secreta decepción al ver que Marquina no pestañeaba ni movía un músculo.
– Ángel Martín -repitió Méndez.
– ¿Y qué?
– Ha matado a una chiquilla.
– ¿Crimen sexual?
– No.
Marquina se encogió de hombros.
– No tenía ni idea -dijo.
– Bueno, es que se trata de un crimen por encargo, según parece. Y Ángel Martín asegura que se lo encargaste tú.
Marquina ladeó la cabeza y miró fijamente a Méndez. Su rostro, antes tan sanguíneo, estaba ahora pálido. Incluso unas levísimas gotas de sudor empezaban a insinuarse en sus párpados, en sus sienes, en las comisuras de su boca. No dijo una palabra, pero sus dedos temblaron un momento. Méndez, que parecía mirar a otro sitio, lo estaba registrando todo, sin embargo, con la perfección de una máquina fotográfica.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «Historia de Dios en una esquina»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Historia de Dios en una esquina» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «Historia de Dios en una esquina» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.