– Esto es mucho para mí. Ni siquiera conozco a esa mujer.
– Yo creo que tampoco. Al menos, no del todo… -Etchenike tuvo la imagen del Mojarrita disparándose apresuradamente en la sien-. Porque fue ella la que desencadenó el desastre el domingo a la noche. Llovía, se había suspendido la inauguración de Mojarrita. Algañaraz, que iba a ser el escribano, estaba ahí, porque lo había traído de vuelta María Eva desde la estancia y ni siquiera había pasado por el motel y estaba bastante en pedo… Entonces a Beba se le ocurrió, como otras veces, ir a coger al Atlantic. Seguramente pensó que Brunetti estaba en el Flamingo o en otro lado, si no, no se hubiera animado a meterlo allí sin avisar. Y al pibe le encantó la idea. Por algo Mojarrita la anduvo buscando. Sabía. Pero ya no estaban. Llegaron a eso de las diez… Después Beba diría que fueron al cine… No es cierto: el Polaco puede atestiguar que no entraron al cine: fueron al hotel, como solía ir Beba a veces, con la complicidad de su hermana, la mujer del Baba. Había piezas y droga de sobra ahí… Y al pibe, borracho, la idea le gustó: podía salvar la nota cuando creía que todo estaba perdido, inclusive su cámara…
– Espere.
– ¿Qué pasa?
Hutton puso en marcha el Mercedes parsimoniosamente. Pero no lo movió. Miró su reloj. Era casi un árbitro de fútbol en el momento de indicar los minutos de descuento, el alargue, el plazo último y definitivo que podía conceder:
– Ya es una novela, Etchenike… Nadie puede creer eso. No hay pruebas, todos los protagonistas están muertos y usted puede inventar lo que quiera. Pero ¿qué validez tiene? -resopló, en el límite de su paciencia-. Yo fui claro y breve con usted: quiero esas fotos. No me importa esta historia.
– Y precisamente esta parte que viene es la más floja -dijo el veterano, obstinado-. No sé exactamente cómo sigue -prosiguió-. Pero va a ver que es importante: quién sabe qué pasó esa noche en el Hotel Atlantic durante la proyección de Piso de soltero y la primera parte de Veracruz. Pero estoy seguro de que el pibe murió ahí. Tal vez abrió una puerta y vio algo, tal vez escuchó lo que no debía… Probablemente fue el Baba, tan animal. Un golpe en la cabeza y listo. Después tuvieron que deshacerse del cadáver. Le sacaron todas las cosas, lo llevaron en la noche mar adentro en el bote y lo tiraron por la borda. Tal vez esperaban que no apareciera, tal vez querían que apareciera como apareció… Recién entonces inventaron la versión que recitó la Beba y que me demostraron que es imposible.
Lo que vino después fue una locura mayor, propia de débiles mentales: a Cacho lo balea Brunetti, que andaba con el trabuco del Baba y se decía en Mar del Plata, cuando supo que había estado conmigo. Ellos sabían que Cacho había estado con Beba después del crimen y que su testimonio podía echar a perder todo. De paso, distraía la atención hacia algo que aparentemente no tenía nada que ver. Y el final es tragicómico: el Baba intenta silenciar al Mojarrita para que no deschave lo que sospecha que le quieren endilgar a la Beba. Pero ahí se nota la mano de Brunetti, el más capaz, que los manda al frente, primero a una y después al otro… Inclusive, con su complicidad, Hutton, consiguió un testigo que dijera que era Beba la que había disparado contra Cacho… Muerto el Mojarrita, sólo le quedaba entregar a la Beba. Era su palabra y su investidura contra el testimonio espontáneo y la casi autoconfesión de una mina que era puta y adicta, una piltrafa… Pero salió mal. Apareció un loco enamorado y como el león sordo del cuento del misionero y el violín, se acabó la diversión.
Había terminado.
Willy Hutton parecía tan aturdido como el que encara una lectura por un rato y el relato aventurero lo atrapa y no puede dejar de leer por horas hasta el final que lo encuentra cansado, dolorido, agotado y feliz como después de hacer el amor. Menos feliz, todos los adjetivos le cabían a Willy Hutton.
– Creo entender que terminó -dijo.
– Sí.
El alivio de Etchenike tenía algo de orgánico también. Pero no era equivalente al de Willy. Lo suyo era como si hubiera orinado largamente después de una continencia obligada. Y algo de eso había.
Willy deslizó el Mercedes en forma mucho más lenta que antes por la parte baja de la costanera, casi pegada a la rompiente que trataba de disolver el paredón a golpes de sol y de agua. Tal vez quería dar el tono de lo que suponía sería la conclusión de esa esgrima, ese extraño canje de amenazas.
– Sepa que todo esto ya lo sabe un juez: Martínez Dios -dijo Etchenike.
– ¿Martínez de Hoz? Esta costanera se llama Martínez de Hoz… Es una familia amiga, de la zona. No va a haber problema.
– Este es Dios -especificó el veterano-. Y lo va a castigar.
– Dios… No joda… -el estanciero no podía creer lo que oía-. Están todos muertos, Etchenike. Los muertos no van en cana, no declaran, no explican ni acusan.
– Beba puede hablar. Sobrevivirá… Está custodiada y espero que Friedrich no entorpezca eso también.
– ¿Qué va a decir? -Hutton soltó una carcajada-. No puede hablar porque no tiene la más puta idea de qué pasó esa noche. Ella estaba dada vuelta en una pieza cuando estos imbéciles se la dieron al pendejo. Inclusive le dijeron que se había ido, Etchenike… Que se había podrido de ella y se había ido por la playa.
Sin transición, sin pudor ni vergüenza, el estanciero pasaba de fingir el desconocimiento total de la cuestión a los más espantosos pormenores.
– Además, mucho hablar de droga… -sonrió-. No hay droga en Playa Bonita. Cuando encuentren una línea que me avisen…
– Ya le van a avisar, Willy… -sentenció el veterano-. Ni Beba se callará lo que sabe ni Sayago se olvidará de que lo vio asesinar al Baba, ni Martínez Dios dejará de investigar todo. Lo que Romero cree poder hacer y no puede, lo voy a hacer yo… -hizo una larga pausa-. Bah, si quiero.
– Diga.
Había llegado la hora de la negociación.
– Puedo quedarme en el molde. Tal vez no sea cierto que le dije todo esto a Martínez Dios -dijo el veterano-. Tal vez me conforme con algunos verdes más, aunque sea un vale, y la declaración suya de que supo, por confidencia del Baba, de que la señorita Beba Vargas fue objeto de un engaño, que no tiene nada que ver en el asunto. Le cargamos todo a Brunetti y el Baba y usted queda libre, nadie lo acusa… Por cinco mil y esa declaración, yo le doy la pista para conseguir las fotos y mañana nos encontramos en Playa Bonita.
El estanciero asintió, siguió esperando. El tono de Etchenike cambió:
– Si aparece antes del mediodía, yo no hablo, Sayago no habla… Nadie se dedica a buscar la droga en el benemérito Hotel Atlantic, el puto Romero se queda con las ganas… y su mamá no se entera de qué hace la nieta cuando se saca los fierros.
Willy Hutton aminoró la velocidad y dejó que el auto derivara junto al cordón en una breve cuesta abajo. Estaban cerca de Playa de los Ingleses, se veía el Torreón desde allí. Pero Hutton no veía nada, pensaba aceleradamente.
– De acuerdo -dijo-. Mañana antes de mediodía en el hotel: cinco mil dólares y la declaración. La entregamos juntos al juez. Pero eso, si la información que me da sirve para recuperar las fotos antes de esa hora.
– No lo dudo -Etchenike hizo una pausa teatral-. La noticia es que Forlán está muerto: lo asesinaron de dos balazos por la espalda, ayer, cuando pretendía irse de Playa Bonita… Más tarde iré a decírselo a su sobrina. Creo que ella merece saberlo también. Eso es todo: ¿le alcanza?
El estanciero lo miró como si hubiera tragado un pedazo de soga y tuviera que empezar a digerirlo:
– No me engañe, hijo de puta…
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